Carla Maliandi nació en 1976 en Venezuela, pero es argentina. Escritora, dramaturga, directora de teatro y docente. Estrenó siete obras teatrales y participó en festivales nacionales e internacionales. Su primera novela, La habitación alemana, fue publicada por Mardulce en 2017 y resultó una de las grandes sorpresas literarias para la crítica -por su excepcionalidad en el estilo y el tratamiento de los temas, además de por el uso de una lengua dura, precisa y elegante- y también para los lectores. Se trata de la historia de una joven argentina que viaja a Alemania -donde había vivido de chica, durante el exilio de sus padres- luego de un fracaso sentimental. Allí vive en una residencia de estudiantes en la que se cruza con diferentes personajes, muchos de ellos inolvidables, y donde también debe enfrentarse a un embarazo no buscado y otras instancias de corte existencial. El libro circuló boca a boca y fue traducido a varias lenguas.
Literatura Random House acaba de publicar La estirpe, la esperada nueva novela de Maliandi, que sostiene y hace crecer los elogios ganados con su primera ficción. Esta vez, la protagonista es Ana, una académica y escritora, casada y madre de un niño, que pierde la memoria en un accidente ridículo durante la fiesta de su cumpleaños número 40. Nadie entiende por qué ya no reconoce a nadie ni sabe quién es, ni los médicos ni la familia. Ana pierde la memoria y pierde también su lengua, aunque comienza a hablar en otra lengua y, más aún, a recuperar recuerdos que no son propios. O sí.
— ¿Cómo surge la idea de La estirpe? ¿Primero fue la imagen, la gran imagen del comienzo de la novela o la historia?
— Creo que fue una mezcla. Por un lado tenía la idea de recuperar una historia familiar que es la historia que se cuenta de este músico que va a la campaña del Chaco, que pertenece a una historia familiar real, y es algo que pienso desde la adolescencia: cómo contaría esa historia de este músico que viene de Italia, lo meten en el ejército y termina participando en estas campañas de exterminio.
— En una masacre, claro.
— En una masacre pero como músico, aparte, ¿no? Cosa rarísima porque uno siempre piensa en los militares pero detrás de esos soldados había unos músicos que aparecían con los redoblantes, los trombones, me alucinaba pensar en eso. Y, por otro lado, siempre me sentí bastante incapaz de contar esa historia porque me parece que tiene cosas muy paradojales; interviene mucho mi propia opinión y no es como yo me siento cómoda escribiendo. Y esa misma incapacidad de escribir la historia se convirtió también en otra historia, en otra imagen, en otro mundo, que es la de esta narradora que no puede contar. Que ya no tiene lenguaje para hablar de eso, ni para hablar de nada. La verdad es que no me acuerdo cómo se fue dando, pero empezaron a mezclarse estas cosas, alguien que tenía un accidente, muy pavote, y que a partir de eso sufría una especie de pérdida de memoria, pérdida del lenguaje, empezaba a sentirse extrañada no sólo con la gente de su familia, con sus amigos, a quienes no reconocía, sino con las propias palabras de su idioma, empezaba a no entenderlas. Y que lo único que le interesaba recuperar de su pasado era la historia de su tatarabuelo y la de esta nena a la que el pariente secuestra o salva. O las dos cosas. Además, es el mito familiar de esta narradora y de repente es lo único que a ella le interesa recuperar para contar y ya no puede hacerlo.
— Para la narradora las dificultades y las paradojas aparecen, por un lado, por el modo en que el episodio es leído en la familia, es decir, la figura del héroe que no está puesto en cuestión salvo para ella. Y también aparece la dificultad de escribir sobre eso. Cuando vos hablás de que hay una historia familiar detrás, ¿en tu caso también hubo dificultades para escribirla?
— Fue una novela que, comparada con la anterior, me costó mucho más tiempo. Por ahí porque la escribí en otra época de mi vida y quizás tenga que ver con esto que vos decís también, con el hecho de contar esa historia, de ver cómo esa historia tomaba lugar en la otra historia, que es la de la narradora. Pero sí, es interesante pensarlo como un hecho paradojal cuya lectura varía según las épocas, los grupos, etcétera, pero sobre lo que yo sí tengo una postura tomada, yo como autora, ¿no Una postura que es pensar que esa campaña fue un genocidio, como decíamos. Y no me interesaba una novela histórica que bajara línea, me interesaba otra cosa, otro aspecto de esa historia que era justamente la imposibilidad de contarla. Y, tal vez, la imposibilidad de contar cualquier historia. Yo en ese momento cuando me sentaba a escribir sentía lo que le pasa a la narradora, no confiaba en muchas cosas de la escritura en ese momento, no confiaba en las acciones. Y algo de lo que sucede es también algún tipo de reflexión acerca de cómo se cuenta una historia. Qué se escribe cuando se escribe. ¿Se está contando una historia, se está haciendo otra cosa, se está haciendo música?
