Los modelos de lo esperado para cada género son comunicados y aprendidos desde la temprana infancia.
Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Granada analizó 621 papeles de ambos sexos en 163 series de dibujos animados. Los hallazgos muestran que las mujeres se encuentran relegadas a roles secundarios. Son las novias, madres o meras acompañantes de los protagonistas o los villanos. Rara vez desempeñan papeles protagónicos, lo que en concreto significa que son personajes que toman menos decisiones importantes, y que en los guiones sus historias tienen menor complejidad.
Para ellas resulta casi imposible eludir los estereotipos de género. De acuerdo con los investigadores, la mayoría de las mujeres animadas son consumistas, superficiales, celosas, están obsesionadas por su aspecto físico y por agradar a los demás.
Aunque la comunicación está ampliando los modelos ofrecidos en los productos culturales a niños y niñas, la fórmula dominante continúa siendo “superhéroes para los niños y princesas para las niñas”. Los superhéroes son poderosos y habitualmente utilizan sus extraordinarios dones para mejorar la sociedad. Las princesas, en cambio, son a menudo retratadas a partir de sus intereses amorosos y sus vidas familiares y privadas, más que por su voluntad de servicio público.
Las Princesas Disney
Esas imágenes estereotipadas no ayudan a ofrecer perfiles de liderazgo valiosos para las niñas. Es el caso particular de la ampliamente consumida y multimillonaria franquicia Princesas Disney. Aunque con el paso del tiempo las protagonistas han adquirido rasgos menos pasivos que los de Blancanieves o Cenicienta y entre los personajes han aparecido mujeres líderes, el mensaje en cuanto al liderazgo de las mujeres continúa alineado con los estereotipos y roles más convencionales y tradicionales.
Mulan es una valiente guerrera china respetada y seguida por su pueblo. Sin embargo, descubrimos que lo es porque engaña a todos sus seguidores disfrazándose de hombre y cortándose el cabello para liderar. El mensaje encierra la idea de que, para ser una buena lideresa, una mujer debe parecerse a, y actuar como, un varón y no ser femenina.
Pocahontas encarna otro estereotipo que además comunica un mensaje altamente moralizante: a diferencia de los hombres, las mujeres no pueden tenerlo todo y se ven obligadas a elegir entre el éxito en su labor pública y una vida romántica feliz.
Ariel, más conocida como “la Sirenita”, elige voluntariamente perder su propia voz y enmudecer a cambio de permanecer al lado de un hombre.
En Frozen: El reino del hielo, vemos a dos hermanas que no necesitan ser rescatadas por un hombre y que se salvan gracias a su mutuo amor, no por el habitual favor romántico de un príncipe.
Sin embargo, Elsa, la protagonista femenina, tiene un severo problema con sus habilidades de liderazgo. Es responsable de gobernar y tomar decisiones, pero cuando se pone nerviosa es incapaz de controlar sus emociones. No sabe ejercer el poder a pesar de sus buenas intenciones. El resultado es que congela su reino y se aísla en un mundo solitario, poniendo distancia e infranqueables barreras entre ella y sus gobernados. En otras palabras, carece de la inteligencia emocional que caracteriza todo buen liderazgo.
Lecciones aprendidas
Aun entre los personajes de la “nueva era”, las protagonistas en posiciones de liderazgo repiten y representan los más clásicos estereotipos, a saber:
- el liderazgo es masculino
- las mujeres que son buenas lideresas lo son porque imitan y se comportan como varones
- una exitosa vida pública interfiere con la vida privada de las mujeres
- a diferencia de los varones, las mujeres no tienen inteligencia emocional, sus emociones se interponen y les hacen perder toda racionalidad y su capacidad de liderazgo.
¿Estereotipos reales?
No debería sorprendernos encontrar que esos estereotipos que hemos internalizado desde la infancia sean reproducidos a diario por los medios de comunicación cuando retratan a las mujeres políticas, tal como evidencia una investigación que realicé junto a NIMD acerca de los obstáculos y estereotipos a los que ellas se enfrentan.
En todas las películas de princesas que Disney produjo entre los años 1989 y 1999, los hombres tienen tres veces más líneas de diálogo que las mujeres. Los personajes masculinos hablan el 68% del tiempo en La Sirenita, el 71% en La Bella y la Bestia, el 90% en Aladdin, el 76% en Pocahontas y el 77% en Mulan –en este caso la propia Mulan fue considerada como una mujer a pesar de que personifica a un hombre–.
¿Por qué sería negativo que las niñas consumieran y se identificaran con la cultura de las princesas cinematográficas y jugaran con los productos de esta franquicia que Disney inició en el año 2000? ¿Acaso no se trata, simplemente, de entretenimiento, ficción y actividades lúdicas?
Académicos de Brigham Young University realizaron por primera vez una investigación sobre este tema, llevando a cabo entrevistas y la observación de 198 niñas y niños que asisten a preescolar y jardín de infancia. Hallaron que cuanto más se identificaban las niñas con la “cultura de las princesas”, más se comportaban en su interacción cotidiana según los estereotipos femeninos que sugieren que lo más valioso de una mujer es ser bella, sumisa y dulce. El estudio valida empíricamente preocupaciones que desde hace tiempo se discuten en la psicología social.
No tiene nada malo que las niñas jueguen a ser princesas si también pueden hacerlo con una pelota de fútbol, con tuercas y herramientas, simular ser científicas, astronautas o comandantes de aviones. Del mismo modo, los niños pueden jugar a cuidar bebés, cambiar pañales, cocinar la cena y limpiar la casa mientras visten el traje de su superhéroe favorito.
Las imágenes de la campaña #GenderFreeChristmas (#NavidadSinGénero), producida por la cadena de supermercados francesa “System U”, evidencian que no hay juguetes para varones y mujeres, sino simplemente juguetes. El video de la campaña se inicia con entrevistas a niños y niñas de muy corta edad, que verbalizan todos los clichés que han aprendido desde que han nacido. Esos preconceptos, sin embargo, se derrumban cuando el grupo ingresa a una enorme sala repleta de juguetes.
No se trata de evitar que las niñas consuman películas de princesas, sino de proveerles de un mayor rango y variedad en la programación y en los contenidos, de hablar con ellas acerca del significado de lo que ven y, sobre todo, de asegurarnos de no reforzar en la vida cotidiana esos mensajes que hacen sentir a las niñas que son valiosas solo cuando actúan como bellas princesas.
*La autora es profesora de Comunicación Política y Opinión Pública en la Universidad de Buenos Aires
Publicado originalmente en The Conversation.
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