La llegada a la militancia a través de la poesía, la importancia de la sabiduría de la intemperie, la preocupación por recuperar la novela como un género subversivo y los múltiples trabajos con el lenguaje que emprendió Francisco Paco Urondo están presentes en la biografía escrita por el poeta, periodista y escritor Osvaldo Aguirre en la que desmitifica datos y aborda una vida atravesada por el fervor de la transformación.
Poeta, dramaturgo, novelista, guionista, redactor y editor, Urondo (1930-1976) es abordado por Aguirre desde múltiples preocupaciones: la militancia, la forma de hacer periodismo, los ecos de la ficción o la poesía como herramienta para “otorgar las armas para establecer entre los hombres la más honda comunicación”.
Francisco Urondo: La exigencia de lo imposible se publicó recientemente a través de la editorial de la Universidad del Litoral pero comenzó a construirse hace más de una década, cuando Aguirre se acercó a la obra del escritor santafecino para encarar distintos proyectos, como la reedición de Veinte años de poesía argentina, que fue parte del homenaje a Urondo en el Festival de Poesía de Rosario, o la compilación de sus ensayos y textos periodísticos.
Así comenzó a tomar forma un archivo que resignifica la vida y obra de uno de los escritores de la vanguardia poética de los 50 y referente de ese periodismo de los 60 y 70 que con sus crónicas y entrevistas potenció sus intervenciones como militante político.
El trabajo de Aguirre permite el acercamiento al Urondo redactor de información general del diario Clarín con Osvaldo Bayer como jefe en los 60, al que fue interventor del Departamento de Letras y Literaturas Modernas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) o al militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en los 70, entre sus múltiples oficios y desafíos.
Por estos días Aguirre no solo publica esta biografía sobre Urondo, también un trabajo sobre bandidos sociales titulado La bolsa y la vida en el que están compiladas las vidas de Vairoleto, Ascencio Brunel o el Gauchito Gil, editado por el sello Desde la gente y la reedición de un libro que aborda a Rodolfo Walsh a través de entrevistas y ahora publica Mansalva. Sobre estos trabajos, su oficio como periodista y su rol como poeta habla en esta entrevista.
—Si bien el trabajo indaga en la obra de Urondo, también desmitifica datos sobre su vida: no se suicidó, lo mataron, y no es suya la frase “empuñé un arma porque busco la palabra justa”. ¿Cómo fue el comienzo de la investigación?
—Hace más de diez años que trabajo sobre la obra de Urondo. En 2008 preparé la reedición de Veinte años de poesía argentina, que publicó Mansalva y fue parte del homenaje a Urondo que se hizo en el Festival de Poesía de Rosario. Después compilé la obra periodística y los ensayos, que se publicaron en 2013 y 2015 por Adriana Hidalgo. Como consecuencia de estos trabajos, para los cuales ya había hecho entrevistas, tenía una especie de archivo Urondo en mi casa cuando Ivana Tosti, la directora de la editorial de la UNL, me propuso hacer una biografía. Ese material fue también lo que me permitió trabajar en el libro en la coyuntura de la cuarentena, durante el año pasado, con las bibliotecas cerradas. Fue muy importante contar además con las colecciones digitalizadas en sitios como Ahira, Americalee y Ruinas digitales, no solo porque compensaron el cierre de las bibliotecas sino porque aportaron material bibliográfico que no estaba en el radar de las investigaciones. En cuanto al enfoque, el punto de partida fue el de seguir la trayectoria intelectual de Urondo y tratar de desarticular estereotipos sobre su figura y de abrir o sugerir nuevas posibilidades de lectura de su obra. Hay mucho para redescubrir, para investigar y para profundizar.
—En una nota dice que la poesía “debe otorgar las armas para establecer entre los hombres la más honda comunicación”. ¿Cómo definirías su forma de leer y escribir poesía?
