A catorce años de un glorioso regreso —con el cómico Diego Capusotto como número de apertura incluido— y a más de dos décadas del “Gracias Totales” que puso fin a su historia formal en 1997, Soda Stereo, la banda de rock más popular de la historia en América latina capaz de combinar sofisticación artística y convocatoria popular como nadie, reincide. Es decir, sábado y domingo en el Campo Argentino de Polo de Buenos Aires reinicia la gira que presenta a los dos tercios de la banda —la base Alberti-Bosio más varios músicos invitados, uno de los hijos de Bosio, entre ellos— y a un seleccionado de cantantes invitados. La lista es larga y bien provista: Rubén Albarrán, Benito Cerati, Richard Coleman, Adrián Dárgelos, Andrea Echeverri, Álvaro Henríquez, Juanes, Mon Laferte, León Larregui, Robi Draco Rosa, Fernando Ruiz Díaz, Gustavo Santaolalla, Julieta Venegas y Walas, de manera presencial o virtual, toman el mando vocal. El popular músico inglés Chris Martin, líder de Coldplay, es la frutilla sobre el postre de este desfile de estrellas.
El tour había iniciado en Bogotá en marzo de 2020 y apenas pudo cumplir con algunas fechas más —Lima, Guadalajara, Ciudad de México— antes de suspender por razones de público conocimiento. Ahora reinicia en Buenos Aires, que inicialmente iba a ser sede del cierre, y seguirá en 2022 por Altos de Chavón (República Dominicana) el 12 de febrero, Miami el 27 de febrero, Los Angeles el 3 de marzo, Ciudad de México el 9 de marzo, Asunción (Paraguay) el 2 de abril y Santiago de Chile el 10 de abril. Según el anuncio de la producción de esta gira continental, restan reprogramar shows en Tijuana y Ciudad de Panamá. Habrá “más novedades”, tal como promete la web oficial del tour.
El espectáculo “Sep7imo Día” de la compañía canadiense Cirque du Soleil que recorrió América latina durante 2017 fue, de alguna manera, el antecedente directo de estos shows. Revivió la potencia de las canciones que Cerati escribió y cantó, e incluso lo acercó a una nueva generación de oyentes. En Argentina, a través de una larga serie de funciones en el Luna Park, reavivó el amor que marcó a millones de argentinos y argentinas en más de dos décadas. Después de todo eso, el bajista Bosio y el baterista Alberti idearon este ambicioso espectáculo que sucede en las actuales circunstancias. Es el primer recital pago masivo que se realiza en Buenos Aires desde marzo de 2020 (el recital por los 200 años de la UBA fue masivo, pero gratuito), justo en el fin de la semana en que el aumento de casos de COVID-19 vuelve a encender ciertas alarmas sanitarias.
Hitos artísticos
La obra de Soda Stereo, compuesta por siete discos de estudio con canciones originales, moldeó varios de los paradigmas culturales y artísticos de la Argentina en libertad, a partir de 1983. El primer disco, homónimo, apareció en agosto de 1984, en la previa de una primavera-verano muy especial de la historia argentina. Cuando el optimismo alfonsinista parecía cubrirlo todo. Los tres jóvenes estudiantes publicitarios que vestían a la moda y lucían llamativos peinados (los benditos “raros peinados nuevos” que describió Charly García), que presentaron a la prensa su primer disco en un local de comidas rápidas porteñas —de la por entonces monopólica cadena Pumper Nic— y que armaron una puesta escenográfica con televisores encendidos pero desconectados de toda imagen en el Teatro Ópera, habían interpretado perfectamente el clima de época.
Eran los 80 y comenzaba a hablarse de posmodernismo como concepto definitorio de un momento de la historia. Aquel disco debut tenía canciones pegadizas y bailables, con títulos tales como “Sobredosis de T.V.”, “Te hacen falta vitaminas”, “Tele Ka” y “Dietético”, todo un síntoma cultural del momento. A esta altura del relato, hace falta mencionar que el grupo se había formado en las aulas de la carrera de publicidad de la Universidad de El Salvador. No extraña entonces que las letras de Cerati se ocupa de temáticas por el estilo, en las que el culto al cuerpo, el poder de la imagen y la alienación urbana (el “misil en mi placard” de otro de los hits de ese disco hablaba claro, de la reciente guerra de Malvinas) tenían su protagonismo. Eran, además, líricas irónicas, muchas veces mordaces, que jugaban todo el tiempo un juego de espejos con la frivolidad (que no era tal).
Así habría de suceder con la impecable seguidilla de discos, Nada personal (1985) y Signos (1986), en los que progresivamente se fue oscureciendo la cosmovisión. Emergen el consumo de cocaína, la paranoia que es una las consecuencias directas del consumo de esa sustancia, la alienación, la soledad y cierta sensación de desconsuelo propio de la vida moderna en una gran ciudad. Seguía el culto por la imagen (“busco calor en esa imagen de video” dice el hit “Nada personal”) y definitivamente queda reflejado el estado de ensimismamiento hedonista que es marca registrada de la posmodernidad. En ese contexto emergen varios de los más grandes hits de la banda en su historia y que habrían de ser su pasaporte a la “sodamanía” que los convirtió en una suerte de Beatles latinos en sus largas giras por el continente.
