Federico Falco es cordobés y nació en 1977 y desde hace varios años es uno de los cuentistas más destacados de la Argentina, con libros como 222 patitos, La hora de los monos o Un cementerio perfecto. Además dicta talleres literarios, es editor de la colección de cuentos de la editorial Chai y es uno de los directores del proyecto editorial Cuentos María Susana.
El año pasado, su primera novela resultó finalista del prestigioso premio Anagrama y el boca a boca la llevó a ser no sólo un éxito de crítica sino también uno de los libros favoritos de los lectores. El trayecto de Los llanos tiene nuevas derivas ya que ahora la novela acaba de sumar un nuevo premio, el Filba-Medifé, otorgado por un muy buen jurado integrado por los escritores -y grandes lectores- Claudia Piñeiro, Sergio Bizzio y Vera Giaconi.
En Los llanos, un narrador en primera persona que se llama como el autor -y es escritor, igual que Falco-, se muda al campo luego de una ruptura amorosa y encara un proyecto a futuro, una huerta, que también convoca a la memoria de una infancia. “El ensayo general de una huerta. Un lugar donde pasar el tiempo y empezar de nuevo”, dice. El duelo por el final del amor, además, remueve otros duelos y otras pérdidas y provoca un bloqueo en el protagonista, que no encuentra la manera de volver a escribir. La naturaleza, entonces, con sus propias reglas vitales, se convierte en el espacio que le permite aislarse y, a la vez, concentrar atención, amorosidad y expectativas.
Narrada en forma de diario, Los llanos cuenta con una prosa delicada el día a día de esa soledad nueva y dolorosa y es también un ensayo sobre la escritura y las formas de la narración y del lenguaje, a la vez que una forma de practicar la memoria, que llega mucho más allá de la historia de amor que fracasó.
“Yo ahora solo quiero mirar el horizonte, la llanura, fijar los ojos en la distancia, que me inunde el campo, que me llene el cielo, para no pensar, para que lo que sucede en mí deje de existir todo el tiempo”.
“Es rarísimo ser uno, estar adentro, todo el tiempo uno consigo mismo, conocerse en cada miseria. Y calculando cuánto ven los otros, qué se imaginarán, qué uno deja que sepan. Estar adentro con uno y no decirlo. Silencio. Silencio”.
Hay unas líneas en la novela que reflejan de manera precisa esa idea del momento en que, después de la ruptura, la distancia es lo que marca la relación con el otro que alguna vez lo fue todo para uno. Ese momento que es como una aguja en la memoria de un amor, que liquida toda expectativa de reacomodar las piezas de una historia.
“Se había comprado unos pantalones nuevos. Un modelo diferente al jean que usaba siempre. Tampoco le conocía la camisa.
Te queda bien, le dije.
Gracias, respondió él.
La vida seguía, y él quería estar lindo para otra gente”.
En la premiada novela de Falco, el duelo por el final del amor provoca un bloqueo en el protagonista, que no encuentra la manera de volver a escribir. “¿Cómo escribir entre los escombros, entre el barro y los charcos, juntando, acá y allá, los restos mojados de lo que había sido un día a día, de lo que había sido una casa?¿Cómo escribir una historia entre los escombros de una historia?”
“Paciencia, paciencia. Ya pasará. Paciencia. Tatuármelo en el dorso de la mano para verlo siempre”, dice el protagonista y narrador.
A través de citas, indicaciones, un monólogo interior que se suspende en los escasos encuentros con algún vecino, la novela cuenta la cotidianeidad del protagonista y su soledad. Los llanos es también un ensayo sobre la escritura, a la vez que una práctica de la memoria que llega mucho más allá de la historia de amor que fracasó. Llega hasta la infancia del “niño muy callado y miope que se dedicaba a mirar las cosas desde demasiado cerca”. El mismo niño que ya mayor, cuando se decide a ver el dibujo de su vida mientras puntea y trasplanta cebollas, se da cuenta de que no le gusta porque es “un dibujo lleno de rayones, de tachaduras, de pasos en falso, de planes que se desarman, proyectos que se caen, personas amadas que dejan de amar, que dicen basta, andate, andate lejos”.
