En su nuevo libro Te hablaría del viento, Leila Sucari construye una voz que observa lo cotidiano —las plantas, la casa, el hijo, los olores, la infancia— y transcurre al vuelo de un conjunto de textos fragmentados que funcionan como registro de lo que no se documenta porque no se ve a simple vista, o de una intimidad que tensa el sentido de la verdad en la medida que la escritura y la búsqueda de poesía operan como ejercicio para reinventar y volver a mirar el movimiento de lo que ocurre en el día a día, esos distintos vientos que atraviesan las cosas.
“Todo diario es un recorte caprichoso. Un tajo de verdad en medio del cuerpo del texto. Una mentira. Del sábado no dije nada sobre la duda, el deseo que tironea el sentido de lo contrario y los chicos hermosos que viajaron conmigo en el colectivo. Del domingo no mencioné el sexo ni el miedo a dormir sola. Nada dije de lo enorme que me resultó la cama de dos plazas ahora que mi hijo no necesita el calor nocturno de mi abrazo, ahora que dejó de pasarse en medio de la noche. Del lunes evité hablar sobre la discusión con mi madre”, escribe Sucari en uno de los breves textos que acompañan el inicio del libro, donde de los días de la semana sigue sin decirse nada, aunque en ese no registrar se dice todo.
Los relatos de Te hablaría del viento (Editorial Excursiones) empezaron a ser escritos hace cinco años y la mayoría tienen una relación o un origen con las crónicas o experiencias que la autora viene escribiendo en La Agenda. No son textos que entren en definiciones rígidas de un género porque lo que predomina es el tono y el tiempo de la voz, “una voz —dice Sucari— que al principio fue muy relato autobiográfico y se fue distorsionando también. Al principio era más crónica, más realista y con el tiempo se fue ablandando, como una torsión hacia lo poético”.
Lo que se detiene a mirar esta voz, y es precisamente en esa pausa donde se revela la poesía de las cosas cotidianas, es el tiempo: el tiempo de la vida, de la maternidad, de la infancia, del trabajo, de los alquileres de vivienda, de las plantas, del ocio, de la escritura. La conversación con el tiempo es más que temática, busca hilvanarse en la escritura misma porque Sucari rompe la cronología, mezcla los tiempos, deforma la linealidad. “El año pasado, que fue un año fuera del tiempo, me hizo volver a estos textos y a pensar cómo se desarma y pierde sentido la cuestión de la temporalidad lineal, como ese tiempo roto. En ese año de encierro y de búsqueda tan hacia adentro puede sentir el pasado, el presente, el futuro, todo, mezclándose, tocándose, y ahí, de esa sensación, surgió la estructura”, cuenta la autora de la novelas Adentro tampoco hay luz y de Fugaz, que este año quedó seleccionada entre las finalistas de la primera edición del Premio Sara Gallardo.
—La voz de Te hablaría del viento está mirando lo cotidiano, la rutina, y mirar, como dice por acá, es también “una forma de cuidar”. ¿Cómo opera la mirada?
—Si de algo habla el libro, además del tiempo, es de la mirada, que es un tema con el ahora estoy obsesionada... la mirada y los ojos, en qué se detiene una a mirar y cómo se puede cambiar de perspectiva. La escritura como forma de mirar y la voz como un punto de vista: cuánto te acercás, cuánto te alejas, qué perspectivas tomás, qué distancia.
—En ese sentido, la maternidad, entre otros roles y posiciones de esta voz, también interviene en el reconocimiento del tiempo y la mirada.
—Sí, ser madre me cambió un montón la dimensión del tiempo y del paso del tiempo, la velocidad. Pero al mismo tiempo el detenerse. Porque me parece que esa tensión entre lo que pasa de una manera tan rápida que es casi efímera y tal vez el detenerse en un gesto o en un momento y quedarse ahí, y la escritura misma es también un modo de detener el tiempo, de poder permanecer en un gesto o una escena y hacer un paréntesis de lo que está corriendo todo el tiempo.
—En este juego que hacen los textos con la verdad de quien escribe ¿la escritura es el dispositivo que te permite pensarte, pensar lo que ves, o hay una mirada que se impone y después va a la escritura?