— Bueno, o documento o poesía. O sea, podríamos usar preguntas de todo tipo, sobre todo cuando, en el medio, aparece una historia familiar pero también la historia de la propia nación. Y en un momento en el cual se está replanteando en el Cono Sur todo lo que tiene que ver con los pueblos originarios, con lo cual la puesta en cuestión de la mirada sobre la historia tiene otro sentido hoy, ¿no?
— Totalmente, sí. Sí, creo que todo eso está, es parte de la idea inicial. Cómo se cuenta esa historia y quién puede contarla, que es algo de lo que sucede con la narradora.
— Esta narradora no termina de saber bien quién es, ni de dónde llegan los recuerdos. Es la idea del accidente como eso que llega de improviso y modifica el estado de cosas. Hay un momento en la novela en el que aparece alguien que ella desconoce pero que la conoce a ella, alguien que trabajó en su casa en la Costa y que le dice: “Quién sabe el accidente sirvió para sacarle toda esa tristeza que usted tenía”. Esa palabra del otro como espejo de alguien que está intentando reconocerse.
— Sí, eso me costó mucho trabajarlo, que fuesen los otros un poco los que le contaran quien ella fue. Y que ella desconfiara un poco. Por ejemplo, está la palabra del marido que le dice “bueno, a vos te interesa esto, te gusta comer esto, tenías el pelo más enrulado, a vos te gusta de esa manera y a mí también”. Digamos, cómo muchas veces también la construcción que uno hizo de su vida, más allá del accidente que sufre este personaje, hay momentos en que uno se pregunta por qué, por qué estas elecciones, por qué se llega hasta acá, qué pasó. Y, supuestamente la vida de esta mujer está muy armadita, es una vida entre comillas feliz y claro, y viene este hombre de afuera y le dice: a lo mejor ahora deja de estar tan triste. Entonces hay un indicio de que no todo era tan feliz, tal vez.
— En esta idea del otro ayudando a reconstruir el propio personaje aparecen otras mujeres. Mónica es la empleada y es la persona que se hace cargo de todo mientras ella está prácticamente inútil. Es quien está criando a su hijo, al chico, como lo llama Ana. Está también María, la china, que es ese personaje que viene del pasado y la trenza de una mujer que Ana decide ponerse en su cabeza en un gesto como de identificación. Entonces la figura de la otra mujer tiene mucha fuerza en tu novela, algo que también había ocurrido en tu novela anterior. Contame un poco esa idea de las mujeres como espejos, por decirlo de algún modo.
— Sí, no sé si lo pensé así pero lo pienso ahora. A ver, en La estirpe aparece Mónica, que es esta mujer que trabaja en su casa y a la que ella termina confiando al punto de que le pide: ayudame a escribir esta historia. Y Mónica intenta solucionar las cosas en un sentido práctico, que es lo que Ana perdió. Ella está deambulando en su propia casa y sucede ese contraste entre una y la otra. Y María, la china… bueno, es este personaje que ella ve en sus sueños, un poco también en sus pensamientos y era este personaje sobre el que ella investigaba, una nena toba que su tatarabuelo, 100 años atrás, se lleva en una de estas embestidas que hace acompañando al ejército con la banda de música. Se la lleva a vivir con su familia.
— Una especie de rescate.
— Una especie de rescate, como decíamos antes, con la cosa paradójica. Un rescate pero podríamos decir también apropiación porque, bueno, fue alejada de su cultura, de su idioma. Entonces, el reflejo con ella me parece que tiene que ver con que ella se pregunta: ¿este idioma que tengo me pertenece? Si las palabras ya no me suenan nada, si no entiendo lo que me están diciendo. Así como esa nena que su ancestro se trajo a vivir con su familia perdió su idioma original, a ella le pasa un poco esto con su propio idioma y con su propia cultura también, a la que deja de encontrarle sentido. Y en La habitación alemana sí, las mujeres tienen una importancia también muy grande. La relación que ella tiene con la madre de su amiga, la señora que le produce admiración y repulsión al mismo tiempo, bueno, a mí me interesa mucho la relación madre hija. Es una de las relaciones más potentes de los vínculos familiares.
— Claro, porque la idea de la maternidad aparece tanto en el vínculo de Ana con su hijo, con el chico, pero también en el vínculo con su madre. La pregunta de qué es ser una madre venía ya de tu novela anterior.