Lo que sigue es la transcripción de la charla que mantuvimos meses atrás con Federico Falco en el marco del programa Vidas Prestadas, de Radio Nacional.
— Tu novela es el relato de un duelo amoroso pero es también una novela que reflexiona sobre las formas de contar una historia, de cómo narrar. Hay una cosa discursiva importante y al mismo tiempo hay algo de distancia dentro de lo que es lo sentimental. Particularmente es una novela que disfruté mucho. Y la primera pregunta que tengo para hacerte es qué relación tenías antes de Los llanos con la naturaleza.
— Yo hace mucho tiempo que vivo en ciudades pero me crié en un pueblo que en ese momento era relativamente chico y donde estar en contacto con la naturaleza era lo más natural del mundo. Desde mi casa, donde ya había un patio y el patio de mis abuelos al lado, a donde iniciaba el campo en ese momento eran tres o cuatro cuadras. Entonces en mi infancia como había mucha bicicleta y salir a andar por los caminos, visitar amigos que vivían en el campo en bici o caminando. Tengo una relación muy estrecha porque es un lugar en el que me siento realmente bien y me gusta, y visito, y eso. Si bien en los últimos años viví en ciudades, desde que me fui de mi pueblo siempre viajo mucho a las sierras de Córdoba o a diferentes lugares, es algo que disfruto y que me gusta mucho. Entonces, es un vínculo bastante estrecho.
— ¿Pero es un vínculo que cambió? Quiero decir, por ejemplo, hay muchas cosas que uno lee desde un protagonista que se llama Federico y es escritor y está con dificultades para escribir, hay muchas cosas que aparentemente tienen que ver o se vinculan con su propia biografía. ¿Te mudaste justo cuando empezabas a escribir esta novela, hay algo de eso, te trasplantaste por decirlo así?
— Hay ciertas partes que son más cercanas a mi biografía y hace un tiempo tuve una huerta durante un par de años en Zapiola. No me mudé sino que era más como una especie de casa de fin de semana a la que iba y venía y pasaba cierto tiempo allá. Y algo de eso está. Hay cierto registro de la huerta que un poco sigue el de esa huerta original y, después, hay también ciertas cosas de la huerta que un poco están inventadas o dramatizadas o exageradas.
— O estilizadas, claro.
— O superpuestas también; hay ciertas cosas que pasaron un año y otras que pasaron otro y que las junté. Cosas que pasaron en huertas de amigos y que de alguna manera traje hacia la novela viéndolas en esa huerta en particular. Pero hay cierto vacío ahí que sí tiene que ver con algo que disfruto mucho que es hacer una huerta y, bueno, ahora no tengo, pero está en mis planes siempre.
— En esos lugares en donde uno puede armar una huerta o en esos pueblos, ¿se puede mirar y escuchar distinto? ¿el tiempo funciona de otro modo?
— Yo creo que sí. Mi percepción siempre es esa, ¿no? Que hay algo de estar en un estado como de cierta apertura pero muy cercano a uno mismo y eso hace que el tiempo, de alguna manera no se ralentice pero sí que se haga más presente.
— ¿Somos más conscientes del tiempo, decís?
— Yo por lo menos soy más consciente del tiempo. Hay algo de estar en la ciudad que hace que siempre tenga algo que hacer. Siempre hay alguna función en lo que estoy haciendo. Siempre estoy yendo a algún lugar o volviendo de otro lugar y eso hace que de alguna manera me desconecte de lo que pasa. En mi propia experiencia, digo, a mí rara vez caminar por la ciudad, algo que hago mucho y que disfruto, pero rara vez me da ganas de escribir sobre lo que veo. Por ahí se me ocurren ideas y saco el teléfono y me mando un mail a mí mismo pero tiene más que ver con cosas que me voy imaginando. Mientras que cuando estoy en el campo o en las montañas hay algo de todo el tiempo estar un poco admirado o asombrado de lo que estoy viendo y tratar de ponerlo en palabras. Con cosas muy simples como el destello de la mica en la arena. Cómo se nombra eso, cómo podría... O ya tomo una notita en el celu o en la libreta para tratar de incluirlo en algún lugar. Eso, en mi experiencia, creo que me pone más disponible hacia la escritura y hacia percibir lo que me rodea. Y en ese sentido es otro tipo de tiempo, un tiempo donde puedo estar presente.
