Parece poco y ha quedado algo lejos en el tiempo. Pero el regreso a la presencialidad como hecho consumado en museos, ferias y galerías fue clave para los amantes de la cultura en general, más allá del arte. No solo por la posibildiad de una reactivación de la industria creativa que significó, sino también por el encuentro como forma esencial de las actividades humanas.
Primero con aforos, luego con más espacios de circulación, la apertura permitió el regreso de la gente a las grandes muestras, como también a las ferias y eventos masivos. Arteba pudo festejar sus 30 años con público y buenas ventas, como también se realizó la Noche de los Museos, con una convocatorio de medio millón de personas, y regresaron BADA -la primera en volver a la Ciudad de Buenos Aires, en octubre- BAPhoto, y FACBA, la Feria de Arte Córdoba, o ArteCo, en Corrientes, y la MicroFeria de Arte Rosario. En el resto del contitente también se desarrollaron ArtBo, la Feria del Millón (Colombia); en México, Estación Material y FAIN; en Estados Unidos el Miami Art Week, con Art Basel Miami como evento principal, y océano mediante grandes eventos como Art Cologne (Alemania), FIAC y Art Paris (Francia), entre otras.
A continuación, noticias o eventos que captaron la atención mediática:
La casa de subastas Sotheby’s anunció que este año alcanzó la cifra de ventas más alta de su historia, en particular gracias a nuevos públicos y a los compradores asiáticos que permitieron alcanzar un récord de 7.300 millones de dólares, la recaudación más alta “en 277 años de existencia”.
Entre las obras que ayudaron a alcanzar la marca se encontró el autorretrato Diego y yo, de Frida Kahlo, adquirido en noviembre por casi USD 35 millones, por el empresario argentino Eduardo Costantini, marcando así un precio récord para una obra de un artista latinoamericano en subasta, cuadruplicando además el anterior máximo histórico de la propia pintora mexicana de 8 millones de dólares logrado en 2016.
La obra, de pequeñas dimensiones -30 centímetros de alto y 22,4 de ancho-, es un autorretrato en primer plano de Kahlo pintado en 1949 por la artista mexicana antes de su muerte. En la pintura se puede leer una dedicatoria a unos amigos de ella: “Para Florence y Sam con el cariño de Frida”.
La pieza, vendida por última vez hace tres décadas, simboliza la tumultuosa relación entre Kahlo y Diego Rivera, que aparece dibujado sobre la frente de la mexicana y que a su vez tiene un tercer ojo, un elemento con el que trata de representar la continua presencia de su marido en su mente. A la vez la artista expresa un gesto de sufrimiento con unas lágrima que caen por su cara, ya que fue realizada en el marco de una affaire de Rivera con la actriz María Félix.
“Diego y yo” ya había hecho historia la última vez que salió a subasta, en 1990, al venderse por 1,4 millones de dólares, lo que supuso la primera vez que se superó en una puja el millón de dólares por una obra de un artista latinoamericano.
“Frida es una de mis artistas favoritas, lo que me pasa con ella creo que también es algo que sucede universalmente. Crea mucha empatía, mucho amor. Primero por ser una mujer, por su fragilidad, el sufrimiento y cómo ella lo expresó a flor de piel. Además, tuvo la genialidad de hacer de ese sufrimiento algo mágico al crear semejante cuerpo de obra. Fue una innovadora al hacer una autobiografía a través de la imagen, a través de esa sucesión de autorretratos”, explicó Costantini a Infobae Cultura tras la histórica subasta.
“Hay un montón de liquidez en el mundo sobre todo después del tema del Covid-19. Todas esas emisiones y ayudas de los gobiernos, además del ahorro que se produjo en la pandemia, lo que está provocando es que millones de personas -que no se fueron de vacaciones, que dejaron de consumir ciertos productos porque estuvieron en sus casas-, empezaron a virar ese dinero hacia elementos digitales y artículos de lujo”, dijo Alberto Echegaray Guevara, artista, empresario jurado de la primera edición del Premio B·Arte, en diálogo con este medio sobre el Boom del NFT en 2021.
La gran explosión se produjo en marzo, cuando el diseñador estadounidense Beeple, Mike Winkelmann su nombre real, vendió por 69,3 millones de dólares su obra Everydays: The First 5,000 Days, que reunía una colección de dibujos y animaciones realizados durante 5.000 días consecutivos, a través de la casa de subastas Christie’s.
La venta de la pieza, adquirida por Vignesh “MetaKovan” Sundaresan en una puja mano a mano con el empresario cripto chino Justin Sun que tuvo una audiencia de 22 millones de espectadores de América, Europa y Asia, puso a los Tokens No Fungibles en el centro de la escena, aunque el fenómeno se venía desarrollando “puertas adentro” del metaverso, pero el evento que tuvo amplia cobertura global generó un crecimiento exponencial de plataformas y de compradores.