— La verdad es que el tema de la maternidad fue algo que yo no me propuse ni en la anterior ni en esta y que me doy cuenta después de publicado que es un tema bastante central. En La estirpe bueno, la relación de ella con su madre, tratando de gustarle pero también cuestionándose lo que su madre le dice que ella es todo el tiempo. Existe esta ambigüedad. Y con el chico, con su hijo, que está trabajado como el extremo. Es también la pregunta que decíamos recién: ¿yo elegí esto?. Es un poco spoilear, pero ella no recuerda el nombre del hijo entre las cosas que olvidó y todo el tiempo intenta recuperar esa relación pero le vuelve de forma extraña, no es que no lo quiera sino que está imposibilitada de vincularse como lo hacía. De cumplir los roles. De saber dónde guardan las galletitas, no sé, no se halla en su propio rol, en eso que ella misma construyó. Y por ahí es lo más fuerte dentro de todo porque es mucho más fuerte perder ese rol que perder su rol con el marido o con los compañeros de trabajo.
— Hablábamos del tema de la memoria y hay dos frases que me gustaría leerte. Una está en la página 35 y dice: “Mis recuerdos son cosas sin forma, flotan en un río lleno de basura”. La otra está en la página 41 y dice: “Todo lo que alguna vez aprendí pende ahora de unos hilos peligrosos, de una telaraña rota que ocupa mi cabeza.” ¿Cómo fue trabajar esta idea de la mujer que a partir de ese accidente que mencionábamos antes pierde la memoria, pierde el lenguaje, pierde las palabras, pierde saber quién es?
— A mí me gustaba la idea de que el accidente quedara en ese lugar también un poco ambiguo, un poco ridículo, que no fuese dramático. A ella se le cae una bola de espejos en la cabeza en su cumpleaños de 40, de esas bolas de boliche. Se le cae en la cabeza en pleno baile y a partir de ahí le pasa todo lo que le pasa. Empieza a tener recuerdos salteados sin saber a qué momento de su vida pertenecen, empieza a no reconocer a la gente, le resultan raras las palabras como si tuviese una especie de afasia. Y cada vez va empeorando todo. Empeorando o ella va tomando la decisión de soltar todas estas cosas que aprendió, que sabía, que supuestamente le gustaban. Y lo que a mí me interesaba del accidente era que no estuviese en una zona totalmente realista. Porque, bueno, en un momento su marido le dice: esa bola no te puede haber hecho nada, son cosas de cotillón, son de telgopor, tienen espejitos para reflejar las luces pero no son pesadas… Y, sin embargo, eso le provocó a ella un problema enorme, se desmayó, vino la ambulancia. Hace poco una amiga que leyó la novela me decía algo que me interesó. Me dijo que ella se regaló para su cumpleaños el regalo de la desmemoria.
— Que buena imagen...
— Sí, muy lindo. No lo había pensado así pero claro, coincide con su cumpleaños el accidente. Y bueno, y la familia un poco sospecha, ¿le pasa o se hace? Porque le hacen estudios, tomografías, los estudios van saliendo bien pero ella cada vez está peor. Está peor para los demás en tanto intenta cumplir con lo que ella era y se va dando cuenta de que ya no puede y que no quiere. A lo mejor, el tema de la novela es la memoria. A lo mejor el tema de La habitación alemana también. Me gustaba que la memoria apareciera en esta novela de esa forma general pero también de forma concreta, como problema de la trama. Ella pierde la memoria y está otra memoria, que es la memoria del país.
— Sí, de la construcción de la nación, en un punto.
— De la construcción de la nación y de la construcción de la historia, ¿no? Que es la única que ella intenta recuperar. Y que la inquieta. Lo que ella necesita todo el tiempo es contar esa historia.
— Mientras leía tu novela pensaba que no recordaba un texto que mostrara de una manera tan dramática la disociación de una mujer escritora con su vida familiar. Con una única pulsión: la de escribir esa historia como sea.
— Sí, total. Y no de escribirla ya ni siquiera para publicarla, porque ella no está pensando en esos términos; ensaya formas de contarla para ese grupito de terapia, a quienes no les interesa o les interesa de otra manera. Pero sí, su única ocupación, lo único que le interesa en ese momento es buscar las maneras de contar esa historia. Y las preguntas que se hace son alrededor de eso.
— Hay más cosas, creo, que unen tus dos novelas. Es como si en la primera novela hubiera una necesidad de distancia física y territorial para conocerse y en La estirpe hay también una distancia en el tiempo para conocerse ella misma.
— Sí, puede ser, sí. Acá de una manera mucho más brutal. Directamente con ese “no sé quién soy, no sé qué hago acá”.
— Exacto.
— O me están engañando, me están diciendo que yo era esto y yo no me reconozco en esto que me dicen. Y lo que decís con respecto a la mujer escritora en relación con su familia tampoco lo pensé muy profundamente. Pero me parece que lo que ella va recuperando de esa ocupación que tenía de escribir también es algo medio tumultuoso. Porque se da cuenta, y también le dicen y también lo ve, que lo que fue haciendo fue juntar papeles pero nunca pudo arrancar la escritura de esa historia que quería contar. Entonces se propone hacerlo y desde otro lugar porque ya no tiene un índice valorativo de eso si no una serie de sensaciones. Un acercamiento muy roto a esa historia pero, a su vez, mucho más auténtico.
