Viajar en el tiempo para matar a Borges: Manuel Quaranta y su “literatura de la digresión”

En “La fuga del tiempo”, el autor rosarino narra la historia de un escritor frustrado que construye una máquina del tiempo para asesinar al tótem literario y así, con el camino allanado, poder triunfar

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Manuel Quaranta
Manuel Quaranta

Borges como un tótem, como una torre que tapa el horizonte infinito, como un obstáculo, pero ¿para quién? “He decidido matar a Borges. He decidido finalmente matarlo”. Así empieza La fuga del tiempo, la última novela de Manuel Quaranta publicada por Gogol Ediciones este año. El protagonista es Daniel Acevedo, “un escritor frustrado, un escritor que está en las últimas, y también bastante patético”, lo define Quaranta. ¿Matar a un hombre que ya está muerto? Exacto: eliminarlo del mapa, que desaparezca su nombre de cualquier registro mental. Daniel Acevedo se obsesiona con el plan y desarrolla una máquina del tiempo. Ya nada importa, sólo atravesar las barreras metafísicas y realizar el asesinato que libere a la literatura argentina, que la limpie, que le quite ese centro cósmico irreversible y por fin triunfar, él, Daniel Acevedo, como el gran escritor que es, como el gran escritor que será, demostrarle al mundo quién es, qué es, qué hace, qué puede hacer.

Esta novela nace en el año 2021 cuando el Fondo Nacional de las Artes, con la dirección de Mariana Enríquez, abre un concurso literario centrado en la ciencia ficción, el fantástico y el terror. Hubo críticas, por supuesto: que al dejar afuera al realismo no se permitía la reflexión en un momento socialmente difícil, que el corte de géneros limitaba la cantidad de autores participantes. “A mí lo que me atrajo de ese concurso, al no interesarme demasiados esos géneros, fue que me permitió hacer algo que no sé hacer; ese fue el pensamiento y la causa de La fuga del tiempo. Por eso el epígrafe: ‘Es un tiempo para la audacia’. Me parecía que meterme en un terreno que no conocía podía ser fructífero. Por supuesto que no es una obra de ciencia ficción pero coquetea con eso porque hay un elemento que es clave: la máquina del tiempo”, dice del otro lado del teléfono este autor rosarino, licenciado en Filosofía y profesor y magíster en Literatura Argentina.

Es julio de 2015 y Quaranta publica una foto en Facebook. Una carta documento del abogado de María Kodama. “Si esta caza de brujas sigue va a terminar todo mal”, dice el epígrafe. De pronto los likes, los shares, los comentarios se vuelven una bola de nieve que gira y gira: La Capital saca una página entera con el título “Kodama intimó a un escritor rosarino para que deje de usar el ‘estilo’ de Borges”, los medios de Buenos Aires replican la noticia, cruza el Atlántico y llega a los diarios españoles. No era inverosímil: Pablo Katchadjian todavía no le había ganado el juicio a Kodama tras denunciarlo por El Aleph engordado. “La fuga del tiempo no puede no verse a la luz de ese acontecimiento, que se apagó el día que subí una foto con Kodama a Facebook”, dice. Septiembre de 2016. El epígrafe: “Al final de la conferencia, y como una muestra definitiva de la reconciliación (la carta documento ya es pasado), María Kodama me invitó a subir al escenario. Todos amamos a Borges”.

"La fuga del tiempo" (Gogol)
"La fuga del tiempo" (Gogol)

Daniel Acevedo pierde a su familia, no importa, su objetivo es claro: trascender. Busca “construir el imperio literario negado hasta hoy, en parte por mis propios límites, por mis propias debilidades, por fronteras que no me atrevo a cruzar (¡y que estoy cruzando!), pero también se me negaba por esa figura atroz y desmedida del viejo Borges, cuya pluma despiadada decapitó el cuerpo de tantos, de tantos como yo”. “Soy un ermitaño en su precaria ermita consagrando la vida a la construcción de un artefacto para viajar en el tiempo”, dice y poco a poco esa trama se vuelve una coraza, una ilusión, una distracción, porque la historia central ya no es la muerte de Borges en manos de un viajero ignoto sino las ambiciones, contradicciones y miserias de ese viajero, ya no ignoto, sino protagonista. La fuga del tiempo es una suerte diario, el de un hombre que su obsesión se vuelve performática: “Yo soy mi obra, soy la meta, soy el tiempo, soy el instante”. También: “Soy un artista del tiempo”.

“El Borges que conocemos es un Borges público —dice ahora Quaranta—; nosotros no tenemos una imagen del Borges de los cuarenta, de los cincuenta, tenemos un Borges a partir de los sesenta, setenta que ya es el que le toma el pelo a los entrevistadores, el que se burla de todo, incluso de sí mismo: la ironía y la autoironía. Esa es otra de las grandes operaciones que están en su literatura, pero que están sobre todo en el personaje público”, agrega. ¿Cómo sería la literatura argentina sin Borges? Quaranta compacta la pregunta mejor: “¿Sería? Es un contrafáctico imposible de responder. De algún modo lo responde la novela porque las últimas palabras son prácticamente palabras de Borges de un poema de un místico alemán que tradujo junto a Bioy Casares: Angelus Silesius. Y ahí, en ese intento denodado de ir a buscarlo, de matarlo, de destruirlo, Borges termina ganando la partida. Me gusta que haya ganado Borges”.

