La extraordinaria cantante, bailarina, coreógrafa, actriz norteamericana Josephine Baker, que llegó a ser espía durante la Segunda Guerra Mundial, defendió los movimientos de derechos humanos y se abrazó a la causa por la liberación de los negros norteamericanos, será la primera mujer negra, nacida en el extranjero y francesa por adopción, honrada con un memorial y una placa en el Panteón de París, donde descansan 80 héroes nacionales del país galo como Voltaire, Victor Hugo, Marie Curie y Jean-Jacques Rousseau, entre otros.
En un acto presidido por el presidente francés Emanuel Macron, Freda Josephine MacDonald, nacida en Saint-Louis, en 1906, y convertida en uno de los íconos culturales más famosos de la primera mitad del siglo XX, será la sexta mujer depositaria de ese honor que, como portadora de numerosas vidas, deslumbró con bailes exóticos y espectáculos en los que se presentaba prácticamente desnuda, logró fama y dinero, pero murió en la pobreza, tal como había nacido.
Hija de padre cubano, mestizo, que tocaba el tambor en bares honky-tonk –que abandonó a la familia– y de madre mitad negra y mitad apalache, Josephine dejó su hogar cuando era una niña, y contrajo su primer matrimonio a los 13 años, para volver a formar pareja a los 16 y volver a separarse y mudarse a Nueva York y unirse al music hall, donde un diplomático americano la descubrió y le propuso ir a París en los inicios del 1900 con la promesa de recibir mil dólares al mes. Baker no lo dudó y logró un éxito estrepitoso, que le valió el apodo de “Venus de Bronce”.
De los triunfos que había alcanzado en Broadway, logró en París con su legendaria Revista Negra la apoteosis del éxito en el Teatro de los Campos Elíseos, con un primer estreno el 2 de octubre de 1925 donde bailó con su conocido cinturón de bananas, y luego abrió su propio cabaret, el “Chez Joséphine”, en el barrio de Montmartre. Esa revista la catapultó a la fama y a la historia del music hall y del arte moderno, convirtiéndose en musa de los grandes creadores cubistas.
Sin olvidarse de su país de origen, comenzó a colaborar en Nueva York con el movimiento Renacimiento de Harlem, junto a Louis Amstrong, Duke Ellington, Fats Waller, en torno a clubs legendarios como Apollo Theather y Cotton Club. Su fama le permitió adquirir una lujosa residencia en el corazón de la Dordoña francesa, el Castillo de Milandes, transformado en un museo sobre Josephine Baker. ”Todas las salas están dedicadas a Josephine. Mis padres y luego yo hemos dedicado nuestra vida a rescatar objetos que le pertenecieron, sus vestidos, sus muebles, incluso el cinturón de bananas. Aquí puede conocerse su vida personal, junto a los 12 niños que adoptó, así como su faceta como militante antirracista y su obra en el seno de la Resistencia francesa”, explicó a Radio France Angélique Delabarre, la actual propietaria del Castillo de Milandes.
En ese legendario sitio, Baker y su esposo Jo Bouillon dieron cobijo a 12 niños de nacionalidades, razas y confesiones distintas, porque –como ella decía– “la raza humana es solo una”. Amante de hombres y mujeres, tuvo aventuras y pasiones con personajes como Georges Simenon, Le Corbusier, Frida Kahlo y Colette, antes y después del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación de Francia por los nazis, cantó para las tropas francesas que se preparaban para liberar el país y utilizó sus partituras para transportar mensajes secretos de la resistencia, codificados y escritos con tinta transparente. Así, la artista se convirtió en espía oficial del general Charles de Gaulle en los círculos de poder, donde su lucha fue reconocida y París liberada.
En los 50 y 60 fue solidaria con los sucesivos movimientos de liberación de los negros americanos, y con Martin Luther King. La compra del castillo de Milandes llevó a la ruina a la actriz, perseguida por el fisco, y si bien Brigitte Bardot intentó salvar el proyecto original, Baker tuvo que vender su propiedad de mala manera. Grace de Mónaco la auxilió ante esta situación y amigos artistas, como Jean-Claude Brialy, también intentaron ayudarla, pero murió en una pobreza relativa, en 1975, en un barrio que hoy se llama Chinatown-sur-Seine.
Fuente: Télam
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