El cantante y compositor madrileño C. Tangana se coló en nuestras vidas sin cantar ni afinar. Con hitazos como “Mala mujer” (2017) conquistó las tendencias mayoritarias y su nombre empezó a relacionarse con polémicas varias que trascendían lo meramente musical. Desde su presentación oficial en sociedad como C. Tangana, tanto la imagen que lo envuelve como sus intereses musicales han sufrido una evolución. La cadencia de los nuevos tiempos parece que le ha exigido revisar el rol adoptado hasta entonces, materializado en su imagen pública y artística.
Ahora, bajo el personaje de El Madrileño, que también da nombre a su último álbum (2021), revisita su recorrido para dar como resultado un trabajo de reposada madurez que deja entrever algunas grietas de nuestra actualidad.
El origen del personaje
Bajo las máscaras de todos sus seudónimos está Antón Álvarez (1990), Pucho para los amigos, un joven cuyas aspiraciones coinciden con las de la generación millennial.
El personaje creado se muestra desde el principio como un producto perfecto de su época. Rodeado de mezcolanza y nostalgia, su figura liga con la idea que promulga el neoliberalismo de que cualquiera puede alcanzar lo que desea. Así, su imaginario estético se configura a través de la apropiación de referentes clásicos que provienen de diferentes ambientes, pero todos con un carácter suburbial propio de la cultura urbana y popular. Con estas premisas se configura un alter ego que contiene todo un catálogo de lo que puede definirse como el eterno masculino.
En 2017, C. Tangana presenta Ídolo, un disco que ilustra las contradicciones que supone alcanzar el éxito en el marco de la sociedad actual. En la visualidad que acompaña este trabajo hallamos todo el repertorio de clichés que han sentado las bases de la conocida como masculinidad hegemónica.
Antes de ahondar en ello, conviene puntualizar que la construcción de la masculinidad moderna responde a un proceso histórico ligado al auge de la clase media. En este contexto, el cuerpo adquiere significados simbólicos que concretan agentes como el género o la clase social a través de la apariencia. El aspecto viril del hombre se consolida partiendo de cualidades como la heterosexualidad, la autosuficiencia económica, las conductas de riesgo y las constantes demostraciones públicas de poder.
En los videoclips que ilustran las más sonadas canciones del artista, muchos de estos clichés están presentes y se repiten como elementos recurrentes en la construcción del personaje. El cantante a menudo aparece conduciendo de forma temeraria, en estado de desazón a raíz de un desamor, ataviado con abrigos de lujo y complementos de oro, practicando sexo con mujeres, bebiendo o consumiendo otro tipo de sustancias. De hecho, el periodista Alan Queipo resumió su universo artístico con lo que denominó las tres F: “Follar, Fardar y Farlopa”. En su momento, C. Tangana se sintió identificado con el lema.
Cuando el destino del personaje parecía estar agotado y el público se acostumbró a identificar el nombre del rapero como sinónimo de polémica, machismo y cultura barata, el artista se reinventó para aparecer como El Madrileño. En su más reciente trabajo se advierte el intento por ofrecer nuevos paradigmas en torno a las masculinidades, y entre las múltiples declaraciones que acompañaron su presentación, hay una que llama especialmente la atención. Al eslogan de las tres F acuñado en 2017, ahora el artista le añadiría una más: Fregar, para empezar a limpiar todo lo que ensució.
El Madrileño (2021) es un trabajo compuesto por tantas piezas visuales como canciones en el que se reflexiona desde la contemporaneidad sobre el significado de ser hombres, entre otras cosas. De forma explícita, parece querer cuestionarse la masculinidad de corte más clásico para abrazar algunos interrogantes del mundo moderno. En concreto, es a través de dos temas incluidos en el álbum donde aparece esta idea en primer plano. Por un lado, “Nunca estoy”, canción cantada desde el punto de vista femenino. Por otro lado, “CAMBIA!”, en la que directamente se habla de cuestiones en torno a las ideas de la masculinidad, de lo que significa históricamente ser hombre y las repercusiones y limitaciones personales que acaban forjando socialmente al género masculino.
La testosterona… ¿calculada?
A pesar de hacerse patente la voluntad de deconstruir la figura del macho, es evidente que todo lo que rodea a El Madrileño sigue destilando un aroma cargado de testosterona. La más reciente polémica ha venido con “Ateo” (2021), una bachata en colaboración con la cantante argentina Nathy Peluso, cuyo videoclip, escrito y dirigido por el mismo Antón Álvarez, acontece en la Catedral de Toledo. Es precisamente uno de los frescos de la sala capitular de este lugar de culto el que inspira la obra: una bestia agarra del pelo a una mujer que parece querer escapar de ser juzgada por Dios. Dónde quedan las fronteras entre el debate colectivo moral y el espectáculo violento que ello genera es la idea que planea en este videoclip.
Lejos de la intención originaria que desarrolla el clip, todo lo que hace el artista sigue levantando un sinfín de polémicas en torno a su persona que, en cierto modo, ponen en el centro del debate social cuestiones que obligan a los feminismos a repensar los pilares clásicos para adaptarse e intervenir en el contexto neoliberal. Está claro que en la actualidad contamos con herramientas distintas para advertir el poder ideológico de las imágenes y denunciar aquellas que a nivel pedagógico hacen un flaco favor a las nuevas generaciones.
En el mundo contemporáneo, tan marcado por la disparidad, el mestizaje y la confusión, continuamente estamos asistiendo a revitalizaciones de estos conceptos clásicos sin que apenas seamos conscientes de ello. De esta manera, hombres y mujeres repiten y asimilan comportamientos que luego son trasladados a todo un universo visual, ejecutando una fórmula que funciona.
La estrategia que persigue el artista pop es encarnar en sus personajes aquello que quiere criticar para que la sociedad sea quien complete la obra. Su modus operandi parece ser el de forzar a la audiencia a repensar y debatir, casi de forma inconsciente, sobre discursos anclados en lo normativo.
A este respecto, creemos oportuno cerrar con dos cuestiones a propósito de la transición de C. Tangana a El Madrileño. Por un lado, remarcar que las imágenes son siempre una modelización de lo real, mundos imaginados que a veces simplemente parodian el espacio y tiempo en que vivimos. Por otro, apuntar que quizá uno de los caminos más efectivos de la escena artística sea visualizar el pasado de una forma tan exagerada que nos obliga a replantearlo. Así, en lugar de borrarlo, será necesario situarlo en el lugar que le corresponde para, de este modo, empezar a sanar heridas.
*Raquel Baixauli Romero es investigadora en Historia del Arte y Esther González Gea es personal investigador en formación en Historia del Arte, ambas de la Universitat de València.
Publicado originalmente en The Conversation.
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