— Vos sos muy lector, porque además sos editor, ¿también te dispone mejor a la lectura ese espacio, ese cambio de espacio?
— No, me parece que en ese sentido leer siempre es un poco escaparse hacia otro lugar, ¿no? Leo con la misma intensidad casi en cualquier lugar. Por ahí depende más del libro que tenga entre manos, de cuán atrapado estoy en eso, o cuánto me interesa. Pero eso es también lo lindo de leer, uno puede estar haciendo la cola en el banco o estar tirado en la orilla del río o estar, no sé, en el colectivo y siempre de alguna manera leer es una especie de lugar particular al que te transporta, al que el libro transporta tu mente. En todo caso es más como un escape.
— Sí, sí.
— Podría decir que en la ciudad tal vez tiendo a leer más y que en la naturaleza hay algo como de bajar el libro y mirar lo que me rodea. Pero tampoco sé si es tan así.
— Hasta esta novela, eras un conocido autor de cuentos. Me gustaría saber si te propusiste escribir una novela o si estabas pensando en un cuento y terminó saliendo un texto de largo aliento. ¿Cómo fue el comienzo de Los llanos?
— No, no me propuse escribir una novela y de hecho en otros momentos de mi vida sí pasé por ese momento de proponerme escribir una novela y no me sentí cómodo o no salió, o había algo de la condensación que traía con el cuento que no me permitía pensar en cosas más amplias. Lo que me pasó, que sí estuvo bastante cercano al germen de Los llanos, fue que mientras escribía mi libro anterior, que es un libro de cuentos, en muchos momentos, aunque me gusta mucho escribir, estaba como trabado no necesariamente en la escritura sino en el qué contar. Estaba narrando un cuento y no sabía cómo seguir. Tenía el final pero me faltaban unas escenas, y siempre es prueba y error, un poco sentarse, intentar por acá, intentar por allá, pero en algún momento eso se volvió frustrante o un poco una carga. Entonces sí empecé a pensar que había algo en mi propia relación con la escritura que no estaba funcionando del todo bien y que tenía que cambiar para seguir pasándola bien. Y ahí empecé a pensar en escribir más como una especie de práctica, como algo a hacer por más que no tuviera claro para qué.
— O a dónde ibas.
— Claro. Por ahí, bueno, necesito cerrar este cuento. Necesito cerrar esta escena, algo que me llene este hueco o un diálogo que le dé sentido a la acción de este personaje y no lo estoy encontrando. Bueno, no importa, escribo otra cosa. Escribo lo que está pasando en la puerta, o escribo de algo que se me ocurrió, o describo un señor con el que me crucé en la calle abrazado a una caja de zapatos envuelta en una bolsa verde.
— Casi una práctica de tu taller.
— Una práctica, yo la pienso como que hay gente que sale a correr todos los días y necesita salir a correr todos los días. Y hay gente que, no sé, cocina por placer. Cualquier tipo de práctica donde uno de alguna manera encuentra un espacio de bienestar y de disfrute. Entonces un poco como eso: bueno, no sé qué escribir, está esto trabado, pero igual me siento y tengo este espacio de escritura que es mi espacio, que es como mi forma de procesar cosas, de estar, de encontrarme, de ir tomando notas. De ir habitando también el presente de alguna manera en el sentido de ver qué veo, cómo lo pongo en palabras, qué me pasa con eso.
— Algo de esto aparece en las primeras páginas de Los llanos cuando el narrador dice: “quería escribir pero todavía no me sentía preparado. Me parecía que antes de empezar necesitaba saber más, estudiar, aprender un montón de cosas antes de intentarlo, antes de decir yo escribo.”
