Clara Obligado: “Una de las características del inmigrante es que nadie le pregunta nada”

La escritora argentina, que vive en España desde hace cuatro décadas, habla en esta entrevista sobre su modo de comprender la literatura y la escritura y reflexiona sobre las imposiciones del mercado. Acaban de publicarse dos libros suyos : “Una casa lejos de casa” y “Construcción en abismo”

Clara Obligado habló de la escritura, del mercado, de las editoriales independientes en esta entrevista (Foto: Télam)

En el ensayo Una casa lejos de casa, la escritora Clara Obligado descomprime ideas acerca de lo que implica habitar una lengua atravesada por el exilio, explica por qué desde que llegó a España en 1976 entendió que no se hablaba el mismo idioma y se anima a poner el foco en los desplazamientos de tierras, familias y oficios que conforman identidades.

La autora está en Buenos Aires porque formó parte del jurado del Premio Clarín de Novela que en estos días fue otorgado a Agustina Caride por Donde retumba el silencio. “Antes de la pandemia venía una vez al año, en mis vacaciones. Estuve casi 20 años viviendo sin verano, ahora trato de no hacerlo porque es muy poco saludable”, cuenta sobre sus frecuentes viajes a la Argentina, en los que dice que no escribe “ni una línea”, porque los dedica a “pensar y sentir”.

Pero esta estadía en su país natal también la encuentra con la publicación de Una casa lejos de casa, a cargo de la editorial platense EME, y Construcción en abismo, una selección de cuentos ideada por Eudeba, mientras que en España suma un tercero: Todo lo que crece.

“Cuando estoy escribiendo me alejo de los libros porque se me pegan”, afirma en una entrevista en un hotel de Recoleta, la autora de La hija de Marx y La biblioteca del agua haciendo referencia al proceso de trabajo de Una casa lejos de casa, un ensayo dividido en dos partes, “En casa” y “Lejos de casa”, en el que repasa sus desplazamientos y se anima a expandir lecturas sobre qué implica escribir ficción desde el desarraigo.

"Una casa lejos de casa" (EME), de Clara Obligado

—¿Fue un libro escrito durante las mañanas de los primeros meses de la pandemia?

—Sí, me lo pidieron dos o tres días antes de que la pandemia empezara. Me llamó un amigo para ofrecerme escribir un libro sobre la escritura para una nueva colección. En principio dije que no porque escribo todo el día, trabajo con escritores, así que le dije que escribir sobre la escritura era lo último que haría en ese momento. Tenía un material sobre la distancia que era fruto de conferencias, trabajos, bibliografía, entonces al día siguiente le dije que quería escribir sobre ese material y que se iba a llamar Una casa lejos de casa. En dos meses por las mañanas escribía este libro y por la tarde trabajaba en otros proyectos.

—¿Cómo influyó la pandemia en el tono de esa escritura?

—Hay algo de la pregunta por hacia dónde vas cuando te encierran. En pandemia escribí dos libros: este y Todo lo que crece, que serían como un espejo. Son escritura y naturaleza, uno es sobre perder la tierra y el otro sobre ganar el mundo, o sea, abandonar la nación para ganar el mundo como territorio. Son dos libros sobre el afuera, sobre la pérdida del espacio. Tenía que ver con la pandemia por contradicción, era un momento donde la frontera estaba en el umbral de nuestra casa, era un momento para reflexionar sobre la frontera y qué significa estar encerrados, tener un país no siempre es un privilegio.

—Hablás de sentirte extranjera en tu propio idioma, y cuando uno piensa en España piensa en el idioma como refugio y no es así...

—Es todo lo contrario porque pueden pasar los años y la extrañeza permanece, yo sigo hablando argentino, cuando estoy allá modifico para que me entiendan. Siempre estoy en una versión subtitulada, estoy en dos idiomas al mismo tiempo. Es una situación interesante y sofisticada para un escritor, pero también implica la pérdida del lenguaje de los afectos. No podés traducirlo, simplemente lo perdés porque tenés que cambiarlo por otra palabra. No lo guardás, sino que el otro castellano lo avasalla, lo aniquila. Es distinto a comparar el alemán y el argentino. Es un desplazamiento más feroz y más a largo plazo, podés estar toda tu vida descubriendo los pequeños matices de la lengua, y sobre todo si estás todo el tiempo trabajando sobre esa materia.

"Construcción en abismo" (Eudeba), colección de cuentos de Clara Obligado

—Si hay algo que prima en el libro son los desplazamientos: de un país a otro pero también de una clase a otra, hay una pertenencia en ese sentido de la que también te desplazás...

