Hernán Vanoli y sus días como aprendiz de taxidermista en Estados Unidos, el país donde su arte es la guerra

La nueva novela del escritor argentino y hoy funcionario en la cartera de Turismo se titula “Arte Folk Americano”: una crónica autobiográfica donde embalsama animales, entabla amistades con militares y supera una repentina separación

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(Foto: Martín Rosenzveig)
(Foto: Martín Rosenzveig)

Después de algunas combinaciones fallidas, Hernán Vanoli atiende el teléfono en su oficina de la calle Suipacha, en el Ministerio de Turismo y Deportes, y dice: “¿Hola?” Es Director de Promoción del Instituto Nacional de Promoción Turística de Argentina y ese jueves en que conversó con Infobae Cultura no era un día más: en la mañana del 25 de noviembre el Banco Central anunció la limitación del financiamiento para compras en cuotas con tarjetas de crédito de pasajes y servicios de turismo en el exterior. En sus propias palabras, el área de trabajo de Vanoli es el “turismo internacional”: “Hacemos que la gente de afuera quiera venir a Argentina”. Por eso, sostiene, la medida anunciada “es un poco lo que yo siempre pido”. Pero esta conversación telefónica es un paréntesis en su nueva rutina o, mejor, el recorrido que ofrece su carril más habitual, el de la literatura. Sin embargo, como el mundo es un garabato donde todos las líneas se conectan, el turismo está también en Arte Folk Americano, su último libro, su última novela: las confesiones de un argentino recién llegado a los valles armados del Imperio para convertirse en taxidermista.

“Mi plan era ser un cronista, después un novelista policial y terminé haciendo una autoficción rara con ensayo”, cuenta Vanoli, nacido en Buenos Aires, año 1980, sociólogo y Magíster en Comunicación y Cultura. Trabajó en investigación de mercado durante más de quince años y escribió los ensayos El amor por la literatura en tiempos de algoritmos y Los dueños del futuro —en colaboración con Alejandro Galliano—, los relatos Varadero y Habana maravillosa y Pyongyang, y las novelas Las mellizas del bardo, Pinamar y Cataratas. Trabajó más de una década en marketing. Con Arte Folk Americano, efectivamente decidió contar su vida en las tierras de Iowa, en el Midwest de Estados Unidos, mientras embalsamada animales, se hacía amigo de militares retirados, paseaba por maximercados regionales y canalizaba su separación en una ficción abrumadoramente atrapante. “La que por aquel entonces era mi mujer”, como la llama en la novela sin pronunciar jamás su nombre, es Lola Copacabana, también escritora, también argentina. Ese fue el toque determinante para convertir esa obra en autoficción.

Extranjero en naturaleza hostil

El protagonista, que nunca asume un nombre, tampoco características demasiado concretas, es efectivamente el propio autor a partir de indicios sobre todo literarios. Pero en algún punto tampoco importa demasiado. Lo que hay, en definitiva, es un argentino adaptándose al frío y a un país ambivalente que produce belleza y dolor en toneladas iguales. Su entonces esposa —y la hija de ella, adolescente— pasa sus días haciendo una beca en una universidad donde se celebra el idioma español. Por el contrario, el protagonista, en su condición de latinoamericano viviendo en West Burlignton, es un intruso, o peor que eso, un ignoto sujeto recién llegado de un país económica y culturalmente intrascendente. ¿Qué hacer? Empecé a estudiar taxidermia en un lugar muy particular y comencé a escribir una novela que en un principio era policial, que ocurría en un lugar alejado del Estado de Iowa, donde hay mucha concentración de taxidermistas. Iowa es un estado que tiene toda una tradición en la taxidermia: museos importantes, grandes colecciones, etcétera”, explica del otro lado del teléfono. Fueron dos años.

"Arte Folk Americano" (Literatura Random House) de Hernán Vanoli
"Arte Folk Americano" (Literatura Random House) de Hernán Vanoli

“Yo me imaginaba un policial ambientado en ese lugar, hablando un poco de lo que era mi situación, ser un emigrado, introduciendo todo el tema de cómo se vive la latinidad y ser argentino en un país como Estados Unidos. Pero después lo que pasó en el camino fue que me separé y eso fue entrando en la novela mezclando las dos cosas: el clima de ese Estados Unidos interior y la historia de una separación”, dice y cuenta que la taxidermia apareció por fascinación y por intriga: “Me parecía muy loco que el cuerpo del animal pudiera ser puesto en ese lugar de cadáver en exposición, como una momia desnuda. Me llamaba mucho la atención eso. Después cuando me fui acercando lo que más sorprendió es la relación que tiene el pueblo estadounidense con los animales y con la caza. La cantidad de cazadores es impresionante: creo que solamente el estado de Wisconsin tiene 300 mil tipos armados cazando en sus temporadas altas. No sé cuántos efectivos tienen los ejércitos de muchos países pero seguro que menos. Estamos hablando de un sólo estado del Midwest de Norteamérica”.