Más allá del debate sobre la calidad estética de los trabajos o si se trata de una burbuja, los NFT fueron rápidamente aceptados por diferentes espacios de legitimación, con la feria de Miami Art Basel a la cabeza y algunos museos buscaron estrategias alternativas para recuperar económicamente algo de lo que los cierres por pandemia les quitó.
La estatua invisible y otras historias
En mayo, el italiano Salvatore Garau vendió la “escultura inmaterial”, como la definió el autor, Yo Soy, por 15 mil euros, unos 18.300 dólares aproximadamente, a través de la casa de subastas Art-Rite.
Por supuesto, en el catálogo de la subasta la página referida a la obra o el concepto aparecía un espacio en blanco. Y de hecho, lo único físico que se vendió en sí fue el certificado de garantía que se llevó el comprador, el cual autenticaba que allí donde no se veía nada, había una obra de arte. Esta no fue la primera vez Garau montó una esculturas invisibles, ya que lo había hecho en una instalación inmaterial llamada Buda en Contemplación, que expuso en la Plaza de la Scala de Milán en febrero.
En el certificado se expecificaba que la pieza tiene unas dimensiones de unos 150 x 150 metros y, por recomendación del artista, se le debe garantizar suficiente espacio, por lo que debía colocarse en una casa particular, en una habitación especial libre de cualquier obstáculo. No obstante, no era necesario una iluminación o clima especial para su mantenimiento y exhibición.
“El buen resultado de la subasta atestigua un hecho irrefutable. El vacío no es más que un espacio lleno de energías, e incluso si lo vaciamos y no queda nada, según el principio de incertidumbre de Heisenberg, la nada tiene un peso”, dijo el artista.
El “arte invisible” tiene una larga tradición, tampoco es que Garau haya inventado nada. En 1920, más de un siglo ya, Marcel Duchamp le regaló al coleccionista de arte y crítico Walter Arensberg la obra Paris air (Aire de París), un readymade que consistía en una ampolla de vidrio con, como reza el título, aire de la capital francesa.
Más acá en el tiempo, en 2011, el actor James Franco junto a Praxis (Brainard y Delia Carey) lanzaron el Museo de Arte No Visible (MONA, por sus siglas en inglés), “compuesto íntegramente de ideas”. “Aunque las obras de arte en sí mismas no son visibles, las descripciones son legibles y abren nuestros ojos a un mundo paralelo construido de imágenes y palabras”, sostuvieron en el Manifiesto. Entre las ideas vendidas se encuentra Aire fresco, que consistía en el oxígeno que se respiraba en cualquier momento del día, por USD 10 mil, o Piedra dorada, por mil. Al igual que con la escultura invisible, un certificado asegura que el objeto existe en el mundo de las ideas.
En 2014, la sede canadiense de la CBC reveló en un programa de radio, y replicó en un artículo, que la artista estadounidense Lana Newstrom presentaba una muestra de arte invisible y los coleccionistas pagaban millones. La noticia fue replicada en muchos medios del mundo, con declaraciones de Lana y una fotografía de visitantes mirando a una pared iluminada, pero vacía. Todo era una broma, ni Lana, ni la muestra exisitó.
Volviendo al trabajo de Garau, se desconoce si en el certificado se hacía alguna referencia a la fábula El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, donde al rey se le confeccionaba una prenda que se tornaba invisible si el que la observaba era incapaz para su cargo, o algo estúpido.
La estatua invisible no fue la única obra del año en alcanzar una gran circulación en medios y redes. Hubo otros eventos que capturaron la atención por distintas razones. Aquí algunos punteos:
El danés Jens Haaning presentó Toma el dinero y corre en el Museo de Arte Contemporáneo Kunsten de Aalborg. El trabajo inicialmente consistía en dos cuadros con billetes, más de medio millón de coronas danesas (534 mil coronas), lo que equivale a unos 84 mil dólares, que debían ubicarse en una obra conceptual que reflejara los ingresos anuales de Dinamarca y Austria, respectivamente, y que debían devolverse al museo una vez terminada la exposición.
Pero el artista presentó los marcos vacíos a modo de protesta contra los bajos salarios que el museo ofrece para los artistas que colaboran con él. Ante el reclamo por parte de la institución, Haaning fue directo en su respuesta: “Si tienen un trabajo de mierda y no reciben dinero y en realidad se les pide que den dinero para poder trabajar, entonces tomen el dinero y corran”.
En 2020 murió Christo, artista búlgaro que conquistó al mundo con sus obras monumentales, y este año se presentó su obra póstuma: el empaquetado del Arco del Trinfo en París, que constó de una cobertura de 25.000 m2 de tela de polipropileno reciclable del histórico monumento, que lució con tonos azulados al sol, sujetada con 3 km de cuerdas de color rojo.
