Hacerse preguntas y tener un espíritu inquieto son rasgos que están vinculados con la identidad lectora, o por la predisposición que ello conlleva o porque justamente es la lectura la que propicia el hacerse preguntas, el indagar, el buscar estímulos para la imaginación. Y es, en gran parte, en los libros, donde se encuentra.
Ellen Duthie es de origen británico, pero vive en España. Se formó en filosofía, y le interesa el cruce entre la literatura infantil y la práctica filosófica. Se ve cautivada por la lectura en voz alta y ha traducido a Maurice Sendak. Dice que le “gusta la literatura que da que pensar sin decir qué pensar”.
Lleva adelante los proyectos de filosofía con niños Wonder Ponder, Filosofía a la de tres y Filosofía de cuento, instancias de preguntas y reflexiones descontracturadas que, en el primer caso, se han convertido en libros sumamente atractivos para niños y niñas.
“Me interesa investigar, explorar y desarrollar modos novedosos de despertar la curiosidad filosófica y de provocar preguntas desde un enganche genuino. Me gusta despertar tanto a pequeños, como a medianos como a grandes y a ser posible, a todos a la vez para que lo compartan. Me entusiasman las posibilidades que ofrece en este sentido la imagen narrativa que desarrollamos en el proyecto de Filosofía visual para niños de Wonder Ponder”, cuenta en su página y personalmente. La motiva desarrollar modos de activar a los niños no solo como receptores de estímulos para el pensamiento sino como creadores de estímulos (literarios, visuales), sigue diciendo.
Es pura calma aun siendo pura energía en movimiento. Desde 2017 dirige, junto con Daniela Martagón y Raquel Martínez Uña, el Curso Internacional de Filosofía, Literatura, Arte e Infancia (FLAI), en colaboración con la Fundación Albarracín, en Teruel. Y continúa tejiendo mil proyectos dentro de Wonder Ponder, dando cursos, conferencias y escribiendo.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—El camino lector se hace al leer. No hay edades, ni instrucciones, ni direcciones correctas. Puede ser un camino recto y ordenado, o laberíntico y fortuito, que se entrecruza varias veces, por el que se puede dar media vuelta y volver al inicio, dispersarse en mil direcciones y recogerse de nuevo en un mismo lugar. Puede ser un camino progresivo, o por momentos gustosamente regresivo, sin que ninguno de los dos términos lleve juicio implícito.
Y el camino lector también se hace al no leer. Al dejar de un lado una determinada lectura por otra, al ir por una ruta y no por otra y, por tanto, no toparse con ciertas cosas.
El camino se hace dejándose acompañar, guiar, contagiar y recomendar, pero también se hace rechazando el acompañamiento y la guía o rebelándose contra ella. Y también se hace desde el otro lado, acompañando, seleccionando, contagiando y recomendando.
—¿Cree que un libro podría despertar el interés por leer?
—Sin duda. Y puede hacerlo tanto en contextos donde no hay apenas libros como en contextos donde hay muchos libros.
Un solo libro puede despertar el interés por leer ese mismo libro una y otra vez, y ningún otro. Lo que se ha despertado ahí es el interés por ese libro en concreto. Para que se despierte el interés por leer (asumo que la pregunta se refiere a leer otros libros distintos al libro en cuestión), habrá al menos dos libros.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?
—Desde luego. La idea de que existe una relación simple de causa-efecto entre hogar lector y niños lectores y viceversa, entre hogar no lector y niños no lectores es bastante absurda, y sin embargo parece estar en la base de muchas ideas sobre la lectura.
De un hogar sin libros puede surgir un lector ávido, rábido, rápido o lento. Y, del mismo modo, de un hogar repleto de libros puede surgir una persona en absoluto interesada por la lectura. Ambas cosas pasan, porque no hay recetas con garantía, ni tampoco hay antirecetas con línea directa al fracaso. Siempre pueden presentarse ocasiones para el asombro, la sorpresa y la curiosidad que te pueden acercar a la lectura o alejar de ella.
—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación?
—Cuando oigo la palabra “mediador” siempre me lleva al significado de mediación entre partes, como si hubiera que defender intereses, no sé si del libro o si del niño y no me queda tan claro frente a qué. Por otro lado, “animador” me lleva a demasiados aplausos y “promotor” me lleva a la lectura como transacción de compra-venta.
Entiendo que como adultos acompañantes de la infancia en su educación, una de las cosas que podemos hacer es poner al alcance de los niños y niñas con los que interactuamos en la familia, en la escuela o en cualquier otro espacio, una dieta interesante y variada de lecturas y de otros estímulos, que puedan transitar eligiendo lo que más le interesa y descartando o dejando para otro momento lo que no llame la atención. Este poner al alcance puede manifestarse de muchas maneras diferentes. Una de las maneras es literal y física. Poner, por ejemplo, una buena y variada selección de lecturas a su alcance y a su vista. Otra tiene que ver con el tiempo y el espacio, que hay que abrir para que se pueda acceder a esa selección de lecturas. Y otra más tiene que ver con compartir ese tiempo y espacio para que deje de ser algo que hacemos desde la condescendencia y se convierta en un acto social en el que todas las partes participamos: compartir lecturas en voz alta, por ejemplo, y compartir momentos de lectura individual en el mismo tiempo y espacio para vernos y construirnos como lectores en sociedad.
—¿Recuera su primer encuentro con libros?
—Sospecho que mi primer recuerdo se debe más a un relato construido a partir de una fotografía que al poder de la memoria. En una foto con mi abuela y con mi hermano (tendría yo unos dos, casi tres años), aparezco con un librito de John Burningham en la mano, que me habían traído a España desde Reino Unido. El librito se titulaba The School (La escuela), y consigue transmitir el sentido del paso del tiempo en la infancia, donde un día puede condensarse satisfactoria y plenamente en 27 palabras: ‘Cuando voy a la escuela / aprendo a leer / y a escribir / canto canciones / almuerzo / juego / hago amigos / y luego vuelvo a casa’.
Recuerdo, creo, que fue la primera vez en la que tuve una sensación de posesión de un libro. Y aún hoy, cuando lo veo en la estantería, me embarga el mismo “¡mío, mío!”.
Más tarde, El vizconde demediado, de Italo Calvino, me fascinó cuando lo leí a los once años y es posiblemente uno de los libros que más releí durante toda mi adolescencia y juventud.
En cualquier caso, no tuve que buscar para encontrar. Tuve la suerte de nacer en una casa con libros.
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