“Me sorprendía también la relación ambivalente con la naturaleza. Para ellos la naturaleza es como una fuerza muy hostil a la cual tienen que dominar o los mata. Acá, en Argentina, tenemos una relación mucho más fluida, mucho más pacífica con la naturaleza. De la taxidermia también me sorprendió la variedad de disciplinas que requiere embalsamar un animal. Uno tiene que saber desde preservar el cuero, química y zurcido, hasta pintura y escultura; condensa muchas cosas. El trato que hay con los cuerpos muertos, ir a lo profundo de cómo es el sistema nervioso central del animal y verlo parecido a nosotros, la verdad que me hizo replantearme bastante la relación con los animales”, asegura. Arte Folk Americano provee al lector de descripciones de animales embalsamados tan detalladas que por momentos parecen dejar de ser objetos decorativos para pasar a sarcófagos preciosos que contienen almas a punto de salir, a punto de romper los tejidos mitad artificales, mitad naturales, y volver al mundo de lo real en una forma fantasmal arrasadora.

El arte y la guerra y la piedad

“La virtud más importante para hacer taxidermia no es la precisión ni la paciencia, sino la piedad”, se lee en la novela, así como también: “En los momentos de mayor optimismo, escasos en mi paleta anímica, me convencía de que con la taxidermia comprendería algo sobre la experiencia artística”. De este modo, Vanoli utiliza esta disciplina para descifrar el mundo, para interrogarlo, para pensar la relación con la vida, con la muerte, con la naturaleza, y preguntarse qué demonios es el arte. “Siempre me interesó la crítica de arte —cuenta ahora— y hay una pregunta en los taxidermistas: si la taxidermia es un arte o es un artesanía. Hay una discusión hacia dentro sobre cuál es el estatuto de la disciplina pero que va más allá de lo que piensen los taxidermistas. Me parece que es una pregunta más general sobre lo que es el arte. Y a mí siempre me interesó la relación entre el arte y la guerra, o el arte como una manera de guerra, o el arte de la guerra. Por un lado, uno podría decir que el arte de los estadounidenses es la guerra. Es una nación que está permanente en guerra, que está súper armada y que construyó el imperio en base a guerras”.

Alce embalsamado (Foto: Getty Images)
Alce embalsamado (Foto: Getty Images)

“Por otro lado —continúa—, me parece que el arte al mismo tiempo tiene una función, en el caso de los guerreros, de los soldados norteamericanos, muy terapéutica que permite que uno se pregunte por qué es arte o por qué no es arte, que es la pregunta que está siempre ahí dando vueltas. Pero me hizo pensar en una dimensión muy manual y no tan conceptual, muy vinculada al tiempo de trabajo invertido y a la función que tiene en una comunidad o en la biografía de una persona y la relación que establece el artista con sus materiales. Esto la taxidermia lo lleva a un nivel brutal porque sus materiales son el cuerpo muerto de un animal”. Entonces aparece la pregunta por el mercado: “Desde la antropología se podría decir que el ecosistema cultural de los cazadores norteamericanos es premoderno. En Estados Unidos, un país que está todo súper mercantilizado, la taxidermia casi que no lo está. Hay favores, intercambio, reciprocidades, pero nunca una ecuación favorable entre el tiempo que tarda uno en embalsamar un animal y lo que puede cobrar por eso. Hay, además, una cuestión muy de orgullo en exhibir al animal que se mató”.

