Guillermo me distinguió con su amistad y su confianza. Fue un grandísimo artista reconocido no solo entre nosotros sino también en el exterior donde en importantes instituciones, galería y museos cuelgan sus cuadros.
Fue un placer que durante mi gestión como Ministro de Cultura el Museo Nacional de Bellas Artes albergara una importante retrospectiva de su arte. Su obsesiva pasión lo llevó, cuando la vejez lo condenaba al insomnio, a recuperar la línea y dibujar con biromes figuras que a instancias de su director Andrés Duprat merecieron otra reciente muestra en nuestro máximo Museo.
En una de nuestras placenteras charlas surgió la idea de hacer algo juntos. Él había leído mi biografía de Juana Azurduy y sugirió la idea de ilustrarla. Por supuesto acepté con entusiasmo no sólo porque era el mismísimo Roux quien lo proponía sino también porque es uno de los libros que aprecio especialmente por haber sido uno de mis primeros y porque en él reivindico el papel de la mujer en las guerras de nuestra independencia, oscurecida en la historia machista que nos enseñaron y nos contaron. Afortunadamente en los tiempos que corren el feminismo imperante va cambiando las cosas y ahora una bella estatua de nuestra gran heroína ennoblece el paisaje porteño.
Para comprender el original abordaje que Guillermo hizo de la tarea es menester recordar que su padre, Raúl Roux, fue un eximio guionista y dibujante de celebradas historietas, sobre todo gauchescas y patrióticas, publicadas en Caras y caretas, El Tony , donde llenaba hasta veinte páginas por mes, Billiken, Patoruzú, El Gráfico, en el que durante siete años desarrolló una sección de biografías deportivas, y otros medios.
Su hijo se asomó al arte al que luego dedicaría vida y talento, mirándolo dibujar. Siendo todavía un pibe, Roux padre le encargó ayudarlo coloreando sus viñetas, inicio de su experiencia con la acuarela, técnica en la que llegó a ser uno de los mejores del mundo.
A los dieciséis dio sus primeros pasos independientes en Patoruzú, la exitosa revista de Dante Quinterno.
¿Por qué cuento esto? Porque Guillermo me anticipó, como pidiéndome permiso, que encararía las ilustraciones de mi libro en un estilo próximo a la historieta. Y “Juana” se prestaba porque está escrito como el relato llano de una vida maravillosa, con escasas citas y sin distracciones teoricistas ni especulativas.
Fueron 21 las ilustraciones, todas maravillosas, reunidas en un libro publicado por Sudamericana, bellamente diseñado por el joven Juan Pablo Cambariere, que mereció el premio anual de la Sociedad Argentina de Editores.
Me fue claro que fue un conmovido homenaje a su padre y a aquella infancia en que su vocación se despertó con la historieta, un supuesto arte menor hasta que Andy Warhol y Oscar Masotta en aquella memorable exposición en el di Tella la elevaron a arte mayor.
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