—Urondo sostiene una reflexión crítica de principio a fin de su vida. Llega a un punto de maduración en su experiencia como editor de la revista Zona de la poesía americana (1963-1964), junto con Miguel Brascó, Noé Jitrik, Edgar Bayley y César Fernández Moreno, entre otros. Los editoriales que escribió para la revista son totalmente actuales. La idea de la poesía como comunicación viene de Bayley y del invencionismo, pero Urondo le da un desarrollo propio, mucho más interesante, en un cruce con la poesía del Litoral y sobre todo con Juan L. Ortiz. El período del joven Urondo en Santa Fe es fundamental en su formación, porque de ahí proviene su iniciación en la poesía, en el teatro y en la política. Mientras el invencionismo queda de alguna manera rezagado en el contexto cultural de los 60 y su idea de comunicación parece desconectada de la interacción social concreta, Urondo reclama insistentemente un lenguaje “que nos concierna” y que hable de las cosas comunes. En ese sentido son reveladores sus textos periodísticos: en los artículos sobre cine, en las críticas de teatro y en la lectura de poesía, Urondo tiene básicamente el mismo criterio de valoración, el de observar el modo en que el arte trabaja con un lenguaje que resulte propio y que hable de las cuestiones de la época. Suele decirse que hizo un culto de la amistad, lo que es cierto, pero al mismo tiempo no tiene el menor reparo cuando le toca criticar a los escritores amigos o trenzarse en una discusión fuerte.
—Entre sus trabajos periodísticos, es muy interesante la entrevista a Quino y ese tono entre punzante e incisivo. ¿Qué aspecto te sorprendió de su forma de encarar su tarea periodística?
—Me sorprendió la diversidad de sus intereses y la decisión de plantear perspectivas críticas en lugares que no parecen los más apropiados pero que eran los que tenía disponibles, como la revista Damas y damitas, para sus críticas de teatro, y Leoplán, para sus artículos y notas con escritores y artistas. También me sorprendió la atención que le dedica a muchos primeros libros de jóvenes poetas, en las reseñas para el diario La Opinión, y sus lecturas y valoraciones de autores que uno no asociaría con Urondo, como Alejandra Pizarnik, Antonio Di Benedetto o Juan José Hernández. Otro aspecto llamativo es que él introduce en Leoplán un tipo de textos que después practican con regularidad los periodistas de La Opinión, el “reportaje sin preguntas”, donde el cronista transcribe directamente la voz del entrevistado, lo que exige un trabajo específico sobre la escritura. Se radica definitivamente en Buenos Aires hacia fines de los 50, en un momento de renovación en el periodismo y en la cultura en general y logra insertarse plenamente, como cronista, como redactor publicitario, como guionista de cine y de televisión, y despliega una producción enorme.
—En el libro La bolsa y la vida: Historias de bandidos sociales, planteás la diferencia entre la historia recordada y la oficial. ¿Creés que ese interés atraviesa tu modo de encarar el trabajo de investigación?
—Sí, pero sin suscribir teorías conspirativas. La concepción de las historias oficiales como representaciones engañosas del pasado es ya un lugar común, un argumento de marketing más que una aproximación seria al estudio de la Historia. Al margen de esto, la “historia recordada”, las leyendas sobre bandidos me parecen particularmente reveladoras, quizá no tanto en los términos rigurosamente históricos pero sí en el modo en que esos bandidos son percibidos en la época en que actúan y en su posteridad y cómo esas percepciones y los relatos que originan hablan no ya sobre los personajes sino sobre las sociedades en que actuaron.
—Sos escritor, poeta y periodista. Entre el periodismo cultural, el género policial y la poesía ¿cómo pensás ese cruce a la hora de encarar tu escritura?
—Diría que el cruce se produce por lo que tienen en común, el trabajo sobre el lenguaje y la pretensión de desarmar lugares comunes. Entre otras cosas, el trabajo como periodista me sirvió para entrenar el oído, a través de las muchas entrevistas que hice y hago, y esa atención hacia las formas del lenguaje hablado es básicamente lo que me moviliza y disfruto, en cualquier ámbito.
Cruces entre las obras, militancias y decisiones de Walsh y Urondo
Osvaldo Aguirre investigó las vidas de Rodolfo Walsh y de Francisco Paco Urondo, dos escritores, militantes y periodistas que tuvieron a sus hijas (Victoria Walsh y Claudia Urondo) como figuras centrales a la hora de tomar la decisión de profundizar sus actividades políticas, y acerca de esas militancias, obras y destinos trabajó en dos libros que se publican en estos días: Francisco Urondo: La exigencia de lo imposible y Un periodismo literario.