— Algo de eso hay. Eso era algo que me pasaba cuando empezaba a escribir y era muy jovencito y tenía la sensación de que necesitaba que alguien me diera permiso, ¿no? Como que me dijera: podés hacerlo. Un poco porque no conocía escritores en mi juventud, en mi infancia, en mi adolescencia; no había conocido escritores, no sabía bien cómo se hacía, pensaba que había como un cierto nivel de sofisticación o de entrenamiento que había que alcanzar. Y un poco también, me parece, como por miedo. Había un deseo muy grande de escribir pero qué pasa si lo que escribí no te gusta, o no le gusta a los otros, no se puede publicar. Qué se hace con ese deseo... Había algo del quedarse ahí soñando y un poco intentándolo y justificándose en el tratar de leer más, estudiar más, que implicaba no pasar a la acción. Me parece que es algo que pasa, que es bastante usual. Como sentir que para escribir tenemos que llegar a un determinado lugar, a un determinado entrenamiento.
— Igual estamos hablando de diferentes modelos de escritores porque uno a lo largo de la vida ha conocido a un montón de gente que se autoperciben como grandes autores y no es justamente esa idea la que nos queda cuando los leemos. Tiene que ver también con un nivel de exigencia y quién sabe de confianza en uno mismo, ¿no?
— Es muy extraño; yo a veces pienso que hay como una especie de situación un poco esquizofrénica en la escritura, en la que uno tiene que, al mismo tiempo, estar muy adentro de uno mismo y, a su vez, tener la capacidad de salirse y mirarse desde afuera como si fuera absolutamente otra persona.
blockquote class="twitter-tweet">La novela ganadora del #PremioFundaciónMediféFilba 2021 es "Los llanos" de Federico Falco, @AnagramaEditor @RiversideAgency 👏👏👏
— Filba Literatura (@FundacionFilba) December 7, 2021
🎉 ¡Felicitaciones,@FalcoFed!#PremioFMF@FundacionMedife pic.twitter.com/e7EQkKNaEX
— Así es.
— Y eso ocurre párrafo a párrafo, ¿no? Es como, bueno, escribo un párrafo muy pegado a mí e inmediatamente hay que dejarlo enfriar y mirarlo desde afuera con ojos un poco implacables, con ojos de otro. Entonces siempre es extraño cómo hacer ese pasaje y siempre es un poco incómodo. Hay gente que por ahí se pierde más en ese pasaje porque se lee como sobrevalorándose o porque se lee quitándose valor. Es muy difícil ser totalmente...
— Sí, ser otro con vos mismo.
— Exacto. Y mirarse con ojos un poco compasivos pero también un poco, bueno, a ver, un poco exigentes. A mí una cosa que siempre me pareció muy importante es encontrar pares y amigos que pudieran leer. Instar a leer y escuchar lo que me dicen. A mí eso siempre me ayudó muchísimo.
— ¿Te leés en voz alta?
— En general lo que hago es tratar de no dar a leer hasta saber que tengo algo más o menos sólido y donde yo di lo máximo posible de mí mismo. Y la última instancia de ese dar a leer es hacer un par de lecturas en voz alta. Porque cuando uno lee en voz alta me da la sensación de que todo surge. Hay algo incluso de escuchar la propia voz que hace que las cacofonías, las repeticiones y ciertas cosas surjan. Y después de esa lectura sí se lo empiezo a pasar a amigos. Eso es lo que suelo hacer.
— En la página 145 el capítulo termina con la siguiente frase: “contar una historia cambia a quien la cuenta y por momentos la ficción es la única manera de pensar lo verdadero”. Me gustaría que me dijeras cuánto te cambió escribir Los llanos.
— Qué pregunta. Para mí fue una escritura bastante exigente en el sentido de que se ponían en juego ciertas cuestiones con las que yo no siempre me sentí muy cómodo que es escribir cosas más cercanas a mí, escribir en una primera persona bastante reflexiva. Escribir algo que tenía más que ver con el paso del tiempo, más alejado a una trama. Son todas cosas que de alguna manera intenté probarme en esa escritura, que se fue armando un poco sola también pero sí, eso estaba. Pero también lo más interesante de todo esto es que los libros después hacen su propio camino y ese camino sigue cambiándote por más que quede independiente de vos; es como un cambio que está en proceso.
