Pequeñas labores es un libro que solo podría haber sido escrito en el puerperio, esa zona pantanosa, oscura e iluminada al mismo tiempo y espesísima en la que el cerebro de las madres adopta la plasticidad suficiente como para crear nuevas conexiones neuronales.
En esos días extraños del primer año de un bebé, Galchen desenrolla una escritura que oscila entre la digresión y el descubrimiento. A través de viñetas, anécdotas, unidades mínimas de literatura —la posibilidad que tiene un cerebro que no duerme más de dos horas y media seguidas durante mucho tiempo—, se va dibujando una cierta idea del mundo.
El pasaje más famoso del libro (según mi Kindle, subrayado miles de veces por otros lectores), en la bellísima traducción de Jazmina Barrera y Alejandro Zambra, es un hallazgo y una muestra perfecta de la imaginación recién parida de la narradora: “Muchos días pienso en ella como si fuera una droga. ¿Pero qué tipo de droga? Un día decido que es un opiáceo: me llena de un profundo bienestar, una sensación no vinculada con ningún logro o atributo, y esta sensación de bienestar es tan tóxica que estoy dispuesta a permitir que mi vida se derrumbe por completo con tal de que ese sentimiento persista”.
* Dolores Gil es licenciada en Letras, escribe, traduce y edita. Ha ejercido el periodismo, y recientemente se ha publicado su primer libro, Parte de la felicidad, por editorial Vinilo.
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