“El año de la rata”, de Mariana Enriquez y Dr. Alderete, crónicas ilustradas nacidas en incertidumbre

Esta obra producida en pandemia apunta, entre otras cosas, al corazón de la posverdad, a las creencias mediatizadas, mediadas. La autora y directora de Letras del FNA habla, además, de la lectura, de la literatura de género y del lugar de autoras y autores

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Mariana Enriquez y el diseñador
Mariana Enriquez y el diseñador Dr. Alderete crearon "El año de la rata", editado por Libros del Zorro rojo

El año de la rata, libro surgido de un trabajo compartido entre el diseñador Dr. Alderete y la escritora Mariana Enriquez, funciona como una suerte de crónica ilustrada de lo extraño, aguafuertes de ciencia ficción escritas y dibujadas en pandemia, un espacio de creación y juego que elude al virus al tiempo que lo fagocita y apunta al corazón de la posverdad: ¿por qué la gente se cree mentiras?, inquiere la autora: “Estas noticias clase B generan un efecto confuso, son hechos incomprobables escritos y dichos en un tono vinculado al pacto con el lector que implica –por codificación de género– que esto es cierto”.

Editado por el Zorro rojo, el libro recuerda a ciclos populares de lo extraño, como el Aunque usted no lo crea, de Jack Palance de los 80 o los sucesos paranormales del programa de TV Increíble pero real. Recuerda a los artículos de curiosidades que podrían salir en la revista Muy interesante, a esos libros que recopilan avistajes de ovnis y misterios contemporáneos a los que le han concedido algún artículo en la prensa de sucesos, pantallas amarillistas y demandas sensacionalistas.

El “facekini” existe. También Zhang Shifan, ideadora de la prenda. El furor por la piel blanca en Asia es cultural. Las medusas del Mar Amarillo son efectivamente un negocio rentable y tradicional en las costas de China. Desde el primer dibujo (un sujeto cubierto por una única prenda que le borra la expresión de la cara y desdibuja la humanidad de su cuerpo) el texto invita a des-aterrarse. Lo perturbador es la imagen en el papel. El texto amansa. Parece Enriquez haciendo la operación inversa con la que accedió al podio del terror literario: no construye horror, no apunta a un imaginario oscuro para sugerir o abrir el cauce de imágenes aterradoras. Lo deconstruye, se ciñe a datos concretos y terrenales. La metafísica apenas insinuada.

Esos dibujos plasman una atmósfera, es lo que ocurrió cuando todo el mundo estaba encerrado o, los que podían estaban encerrados, y un grupo de personas se conectó. Unos empezaron a dibujar, otros a escribir. ¿Por qué pasó eso? Había una pandemia, pero retrataron lo que ocurrió a modo de crónica realista. “Nosotros con Covid hicimos algo, y lo que estaba flotando o sumergido es esto que vemos acá. Casi una crónica atmosférica, casi la crónica de una forma de estar”, dice el Dr. Alderete.

Jorge Alderete (Neuquén, 1971) y Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) se conocen desde los años de facultad en La Plata. Él inmortalizó a Maradona en el Estadio Azteca de México, donde vive hace décadas: es diseñador de álbumes emblemáticos y superreconocibles, como Bohemio, de Andrés Calamaro. Melómano que, como ella, deja atravesar su obra por la cultura rock.

Ella es la escritora más reconocida del género de terror en estos días, ganadora del premio Herralde de Novela 2019 por Nuestra parte de noche; elogiada en 2020 por Patti Smith por el libro de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego –que será llevado al cine por la directora galesa Prano Bailey-Bond– y elegida por el Nobel japonés Kazuo Ishiguro como autora de uno de los mejores libros de 2021 por Los peligros de fumar en la cama.

“Cuando empezó lo del Covid venía muy predispuesto a tirarme en un sillón lo que durara la pandemia -cuenta a Télam Alderete-. Hacía poco habíamos pasado la gripe H1N1 que fueron dos semanas de medio aislamiento y pensé que iba a ser lo mismo. Cuando me quise acordar estaba dibujando sin parar, sin rumbo y ninguna idea muy clara. Iba poniendo imágenes en una carpeta de mi computadora y, en algún momento, empezaron a tener cierta coherencia. Cuando llevaba 50, 60 hechas, dije bueno, acá hay algo. Y en ese momento le hablé a Mariana. Le dije: ‘creo que tengo acá un libro, que ya está prácticamente dibujado pero que no está escrito todavía’ y le mandé todos los dibujos de golpe. A ver si le interesaban, a ver cómo la encontraba también a ella la pandemia, el encierro y demás”.