— Sí, y hay un cierto apasionamiento que aparece de un lado si se quiere más físico, en la pulsión por lo que ella quiere hacer más allá de lo que le digan los otros y también aparece en lo que le pasa con ese hombre de la galería de la calle Brasil, por ejemplo. Siguiendo con esta idea que nos regaló tu amiga acerca del regalo de la desmemoria, Ana decide empezar a ser la que ella quiere ser, ya ni siquiera importa demasiado lo que fue, y empieza a manejarse por impulsos y por instintos.
— Sí, total. Sí, ella descubre cosas de sí misma que son instintivas. Con el vendedor fantasea a lo largo de la novela y sí, siente un impulso claramente sexual. Y lo reconoce después cuando está en el subte y dice bueno, me pasa lo mismo mirando hombres, mirando mujeres también, ¿no? Cosa que seguramente nunca se habría planteado en su vida anterior y que reconoce en este nuevo estado.
— Hablábamos del grupo de terapia y lo que aparece también es el tema de la salud mental, ese borde de la locura. ¿Cómo te decidiste a incorporar ese tema delicado en esta historia?
— Fue apareciendo. Cuando me di cuenta de que el accidente que ella había tenido no era real en el sentido de que no le había provocado realmente ni una isquemia ni una lesión cerebral, empezó a rondar esta idea de que, bueno, ella tenía algo más. Algo más estaba sucediendo allí. Entonces, es la familia la que le lleva a este grupo terapéutico donde hay gente que tiene diferentes problemas. En ese momento empecé a leer mucho sobre neuropsiquiatría, que es un tema que además me apasiona.
— Claro, porque tu Ana es un personaje de Oliver Sacks total, ¿no?
— Sí, claramente. Me encantan los casos de Oliver Sacks. Y siempre me atrajo mucho eso, los problemas neurológicos, el estudio de esos casos. Y estos personajes responden a algunas categorías de esos problemas. Pero además me divertía mucho la ronda, que tiene algo, espero que nadie se ofenda, pero como algo de taller literario también (risas).
— Claro, sí, lo pensé también.
— Porque ella un poco lo usa de taller literario. Va ahí a contar, ella se tiene que presentar y en vez de decir, no sé, soy profesora o tengo tantos años, o soy madre, qué sé yo, dice “yo escribo un libro”. Es lo primero que dice para presentarse. Y lo único que quiere hacer es contarles a los otros que se aburren, se duermen, no entienden, se hartan y demás, ella intenta contarles la historia a ellos. Y finalmente son su único público ¿no? Los únicos que están ahí para escucharla.
— Es su audiencia y es interesante esto de que su identidad es “yo escribo un libro”. En un momento dice: “Pienso que Alberto ya no sabe quién soy, quién es esta que vive en su casa, esta que ve ahora como una desvalida y que yo tampoco lo sé”. En esa frase se resume lo que le pasa a ella con ella misma y lo que ve que les pasa a los otros, ¿no?
— Sí, ella todo el tiempo se va dando cuenta de que los demás también la miran extrañados. Al principio ella los mira extrañada pero intenta encajar, intenta volver, no sé, que pase un poco desapercibido todo esto que le pasa, pero en algún momento los que la miran extrañados son ellos. El resto, su familia, que ya dice “bueno, ésta quién es”. Eso está un poco tomado de La metamorfosis de Kafka, esta idea de, bueno, tampoco es Gregorio, como dice la familia en un momento cuando ya al final de la historia se plantean eso. Éste no es nuestro hijo, no es nuestro hermano, es el bicho.
— Y el monstruo. Recién mencionabas la bibliografía que tiene que ver con la neuropsiquiatría, hablábamos de historia argentina. Me gustaría que me cuentes un poco algo de las lecturas que hay detrás de La estirpe.
— Ay, un montón.. Tanto, que ya casi ni me acuerdo. Fueron casi 5 años de escritura. Bueno, vos mencionaste a Oliver Sacks, sí, muchos de sus libros. Hay uno que se llama Alucinaciones, sobre todo ése. Bueno, los casos de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero que también desde hace mucho está en mi biblioteca. Pero sobre historia argentina, de Sarmiento hasta Lugones, Echeverría, incluso bueno, hay muchas citas. Porque la narradora recupera citas, versos, poemas, pensando que son cosas de ella. Que en esa memoria rota no sabe qué es propio y qué es ajeno. Y además ella piensa, bueno, si está en mi cerebro es mío, por qué no va a ser mío, ¿no?
— Esto sí que es como una gran idea de apropiación cultural (risas).
— Totalmente (risas).
SEGUIR LEYENDO: