Tras décadas de persistencia, el trabajo de Hugo Mujica alrededor de Martin Heidegger se ha convertido en una de las más logradas puertas de ingreso, en especial para quienes no son ni aspiran a ser especialistas, a las “meditaciones” con las que el célebre filósofo alemán que vivió entre 1889 y 1976 cambió para siempre a la filosofía. Es por esto por lo que Señas hacia lo abierto. Los estados de ánimo en la obra de Heidegger, la última pieza de la Biblioteca Internacional Martin Heidegger que se edita en Argentina, propone una refinada síntesis de lo que, a sus 79 años, Mujica puede desenvolver al dosificar con inteligencia lo que sólo una larga experiencia personal como poeta, ensayista, pensador y narrador puede dar.
Lejos de los tonos académicos acerca de los cuales el propio Heidegger ya advertía en su época que reducen todo pensar a simple “teoría”, es por esta razón que Señas hacia lo abierto no puede dejar de vincularse a la extensa tradición de autores que, desde hace poco menos que un siglo y en una infinidad de idiomas, han iluminado el pensamiento heideggeriano para quienes desean conocerlo junto a un guía.
Entre discípulos directos e indirectos, defensores y detractores, o simples historiadores de la filosofía, si se trata de nombrar, apenas, algunos intentos por clarificar la voz heideggeriana, la lista podría incluir con una inevitable serie de saltos temporales y geográficos al italiano Gianni Vattimo con su Introducción a Heidegger (1971), al británico George Steiner con Heidegger (1978), a los alemanes Peter Trawny con Martin Heidegger. Introducción (2003) o Hans-Georg Gadamer con Los caminos de Heidegger (1987), al esloveno Slavoj Žižek, autor de En defensa de las causas perdidas (2011), a los franceses Alain Badiou y Barbara Cassin, coautores de Heidegger. El nazismo, las mujeres, la filosofía (2011) y también a la argentina Dina V. Picotti, que además de ser una reconocida traductora de su obra, es autora de Heidegger. Una introducción (2016).
Los exégetas de Martin Heidegger
La lista podría seguir a través de muchos otros nombres, países y años. Pero a pesar de las diferencias, los sesgos y las limitaciones, marcadas por las más variadas interpretaciones filosóficas, políticas e incluso teológicas, lo cierto es que lo que todos estos exégetas de Martin Heidegger intentan es una guía para avanzar a través de los caminos de un pensar acerca del cual, en libros como Aportes a la filosofía: acerca del evento, el propio Heidegger, alerta a los peligros de simplificar lo que es complejo, y contra nuestras primeras intuiciones didácticas, escribe que “el hacerse comprensible es el suicidio de la filosofía”.
A su manera, Hugo Mujica repite esta advertencia al señalar con Heidegger que “ha de evitarse toda desfiguración a través de intentos de explicación”, puesto que cuando algo se explica, nunca alcanza el comienzo hacia el que señala el pensador, sino que lo rebaja hacia nosotros. Llegado este punto, lo importante es recordar la naturaleza del proyecto intelectual heideggeriano: discutir e invalidar toda la filosofía anterior a la aparición de su gran obra, Ser y tiempo (1927), ya que, según el autor alemán, esa es una filosofía desviada de la pregunta originaria por el ser. En consecuencia, sólo tras un salto radical de paradigma, un salto que nos permita reubicarnos en lo que es verdaderamente digno de ser cuestionado, podremos encaminarnos hacia un otro pensar, más originario y emancipatorio.
Pero, ¿cómo sumergir al lector curioso sin desilusionarlo frente a las ideas y el lenguaje de un autor tan singular que habla, por ejemplo, acerca de “un único pensamiento que un día se mantendrá como una estrella en el cielo del mundo”? En principio, con el despliegue de un oído y un cuidado diseñados para acompañar en el camino hacia el otro pensar con rigor, pero también con amabilidad. Esto es lo que Mujica logra cuando, al escribir, no sólo hace “hablar a Heidegger” sino que, por momentos, “habla junto a Heidegger”. Lo cual conduce a otro asunto heideggeriano: la poesía. Escribe Mujica: “No, nuestros pensamientos jamás son ideas puras, claras y distintas, son el vibrar de la vida, es el cuerpo resonando: pensamos sintiendo y sentimos expresando”.
Pensar y poetizar, traducir y escuchar
Si Señas hacia lo abierto armoniza las voces del pensar y el poetizar, puede hacerlo porque Hugo Mujica, como poeta y ensayista, escribe con el criterio de quien sabe lo que busca. Y es por efecto de esto que, aún entre quienes conozcan apenas lo más superficial de Heidegger, su libro es de gran utilidad para comprender conceptos fundamentales como la pregunta por el ser, el ser-ahí, el ente, el salto o la serenidad. Sin embargo, más allá de la erudición para clarificar estos términos, probablemente el rasgo más destacable sea el nervio poético con el que sus páginas logran moverse con libertad entre textos cuyas traducciones, ya sean al castellano rioplatense o al español ibérico, se prestan por sí mismas a un conflictivo juego de sombras chinescas.