Jorge "el Dr." Alderete es
Jorge "el Dr." Alderete es diseñador gráfico, vive en México hace décadas e inmortalizó a Maradona en el Estadio Azteca de México. Además es diseñador de álbumes emblemáticos, como "Bohemio", de Andrés Calamaro (gentileza Maj Lindström/ Télam)

Jorge me mandó estos dibujos que hizo cuando tuvo mucha fiebre, no sabe si fue Covid, al principio de la pandemia. Dibujaba tirado en la cama, le salían estas cosas y por ahí me dijo: ‘¿Tenés ganas de hacerles texto?’” —dice la versión de Enriquez—. “Yo venía hablando mucho de Nuestra parte de noche y necesitaba una limpieza en la escritura, así que escribí en colaboración, algo que hago poco y nada, usando disparadores en vez de cosas de mi imaginación. El libro no tiene mis obsesiones; la cosa fetichista y de moda son obsesiones de Jorge, y tiene mucho de ciencia ficción, de un evento que no se nombra y que no necesariamente es la pandemia, de donde vienen seres extraterrestres y cosas raras”.

“Muchas de las imágenes para mí siguen significando una cosa pero a Mariana, sin yo contarle mucho, le disparaba por algún lado que tenía poco que ver con eso, era otro universo y era genial que sucediera: el proceso creativo iba ramificándose sin saber adonde nos llevaría”, dice Dr. Alderete.

—El libro tiene 90 dibujos. Cuando dijiste acá hay algo, ¿qué era?

—Dr. Alderete: Incertidumbre sobre la creación de cualquier futuro posible. En el libro hay de todo un poco, medicina, sexo, cosas muy presentes de nuestro cotidiano, y a esta pandemia la habíamos visto en 10 mil películas de ciencia ficción hasta ayer, y ahora estaba acá, la cosa era: ¿y ahora qué? Un poco desde ahí las imágenes empezaron a hacer clic unas con otras, el común denominador era esa fantasía de futuro, sin detenerme mucho a analizarlo. Las imágenes hacen pie en un pasado o en cómo era el futuro en los años 80, por decir una década que no es la única, tienen que ver con cómo imaginamos a lo largo de la vida y de la historia los posibles futuros.

—No parecen textos de terror ni textos inquietantes necesariamente.

—Mariana Enriquez: Jorge me iba mandando las ilustraciones sin orientación, con algunas me mandaba tres o cuatro renglones de artistas plásticos o de lugares medio típicos de Ciudad de México, por ejemplo: hacen tal cosa, queda en tal lugar, cosas específicas. Después yo inventaba todo. Le pedía orientación si no se me ocurría nada, especialmente con las imágenes geográficas y de bichos me permití jugar. Improvisé, exageré y también inventé personajes, aunque de algunos me gustó más contar la historia real que cualquier cosa que pudiera imaginar, como con los científicos rusos, relocos, que inventaron el theremin, uno de los primeros instrumentos musicales electrónicos.

—Los textos que parecen invenciones son los de “las daianas”, esas damas huecas con un rayo creador en la frente, o “las damas de piedra”, acróbatas que recorren el mundo con su circo de mujeres excéntricas y poderosas, y el Museo de los placeres extraños. Todo lo demás se encuentra en Internet.

—M.E: Esos son cuentitos míos escritos como crónica, como aguafuertes extrañas, algunas basadas en hechos reales y otras para nada, pero todas tratadas en un mismo tono. La escritura periodística tiene una característica que me interesa mucho y que está en el corazón de los textos de la posverdad: la gente se cree mentiras cuando están vinculadas a una forma de decir y de escribir que implica –por codificación de género– que eso es cierto. Se genera un efecto confuso que hace que no sepas si se trata de un hecho real o una leyenda urbana, como las daianas, que vienen de un planeta (que existe), la cabeza de Juárez (que existe), donde nunca pasó lo que conté, o los chicos que chupan un muñequito que da alucinaciones (como las cosas que decían de Los Pitufos). Noticias clase B que son crónicas de sucesos y que en este libro aparecen mezcladas con minibiografías que tienen siempre un poco de ficción, tipo José de Zer.

—¿El entorno pandemia impactó en los textos?