—Al igual que Walsh, Urondo se radicaliza como militante al mismo tiempo que se convierte en escritor. ¿Cómo leés el cruce entre esas dos obras por un lado y entre los dos militantes por otro?
—Los dos siguen una trayectoria similar en términos generales, de distintos sectores del antiperonismo a la vinculación con el peronismo a través de las organizaciones armadas. Y los dos enfrentan tensiones con la conducción montonera, sobre todo Urondo, que plantea una postura crítica sobre los criterios de edición del diario Noticias y advierte sobre los riesgos de menospreciar la tarea intelectual en el último texto publicado en vida. Sin embargo, ese militante supuestamente indisciplinado y con debilidades burguesas, como describen algunas memorias a Urondo, obedece la orden de trasladarse a Mendoza con plena conciencia del riesgo que corre, porque “no es de los que abandonan”, como él dice. La entrega de Urondo a la militancia tiene un grado de compromiso absoluto, y en esa circunstancia no deja de escribir: la poesía “es una especie de fatalidad”, dice en una entrevista, y de hecho él escribe los Cuentos de batalla, que son uno de los puntos más altos de su obra poética y quizá su culminación en el sentido de que en esos poemas se encuentra finalmente la poética sobre la que Urondo trabajó durante su vida. Los primeros cruces con la militancia de Walsh podrían ser el trabajo político en el gremio de prensa en la segunda mitad de los años 60, la frecuentación de Gotán, el boliche de Juan Carlos Tata Cedrón, y en particular a través de la relación con Casa de las Américas, en Cuba. El 30 de junio de 1969, cuando un comando ejecuta a Augusto Vandor en la sede de la UOM, Walsh tiene que irse de su casa y se va justamente a la casa de Urondo, en Colegiales. Y un cruce entre sus obras podría ser la escritura del testimonio, en la que Walsh veía la posibilidad de un arte liberado de “la trampa cultural” del sistema burgués. Pero los resultados de Urondo en ese campo –la novela Los pasos previos– no son los mejores, o en todo caso lo testimonial de esa novela no surge de los datos duros que incorpora, sino de la libre reelaboración de las discusiones en Cuba, los viajes a Europa y el contacto con los intelectuales que se sumaron a la lucha armada en los 70. Si Walsh pudo decir, a fines del 76, cuando se propuso recuperar su proyecto literario, “vuelvo a ser Rodolfo Walsh”, Urondo no dejó de ser Urondo, en el sentido de que, como decía, escribió hasta último momento y siempre tuvo sus papeles y su máquina de escribir a mano. En todo caso pasó a ser Ortiz, pero su nombre de guerra es justamente una cita del poeta al que tuvo como modelo.
—¿Qué es lo que se agrega en la reedición de tu trabajo sobre Walsh y cómo releés ese trabajo en el tiempo?
—En la nueva edición de las entrevistas, agregamos una entrevista de Eduardo Galeano a Walsh y Jorge Cedrón, después de la filmación de la película sobre Operación Masacre, y la segunda versión que escribió Ricardo Piglia de la entrevista que le hizo a Walsh en 1970. Es interesante comparar ambas versiones –se publicaron en 1973 y 1987– porque focalizan y muestran distintos aspectos en las respuestas de Walsh, que iluminan a la vez los contextos históricos en que se publicaron esas entrevistas. Le cambiamos el título al libro, ahora se llama Un periodismo literario, tomado de una conversación de Walsh con escritores cubanos. Las entrevistas permiten seguir el pensamiento de Walsh entre 1954 y 1974 de un modo que quizá no se encuentra en otros textos de la obra. La revelación que él tiene respecto de la política y del periodismo a partir de Operación Masacre se extiende también a la literatura y a la crítica cultural, y eso puede notarse en particular en las entrevistas. Algo particularmente vigente en esos textos, me parece, es el señalamiento de Walsh respecto a los criterios de valor en literatura y periodismo y la necesidad de subvertir esos criterios.
Fuente: Télam
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