En su último libro, Pecadora, la escritora Florencia Canale –referente del género romántico– recrea en clave de novela la historia de amor y pasión más conocida y trágica de nuestro país: la de la joven Camila O’ Gorman y el sacerdote tucumano Ladislao Gutiérrez, fusilados por orden del segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas, un suceso que ya había sido retratado en la película Camila, de María Luisa Bemberg, en los años 80.
Esta novela histórica, basada en hechos reales pero contada con el ritmo de una ficción, desmenuza la vida de la díscola y rebelde Camila, digna heredera del espíritu audaz de su abuela, la célebre Madame Périchon. La joven se enamoró de un representante de la Iglesia, el cura jesuita de su capilla, Ladislao Gutiérrez, y ambos huyeron en 1847 a Goya, Corrientes, donde cambiaron sus nombres, pero al ser descubiertos, en un escándalo de público conocimiento, el gobierno decidió la peor consecuencia por transgredir las normas: debían morir.
Después de sus anteriores novelas, La vengadora y La libertina, la escritora y periodista marplatense, que presentará su novela durante el ciclo Verano Planeta en febrero en la costa atlántica, vuelve a retratar aquí a un personaje femenino intrépido e idealista, que luchó hasta el final contra las crueles imposiciones que pretendían cercenar su libertad. Camila estaba dispuesta a morir por amor antes de confesar un arrepentimiento que no sentía.
Se trata de la novena obra publicada por Canale, quien ya ha ambientado sucesos anteriores en tiempos de Rosas; en este caso, la historia de Camila que habla de mucho más que de un trágico romance de una chica de 20 años que se rebela contra el poder. “Si bien Rosas decide el fusilamiento, yo diría que la sociedad entera lo hace. Era un territorio de violencia y Rosas era más vivo que el hambre; el tipo se dedicaba a escuchar y palpar el clima. El padre pide un castigo ejemplar, la Iglesia también. La sociedad pide sangre y Rosas ejecuta lo que él vibra a su alrededor. Un circo romano”, explica Florencia Canale en una entrevista.
En su primera novela, el bestseller Pasión y traición, Canale ya había comenzado a narrar la intimidad de hombres y mujeres célebres del pasado argentino, basada en un inmenso trabajo de investigación de la época. Así, en esta última, desmantela algunos detalles del famoso filme protagonizado por Susú Pecoraro e Imanol Arias que instaló para siempre en el inconsciente colectivo la historia trágica de este amor, como por ejemplo las últimas palabras dichas por los amantes, antes de morir fusilados, con los ojos vendados, el 14 de agosto de 1848. “¿Gutiérrez, estás ahí?”, susurró la joven de 20 años; “A tu lado, Camila”, respondió el hombre. Y se oyó la avalancha de tiros.
“Cuenta la leyenda que uno de los que fusila a Camila enloquece, porque Ladislao muere en el acto pero ella no. La pólvora del tiro empieza a incendiar su falda como una Juana de Arco criolla, y tienen que rematarla mientras ella grita, en llamas. Quemando a la bruja. El soldado que la mata, tira el arma y escapa corriendo, por esta situación tan mágica y aterradora. Es notable que si no la remataban, ella moría en llamas”, desmenuza la autora.
Para la autora, Camila y Ladislao son, de algún modo, el chivo expiatorio de una época, y la historiografía se ocupó de rescatar esta historia especialmente porque se vincula con la caída de Rosas: “La oposición usó este escándalo para voltearlo. Después de eso empieza sin cuartel un ‘hay que rajarlo’”, dice la escritora que consultó cartas, documentos y recortes de la época que dan cuenta de lo ocurrido, así como los testimonios tomados a ellos cuando son detenidos. En referencia a los archivos, existe una nota póstuma del sacerdote para Camila, a quien su amistad con la hija de Rosas no salvó de la muerte. “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la Tierra unidos, nos uniremos en el Cielo ante Dios”, dice la misiva.
—¿Cómo se relee a la luz de hoy este romance del siglo XIX tan apasionado, en el que ambos están dispuestos a morir por amor?