—M.E: Empezamos cuando estaba todo mal. Yo no estaba ni estoy en página en blanco por pandemia, lo que me pasaba y que ahora me pasa menos, quizás porque la cuestión va aflojando, es que no tenía tema, pensaba ¿por qué en medio de todo esto estoy escribiendo ficciones? El otro día lo hablaba con Samanta Schweblin, le dejé un pequeño mensaje porque vi la película Distancia de rescate, y me gustó. Ella me contaba que había estado acá pero que no había pasado por Buenos Aires, cosas así, pavadas, y guardé el mensaje porque estaban por cerrar todo por Navidad en Alemania, y al final me dice: “Y nosotras estamos escribiendo ficción. ¿Para qué?”. No le respondí, pero me quedé pensando en eso y tenía razón, “¿para qué?”. Aunque era algo muy distante con lo que estaba pasando en la realidad, la gente demandaba ficción, iba a ver series, quería leer, a mi novela le iba rebién. Pero a mí me pasaba que no tenía el impulso.

—¿Esa falta de impulso podría vincularse al recorrido visual que hay en el libro por imaginarios de la ilustración apocalíptica contemporánea que, sin embargo, el texto elude?

—M.E: Yo estaba reapocalíptica, en plan “¿para qué si se va a acabar el mundo?”. Pensá que escribir siempre es para el futuro, termina saliendo un año después. Mi sensación era “¿y quién lo va a leer si va a estar todo el mundo enfermo?”. Pero cuando todo el mundo se dio cuenta de que el virus podía controlarse, me volvió la lamparita de la imaginación y ahora está todo bien. Estoy laburando, pero ese momento era bastante oscuro, y este libro me ayudó a encontrar un espacio de juego y de ficción cuando en mi cabeza no lo había, lo podía producir por oficio, por esfuerzo, pero no con ganas.

—¿Qué significa ese año de la rata?

—Dr. A: El título es importante porque es el único referente a China, adonde nos dicen que se originó el virus. En algún momento me empezaron a saturar las imágenes de doctores y barbijos que las pantallas mostraban todo el tiempo y traté de esquivarlas, por eso digo que este libro nació en pandemia pero que no habla de la pandemia. No quería poner una sola imagen con un tapabocas, y así aparecieron, como recursos, máscaras de látex y facekinis. Si a este libro lo agarrás dentro de 20 años, el único link directo a la pandemia estará en el título, en las imágenes no, es una crónica de lo fantástico o surreal que ese momento pudo haber tenido.

"El año de la rata"
"El año de la rata" (Libros del Zorro rojo), de Mariana Enriquez y Dr. Alderete

—¿Qué sensación tuviste al leer los textos por primera vez?

—Dr.A: Alegría por encontrarme con algo que no esperaba. Lo que me gustó es que todo ese universo visual no decía lo que yo quería decir. Celebrar lo inesperado es fundamental, sobre todo en un proyecto que habla sobre la incertidumbre del futuro. Tenemos muy pocas más alternativas que amigarnos con eso.

Mariana Enriquez: “Hay una hipervaloración de la lectura, la gente no es peor porque no lee”

La hipervaloración de la lectura y de la literatura, así como la infantilización del lector de géneros hasta hace poco considerados menores, como el fantástico, la ciencia ficción y el horror –hoy uno de los más populares de la ficción, leído sobre todo por jóvenes– hace que desde instituciones educativas habiliten y circulen textos con referencias demasiado adultas para subjetividades todavía en construcción, “un disparate”, dice la escritora Mariana Enriquez.

“El terror está entre lo muy popular, lo leen sobre todo los jóvenes. Ahí tenés un lío terrible que es gente dándole mis cuentos a chicos de secundaria. Es un disparate. Tienen cosas muy sexuales, pero no en el sentido de ocultarle la sexualidad a los chicos, son cosas muy terribles, que no están buenas, crueles, que son para un registro adulto de cómo entender los impulsos”, dice Enriquez.

“Sé que les dan Los peligros de fumar en la camagrafica–. No sé si todos los cuentos, deben ser unos pocos, pero cuando se da un libro, por lo general, está en la biblioteca de la escuela. Y si vos agarrás ese libro tenés un cuento, “Donde estás corazón”, por ejemplo, de una tipa que tiene un fetiche con corazones y termina torturando a un tipo. Un cuento que escribí pensando en otra cosa, con todas referencias superadultas”.

—¿Qué pasa cuando esas lecturas no son búsquedas personales sino parte de currículas institucionales?

