Partió la Grandes. Se fue Almudena. Murió una escritora. Y se fue antes de su tiempo, lo que resulta doblemente cruel. Cuando perdemos a un artista, el mundo se vuelve un mundo peor, no hay dudas.
La literatura no tiene compromisos y es un espacio donde la imaginación se puede permitir llegar a confines inimaginables. Sin embargo, en la ficción de Almudena Grandes parecía haber un fin: mostrar al mundo cómo era, cómo es y así, al final, saber cómo terminará siendo el español. El ser español, despojado de antropologías y sociologías, pero narrativamente en un arco tal que lo describía perfectamente. (Sí, hay muchas formas de ser español y esto es extensivo a cualquier nacionalidad, pero como madrileña, como capitalina y sobre todo, como escritora, supo abarcar un todo.)
Su obra repasa la historia española, nos la regala en una literatura amable, elegante, cruda, generosa. Y eso se agradece. Se lo agradecemos leyéndola.
Conocerla fue terminar de entender cómo esos títulos suyos tenían esa voz tan poderosa. En un encuentro con Infobae en 2017, nos decía: “Me encanta venir a América, Europa me amarga”, y como militante de izquierdas le dolía su tierra: “El país entero se está descomponiendo”.
Por eso, necesidad de compromisos, la escritora los asumía de motu proprio. Toparse y hablar con una mujer de ese porte, una imagen tan fuerte, una voz penetrante, ronca, inolvidable da cuentas de su obra también. Ese pecho y ese sentimiento se traducía en su andar, sus convicciones venían acompañadas de una retórica donde la resistencia, la única manera, era el modo de sobrellevar el peso del mundo.
Repetir lugares comunes como que un artista no muere porque nos queda su obra no consuela la muerte de nadie. Murió Almudena Grandes y eso duele. Ya no volverá a escribir. Y la humanidad necesita de estos escritos para entendernos a nosotros mismos. Es ahí donde entendemos que la escritora nos dejó en su obra el entendimiento de porqué somos lo que somos. A través de historias entrañables, ficcionando una realidad pocas veces grata y con total libertad, hasta combativa.
Adiós, Almudena, gracias y hasta siempre.
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