— Porque aparecen las lecturas y pueden ser lecturas que ni vos te imaginabas, de pronto.
— Exacto, aparecen las lecturas. Aparecen lectores. Aparecen opiniones. Aparecen devoluciones. El libro también genera efectos de por sí. Y uno tiene que hacer espacio a eso y ver cómo lo acomoda y cómo se para ante eso, que es un poco lo que está pasando ahora. A mí en principio me pone muy contento y me da mucha alegría y también mucho agradecimiento pero no sé, supongo que es un cambio que está en proceso. Hay que esperar un poco más como para tomar distancia y mirar y decir ah, todo esto pasó en esos años, o en esos meses.
— A tu novela le fue y le va muy bien en cuanto a repercusión crítica y en medios pero también hubo desde el comienzo un boca a boca entusiasta. ¿Por qué pensás que se dio esa circulación? Vuelvo a esto de que sos lector y sos editor, y de pronto miras lo que tiene que ver con la lectura de los otros. ¿Qué pensás que está encontrando el lector en un libro como el que escribiste que lo entusiasma como para recomendarlo con fervor?
— Sabés que no lo sé, si tengo que ser sincero. Es una gran sorpresa para mí. Un poco tiene que ver con lo que hablábamos recién de que por ahí es muy difícil juzgar desde tan cerca lo que uno mismo escribe. Y la verdad es un fenómeno que me sorprende mucho. Mucha gente me escribe y me cuenta cosas que le pasan con las lecturas y me emociona y me alegra pero no lo termino ni de dimensionar ni de entender todavía.
— En la novela es fundamental el vínculo con la naturaleza y con lo que se ve y cómo se cuenta esa naturaleza, pero es la historia de una ruptura, de un duelo amoroso, de una vida que terminó y una vida que comienza. Hay una historia de amor y desamor que se cuenta. ¿Cómo surgió la idea de Los llanos?
— Fueron muchas cosas que fueron surgiendo en paralelo en esta especie de práctica de escritura y que yo pensaba como proyectos que iban por separado, por diferentes corrientes y en diferentes lugares. Había algo de una pregunta que hace un tiempo, hace una serie de años me obsesiona mucho y me da vueltas y es la pregunta de qué es el amor ahora. Qué es hoy el amor. En este momento, qué es el amor después de la pandemia o durante una pandemia. Antes, cuando todavía estaba empezando escribir la novela, era qué es el amor después de una ruptura, qué es el amor después de los 40, qué es el amor en el siglo XXI, en esta época, qué es el amor después del amor romántico. Y había algo de eso que me daba vueltas por un lado y que me llevaba a escribir. Había cosas que tenían que ver con las formas de la narración y de los textos y las estructuras, sobre todo, que estaba trabajando como un proyecto por separado. Había algo del paisaje que tenía que ver un poco con volver a pensar el paisaje de la infancia, acomodar cierta nostalgia y ciertas pérdidas familiares en relación a eso. Y pensar un paisaje con el cual tengo una relación bastante complicada, que es una relación un poco de amor-odio, ¿no? Es un paisaje que me gusta mucho, al que vuelvo recurrentemente pero con el que también no me llevo del todo bien.
— Del que te fuiste, también.
— Y del que me fui. Y que además la pampa tiene esto de que es un paisaje muy hipnótico y a su vez áspero y exigente y con destellos de belleza pero una belleza muy grandiosa del gran atardecer o el gran amanecer o una belleza muy pequeña, de la pequeña florcita casi escondida entre el pajonal. Todas esas cosas de alguna manera estaban funcionando en paralelo y, en un momento, la verdad es que no sé muy bien por qué pero fue como que entendí. Me cayó la ficha. Dije “ah, todo esto va junto”.
— Forma parte de lo mismo.
