El Columpio (1767), una de las pocas obras fechadas de las más de 500 que produjo Jean-Honoré Fragonard (1732-1806), se convirtió en un ícono del movimiento Rococó por su refinamiento y sensualidad. Esta obra maestra de colores pastel, de 81 por 65 centímetros, es protagonizada por una coqueta joven que se balancea en un columpio entre dos hombres, en medio de un jardín verde y suntuoso. La composición puede parecer una escena de amor a primera vista; sin embargo, observada a través del cristal del simbolismo que entraña, se adquiere una nueva perspectiva sobre la provocación que implica.
Fragonard fue un prolífico artista cuyas exitosas obras se caracterizaron por representar la alegría y un espíritu hedonista. Así, tras haber sido declinado por muchos pintores, el pedido del barón Louis-Guillaume Baillet de Saint-Julien fue aceptado por Fragonard: el barón quería un retrato de su amante y pidió específicamente que la protagonista fuera empujada en un columpio por un obispo mientras él (el barón) miraba por debajo de su vestido.
La representación de escenas sensuales e indulgentes fue la especialidad por la que este artista fue elogiado –algunos años antes, entre 1750 y 1755, había pintado El balancín, una escena pastoral en la que una joven se balancea en un columpio sencillo frente a un muchacho luego de haber compartido una comida en el bosque–, pero en la obra de 1767 introdujo una modificación al pedido original: cambió la figura de un obispo por otra más aceptada, la de un marido engañado. Así y todo, es evidente que Fragonard no tuvo reparos en cumplir con el encargo del barón; la pintura desborda un júbilo y un éxtasis incomparables. La protagonista, ataviada con un pomposo vestido rosa, se balancea con aire despreocupado en un elegante columpio de almohadones rojos a través del follaje y hace volar su zapatilla por los aires, dejando que el caballero recostado a sus pies mire por debajo de su falda.
Pero veamos un poco qué simbolizaban a fines del siglo XVIII los elementos presentes en esta composición. En ese entonces, los columpios eran considerados un símbolo de infidelidad, una idea que tal vez emocionara al barón. Y la joven, que deliberadamente patea su zapatilla y deja que su admirador vea sus piernas, está iniciando abiertamente un coqueteo con el hombre de abajo. La zapatilla rosa incluso vuela en dirección a una estatua de mármol alada que se parece mucho a Cupido, el dios romano del amor y el deseo. El amante muestra una expresión de arrebato, como si hubiese recibido una revelación, en este caso puramente terrenal. La muchacha le corresponde mirándolo fijamente.
Otro símbolo a tener en cuenta en El columpio es el pequeño perro que se encuentra en primer plano a la derecha. El perro, que es tradicionalmente un motivo de fidelidad, ladra en dirección a la dama coqueta para advertir a su dueño, pero el viejo marido no lo oye. Un detalle técnico que ayuda a definir la situación de cada uno de los hombres es que el marido está en las sombras y el amante mucho más iluminado. Además, las dos estatuas miran hacia Cupido, quien levanta un dedo a sus labios para silenciarlos mientras el juego amoroso sigue su curso.
El instante que retrata la obra es el momento del máximo balanceo del columpio, que enseguida volverá hacia atrás, hacia el hombre de mayor edad, representando así un segundo de arrebatamiento erótico, “tan voluptuoso y frágil como el Rococó mismo”, en palabras de la historiadora alemana Eva Gesine Baur.
El adulterio fue una transgresión muy criticada por la clase trabajadora de la época, que veía cómo se deterioraba la moralidad a medida que se ascendía en la estructura jerárquica. Era muy común que en las clases más altas los maridos o las esposas tuvieran relaciones sentimentales por fuera del matrimonio, debido a la cantidad de bodas por interés que se concertaban para seguir manteniendo el linaje de las familias nobles y concentrar poder y riqueza. No era raro, entonces, que las mujeres también quisieran gozar de su sexualidad separadas del marido.
Jean-Honoré Fragonard pintó por esos días Los amantes felices (1760-1765) y El encuentro secreto (1771), obras en las que también representa encuentros clandestinos entre dos amantes.
La aparente escena de campo de El columpio se destaca porque la joven no es inocente y él no está proclamando su amor sino mirando debajo de su vestido. Este cuadro supone una reacción por parte del barón contra los que criticaban la relación entre él y su amante. Así, esta obra del Rococó enmascara con los colores pastel, asociados a la inocencia y a la belleza inmaculada, unos gustos refinados que esconden una verdad un poco más turbia.
El columpio integra, junto con otras joyas del arte entre las que se destacan óleos desde el siglo XIV hasta finales del XIX de artistas como Tiziano, Velázquez, Rubens y Van Dyck, la Colección Wallace, una de las principales de Europa, en la ciudad de Londres. Allí los visitantes pueden encontrar también armas y armaduras principescas y magníficos objetos medievales y renacentistas, como el esmalte de Limoges, mayólica, vidrio y bronces.
Debido a su frivolidad y desenfadado romance, la pintura sigue siendo una de las favoritas del público e incluso se ha vuelto parte de la cultura pop y de la moda. Quizás el ejemplo más notable sea el del diseñador Manolo Blahnik, que ideó un par de zapatos inspirados en El columpio para la película Marie Antoinette de Sofia Coppola.
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