—Reflexioné mucho sobre cómo he aceptado ese lugar masculino de mi familia: cambiándolo porque no soy poeta, soy narradora, no tengo esa ideología, más bien la contraria, soy una trabajadora que se hizo a sí misma. He corrido al revés para encontrarme en el punto de partida porque dije “hice de mí lo que mi abuelo hubiera querido”, pero pienso que es una manera de hacer las pases. En mi familia las mujeres han sido pintoras olvidadas y los hombres escritores reconocidos. Yo soy una inmigrante que se busca la vida, también es otro lugar, un desplazamiento.

Es un libro escrito para ser leído en dos orillas, mi idea era que los españoles vieran que un inmigrante no es una persona que viene carenciada, porque yo vengo de una clase alta además. Cuando dejás un país perdés todas las referencias. Y al revés también, porque les quería decir a los argentinos que no es fácil, no siempre nos entienden.

—En una charla de la Feria de Editores planteabas cómo el boom latinoamericano formateó la mirada sobre América Latina. ¿Cómo persiste ese formateo hoy?

—Sí, siempre el mercado formatea pero los escritores no deberíamos dejarnos. Hay que ser críticos con ese tipo de cosas. Tengo muchas amigas escritoras jóvenes, me gusta mucho lo que están escribiendo y debatimos. Siempre les digo “chicas no se olviden de que ustedes son ustedes porque nosotras somos nosotras”. Si ustedes cortan como lo hicieron todos los machos del boom estamos haciendo lo mismo. No se trata solo de tomar un lugar sino de tomarlo de determinada manera.

—Hubo una decisión tuya de publicar, trabajar con editoriales más chicas. ¿Por qué?

—Sí, me desplacé del mercado. Me contaban que la vieron salir a Hebe Uhart de una editorial grande y dijo que eso no era para ella. Los escritores tenemos que saber cuál es nuestro lugar, es cierto que hay lugares donde vas a ser rico y famoso, pero yo no quiero serlo. Si algún día me hago rica y famosa me encantará, pero será con mi juego. Fui autora de Planeta, de Lumen y me di cuenta de que ese no era mi lugar. Si me exigían una novela rápido, si tenía que tener determinadas cenas que no tenía ganas de tener, mejor no. No tengo nada en contra, pero yo no soy eso. Con Una casa lejos de casa volví a publicar en una editorial pequeña, creo que hay que arriesgar ahí, que ese es el lugar de la cultura. El mundo editorial interesante pasa en estos nidos. En EME se arriesgaron por mí en medio de la pandemia. Eso lo agradezco porque sé que implica dinero de su propio bolsillo. De hecho, con la editora el debate fue muy interesante, no estábamos de acuerdo en la mitad de las cosas, pero eso es buenísimo. Voy a seguir por ese camino, no creo que a esta altura de mi vida vaya a cambiar.

"Todo lo que crece: Naturaleza y escritura" (Páginas de espuma), de Clara Obligado

—¿Cómo ves el movimiento de estas editoriales más chicas en España y en Argentina?

—Muy parecido, por ejemplo Sol Salama está editando a mujeres latinoamericanas, y es una iniciativa de ella y su hermana, o Las Afueras, que publica a Federico Falco. Leo pequeñas editoriales. No creo que la literatura como la entiendo yo, como búsqueda, como investigación, como ensayo, tenga lugar en un espacio muy comercial. Creo que los autores nacen en los pequeños ríos y caen al mar y ahí se ahogan, porque lamentablemente empiezan a repetirse.

—Entre todos los desplazamientos, en ese ir de una orilla a otra, está la institutriz inmigrante de tu infancia, Misses Tanasescu, que inaugura el libro y te regala una definición sobre la literatura como traducción siempre de palabras y de mundos. ¿Cómo resignificás esa idea hoy?

—Cuando estaba en Argentina ese problema no lo veía porque no lo tenía. Pienso cómo en un país de inmigrantes como éste no vemos lo que significa la vida del inmigrante, yo tuve que entender su vida madurando. Para mí era una mujer rara, nada más, hasta que entendí que todo en ella era inequívoco, y cuando lo entendí la busqué en Estados Unidos y no la encontré. Cuando publiqué este libro, un amigo español me dijo que se quería disculpar con los amigos exiliados de esa época a los que nunca les preguntó nada. Esa es una de las características del inmigrante: nadie le pregunta nada. Llego aquí y nadie me pregunta nada, dan por hecho que vivo en el Paraíso porque vivo en Europa, donde todos estamos de vacaciones todo el año, nadie trabaja, qué bonito que es España. Es el mismo tópico que cuando allá digo que soy de América Latina, entonces suponen que soy pobre, no sabemos de verdad lo que le pasa al otro porque no nos importa.

Clara Obligado (Foto; Télam)

—Te interesa el ensayo como género, ¿cómo lo pensás hoy?