Esta novela, esta autoficción, está crónica de los días en el imperio es también un ensayo. Escribe Vanoli que “vivimos en la noche digital” donde “nada merece realmente ser conservado y todo se realiza para su exposición inmediata”. En ese sentido, la taxidermia pareciera ir un poco en contra, porque tiene toda una lentitud que no se condice con la época. “En las redes sociales lo más importante es compartirlo, y en la taxidermia no: lo más importante es la historia que hay por detrás, que siempre es una historia de larga data. Cuando un cazador cuando muestra un trofeo no importa tanto el montaje, no importa tanto el animal, sino la historia que hay detrás de esa cacería. Y cuando el taxidermista trabaja tampoco importa mostrarlo. Por los tiempos que lleva y por cómo se cuenta la actividad, está totalmente fuera de lo vertiginoso que tiene toda la cuestión digital y lo contemporáneo. Es como una cosa que está afuera del tiempo. Y al mismo tiempo está ligado a la muerte, justamente lo que hoy en día, en el régimen de representación, es uno de los grandes tabúes junto con la vejez. Por eso también me resulta interesante”, cuenta.

El protagonista entabla una amistad con Jake, militar retirado que combatió en Afganistán. En ese vínculo se ahonda otro elemento que se indaga en el libro: el militarismo. “Creo que el 2% de la población es militar, pero son un Estado dentro de un Estado: los militares tienen su propia justicia, su propio sistema de transporte, sus propios hospitales, su propio sistema de seguridad social. Entonces hay un Estado dentro de un Estado que es el Estado Militar, un aparato ideológico y entonces cuenta una historia. Todos los militares con los que yo hablé no había casi ninguno que estuviera en contra de esa historia: la historia de que Estados Unidos lleva la libertad a todos lados, la historia de que Estados Unidos es el que produce las medicinas para todo el mundo y después les roban las patentes, la historia de que Estados Unidos están a favor de la democracia. Siempre cuentan esa historia. Y después están las personas, que en muchas casos son muy buenas y aman a su país, y eso a mí me parece admirable en muchos sentidos. Está esa paradoja: hay un aparato ideológico y hay personas con sentimientos y diferentes perspectivas”, sostiene.

"Cataratas" (novela), "Pyongyang" (cuento) y "El amor por la literatura en tiempos de algoritmos" (ensayo) de Hernán Vanoli
"Cataratas" (novela), "Pyongyang" (cuento) y "El amor por la literatura en tiempos de algoritmos" (ensayo) de Hernán Vanoli

El consumo nos hará libres

Quizás lo más interesante de esta crónica que repta entre animales muertos, nieve y desamor es la lupa sobre el consumo, que no es otra cosa que la vida cotidiana. “Estados Unidos, a los que nos interesa el consumo, es el país más desarrollado del mundo. Por algo todas las grandes plataformas de extracción de datos de consumo masivo son de ahí, es la factoría mundial y es el mayor importador de productos de China. En ese sentido, es una sociedad súper consumista. Y eso, en una persona del sur del país, que es más pobre, produce siempre una especie de fascinación y de morbo y de rechazo al mismo tiempo, y esas contradicciones aparecen también en la novela”. Cuenta Vanoli, ahora, en este breve diálogo telefónico, que en los estadounidenses hay una cierta conciencia de ese consumismo desfachatado. “Hay un montón de movimientos anticonsumo, pero siempre desde un lugar opulento. Allá se asocia mucho consumo y libertad. El consumo es un elemento vertebrador e identitario de Estados Unidos y de su industria cultural, que todo el tiempo está vendiendo que la libertad es eso”.

Cuando la novela viró al terreno de la autoficción, Vanoli se dejó llevar. Tenía un plan en su cabeza que dio un par de vueltas y se escurrió por la canaleta del azar. Los géneros suelen decantar solos. “Era re consciente que cuando se produjo la separación y cambia el proyecto de la novela estaba haciendo una cosa que iba a ser leída como autobiografía. Yo antes nunca había hecho algo así, siempre me había dedicado a la ciencia ficción especulativa, a la distopía. Cuando empecé a escribir ciencia ficción tenía 25 años; en ese momento sentía que la ciencia ficción tenía otra potencia, otra fortaleza. Hoy me parece que la ciencia ficción se ve desbordada un poco por la realidad que vivimos, por una realidad-ficción, que hace que a mí me cueste un poco más su la potencialidad, cuando también está súper consolidada como género, cuando Zuckerberg anuncia un metaverso... Hay un montón de ciencia ficción que me gusta, no es que reniegue del género, pero considero que yo no estoy capacitado para escribir algo interesante cuando me veo tan afectado por una realidad que me desborda”, sostiene.