Pensado en vida junto a su pareja, la también artista Jeanne-Claude, el empaquetado costó 14 millones de euros (unos 16 millones de dólares), estuvo disponible hasta inicios de octubre, y fue pagado por la venta de dibujos y maquetas de la fundación Christo, aseguró Vladimir Yavachev, sobrino del artista, que estuvo al frente del proyecto.
Como es tradición, Banksy sobresale en titulares año tras año. Además sus clásicas apareciones sorpresivas, como el graffiti que en una cárcel del Reino Unido o los que cuatro trabajos en diferentes ciudades en simultáneo, el desconocido artista callejero donó una pieza que se subastó por casi USD 20 millones a beneficio del servicio de salud de Reino Unido y varios de sus trabajos salieron a la venta en Sotheby’s para alcanzar records.
Love is in the air, en la que se ve a un joven manifestándose con un ramo de flores, protagonizó la primera subasta en criptomonedas de la casa al ser vendida por USD 12.903.000, luego se anunció que la pieza fue transformada por sus actuales dueños –un consorcio de expertos en arte y criptomonedas– en 10.000 piezas digitales convertidas en NFT que saldrán a la venta, por separado, el próximo 10 de enero, en la plataforma Avalanche de blockchain. Además, El amor está en la papelera, que resultó de la destrucción parcial de su Niña con globo en un remate de 2018, superó los USD 25 millones, el máximo precio para el artista británico.
Pero no todas fueron buenas y jugosas noticias para Banksy, ya que la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea lo ha despojado de los derechos intelectuales sobre dos de sus obras emblemáticas: Girl with Umbrella y Radar Rat. La causa de dicha decisión es, justamente, su anonimato. Esto se suma a otro veredicto de 2020, en la que perdió los derechos de El lanzador de flores. En ambos casos sucedió porque una casa de tarjetas, Full Colour Black, utliza sus imágenes. Al parecer, si no revela su identidad podría seguir perdiendo derechos.
También en el mundo del grafitti, en marzo, una joven pareja vandalizó accidentalmente una obra de arte del estadounidense JonOne en Corea del Sur, creyendo que tenían permiso para pintarla debido a los pinceles que había delante de la pieza.
La obra sin título, de 240 cm por 700 cm, y con un valor estimado de USD 500 mil, fue realizada por el artista en 2016 frente al público en el centro comercial Lotte World de Seúl. La pintura y los pinceles han estado en el suelo delante del cuadro desde entonces y se consideran parte de la obra, aunque la pareja, evidentemente, no estaba enterada. La galería no presentó cargos, aunque colocó una valla y carteles de “No tocar”.
El arte de hacer porno
Sí, la redes sociales. Desde hace varios años ya, plataformas puritanas como Facebook, Instagram y hora TikTok se han convertido en elemento de censura para algunos cuerpos desnudos o sus representaciones, en este caso las pinturas de muchos artistas, que son dadas de baja por algún algoritmo y denuncias de usuarios.
Ante esta constante censura de obras artísticas de gran valor cultural, la Oficina de Turismo de Viena, conjuntamente con The Albertina Museum, Leopold Museum, el Museo de Historia Natural de Viena y el Museo de Historia del Arte, decidieron unirse y crearon su propio perfil en la plataforma Onlyfans, una red que permite compartir contenido para adultos y pornográfico.
“En las redes sociales, los algoritmos determinan cuánta desnudez se puede mostrar y, a menudo, censuran las obras de arte de fama mundial. Nos preguntamos cuánta desnudez podemos tolerar y quién puede determinar qué es lo que consideramos ofensivo”, dijo Norbert Kettner, director de la Oficina de Turismo de Viena.
Un ejemplo. En julio, la cuenta de TikTok del Albertina fue bloqueada temporalmente por publicar fotografías de una obra del artista japonés Nobuyoshi Araki que mostraban senos al desnudo y al parecer cualquier pezón subido a una red social es considerado pornografía, así esté dibujado en un cuadro.
En el Onlyfans de esta oficina de turismo, por ejemplo, se pueden ver, tras el pago de sólo 3 euros por el acceso durante 31 un días, obras como la Venus de Willendorf y el arte de Egon Schiele y Amedeo Modigliani.
Pero este no fue la única noticia del año que relacionó al arte con los sitios para adultos. También en julio, el sitio de contenido sexual Pornohub lanzó la campaña Classic nudes, una “guía interactiva” sobre cuadros con desnudos presentes en los museos más importantes del mundo.
La propuesta incluía reproducciones de 120 obras famosas como La Venus de Botticelli, El origen del mundo de Gustave Courbet, Odalisca morena de François Boucher y Desnudo masculino de Edgar Degas, esta última con el agregado de un video pornográfico que recreaba la idea del pintor, entre muchas más.