—Hace poco leí el libro de Tamara Kamenszain, Libros chiquitos, y hay una parte en la que habla de ensayitos. Una amiga, Nuria Barrios, me dijo “no lo llames ensayito porque es denostar al género”. Entonces le dije “buscame una palabra donde pueda decir lo que quiero decir: una manera de pensar que no sea héteropatriarcal para empezar y que no se ponga en el centro, que se desplace, que deje fragmentos para pensar, que sea hija de Sor Juana cuando dice ‘si Aristóteles hubiera guisado, mucho mejor hubiera pensado’”. Las mujeres hemos abierto una zona crítica en el pensamiento, no pretendemos tener razón, pretendemos investigar con el pensamiento, abrir un estupor quizás y no poner leyes fijas. Yo estoy buscando formas distintas.

Clara Obligado y su experiencia como tallerista: “Me ayudaron a escuchar y a ver muy rápido al otro”

Novelista, ensayista, editora y docente, Clara Obligado (Buenos Aires, 1950) asegura en Una casa lejos de casa que “escribir consiste no tanto en exhibir las certezas, como en omitirlas”, y esa parece ser una de las improntas con las que trabaja en sus talleres en España, los que se conformaron en una institución en la que hoy recibe a un centenar de alumnos.

Bisnieta de Rafael Obligado, el poeta del Santos Vega, y nieta del también poeta y escritor Carlos Obligado, la autora de Petrarca para viajeros tuvo que dejar el país por la dictadura militar de 1976, en su juventud, y más de 40 años después recuerda cómo esa época marcó en su impronta la potencia de la política como posibilidad de transformación.

“Era muy fácil ser peronista en mi juventud, era un movimiento juvenil impresionante. Más que a Perón le debo mucho a Paulo Freire, a quien llegué por el peronismo. Fue quien me hizo ver la cultura de abajo y hacia arriba. Mi generación tenía unos presupuestos que hoy siguen siendo de vanguardia”, reflexiona antes de volver a Madrid, donde la esperan las clases y la escritura.

Clara Obligado (Foto: Télam)

—¿Qué herramientas te dieron los talleres al momento de escribir?

—Me dieron casi todo: los entiendo como podía entender Aristóteles el pensamiento, he acompañado procesos de escritura y me han ayudado a escuchar, veo muy rápido al otro, lo que me está diciendo lo puedo interpretar en otro código. Es un lujo y es uno de mis problemas actuales: debería bajar el trabajo pero me encanta. Tengo cerca de 100 alumnos. Trabajo con mi hija, un español y otra argentina. Cada uno hace su propia medida, más no puedo contener en mi cabeza. Creo que uno aprende con el tiempo a hacer las cosas en una medida.

Con los talleristas armamos un libro donde cada uno escribió sus días en los primeros meses de la pandemia: hay historias terribles, cómicas, y salió en España hace unos meses. La literatura fue un lugar de contención en esos días, teníamos 10 minutos llamados “el quejódromo” para contar nuestra vida y después volvíamos a la escritura. Sentíamos que nos hundíamos y la cultura nos daba armas para seguir flotando.

—Contás que hubo un momento en el que decidiste vivir de la literatura, encontraste otro equilibrio y pagaste por él. ¿Cómo lo recordás?

—Fue un momento divertido, no tenía nada de dinero. Me fui sola, con 9 kilos de equipaje y 1000 dólares. Era plena dictadura, me fui porque si no me iban a matar y llegué a un país absurdo. Odié España los primeros años con toda mis fuerzas. Empezamos a vivir la cultura de la muerte: la tortura, la desaparición, la pérdida estaban todo el tiempo. Pensé “puedo vivir ahí pero si me instalo en esto, me ganaron”. Construí un pensamiento utópico positivo: dije no sé si las cosas van a ir bien pero actúo como si fueran a ir bien. Eso me ayuda a construir una utopía positiva. Instalarse en la queja me parece una pésima idea. Empecé a defender mis utopías que tienen que ver con la cultura. Me siento parte de una generación que ha mantenido ciertos ideales, los míos tienen que ver con la cultura. Tienen que ver con creer que podemos salir adelante.

—Tu abuelo y tu bisabuelo pertenecían a la Academia de Letras, vos armaste un espacio de talleres. ¿Creés que se encuentran esos dos mundos?

—Sí, sería injusta si solo denostara mi origen familiar, me crie con una biblioteca maravillosa, parte de la biblioteca de Rafael Obligado estaba en mi casa. Me crie en un mundo muy culto, mi padre leía el Quijote todos los años y recibí de ellos el amor por la literatura. Mi madre leía novelas románticas, son dos maneras de leer. Ese placer al leer me lo transmitió. Toda esta literatura de raigambre popular que se supone que está al margen la he leído siempre. Tengo una manera de leer nada cerrada o académica.

Fuente: Télam.

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