Hay en la genealogía de Borges dos fuerzas en disputa: la de los hombres de armas y la de los hombres de ideas. Él mismo, en sus cuentos y poemas, se ocupaba de ponerlo en primer plano y sus personajes se enfrentaban a una compleja urdimbre de tensiones que terminaba resolviéndose en ese conflicto. Fergus Kilpatrick, Juan Dahlmann, el gaucho que repite la muerte de Julio César: todos ellos, sin saberlo, estaban atrapados en esa trama.
Dice Daniel Balderston en El método Borges (Ampersand) que el caso se daba incluso en aquellos cuentos que parecerían salirse de esa estructura, como “Hombre de la esquina rosada” o “La forma de la espada”. Allí Borges se metía como personaje y los cuentos se convertían en una suerte de relato de aprendizaje donde el escritor adquiría la experiencia del hombre de acción.
En este modelo, uno de los textos más paradigmáticos es el “Poema conjetural”, en el que Borges imagina los pensamientos finales de Francisco Narciso de Laprida, quien fuera presidente del Congreso de Tucumán de 1816. Laprida —un antepasado lejano de Borges— había soñado con ser un hombre de sentencias, de libros y dictámenes, pero una década más tarde estaba guerreando en el lado de los unitarios. En 1829, lo vencieron las tropas montoneras del ex fraile José Aldao y fue condenado a muerte.
Borges conjetura el lamento estoico de Laprida —la resignación ante la muerte es otro tema fuerte de su obra—. Quien había anhelado con ser la voz y la razón de la nueva Nación encuentra en la barbarie de estas crueles provincias —”vencen los bárbaros, los gauchos vencen”— su destino latinoamericano.
Si esto no es una dictadura
Hace algunas semanas salió el volumen Borges: el misterio esencial, que recoge una serie de charlas que el escritor dio en las universidades de Estados Unidos entre 1976 y 1980 acompañado por Willis Barnstone. El libro se publicó en inglés en 1981 y ahora sale en español por Sudamericana, en una edición al cuidado de Martín Hadis.
El rescate que está haciendo Hadis es admirable: además de este libro, tuvo a cargo la reedición corregida y anotada de Borges profesor con las clases de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, las conferencias sobre el tango de 1965, y acaba de publicar una monumental investigación con las memorias de Leonor Acevedo, madre de Borges. En Borges: el misterio esencial, Hadis se enfrenta a la dificultad extra de retraducir a Borges al español, de reponer una voz tan presente en nuestros oídos. Y lo hace con gran solvencia.
Con todo, el libro no pasa de lo anecdótico. Las conversaciones que Borges mantiene con Jaime Alazraki, Luis Beltrán, John Coleman, Alastair Reid y otros escritores y académicos son de una erudición desbordante, pero casi no aportan novedades ni a la obra ni a su persona. Por entonces, Borges había cumplido 80 años y, como señala irónicamente Alan Pauls en El factor Borges, estaba revestido de una imagen de prócer cultural. Sus interlocutores le hablan con un tono reverencial —quizá el único que lo desafía un poco es Reid— y Borges se deja llevar por el antojo de sus pensamientos. Pero se repite mucho, y repite —casi textualmente— lo que había publicado en varios ensayos relativamente recientes para la época, como las ideas sobre Edgar Allan Poe en “El cuento policial”. Hablan de clásicos y de filosofía, de la literatura y de la función del escritor, hablan de lecturas, hablan mucho de poesía. Borges muestra su proverbial memoria citando a Dickinson, Wilde, Shaw, Whitman, Chaucer.
Lo que llama la atención, sin embargo, es la ausencia de menciones a la situación política de la Argentina. Borges no tenía por qué hablar de la dictadura militar, pero es notable que nadie —ni los entrevistadores ni la audiencia— hiciera una referencia, por mínima que fuera, a Videla, al terrorismo de Estado, a los desaparecidos. Un silencio que es todavía más escandaloso porque sí hay referencias a Perón y al famoso affair de la designación de Borges como inspector de aves de corral en 1946.
Malos tiempos en que vivir
La historia es conocida. Borges identificaba tan claramente a Perón con Hitler y Mussolini, que entendía el antiperonismo como un imperativo categórico. “Un gran número de argentinos se está haciendo nazi sin darse cuenta”, escribió en un diario de Montevideo después del 17 de octubre del 45. Durante la carrera presidencial firmó solicitadas y apoyó públicamente a la fórmula Tamborini-Mosca de la Unión Democrática —una alianza en la que convergía todo el arco político contrario a Perón—, que fue derrotada en las elecciones de febrero del 46.