—M.E: El tema es cómo las desarrollás y cómo las enmarcan. Yo probablemente leí cosas terribles a mis 13, 14 años, pero en mi casa. Eso está bueno, porque tiene que ver con cómo lo elaborás y lo pensás vos, y entra en tu educación sentimental. Ahora, en la organización institucional, digamos, enmarcar una perversión sexual… qué sé yo. No sé si es el lugar, me parece que pasa por otro lado y que tiene que ver con el terror, el fantástico, la ciencia ficción y la infantilización del lector de esos géneros. Por ahí durante mucho tiempo tuvo que ver con los lectores de esos géneros, porque no entraba en la literatura grande, etcétera. En los secundarios leés Crónicas marcianas, el libro de un hombre grande que siente añoranza de su niñez, entonces lo que te perdés es ese efecto abrumador tristísimo que sobreviene cuando lo leés de grande, porque es un libro sobre un mundo perdido y ese mundo perdido es el mundo de la infancia. De adolescente probablemente te aburra, todavía no experimentaste eso. Es una lectura totalmente distinta, pero con mucha ciencia ficción pasa eso, es muy dura para dar, en cambio el terror engancha, gusta, es un hit.

—¿Creés que haya una sobrevaloración de la lectura?

—M.E: La gente no es peor cuando no lee. Y tiene derecho a leer lo que se le canta. Hay gente que no le gusta la ficción porque no le gusta la ficción, hay otra que lee solo ficción, hay gente que no lee nada. Hay muchos tipos de narraciones, por supuesto que la ficción es necesaria, pero a la ficción se puede acceder desde muchos lugares: desde el cine, desde una televisión, desde lo oral, montones de cosas. Pero hay una cosa como que el tipo que lee es mejor, que tiene algo superior, y eso es jodido. O sea, vos leés porque querés, hay gente que no tiene tiempo de leer, mi mamá se puso a leer de vieja, porque antes no tenía tiempo, tenía que laburar, y cuando tenía que desconectarse de laburar no se desconectaba con Flaubert, lo hacía mirando la tele. Quiero decir, no es que volvía recansada de la guardia y decía me voy a poner a leer En busca del tiempo perdido. Me parece que no, hay una sobrevaloración del lector que no suma.

—Esa mirada exagerada se traslada a veces al oficio de escribir.

—M.E: También con los escritores, sí, gente en general que se solemniza con este tipo de cosas. Conozco a un montón de escritores que empezaron siendo personas y después les agarró una cosa como de semidiós, pero no por excéntricos, sino porque se consideran seres dotados. Y nadie niega que escribir sea un don, pero también son un don otro montón de oficios. Hay algo que se arma ahí muy clasista, que tiene que ver con lo popular, lo no popular, el rol que tuvo en los géneros literarios y la exageración académica de rescatar cosas que, históricamente, no son así.

Mariana Enriquez (Diego Levy/ Télam)
Mariana Enriquez (Diego Levy/ Télam)

Enriquez: “Cuando desde un lugar político exagerás la importancia de las mujeres no las favorecés”

“Hay muchísima ficción oscura escrita por mujeres, que no es lo mismo que terror género”, advierte la escritora Mariana Enriquez, referente del gótico y el horror contemporáneos: “Hay núcleos de escritura de mujeres, muchas escritoras trabajando diferentes géneros con diferentes registros -analiza-. No sé si venden más pero es un momento en el que sus libros circulan mucho más”.

Carolina Sanín no escribe género. Mónica Ojeda, más o menos. Fernanda Ampuero, sí. Después está Marina Yuszczuk, ¿pero las cosas de vampiros son de terror? No sé. A veces, sí, a veces, no. Acabo de leer este libro fantástico de Dolores Gil, Parte de la felicidad, una autoficción durísima que no tiene nada de género –enumera–. No me parece que hay menos escritoras de género. También pasa con los varones, son una generación que creció viendo Twin Peaks, leyendo a Stephen King, siendo fan de Star Wars, criada con el fantástico como la mamadera”, plantea la autora de Nuestra parte de noche.

Para Enriquez “hay un total desprejuicio, ya no hay cosas menores. Autoras híbridas como María Gainza o Verónica Gerber Bicecci, que mezclan crónica, autoficción y crítica de arte, en otro momento hubieran pasado desapercibidas”. “Acabo de leer La señora Potter no es exactamente Santa Claus, de Laura Fernández, que no es fantástico, o sí, es un Vonnegut rarísimo y es una novela bellísima. Las anteriores quizás no hayan sido tan buenas, pero no son tan distintas y sin embargo esta la rompió. Están mirando más a las mujeres”.