Si quienes a lo largo de los años han traducido el alemán de Heidegger son “ángeles o demonios” es una discusión aparte que, tal vez, podría reconfigurar el sentido de los versos de Friedrich Hölderlin con los que el gran filósofo, al señalar lo que la técnica moderna realiza entre los hombres, advertía que “donde abunda el peligro también crece lo que salva”. En tal caso, Señas hacia lo abierto, frente a este conflicto entre traductores y traducciones, opta por colocar una de sus mejores anclas en el trato virtuoso con el lenguaje. En consecuencia, el elemento mismo de la palabra se elabora de tal modo que ni los peores españolismos, típicos en las traducciones heideggerianas (donde la palabra alemana Gestell, por ejemplo, se convierte en “estructura de emplazamiento”, “dispositivo” o “armazón”, o Ereignis aparece como “evento”, “acaecimiento-apropiador” o “acontecimiento”), impiden el encuentro con lo que, puede intuirse gracias a Mujica, Heidegger nombra.
Esta elaboración del lenguaje es, también en términos heideggerianos, pensar y habitar poéticamente. Y si Mujica logra equilibrar lo que se dice con un modo cuidado de decir, es porque él mismo es un poeta, atento a que la poesía es belleza, enigma y (en términos de Heidegger) destello del ser. De ahí que al analizar la cuestión del padecimiento existencial de la angustia en Ser y tiempo, por ejemplo, escriba que “una vez más es el peligro lo que salva, el dolor, y hasta el mal, el que revela, con tal de que lo reconozcamos como tal, con tal de que no naturalicemos nuestro desarraigo, no nos resignemos a nuestra enajenación, no acampemos en nuestra inhospitalidad”. Es esta disposición a convertir la curiosidad inicial del lector en una auténtica escucha lo que ubica al libro de Mujica por encima de otros semejantes, escritos por los más reconocidos especialistas del ámbito académico.
¿Por qué amplificar la voz de Martin Heidegger hoy?
Más allá de lo descriptivo, y para avanzar sobre lo que un libro como este hace en lugar de únicamente cómo lo hace, Señas hacia lo abierto es, también, la clase de lectura que obliga a una pregunta: ¿por qué sigue vigente entre nosotros la voz de Martin Heidegger y, en consecuencia, la de quienes la amplifican? La cuestión no es menor, ya que tampoco Heidegger era ingenuo respecto a los motivos por los cuales él mismo llevaba adelante y contra toda resistencia la marcha de su pensamiento (y por eso, entre otras cosas, solía repetir que quien no puede atacar al pensamiento, ataca al pensador). Por lo tanto, a riesgo de caer durante un instante en la trampa del cálculo de utilidades sobre la que advertía el alemán, ¿para qué reflexionar todavía acerca de lo que Heidegger y sus exégetas dan a pensar?
La primera respuesta está a nuestro alrededor. Y nos obliga a tratar con los conflictos que la técnica moderna, a la que podríamos identificar ya en pleno siglo XXI como “tecnología digital”, despliega como dominio sobre el mundo y sus habitantes. Hacia la mitad del siglo XX, Heidegger, anticipándose a esta cuestión mucho más que sus contemporáneos, llamó Gestell a esa “esencia de la técnica” que lo reduce todo (incluyendo a las personas) a meros objetos y usuarios. De ahí que, como demuestra Señas hacia lo abierto, una frase como “la inclinación a ser vivido por el mundo no hay quien la extirpe y el impulso a vivir no hay quien lo aniquile” adquiera, ahora y entre nosotros, una vigencia más inquietante. Porque cuando la tecnología crece hacia lo profundo, ¿será cierto que “el impulso a vivir no hay quien lo aniquile”?
Desde ya, la cuestión no debería empujar al llanto ni al fatalismo. Se trata, en cambio, de recordar una necesidad de pensar que se vuelve más apremiante. En este sentido, los obstáculos para ciertas cuestiones heideggerianas clave como la paciencia, lo magnánimo, la libertad y la serenidad, tal como Mujica las explica y las piensa, no son pocos. De hecho, cada vez son más. Y por eso la distancia angustiante entre la espera (a la que alude Heidegger) y la expectativa (en la que vivimos nosotros) es mayor. Ahora bien, esto “gigantesco”, como Heidegger llamaba a la amenaza de la “ilimitada ampliación del ente gracias a la incondicional dominabilidad”, este “peligro”, sin duda más vigente ahora que antes, se vuelve más comprensible, más consciente, gracias a este tipo de caminos.
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