Manuel Quaranta “entró tarde” a Borges. “Es algo que me sucedió con casi todo: entré tarde a la literatura, entré tarde a la lectura. Y una de mis primeras lecturas, ya de grande, fue Borges. Entonces de algún modo no tuve un período de transición. ¿Viste que suele hablarse de que uno se forma con Julio Verne, con Ray Bradbury, autores de adolescencia? Yo entré de grande, y con grande me refiero a 25, 26 años, en Borges. Y de algún modo se empezó a conformar una especie de centralidad en mi propia historia que al mismo tiempo es una historia tardía y retrasada, porque a fines del 2000 ya la figura de Borges no era un problema. En ese sentido me gusta la idea un poco anacrónica de que un tipo quiera matar a Borges para posicionarse dentro del campo literario”, dice el también autor de La muerte de Manuel Quaranta —según Beatriz Vignoli, “un artefacto en los bordes de lo artístico”—, del reciente Diario de Islandia, e integrante del espacio cultural Encuentro Itinerante.

“En principio, definiría a Borges como una operación. Me interesa la operación borgeana: cambiar de contexto, poner dos cosas que a lo mejor no van juntas, encontrar el adjetivo que nadie espera que esté acompañado con determinada palabra. Por eso para mí el cuento más extraordinario de él es ‘Pierre Menard, autor de El Quijote’. En ese sentido la operación borgeana: que el contexto transforme al texto, que siempre estemos en el movimiento del pretexto, del postexto, en el contexto, y que el texto esté, por supuesto que está, no es que estamos alejados del texto, pero esa serie de operaciones girando entorno a un sentido que se desvanece o que nace o que se deshace con esas operaciones. Eso es lo que me fascina de Borges y que de algún modo tiene que ver con el arte conceptual, el arte contemporáneo, incluso Marcel Duchamp podría pensarse como la figura icónica de esto”, agrega.

Manuel Quaranta
Manuel Quaranta

Su relación con el estudio fue, en sus palabras, “una historia trágica”. Cursó Biotecnología, Ingeniaría en Sistemas, Derecho. “Años y años dilapidados, aunque ya no lo considero así”, dice. “En 2002, año de desolación, empiezo Filosofía, pero sin saber demasiado, sin tener muchas lecturas, y de a poco me fui comprometiendo con la carrera. En un momento me recibo, pero estaba más ligado a las lecturas literarias que a las literaturas filosóficas. Después hice una Maestría en Literatura Argentina en 2012...” Por esos años estuvo en pareja con una curadora que le abrió las puertas del arte. Empiezan a ir juntos a muestras. “En ese momento la figura de Duchamp me atrae. Vi en él una serie de operaciones que yo había hecho de niño en tonterías. Me interesó mucho esa especie de travesura, eso de hacer lo que no se debe hacer”. En 2014 se lanza al arte desde la teoría y la práctica: escribe y presenta performances e instalaciones. “Lo pienso como una arista más de todo que propongo”.

“Encontré en el arte un espacio donde muchas de las cosas que hacía y eran despreciadas se volvían valorables. Encontré un espacio, un respiro, un alivio. ‘Ah, esto se puede’. Un momento clave de mi historia fue en el año 2014, una muestra en el Mamba de Fabio Kacero, Detournalia. No es casualidad: él tiene una obra que se llama Fabio Kacero, autor de Jorge Luis Borges, autor de Pierre Menard, autor de El Quijote. Kacero copia de puño y letra ‘Pierre Menard’ imitando la letra de Borges y expone esa obra como en una especie de vitrina. Yo quedé enloquecido porque esa es una operación borgeana. Siempre digo: ‘tengo que poder continuar de alguna forma lo de Kacero’. Quedé deslumbrado. Dije: ‘Por acá hay algo que no es sólo literatura’. A mí la literatura en términos inmanentes me interesa, leo, me dedico, pero siempre coqueteando o girando en torno al arte y a otras disciplinas como la sociología o el psicoanálisis. Arte y literatura, para mí, van de la mano”.

Un día de 1999, un familiar saca un libro del bolso y se lo muestra. “Tenés que leerlo”, le dice. Es El ser digital de Nicholas Negroponte. Quaranta todavía estudiaba Ingeniería en Sistemas. “No fue el primer libro que leí pero para mí fue fundamental. Además tenía la palabra ser, un concepto central en Filosofía”, cuenta ahora. Desde entonces empezó a ligarse fuertemente a la literatura, a la ficción. Ya en el nuevo siglo su incipiente biblioteca se nutre con Juan José Saer. “En Glosa encontré la posibilidad de pensar otra cosa. Está la revisión del banquete de Platón. Hay filosofía y hay literatura. Y hay política. Podríamos decir que es la gran novela política argentina”. Posó durante un largo tiempo bajo la sombra de Saer hasta que llegaron los contemporáneos: Alan Pauls, Ariana Harwicz, Martín Kohan, Damián Tabarovsky. “Empecé tarde. Mi formación fuerte fue de los 35 a los 40. Fue una disciplina prusiana en el estudio”.