“Incluso están teniendo más respeto, entre comillas, porque falta un poco: las escritoras de romántico histórico, que están en un lugar más ambiguo, el de los géneros considerados menores ahora, aunque sean los que la gente lee más”. Así se refiere la autora de El año de la rata a la escena de la ciencia ficción, el terror y el fantástico, géneros literarios que recién ahora dejan de considerarse de segunda, en un momento de revisión de cánones que, entre otras cuestiones, recupera obra invisibilizada durante siglos de grandes escritoras.

—¿Qué pasa con esos rescates en los que parece que eran todas pioneras en los suyo?

—M.E: Me parece, y lo digo como feminista, que cuando desde un lugar político exagerás la importancia y la presencia de las mujeres no les estás haciendo un favor. Hay un montón de mujeres que escribieron fantástico y ciencia ficción, sobre todo en el siglo XIX, hoy totalmente invisibilizadas y últimamente rescatadas en un montón de libros. Eso mismo mismo pasó con la ciencia ficción en el siglo XX, y ni hablar de los géneros escritos por gente de color, con autoras como Octavia Butler. Si agarrás las compilaciones de escritoras del siglo XIX te das cuenta de que muchas eran sufragistas, se divorciaban, eran lesbianas, laburaban, sobre todo, para las revistas de Dickens, que les pedía muchos cuentos de fantasmas. En los grandes géneros que en ese momento eran el histórico no entraban tanto, pero en el gótico, sí. Había un montón y casi todas eran tratadas como colegas aunque tuvieran sus dificultades, como las Brontë, que van a buscar editarse usando seudónimo masculino y que cuando se descubre entre comillas que son mujeres, la que la pega es Charlotte porque sus textos son menos feroces que Cumbres borrascosas, de Emily, y menos disruptivos que los de Anne, sobre todo La inquilina de Wildfell Hall, que plantea a una mujer que abandona a su marido. Y Charlotte, que concedía un poco más al gusto popular, cuando la rompe va a los salones en Londres, se casa, gana guita, hasta le hacen una biografía. Eran colegas y estaban en la escena, tenían maridos que las bancaban, y cuando no las bancaban los dejaban, eran profesionales en muchos casos. Escritoras que por ahí nunca escuchaste tienen 60 libros.

—El discurso exagera, pero la invisibilización fue salvaje.

—M.E: Si investigás escritoras de gótico ves cómo gente superfamosa como Anne Rice, autora de Entrevista con el vampiro, quedó invisibilizada y cómo eso no pasó con varones no tan diferentes a ella en la misma época. Louisa May Alcott, autora de Mujercitas, hizo un cuento de terror de una tipa que se transforma en momia tipo película clase B, y yo no sabía que también se estaba divirtiendo escribiendo cuentos relocos. Visibilizar esto es mucho más honesto que exagerar un papel que no podía existir ni por historia ni por rol ni por educación ni por propiedad, son mujeres que no podían tener casa, si se separaban quedaban desamparadas, y en muchos de estos cuentos leés ese miedo, fantasmas deambulan con bebés en brazos porque las echó el padre de la casa, porque quedaron embarazadas solteras y no tienen ningún derecho a herencia. Saber esto es más importante que ser la primera.

—Una idea que además es patriarcal.

—M.E: Ni ganamos ni perdimos. Tiene que ver con darle un contexto a lo que estaba pasando ¿qué mujer tenía tiempo de hacerse la reina en 1850? No estaban escolarizadas, y las que sí, estaban en su casa, como Jane Austen. Entonces ¿de qué estamos hablando? Esto del patriarcado y la invisibilización, que terminan sonando como palabras vacías, se hace muy real cuando vas a las fuentes y ves que de verdad les sacaron el lugar. Quedaron algunas y hay otro montón que no, pero también pasó lo mismo con los varones, pero con las mujeres absolutamente más.

Mariana Enriquez (Diego Levy/ Télam)
Mariana Enriquez (Diego Levy/ Télam)

—¿Y ahora?

—M.E: Ahora eso ya no pasa, una mujer no tiene mayores problemas para publicar y hay que aprovecharlo. Si por algún motivo es tu momento, y en general este momento que llega después de haber pateado la puerta hasta que se la tiró abajo, hay que meterse y ya, vamos, mostremos. Hoy en Argentina las grandes bestsellers son mujeres, y no les dan bola. Todo el mundo las lee –Florencia Bonelli, Florencia Canale, Cristina Bajo–, pero no se habla de ellas. Hasta hace nada en Argentina, en los años 60, Silvina Bullrich, Marta Lynch, Beatriz Guido, vendían bestialidades y son las eternas olvidadas, y a la que se le daba bola era a Silvina Ocampo que no la compraba nadie.

Fuente: Télam.

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