En los albores de la pandemia tuve una intuición repentina: por qué no volver a insistirle a Lucas Pisano, amigo y artista plástico, sobre la idea de llevar a escena ilustraciones de su libro Construcción Asistemática. Después de escuchar un “si”, aproveché el encierro obligatorio para ordenar y escribir el proyecto –o “preludio”- con los lineamientos teóricos y conceptuales de una futura investigación. Esa primera chispa encendió una llama que creció rápidamente. Dos semanas después comenzamos un proceso de exploración y autodirección -acompañado de un registro fílmico- que duró alrededor de dos meses, hasta que George Lewis me invitó a cuidar su casa-taller en julio de 2020. Mudé todos los materiales allí, y pasé el crudo invierno pandémico encerrado en ese tiempo suspendido de la investigación continúa. De esa inmersión, surgió la masa madre de la obra.
A finales de agosto, Lucas me comunicó su decisión de irse a vivir a Italia. Quedé a cargo de continuar con el “preludio” solo, y fue ahí que abandoné la idea inicial de instalación performática para refundarlo como obra escénica y continuar la investigación que ya tenía una estructura. Por un lado, la lectura de Donna Haraway me llevó a bucear en la reproducción bacteriana y construir una serie de máscaras que unían los cuerpos desde sus cabezas, para indagar sobre el concepto de “simpoiética”: todo ser vivo que no consigue elaborar una relación de simbiosis con otro ser vivo o su medio, no puede sobrevivir en la tierra.
Por otro lado, la ola feminista de 2015, acompañada por diversas lecturas de autoras y extensos intercambios con amigas y colegas, me habían llevado a revisar a fondo los puntos ciegos de mi construcción identitaria como varón heterosexual. Como creador definido por las cishomonormatividad como varón hétero cis, emprendí esta pieza como revisión y humilde estrategia de desviación de la masculinidad machista y colonial. ¿Tenemos generacionalmente alguna posibilidad de escape de la educación sentimental hétero-patriarcal con la que hemos crecido? ¿Existe la oportunidad de revisar nuestros patetismos, nuestros puntos ciegos, nuestra adicción a ciertos privilegios sin los cuales nos sentimos perdidos? ¿En qué zonas de nuestra experiencia el patriarcado sigue configurando nuestra impotencia e infelicidad, haciéndonos creer que se trata de nuestra única identidad posible, y haciéndonos perder en su automatismo la posibilidad de habitar otras zonas de nuestra sensibilidad y nuestro deseo?
Por último, con el impacto del aislamiento nuestra vida cotidiana parecía haber dado un vuelco irreversible hacia la tecnología como medio de supervivencia económica y afectiva, sobre el suelo de precariedad que los países “centrales” denominan como “tercer mundo”, lo que inspiró la creación del “cyborg de las pampas” –una síntesis entre los obreros metalúrgicos y los compañeros cartoneros-. Con estos elementos dando vueltas, me entusiasmó la posibilidad de poner en escena cuerpos con capacidad de absorción de todo lo que los circunda –como organismos unicelulares- para amplificar su concepto de “identidad” más allá de los límites morales. ¿Cómo volver a ampliar la percepción, la tolerancia y la sensibilidad hacia zonas foráneas al modelo utilitarista e individualista de los afectos, el pensamiento, los vínculos, el lazo social y las corporalidades? ¿Qué lugar existe hoy dentro de las artes escénicas para habitar la vulnerabilidad, la fragilidad, el no-saber de un cuerpo que parece estar todo el tiempo en desfasaje con la velocidad y exigencias de su medio?
En septiembre de 2020 convoqué a los performers Tuki Martínez, Yair Araujo y Nehuén Zogbe para emprender los ensayos. Llamé a la artista Ángela Babuin como asistente de dirección, y a la fotógrafa Caro Nicora para ir construyendo un registro fotográfico del proceso. Luego de tres meses de largas jornadas de investigación, hacia fines del 2020, logramos definir una primera estructura de montaje. Al volver del receso de verano, retomamos los ensayos en el querido Galpón de Guevara, que nos cedió durante varios meses su sala como espacio de creación. Con el rebrote de mayo, y la nueva cuarentena, volvimos a quedarnos en shock. Suspendimos el trabajo por varias semanas y nos preguntamos si realmente podríamos seguir ya que en aquél panorama del pico de contagios la vuelta al teatro parecía poco factible. Esa detención abrió una nueva puerta, y volvimos a ensayar semanas después en la Casona de Flores, al mismo tiempo que se modificó y agrandó el elenco: subieron al tren los bailarines Javier Olivera y Ramiro Cortez. Desde ese momento, emprendimos un viaje compartido de siete horas de ensayos semanales, horas en las cuales se fueron cimentando las escenas, materiales, dramaturgia y amistad definitivas. En esta última parte del proceso arribaron Mariana La Torre y Ana Bellati para completar el equipo de Carne argentina (preludio para un cyborg de las pampas). Y por fin, el pasado jueves 4 de noviembre abrimos las puertas al público –con una temporada de seis funciones en el Galpón de Guevara-, a esta obra de artes vivas de espíritu experimental, que combina elementos de la danza, el teatro físico y las artes visuales. Un teatro del silencio, que duda sobre la potencia de su palabra, y observa lo que tiene a mano para hacerse otras preguntas.
*Funciones restantes: 9 y 16 de diciembre 21hs, en el Galpón de Guevara, Guevara 326, CABA. Entradas: $600/ $700
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