—Es inquietante cómo podemos repensar el amor, sobre todo en estos tiempos que se fustiga el amor romántico y se pone en cuestión qué es el amor, el amor tóxico, todas estas cuestiones que han aparecido. Hay cierta imposición de lo que debiera ser el amor que es un poquito forzada. Porque aquí no estamos hablando solo de una historia de amor, sino de pasión, y las pasiones son irreflexivas, indomesticables, son desmesura y para eso no hay final feliz. En general en mis novelas cuento las pasiones porque los amores son más livianos. Yo creo en la pasión, en la desmesura, en el deseo; toda la vida he jugado con fuego, no me interesa la corrección política. Las mujeres que me convocan y me gustan son las desafiantes, las bravas, aunque sea una bravura en las cuatro paredes de su cuarto. Ir detrás del deseo, ser una persona apasionada, tiene que ver con lo políticamente incorrecto, es incorrecto y peligroso. La serenidad no me interesa para nada. Soy feminista desde que tengo uso de razón porque defiendo derechos pero también defiendo mis deseos. El asunto amoroso es perturbador y es complejo, no es liso ni feliz. Es un dolor de panza. Lo lamento. La pasión es angustia constante y es para valientes.
—Dijiste que es imposible hablar de feminismo en esta historia. ¿Se puede hablar de proto-feminismo?
—Un poco. Es imposible hablar de feminismo porque aparece como movimiento a fines del siglo XIX. De ninguna manera podríamos pensar que Camila O’ Gorman es feminista. A ella lo que le pasó fue enamorarse de un cura –un amor prohibido– y eso la llevó a desafiar la ley, las normas, por eso uno podría pensar que es un emblema de mujer que va detrás de su deseo, que salta los obstáculos hasta que no los puede saltar más y la matan. Pero Camila no es la única, hubo muchas mujeres diferentes, incómodas, enojadas, a lo largo de la historia universal. Algunas pudieron hacer algo con eso, otras no.
—Camila es la nieta de Madame Périchon, protagonista, a su vez, de tu anterior novela, La libertina. ¿Qué tienen en común estos personajes que te atrajeron tanto?
—Son dos mujeres bastante desobedientes, desafiantes, en distintas medidas. Una mucho más provocadora y peligrosa. A una le fue muy mal y a la otra no. La de Camila me atrajo porque es la tragedia más conocida del siglo XIX, no sé si podemos equiparar una tragedia semejante a lo largo de la historia de nuestro país. Y la abuela de Camila pasó a ser conocida también aunque tiene peso propio: esta mujer francesa que llega a fines del siglo XVIII al Río de la Plata, que es espía, doble agente, que hace lo que se le canta con su cuerpo y con su mente. Y que tiene poder.
—Por su parte, Ladislao es un personaje que no responde al estereotipo del hombre de la época ¿cierto?
—Exactamente y por eso es un hombre “borrado”. La masculinidad, la hombría, en ese entonces tenía que ver con ser político, comerciante. Un sacerdote no es un hombre posible para una señorita, está vedado. Además, con una enorme cantidad de ternura y bondad, era un tipo asistencialista, no tenía nada que ver con los parámetros de la época. Yo creo que si él no hubiera sido cura ella no se hubiera fijado en él, porque ahí está metido lo prohibido, el desafío, la idea de que “ese hombre no”. Y ella tenía además el estereotipo de su abuela: los candidatos posibles no le venían bien; sí en cambio los desafíos, transgredir. También está la religiosidad de esta pareja, que a pesar de estar transgrediendo una ley primera que es que los curas no pueden enamorarse o tener acceso carnal, ellos siguen siendo religiosos. Hay algo ahí que va más allá de la razón, que tiene que ver con la locura, con salirse de lo racional.
—Efectivamente hay algo de locura en cómo se entregan a la muerte...
—Absolutamente, porque me pregunto, sabiendo que te van a fusilar ¿Cómo te entregás con esa armonía? Estás completamente loco. Le dicen a ella que pida clemencia a su amiga Manuelita, hija de Rosas, pero finalmente se niega aun sabiendo que vendrá un castigo ejemplar. Por ese amor que es criminal en la Tierra. Se donan al castigo porque para ellos su amor seguirá adelante en el Cielo, al lado de Dios.
Fuente: Télam.
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