Algo de todo eso flotaba en el siguiente disco “Doble vida” (1988), ya grabado en condiciones acordes a su estatus de superestrellas continentales —en Nueva York y con un productor estrella que tocaba con David Bowie, nada menos. Aquel disco en exceso trabajado en estudio y que visto en perspectiva no fue de los más inspirados, contenía sin embargo una de las canciones que habría de pasar a la historia grande de la banda. “En la ciudad de la furia”, con su letra y videoclip inspirado en la estética propia de la película Las alas del deseo de Wim Wenders y el sencillo texto que lo introducía (”Buenos Aires, mayo de 1989″), no pudo ser más que definitorio del tiempo de los saqueos y la hiperinflación que terminaría con el gobierno de Raúl Alfonsin. El mensaje era claro: Buenos Aires era la ciudad de la furia. Y todavía se utiliza la expresión para definirla cada vez que sucede cierta cíclica crisis social.
Los últimos tres discos, grabados en distintos tiempos internos, tuvieron lo suyo. Canción animal (1990) sumaba una cantidad envidiable de grandes canciones y el super hit “De música ligera” —que sería el disparador de la famosa ocurrencia del “gracias totales” que inmortalizó Cerati en 1997—, además de haber significado el disparador del movimiento de masas más grande que haya generado Soda Stereo en su trayectoria artística. El show gratuito de diciembre de 1991 en la avenida 9 de Julio, con una asistencia estimada de 250 mil personas, permanece como un hito en la convocatoria popular de la que ¿fue? capaz el rock argentino.
Dynamo, publicado a fines de 1992, fue en varios sentidos un salto al vacío estético, sonoro y poético para el grupo. Jugueteaba con nuevos sonidos, propios de la tendencia mundial dominante, y también fue una especie de huida hacia adelante de un grupo humano que ya mostraba síntomas de cansancio mutuo y otras tensiones internas. Luego de la correspondiente gira, hubo una pausa de dos años en los que Cerati publicó su primer disco solista y pasó una temporada en Santiago de Chile, más cerca de los sótanos de música electrónica que de los coros multitudinarios. El regreso del grupo ocurrió con Sueño Stereo (1994), un disco en el que echaron mano de un estilo clásico de letra y música (“marca Soda Stereo”), con canciones inspiradas pero sin el pulso vital de otros tiempos. Se acercaba el final.
Todo lo que vino en adelante —el disco desenchufado grabado para la cadena MTV con notables arreglos para sus clásicos, la gira despedida del 97, la gira del regreso “por una única vez” de 2007— completa el cuadro de una banda que gozaba de su estatus de clásico del rock latino de todos los tiempos, una maquinaria empresarial que en cada caso se puso en marcha. La inesperada y dolorosa crisis de salud de Gustavo Cerati, uno de los músicos de habla hispana más carismáticos y talentosos de todos los tiempos, su larga agonía luego del ACV en Caracas en 2011, concluyó una era. Pero no acalló la música.
Las cinco mejores canciones de Soda Stereo
“Signos” (de Signos, 1986). La sucesión de imágenes oscuras, plenas de romanticismo trágico -propias de la época del rock oscuro de los 80- por sobre una delicada base instrumental que lideran el piano y la guitarra acústica, dan como resultado una de las más inspiradas canciones que haya compuesto e interpretado Gustavo Cerati. La imagen poética que propone la frase “mi parte insegura bajo una luna hostil” vale por toda la letra.
“De música ligera” (de Canción animal, 1990). Aquí está la cumbre de la popularidad en canción alguna que haya grabado Soda Stereo. Hay una combinación fatal entre el riff que da comienzo a la canción y el irresistible estribillo que la corona. Y a la vez simboliza el doble estándar de sofisticado y masivo que tuvo el trío a lo largo de su historia. Un verdadero himno del rock latino para todos los tiempos.
“Té para tres” (versión Unplugged Comfort y música para volar-MTV Unplugged, 1996). Magistral interpretación de una canción tan triste como bella. Es la descripción de una situación familiar íntima: el momento en que Cerati se sienta a tomar un té con su madre y su hermana, justo luego de la muerte de su padre. El austero arreglo de cuerdas y la inserción del riff de “Cementerio Club” de Spinetta como cita-homenaje, potencian su efecto melancólico. Y la frase “no hay nada mejor que casa”, como soberbio remate.
“En la ciudad de la furia” (de Doble Vida, 1988). El título ya lo dice todo si se piensa en la ciudad en tiempos de crisis económica: “Buenos Aires se ve tan susceptible”, describe con certeza. Pero hay más. El “hombre alado” de tinte wenderiano es una de las potentes imágenes que, otra vez, revelan ese romanticismo trágico que tan bien le calzaba a la poética de Cerati. La sucesión de los “me veras” (caer, volar, volver) potencia el efecto dramático de la historia. La canción es de pura sangre sodastereo: bella, intrigante, narcótica.
“Primavera Cero” (de Dynamo, 1992). Además de contener otro de los inspirados títulos-slogan que solía escribir Cerati, agrupa imágenes fragmentadas que se presumen instantáneas de un estado de incertidumbre emocional (“temblando frágil en la multitud”). Y desemboca en la confesión “la verdad es que nadie vive sin amor”. Pero su poder reside, sobre todo, en el estruendoso riff de guitarra que inicia el tema y explota en una suerte de puente-estribillo con el suficiente grado de rareza para terminar convirtiéndose en un clásico, cortesía de la casa. Ruidosa y melódica, contagiante.
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