Durante mucho tiempo se asoció la mediación lectora con la escuela y la didáctica, lo cual tiene un fuerte asidero con la realidad, sin embargo no es la única manera en la que se puede vincular a las infancias con la lectura. Desde la más tierna infancia, de manera amorosa y aun sin intención, se puede conectar con la literatura y la poesía.
Liliana Cinetto nació en Buenos Aires y es profesora de Enseñanza Primaria, profesora de Letras, escritora y narradora. Creadora de personajes como Diminuto, Lobi, el monstruo Felisardo, Tonio y Tux, es autora de más de ciento cincuenta libros para chicos, publicados en importantes editoriales del país y de Brasil, Chile, España, Inglaterra, México, Colombia, Bolivia, Grecia y Francia.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha recibido importantes premios, como el Alfonso Grosso, de Sevilla por La vida es cuento, su primer libro para adultos. Como narradora, ha contado historias en Argentina y ha representado al país en festivales de Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, España, Portugal, República Dominicana y México. Integró la Comisión Organizadora del Primero, Segundo y Tercer Encuentro Latinoamericano de Narración Oral “Cuenteros y cuentacuentos: de lo espontáneo a lo profesional”; fue directora artística del I y II Festival de Narración Oral de Argentina, que se desarrolló en la Biblioteca Nacional y en el Teatro Nacional Cervantes y formó parte del Plan Nacional de Lectura, organizado por el Ministerio de Educación de la Argentina.
Entre otras menciones, recibió como narradora el Premio Alicia 97, que le otorgó la Fundación Reconocimiento a una actitud en la vida, inspirada en la trayectoria de Alicia Moreau de Justo, el Premio Pregonero en 2009, otorgado por la Fundación El Libro y el Premio Hormiguita viajera en la categoría Maestra Nacional de Literatura infantil y juvenil, otorgado por la Biblioteca Popular Madre Teresa.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—Dice Cervantes en El Quijote que él era aficionado a leer aunque fueran los papeles rotos de las calles. Creo que la cita ilustra que la identidad lectora se construye a través del contacto con múltiples tipos de texto, a lo largo de un camino que comienza desde que nacemos, o antes incluso, desde la panza, en el momento en que alguien que nos quiere nos duerme con una nana o canción de cuna, en la mayoría de los casos proveniente de la tradición oral. La relación de los niños con la literatura comienza allí, en el preciso instante en que las nanas los acunan, cuando las palabras todavía sin significado concreto son solo sonidos, melodía, arrullo… y por eso mismo deleitan, acarician, calman…. De la mano de esas nanas, a las que se suman canciones, juegos de palabras, retahílas, rondas… que los niños de todo el mundo y de todos los tiempos han escuchado o deberían escuchar, se abre la puerta de entrada a la literatura. Por un lado porque en esa poesía de tradición oral está la literatura en estado más puro y en carne viva, y por otro porque es, en este momento, cuando los niños entablan una relación afectiva con las palabras al escucharlas enredadas en una voz cálida y amorosa que les da abrigo, tibieza, refugio, alimento… Y es la razón por la que los niños empiezan a amar y disfrutan la poesía aunque no la entienden, como tampoco entienden ese mundo al que han llegado después de abandonar el cálido refugio del vientre materno, ese mundo que les resulta por momentos hostil y que empiezan a descubrir a través de olores, sabores, sombras, texturas, sonidos… La aman y la disfrutan porque cuando sienten frío o hambre o dolor o miedo, la poesía los acuna, les canta, los encanta y se transforma en bálsamo y caricia. Así, esas palabras que son puro arrullo, puro sonido, puro mimo se vuelven reparadoras y mágicas, como era en un principio, cuando los seres humanos las crearon y les atribuyeron poderes.