— Forma parte de lo mismo. Me acordé de una frase que le había escuchado a Vivi Tellas hace muchos años. Ella decía que cuando uno está trabajando en varios proyectos al mismo tiempo una buena pregunta para hacerse es si todo no es el mismo proyecto. Y si todos esos materiales no pueden, puestos a coexistir, generar otra cosa. Y había algo ahí de eso; por un lado, de ese tiempo del duelo que es como un tiempo donde no pasa nada, donde no se puede hacer nada, hay como una especie de, bueno, si uno piensa la vida como una especie de línea de dibujo, el tiempo del duelo es una línea plana. Que en mí se asociaba con la línea del horizonte y con un paisaje donde uno puede caminar kilómetros, kilómetros y kilómetros y, de alguna manera, el paisaje no cambia y el horizonte nunca se acerca sino que se va alejando de uno a medida que uno se aleja. Y fue como “ah, todo esto es un poco lo mismo. Están haciendo ecos este paisaje, el transitar un duelo, el pensar en qué es el amor ahora, cómo pensar el amor en determinada edad, en determinada época, cómo pensar el desamor.
— Y asociando la escritura con la cuestión biográfica, ¿hubo algo en la escritura de esta novela que ayudó a transitar un duelo?
— Los duelos siempre son misteriosos, ¿no? Son cosas que pasan más allá de uno. Yo creo que la escritura fue a posteriori, de alguna manera.
— Un corolario.
— Sí, como mirar hacia atrás y poder registrar eso que ya pasó. Hay algo que le pasa al narrador de Los llanos que es que está bloqueado y no puede escribir, no puede escribir cuentos, en particular, y eso es algo que a mí nunca me pasó. Siempre puedo estar muy perdido pero siempre estoy escribiendo, aunque esté perdido. Y la novela fue como mirar hacia atrás y escribir sobre cosas que ya habían pasado. No sé si la hubiera podido escribir en el momento de lo que fue una serie de duelos que tienen que ver con rupturas amorosas pero también con pérdidas...
— De seres queridos.
— De seres queridos, de paisajes, de lugares.
— Volviendo a lo que hablábamos antes en relación a la lectura que hicimos los lectores, y que muchos la leímos al final del año que nos puso entre paréntesis a todos, digamos, me da la impresión de que también es una novela que tiene un sentido diferente en la pandemia.
— Creo que sí, nunca lo podría haber previsto ni lo podría haber imaginado mientras la escribía o la terminaba. En una de las últimas rondas de lectura que hice con amigos, alguien me hizo una devolución muy linda, que de hecho me ayudó a cerrar una serie de cosas, una serie de cabos sueltos que habían quedado y que no había advertido, y ahora hace poco la misma persona me dijo: volví a leerla y me pareció otra novela totalmente diferente. Y creo que un poco pasó eso; cambió mucho el contexto de lectura pero a su vez cambiamos mucho nosotros.
— Muchísimo.
— Por lo menos yo no soy para nada la misma persona que escribió ese libro. Y eso también es muy raro, ¿no? La pandemia hizo que por un lado el tiempo parezca que pasó muy rápido pero, por otro lado, parece que el tiempo pasó muy lento. Nos fuimos mucho para atrás, mucho para adentro.
— También, claro.
— Bueno, también cada uno pasó una pandemia de acuerdo a sus propias circunstancias y me imagino que todas fueron diferentes. En mi caso, estuve solo la mayor parte del tiempo y sí fue una pandemia muy reflexiva, muy para adentro, muy para atrás, muy de balance, de ansiedad también y de incertidumbre. Como de cierres y de acomodar cosa, un poco de limpieza general y de ver qué viene, qué pasa.
— Y de soltar, ¿no? Porque fue un momento de desprenderse de algunas cosas. Y al estar más en las casas, eso significó empezar a hacer esa limpieza que también concluyó en limpiezas de otro orden me parece. Y balances de otro orden.
— Balances, sí, sí. Y también implicó aprender. A mí por ejemplo una de las cosas que me impresionaba mucho, sobre todo cuando corregía la novela, era el nivel de soledad que manejaba el narrador, que es algo que yo nunca... En ese momento sentía que nunca podía enfrentar, que no podría estar tanto tiempo solo. Y la pandemia me enseñó de pronto que puedo gestionar mi soledad y puedo acomodarla. Con un cierto nivel de angustia pero como que puedo transitarla y estar. Así que por lo menos nos hizo conocer otras facetas de nosotros.
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