Entre dos escritores con amplio recorrido en el género, un autor asociado a las formas experimentales y otros dos que debutan en el rubro —uno de ellos cuentista probado y el otro dramaturgo y director teatral que incursiona por primera vez en la literatura— deberán optar Sergio Bizzio, Vera Giaconi y Claudia Piñeiro, integrantes del jurado que otorgará por segunda vez el Premio de Novela Fundación Medifé-Filba y cuyo ganador o ganadora se anunciará mañana en una ceremonia que tendrá lugar en el espacio Eterna Cadencia.
La distinción estrenada el año pasado y que a diferencia del resto de los galardones locales no pondera textos inéditos sino que selecciona sobre el repertorio de títulos publicados durante el año en curso, destinará 500 mil pesos para la obra elegida, que quedó acotada a cinco opciones tras una selección que dejó en el camino a otros 204 novelas postuladas.
¿Será otra vez una apuesta a un escritor debutante pero con una obra apocalíptica y de gran impacto como fue el año pasado la elección de Juan Ignacio Pisano por su libro El último Falcon sobre la tierra? De conservarse algunas de esas condiciones la elegida debería ser Maratonista ciego (Ediciones DocumentA/Escénicas) de Emilio García Wehbi, quien si bien no es un desconocido porque acredita puestas resonantes en el campo de la dramaturgia con la agrupación El Periférico de Objetos, nunca hasta ahora se había animado a la novela.
Con el mismo gesto diletante que caracteriza su producción teatral y performática, García Wehbi debutó en el género con un texto anfibio donde prolonga sus exploraciones sobre el cuerpo, al que concibe como “el territorio donde se libran todas las batallas” y el “punto cero” de sus procesos creativos: una historia que funde autobiografía y ficción para narrar las vacilaciones un personaje que busca su destino y reflexiona sobre el paso del tiempo y los que ya no están, mientras las figuras ausentes de su madre y su padre irrumpen en persistentes evocaciones.
Otro escritor debutante en el rubro novela que aspira también a quedarse con esta segunda edición del Premio de Novela Fundación Medifé-Filba es el cordobés Federico Falco, que llegó a esta apretada selección con Los llanos (Anagrama), centrada en un narrador que se exilia en la soledad de un campo a cultivar una huerta tras la ruptura con su novio y ese proceso de separación comienza a recordar distintas situaciones de su vida.
En la historia, que resultó finalista del Premio Herralde de Novela, el paisaje rural se impone como analogía del lenguaje para explorar el paso del tiempo y la soledad, en la voz de este narrador que se instala en el campo para reencontrarse consigo mismo y reconstruir hilos de su infancia, en una simetría que equipara la planicie de la llanura con la idea de una vida pausada por la tristeza.
Si prevalece el criterio de ponderar la audacia o la disrupción, el elegido será Pablo Katchadjian con Amado Señor, en la que el autor conocido por la intervención en obras de la tradición argentina, como el Martín Fierro de José Hernández o El Aleph de Jorge Luis Borges, se centra en un narrador que escribe cartas y se ve obligado a cambiar de destinatario cuando se da cuenta de que no le está hablando a nadie.
En la obra editada por Blatt & Ríos el escritor entreteje preguntas existenciales con episodios de su vida desde una prosa lúdica y mordaz que parodia la indagación espiritual que instituyó San Agustín en sus Confesiones a través de constantes paradojas y juegos de palabras. Aunque le gusta desmarcarse de las operaciones vanguardistas —”más que vanguardista parezco romántico y neoplatónico”, definió en una entrevista— el texto se inscribe en la genealogía rupturista y desafiante de sus obras anteriores.
Al margen de la calidad indiscutible de la obra ganadora -las cinco obras finalistas acreditan atributos parejos en ese sentido pese a ser muy disímiles en sus temáticas y texturas- en el caso de resultar victoriosa No es un río, de Selva Almada, se cumplimentaría la paridad de género para el historial del premio y en paralelo significaría sellar con una distinción concreta el recorrido de un libro que este año llegó a las instancias finales de otros dos galardones: el Premio de Novela Sara Gallardo —que finalmente obtuvo Marina Yuszczuk— y el IV Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa que recayó en el colombiano Juan Gabriel Vásquez.
En No es un río (Random House Mondadori), la autora entrerriana concluye la “trilogía masculina” iniciada por El viento que arrasa y Ladrilleros con un texto que explora los pactos y alianzas entre varones a partir de la memoria de un amigo muerto y los conflictos entre locales y foráneos en un paraje de rural, donde las relaciones son tan ásperas como el paisaje que las aloja.
La lista de aspirantes se completa con la obra de una narrador y ensayista de prolífica producción que cosecha elogios unánimes con sus textos y pendula por los géneros con inusual ligereza: Martín Kohan, quien compite con Confesión, una novela de tres historias autónomas que se conectan entre sí con un trasfondo algo perturbador capaz de cruzar el deseo sexual que siente una preadolescente por un joven apellidado Videla al que sólo ve pasar de lejos, un atentado al avión donde viaja un dictador de facto y una conversación durante una partida de cartas entre una abuela con cierto deterioro cognitivo y su nieto.
Situada en distintos tiempos políticos y geográficos y sin enunciación literal que amalgame las historias, la novela publicada por Anagrama también recupera una increíble operación en la década del 77, no tan reiterada en el imaginario, cuando un grupo de jóvenes del ERP intentó volar en pedazos el avión donde viajaba el presidente de facto, Rafael Videla. Y como su título anticipa, concluye con una confesión y aquí también la puesta en palabras logra decir algo de lo que la memoria no quiere o no puede recordar.
Fuente: Télam
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