—Creo que es un doble movimiento entre un modo de mirar lo cotidiano y una búsqueda. La cuestión de la vida y la escritura no las puedo pensar escindidas. Lo que vivo lo tomo para la escritura y también lo que escribo, que quizá es ficción, lo empiezo a ver en el plano de lo real. Están todo el tiempo en diálogo y tensión. Y después me motiva, me interesa, la cuestión de la frontera entre la ficción y la no ficción y cuál es el límite. Me gusta el juego de distorsionar, también el sueño porque el sueño es parte de otro plano y sin embargo no hay nada más propio que un sueño. Entiendo el yo como una multiplicidad de cuestiones y puntos de vista. Una identidad que pueda jugar y moverse por la ficción y la no ficción. Y también me interesa el recorte: hay un fragmento en el libro que habla sobre el recorte caprichoso, sobre qué es una vida o una novela, qué es un diario. Para llegar a la verdad me sirve distorsionar el hecho en sí, alterando el orden, cambiando la persona. Todo lo que está en este libro tiene un componente autobiográfico, está el riesgo de la exposición de lo íntimo. No importa quién, ni el tiempo, importa otra cosa y para llegar a esa otra cosa me servía ir quebrando, ir alternando textos más narrativos con algo más fragmentado.
—En algún momento se habla de diario y pareciera que se fragmenta ese género y viene de a ráfagas en este libro, ¿qué te aportaba ese tipo de registro?
—Escribir diarios te da una conciencia y en la rapidez del tiempo te obliga a detenerte y entender dónde estas, es como detenerme en la vida y ver dónde estoy, qué me está pasando. Y después los diarios como género es algo que leo muchísimo, ese cotidiano y chiquito y el detalle de lo cotidiano donde parece que no pasa nada y pasa todo.
—Te referías a la torsión que hiciste con la poesía, has escrito un libro de poemas Baldío y en los textos de este libro hay una escritura muy poética, ¿cómo interviene?
—La poesía tiene algo de apertura y posibilidad de juego y de llegar con una profundidad, un modo de llegar al hueso del lenguaje. La poesía hace temblar la palabra. Yo doy talleres que son como mi laboratorio, amo dar taller y mezclo, mi propuesta es moverse en géneros. Y cuando das clases y se arman grupos, la reflexión sobre la escritura y el compartir se vuelve mucho mas colectivo. Se rompe un poco la idea del escritor solo frente a su word y me encanta eso. Bueno, y hablando sobre poesía y narrativa, Olga Orozco dice que la poesía es un organismo vivo y rebelde, entonces yo pensaba que hay algo de la prosa que te obliga a armar una red de sentido, una palabra donde sostener la historia, la trama, y la poesía es, justamente si hay una red, el hueco por donde se fuga el sentido. Esa potencia que tiene la poesía de abrir y eso es lo que más me interesa desde la palabra, desde otros lenguajes, la pintura, la danza.
—¿Y cómo trabajás? ¿Encontrás una huella, un modo para ingresar y salir de la palabra, abrirla, como decís?
—Trabajo frase a frase, párrafo a párrafo. Por ejemplo, escribir una novela me parece fascinante porque te sumergís en un mundo paralelo y es estar ahí. Después la poesía es más una entrada y una salida, un destello que aparece y después salís. Pero trabajar una novela me apasiona porque es entrar en otra realidad que dura en el tiempo, en general aparece una voz más que una idea y ahí la primera novela que escribí desde el punto de vista de una niña fue empezar a mirar desde ese otro que es la voz. Y también dejarse llevar en la materia cuando estás escribiendo. No creo en eso de “voy a escribir una novela”, qué se yo, tal vez empezás a escribir y eso termina en otra cosa. Lo que más me gusta de escribir es no saber a dónde voy, que sea un viaje de búsqueda, de sorprenderme. La palabra elige lo que quiere ser y un poco mi trabajo es escuchar lo que está pasando ahí, más que de guiar, después sí hay que tomar decisiones pero hay que detenerse a escuchar lo que está pasando. Hacerse un tiempo interno, esto de la escucha, de poder detener algo y escuchar, quizá se logre en un rato pero es un tiempo distinto al del reloj porque es el tiempo de poder conectar con cierta voz.
Fuente: Télam
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