También asegura que vio “una tendencia muy marcada hacia el género autobiográfico, que es muy amplio y que a mí, en general, es un género que no me parece muy interesante. Justamente por eso intenté arriesgarme un poco a ver qué me pasaba en ese territorio”. De pronto, estaba escribiendo una ¿novela realista? “Y una novela sobre realismo también”, agrega. “Creo que hay algo de una destrucción sobre el realismo, en especial sobre el realismo norteamericano. Me parece a mí que en países como Argentina, con una tradición literaria muy especial, muy particular, muy rica, muy heterodoxa, que a mí me encanta, yo me siento sumamente privilegiado de haberme nutrido de la literatura argentina y de tratar por default estar dentro de esa tradición, hay como una especie de relación con el realismo norteamericano un poco artificial. Me parece que hay una especie de juego, por decirlo de alguna manera, con esa relación, sobre todo pensando que la novela es en Iowa: el lugar donde la CIA armó su gran laboratorio de narradores realistas que después se exportó a todo el mundo, y así miramos muchas veces de una manera lineal en América Latina”.

(Foto: Martín Rosenzveig)
(Foto: Martín Rosenzveig)

Hace unos años, no tantos tal vez, muchos dieron por muerto el realismo y se volvió a poner en un merecido —¿exagerado y condescendiente?— pedestal a la ciencia ficción. Pero, ¿qué ocurre ahora? ¿Hay una suerte de regreso al realismo, de volver a revisitarlo? Afirma Vanoli y dice que “el otro día un escritor mexicano que yo le tengo mucho cariño, Federico Guzmán Rubio, hizo un tuit como que ahora la realidad se volvió tan loca que pareciera que la función de la literatura es un poco ser guardiana de esa realidad. A mí no me gusta hablar del fin de, o esas cosas que sí, está bien, ayudan un poco a ordenar las tendencias y lo que está pasando, pero me parece que el realismo literario ya está en otra etapa. Ya la realidad está tan loca, tiene tantos elementos de ciencia ficción, que volver un poco a alguna cosa realista en algunos casos puede ser interesante. Está bueno volverse a preguntar por el realismo en este momento de locura de la realidad, del relato mediático de la realidad o de las plataformas digitales donde la realidad supuestamente se cuenta”.

Inocencia americana

Arte Folk Americano es una crónica embalsamada de la vida cotidiana entre ¿las ruinas? del imperio. “Yo fui muy con la idea de que el imperio estaba en decadencia, pero me lo empecé a preguntar. Habría que ver a mediano plazo cómo les va con China”, comenta Vanoli. “Me sigue interesando mucho la sociedad estadounidense. Los veo también una cierta inocencia y una cierta candidez dentro de lo que uno puede pensar de lo que es la ideología”, agrega. Los dos años que estuvo coincieron con el mandato de Donald Trump (2017-2021), hoy oculto bajo la alfombra del olvido, pero fue quien representó un verdadero cataclismo en la agenda cultural de la época. “Más allá de que nos sorprendió a todos, yo lo viví bastante de cerca porque estuve durante su gobierno en una zona donde tenía un gran apoyo: en las dos elecciones que yo estuve ganaron los republicanos. No es que te puedo decir que agoté Estados Unidos, porque es un continente. Lo que yo cuento ahí es una parte muy especial de ese continente que se llama el cinturón del maíz y lo que ellos conocen como Midwest, uno de los estados principales, pero hay muchísimas regiones”.

Sobre el final de la conversación, Hernán Vanoli recibe gente. No es un día más en el ministerio de Turismo y Deportes: hace apenas unas horas, durante la mañana del 25 de noviembre el Banco Central anunció la limitación del financiamiento para compras en cuotas con tarjetas de crédito de pasajes y servicios de turismo en el exterior. La discusión coyuntural se impone sobre las los cimientos literarios, más no las tapa, se mezclan en un cóctel raro. Las últimas palabras que captura el grabador son las siguientes: “Estando afuera me di cuenta de lo que amo a mi país, de lo que me gustar estar acá, de todas las potencialidades. Más allá de las discusiones que tenemos siempre y más allá del talante confrontativo que tenemos los argentinos, me parece que tenemos un país espectacular. Estar afuera me dio perspectiva para valorar un montón de cosas súper positivas y mucha de la potencialidad que tiene Argentina. Me enamoré más del país estando dos años afuera que lo que tenía naturalizado estando adentro, y por eso me sorprende gente en redes sociales que critica, porque uno estando afuera valora más todavía”.

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