"La muerte de Manuel Quaranta" (Baltasara)
"La muerte de Manuel Quaranta" (Baltasara)

En La fuga del tiempo indaga sobre la “raza pérfida”, la búsqueda de ser escritor antes de escribir. El protagonista, con ese concepto, tiene una relación ambigua, contradictoria, llena de verdad y a la vez de mentira. “En Bartleby y compañía Enrique Vila-Matas compila historias de autores que no escribieron o que escribieron un libro o algunos cuentos. A mí me interesa esa figura, la de un escritor que no escribe o de un artista que no produce”, dice y agrega: “Es la confusión entre la obra y el autor; hoy es muy vidrioso hasta dónde la obra, hasta dónde la figura. Me interesa cómo la literatura operar hacia afuera. La literatura no sólo inmanente, un ejemplo podría ser Aira: no hay nada por fuera de la literatura, a pesar de que a él le interesa el arte contemporáneo. A mí me interesa que vaya hacia afuera, no para representar el mundo, sino que entre en un diálogo y que los límites estén en tensión; no que todo sea ficción. Por eso La muerte de Manuel Quaranta”.

“Piglia dice que de algún modo construyó una obra para finalmente publicar sus diarios. A mí me parece que hice una operación inversa: primero publico algo que de alguna forma es impublicable. ¿A quién le importa la muerte de un autor desconocido como yo? Si yo logro construir una obra de acá a unos años ese libro se va a ver de otra forma. Puede fallar, por supuesto, y no estaría nada mal”, cuenta. Esa novela, su ópera prima, nació a partir de textos escritos entre 2006 y 2008. “La única forma que tenía de publicarlos era armando una operación, porque si no estarían ahí adentro serían impublicables. Esto tiene que ver con algo que dijo Aira en su discurso del Premio Formentor: hacer algo siempre como pretexto de otra cosa. En ese sentido, en La fuga del tiempo aparece una historia de alguien que quiere hacer una biblioteca y le sale otra cosa. A mí esa falla me fascina. Apostar a la falla, apostar al fracaso. Y eso le pasa de algún modo al personaje”, agrega.

Diario de Islandia (Casagrande)
Diario de Islandia (Casagrande)

El 10 de diciembre de 2015, el día en que Mauricio Macri gana las elecciones presidenciales, Manuel Quaranta empieza un diario. Al poco tiempo le surge un viaje a Islandia como profesor visitante para dar clases sobre literatura latinoamericana. “Eso también lo pienso como otro modo de la performance: ir buscando en distintos lugares cosas para hacer. Tuve dos estadías en Holanda, una en Islandia, otra en España. Siempre ir tejiendo algo, porque obvio que no soy un tipo al que reclamen de las universidades europeas, que me permita además producir. Es parte de un todo. Un todo que nunca se va a concretar, por supuesto. No es que yo construyo fragmentos para completar un todo; son fragmentos que están destinados al fracaso. También habría que pensar si el todo no sería un fracaso. Sé que no es que en algún momento se va a completar. ‘Ya hice esto, publiqué esto otro, ya está’. No lo pienso así”.

Ese diario continúa, atraviesa aquel país insular, lo traspasa, continúa y ahora encuentra su publicación: Diario de Islandia ya está en las librerías. “Un diario de Islandia prometería paisajes, toda la maravilla de ese país, y no: es la llave que no entra, la alarma de humo siempre a punto de sonar. Lo que a mí me interesa es repensar los géneros y joder un poco ahí. Tiene un día cero que son los días previos al viaje. Es un diario que empieza antes de llegar a Islandia y termina después, ya en Noruega. Mi premisa es no jugar con las reglas de los otros. Si juego con las reglas de los otros salgo perdiendo. Entonces trato de imponer las mías. Después es un trabajo y no sé si me va a salir, pero mi intención es esa”, y agrega: “Lo que hago lo pienso como programa. Tengo una idea de algún modo programática de lo que hago. No es que las cosas surgen absolutamente por azar. Tampoco creo que se pueda dominar todo”.

Primero fue La muerte de Manuel Quaranta: matarse a sí mismo. Luego La fuga del tiempo: matar al tótem, ¿al padre?, ¿un parricidio?, aniquilar el centro de la literatura. “El tiempo y la muerte son las grandes obsesiones. Quizás sean la misma”, dice ahora. En el tercero, y por ahora último, Diario de Islandia, ¿matar lo esperable, la expectativa, lo predecible? “Me interesa una literatura que piense constantemente cómo ir horadando los lugares comunes, la lengua establecida, el estado de cosas de esa lengua, que vaya de a poquito y en lo posible sin que se note activando desvíos, activando digresiones, pensar en cómo debilitar el argumento. De algún modo pienso la literatura contra: contra ese estado de cosas, contra una lengua hegemónica. Una literatura del desvío y de la digresión, podría decirse”, concluye del otro lado del teléfono, desde Rosario, su ciudad, un casillero más en el ajedrez que es su mundo.

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