Las nanas o canciones de cuna son el primer contacto que los niños tienen con la literatura ,y detrás de ella llegan (o deberían llegar) las canciones, los juegos de palabras, las retahílas, las rondas, los trabalenguas, las adivinanzas, las suertes y todo el repertorio de la poesía de la tradición oral con la que el niño entabla ese vínculo inicial y único, porque está teñido de afecto, ya que le llega a través de seres queridos y porque está asociado al juego, al placer, a la diversión, a la risa, al amor…. Por eso, al reencontrarnos con ella a lo largo de la existencia va a despertar nuestra memoria emotiva y va a evocar consciente o inconscientemente momentos que nos fueron gratos, desde las primeras e indefinidas sensaciones en los brazos de mamá hasta la hora del recreo en el patio de la escuela. Eso, claro, si tuvimos la suerte de que impregnara con su magia nuestra infancia y dejara huellas indelebles en el alma.
Es por ellas que descubriremos a Caperucita y le tendremos miedo al lobo y es gracias a ellas que sabremos dónde viven los monstruos. Es por ellas que aplaudiéremos para demostrar que creemos en las hadas y que lloraremos algún día con el trágico amor de Romeo y Julieta. Es por ellas que sabremos que volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar y que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son. Porque las poesías populares abren para el niño las puertas de la literatura y lo invitan a entrar a un mundo de fantasía donde todo es posible y donde lo esperan más poesías, escritas, eso sí, con nombre y apellido, historias tradicionales y de autor, novelas, historietas, libros...
Porque esto es solo el comienzo, el punto de partida, el primer paso… A esa relación primera con la literatura hay que fortalecerla después con libros. Y de la mano de las poesías de tradición oral deben llegar al ladito las de autor, y enseguidita los cuentos, los tradicionales y los literarios, breves al principio porque las orejas son chicas y se cansan, más largos cuando uno aprende a escuchar hasta que ya puede leer solo en un largo camino para construirse como lector, entendiendo que el lector es el que elige leer.
—¿Cree que un libro podría despertar el interés por leer?
—Absolutamente. El libro adecuado, ese y no otro. Porque el interés existe naturalmente en los niños. Y si se queda dormido es porque no han tenido adultos mediadores para mantenerlo despierto o porque no han sabido acercarles buena literatura. En mi caso, recuerdo infinitas ocasiones en las que me comentaron que mi novela Cuidado con el perro logró que chicos que no querían leer se volvieran superlectores.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?
—Aunque lo ideal es que el niño se críe en un entorno lector, con una familia que lea y valore la lectura, no siempre sucede. Sin embargo, hay otros mediadores de lectura que pueden acompañarlo en ese camino para que se convierta en un ávido lector. De hecho, no es cierto que los chicos no quieran leer. Son los adultos los que no están leyendo cautivados por las pantallas de celulares, tablets y computadoras. No existe un solo niño en el mundo que se resista a que le contemos o leamos una historia.
—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación?
—Un mediador de lectura es toda persona que actúa como un puente entre un niño y los libros. Y es fundamental cuando hablamos de literatura infantil y juvenil. Los niños y jóvenes no tienen acceso a los libros sin un adulto que los acompañe, los guíe, los acerque. El mediador de lectura no está necesariamente ligado a la educación. Puede (o debería ser) en primer lugar la familia. Si la familia está ausente, serán los docentes en la escuela, claro, los que deberán asumir ese rol. Pero también son mediadores los bibliotecarios, los narradores, los libreros… Cualquier persona que sepa que la vida y la infancia son mejores con libros porque los libros nos hacen libres.
—¿Recuerda su primer encuentro con libros?
—Por supuesto. Fue en la casa donde nací, en el barrio de Boedo, que tenía una gran biblioteca, una habitación enorme llena de libros que era mi lugar preferido para jugar y leer. En el quieto silencio de las siestas, todo desaparecía y yo me sumergía en un mundo donde todo era posible. Así descubrí la colección Robin Hood, de tapas amarillas, los veintitantos libros de Monteiro Lobato, con la inolvidable Naricita, o los álbumes con grandes ilustraciones donde se mezclaban Las mil y una noches con Heidi y El soldadito de plomo con Blancanieves. Me volví adicta a la lectura. No podía dejar de leer. Y nada escapaba a mi voracidad. Y aunque me compraban nuevos libros todos los meses me encantaba explorar los otros estantes de la biblioteca y descubrir maravillas.
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