Además ofrecía pequeños podcast y una aplicación para ver “las escenas más calientes de la historia”, bajo el lema de que “la pornografía puede no considerarse arte, pero algunas obras de arte definitivamente pueden considerarse porno”, según se explicitaba en la página. Pero, a muchos museos y galerías la idea nos les gustó ni un poco y demandaron al sitio por “uso indebido” de sus obras maestras. Así, que el sitio bajó parte del contenido, pero no todo.
El lento regreso a casa
En el 2021 comenzó un lento, pero necesario regreso de obras expoliadas por el nazismo o el colonialismo a sus lugares de origen, proceso que aún dista de ser ideal y que posee múltiples reclamos abiertos, pero la tendencia marca un cambio de época con respecto a la mirada de ciertos espacios sobre el concepto de patrimonio cultural y derechos de origen.
En febrero, algunos museos del mundo se abrían a la posibilidad de devolver obras expoliadas. El British Museum comenzó un proceso de análisis de los objetos, y se designó a una curadora, quien en plena pandemia y de manera virtual, analizó los orígenes de miles de objetos reclamados. “El British es en realidad una colección de colecciones, ya que pocos objetos los ha comprado directamente, la mayoría son donaciones”, dijo la curadora, lo que desentraña un largo camino sobre qué piezas regesarán, sobre cuáles tienen derechos y cómo podrán comprobarlo, en caso de que sea necesario.
En ese sentido, el puntapié inicial para develar la presencia de objetos productos del saqueo colonial, lo dio Francia a través del Senado que aprobó la restitución de 27 piezas a Benín y Senegal, a partir de un compromiso del presidente Olivier Macron. Así, en octubre volvieron piezas del “Tesoro de Béhanzin”, expoliado del palacio de Abomey en 1892 durante las guerras coloniales. Por otro lado, el museo del Quai Branly-Jacques Chirac aún alberga 3000.000 objetos del África, 70 mil perteneciente a la parte Subsahariana y muchas de esas piezas fueron reclamadas por Etiopía, que exige la restitución de 3.081 objetos y por Chad, que presentó una lista de 10.000.
El objetivo es “identificar las obras que habrían sido tomadas por la violencia, sin el consentimiento de los propietarios, o como botín de guerra o por la opresión de la administración colonial”, indicó el museo a la agencia de prensa AFP. “No todos los objetos que están en las colecciones europeas han sido robados”, subrayó, pero “¿qué proporción lo fue? Nuestro objetivo es averiguarlo”.
Pero no todos se muestran tan permeables. Colombia aún espera respuesta por parte del Museo de América de Madrid, sobre la restitución del tesoro Quimbaya, integrado por 122 objetos precolombinos de oro, por solo nombrar un ejemplo. En Alemania, la cuestión del arte africano expoliado no es un tema de agenda a tal punto que a finales de 2020 se inauguró en Berlín el Humboldt Forum, un gran centro cultural en el antiguo palacio real de Berlín para albergar más de 20.000 obras de arte y otras piezas de África, Sudamérica, Asia y Oceanía. Uno de los casos polémicos lo configura el busto de Nefertiti, cuya devolución Egipto reclama desde hace años, sin éxito, pues la Fundación Patrimonio Cultural Prusiano (SPK), propietaria del busto, insiste en que la documentación avala la propiedad.
En el caso de las obras expoliadas durante el nazismo, la linea temporal es más corta y por ende de más fácil comprobación, aunque no todos los reclamos son exitosos, como tampoco existe una voluntad no judicializable en la mayoría de ellos.
El Museo de Arte de Berna, que heredó en 2014 la impresionante y controvertida colección de Cornelius Gurlitt, renunció a 38 obras robadas por los nazis o consideradas sospechosas; el Stedelijk Museum de Amsterdam perdió un juicio por la propiedad de Painting with Houses, una pintura realizada en 1909 por Wassily Kandinsky, que volvió a la familia de su propietario y eso a pesar de haber sido comprada en una subasta, pero tras haber sido robada por el ejército alemán.
El museo berlinés Alte Nationalgalerie restituyó y luego compró Une Place à la Roche-Guyon, del pintor impresionista francés Camille Pissaro, expoliado por los nazis durante la Segunda Guerra, mientras que el Museo de Arte de Filadelfia mantiene un litigio por Composición con azul, una obra valuada en 100 millones de dólares, reclamado por los familiares de Piet Mondrian.
Otros casos, lejos de regresar a sus dueños originales, alcanzaron notoriedad gracias a la denuncia de artistas, como la suiza Miriam Cahn, que no quiere que sus obras sean exhibidas en el museo Kunsthaus de Zúrich (Suiza) donde se encuentra exhibida la Colección Emile Bührle, sospechosa de contar con piezas producto del expolio nazi.
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