Con el cambio de gobierno se relevaron todas las autoridades. Francisco Luis Bernárdez, que le había conseguido un puesto en la Biblioteca Miguel Cané, dejó su cargo y el nuevo director hizo una purga. Una tarde, Borges fue citado a una oficina administrativa donde se le informó que su trabajo ya no era requerido y, por lo tanto, iban a transferirlo. La leyenda —que paradójicamente surgió en la revista peronista Democracia— decía que lo iban a destinar al mercado de la Avenida Córdoba. Era un chiste perverso: al hombre le faltan huevos, que vaya a controlar las gallinas.
Borges nunca aclaró del todo a dónde lo iban a destinar y fue bastante impreciso en las razones del traslado, aunque estaba claro que era un castigo. “Usted se opuso al General”, dijo entonces que le había dicho el burócrata. En Borges: el misterio esencial contó otra versión: lo habían condenado, dijo, por apoyar a los aliados.
Las dos dictaduras
Marzo de 1980, Universidad de Indiana. Los organizadores del encuentro leen una selección de poemas de Borges y él hace un breve comentario sobre cada uno. Leen “La vida entera”, “El remordimiento”, “El mar”, “G. A. Bürger”. Leen también “El poema conjetural” y Borges dice: “Sentí que yo estaba expresando lo que todos sentíamos, porque en nuestro país había sobrevenido la dictadura, y nosotros todavía creíamos ser París o Madrid, pero la realidad es que éramos sudamericanos y en la Argentina había un dictador”.
Sorprende la liviandad con la que los asistentes reciben la frase. Sorprende por el eurocentrismo manifiesto, siendo que Borges había hecho tanto por las culturas periféricas —en especial, desde “El escritor argentino y la tradición”—. Sorprende porque en la Argentina de 1980 sí había un dictador que tenía sistemáticas denuncias sobre violaciones a los derechos humanos. Y sorprende por el error histórico —que, significativamente, tampoco merece una nota al pie aclaratoria por parte de Hadis—. Para poner en contexto, según Borges en la Argentina hubo sólo dos dictadores: Rosas y Perón. Afirmar, entonces, que “El poema conjetural”, publicado en 1943, fue escrito en dictadura anticipa en tres años la presidencia democrática de Perón, a la vez que plantea al poema como una forma de resistencia y como la demostración de una sociedad asfixiada bajo el peso del totalitarismo.
Parece más honesta la lectura de María Esther Vázquez, que, en Borges, esplendor y derrota escribió que el poema resultó “profético en cuanto a la conducta que asumiría el posterior régimen fascista encarnado en la figura de Juan Domingo Perón” y que denunciaba “un pasado que —Borges no podía imaginarlo— sería una forma de futuro”.
Barrilete anacrónico de qué gobierno viniste
Octubre de 2021. Amazon presenta en su señal de streaming la serie Sueño bendito, sobre la vida de Diego Armando Maradona. No debe haber nada más difícil que contar la vida de Maradona, el hombre que, parafraseando el título del libro de Leandro Zanoni, desde siempre vivió en los medios. Es una dificultad compartida tanto por los hacedores como por el público: para unos, el desafío es mantener la atención con un relato compuesto por sucesos conocidos hasta la náusea; para los otros, evitar la confrontación de la ficción con la realidad.
Hay, sin embargo, una anacronía evidente en el primer capítulo que pone a toda la trama bajo sospecha: en el universo cinemático de Maradona. Perón muere cinco años antes, en 1969. El director de la serie dijo que habían elegido “desordenar la historia” en el intento de mostrar que la vida del niño prodigio corría demasiado rápido. Lo cierto es que matar a Perón tanto tiempo antes evita cualquier debate sobre su responsabilidad en la creación de la Triple A y el aparato represor. Y no solo eso.
Un par de escenas después, un Maradona adolescente y su padre vuelven a casa en colectivo. Es de noche, hablan de la doctrina peronista y de la opción por los pobres. El viaje se interrumpe por un retén del ejército que hace bajar a todos los pasajeros. Dieguito, entonces, sin prestar atención al temor del padre, se planta ante los militares y defiende a un extraño de pelo largo. Es este hecho —y no uno que tenga que ver con el fútbol— el que lo hace cruzar el umbral: asoma el justiciero, el héroe mítico que va a enfrentarse a los poderosos. Pero este poder todavía debería haber respondido al gobierno de Perón y no al de Videla.
La muerte de Perón altera la historia y borronea las contradicciones políticas tanto del propio Perón y como de Diego Maradona —quien, por elevación, se vuelve una suerte de precursor del kirchnerismo—, y libra a quien mira la serie de sentirse interpelado por la dictadura.
“Sentí que yo estaba expresando lo que todos sentíamos”, había dicho Borges en 1980. Cuarenta años después, una serie de televisión imaginó que Maradona actuaba como debieron haber actuado todos. En ambos casos, Perón —la operación que se hace sobre la figura Perón— impone un todos acrítico y homogéneo. Faltó Fogwill, para que les hiciera notar “la larga risa de todos estos años”.
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