Cómo se construye un lector: Yolanda Reyes

Escritores, editores, mediadores de lectura y expertos en literatura responden preguntas acerca de un tema clave para la formación y la felicidad de los más chicos

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Yolanda Reyes (Foto: Camilo Rozo)
Yolanda Reyes (Foto: Camilo Rozo)

Dentro de las personalidades especializadas en la literatura para las infancias, adolescencias y juventudes, Yolanda Reyes, escritora, periodista y educadora colombiana, es uno de los nombres más reconocidos del sector.

Es autora de libros para niños y jóvenes, como El terror de sexto “B” (premio Fundalectura 1994, lista de honor The White Ravens-Biblioteca de la Juventud de Múnich 1997; seleccionado como de Los mejores libros para niños por el Banco del Libro, Venezuela, 1996), Los años terribles, Los agujeros negros, Volar y El libro que canta, entre otros. Algunas de sus obras han sido seleccionadas en la lista The White Ravens de la Biblioteca de la Juventud de Múnich.

Entre sus obras para adultos figuran las novelas Pasajera en tránsito, Qué raro que me llame Federico, y los ensayos La casa imaginaria, La poética de la infancia y El reino de la posibilidad.

Dirige Espantapájaros, un proyecto de educación y literatura que es una referencia en Iberoamérica, y es columnista del diario El Tiempo.

En 2020 obtuvo el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil por el conjunto de su obra.

"El terror de sexto 'B'”
"El terror de sexto 'B'” (Alfaguara-loqueleo), fue multipremiado con Fundalectura 1994, lista de honor The White Ravens-Biblioteca de la Juventud de Múnich 1997 y seleccionado como de Los mejores libros para niños por el Banco del Libro, Venezuela, 1996

—¿Cómo se construye la identidad lectora?

—Como la voz, como la cara y el cuerpo, y la habitación propia. La biblioteca personal (pero no me refiero solo a las estanterías visibles sino a nuestro acopio de lecturas) es una casa imaginaria que vamos habitando y que se transforma continuamente. A veces acumulamos libros que no leemos y que se llenan de polvo, pero sin los que no podemos vivir; a veces nos deshacemos de algunos para dar lugar a otros –como hacemos con la ropa cuando crecemos o cambiamos de talla, o nos vamos detrás de alguna moda–. Hay tiempos en los que nos dan ataques de limpieza general y otros en los que todo parece quieto, porque la identidad lectora no es una sola, así como tampoco somos idénticos durante toda la vida. Se trata de un proceso largo, que no discurre en línea recta como aquellas gráficas de crecimiento que podría hacer un pediatra…

Cada uno va por la vida “recogiendo” músicas, palabras, imágenes e historias desde la primera infancia –desde antes de tener memoria–. Muchas de esas primeras lecturas están engarzadas en las voces y en los cuerpos de quienes nos leyeron, y poco a poco, cada cual, en un tiempo diferente, va descubriendo las historias que necesita para cada momento de cada día. Así como no hay dos huellas digitales idénticas, no creo que existan dos lectores idénticos; ni siquiera parecidos. Hay mucho de ensayo y de prueba en cada búsqueda. Ahora, me quedo pensando en la pregunta, y me cuesta definir mi identidad lectora. ¿Acaso tengo una? Por fortuna, siempre hay libros para asombrarnos y cambiar el rumbo y explorar otras posibilidades.

"Los años terribles" (Norma)
"Los años terribles" (Norma)

—¿Cree que un libro podría despertar el interés por leer?

—Sin duda. Creo que muchas personas pueden contar una historia de enamoramiento a partir del encuentro con un libro: ese libro que alguien nos leyó o con el que tropezamos por casualidad, o que alguien nos recomendó… Y entonces lo abrimos y nos atrapa y no lo podemos soltar, y el mundo se queda fuera y leemos deprisa, pero a la vez despacio, porque no queremos que se acabe nunca el libro; porque creemos que no vamos a encontrar jamás otro libro así, y vamos a quedar desamparados si se acaba. Es como una revelación cuando encontramos algo que dice exactamente eso que no sabíamos cómo decir; algo que no sabíamos que sabíamos, y que, de repente, ahí está dicho: alguien lo dice, como un secreto, solo para nosotros. Y cuando algo así sucede, queremos repetir esa experiencia: buscamos libros de la misma editorial, o nos obsesionamos con un autor y lo leemos todo, a veces hasta el hastío. Y, sin embargo, para que todo eso, o algo de eso ocurra, quizás se necesitó también una experiencia previa: una persona que nos señaló eso que hacen los libros en la gente. No es como si nos cayera una manzana en la cabeza para revelarnos una ley. Quizás para que la manzana caiga, tenemos que estar ahí, dispuestos ya para el hallazgo. Los libros llegan, pero necesitamos que alguien nos muestre que existen y que existe algo en nosotros que los está necesitando.

"Volar" (Fondo de Cultura Económica)
"Volar" (Fondo de Cultura Económica)

—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?

—Por supuesto: ha sucedido. Muchos escritores cuentan esas historias –recuerdo, por ejemplo, la de José Saramago–, y hay muchas biografías lectoras que comienzan en hogares alejados de los libros; en América Latina, esa es una historia muy frecuente.

Hay también ejemplos entrañables en la ficción como el de Matilda, el personaje de Roald Dahl que da nombre a la novela: sus padres no solo no eran lectores, sino que desdeñaban y ridiculizaban la lectura. Sin embargo, en esos casos y en muchos otros, aparecen, en algún momento de la historia, una biblioteca o una escuela y, especialmente, una persona que descifra o despierta ese deseo de leer. Esto me lleva a pensar que, en un lugar sin libros, sin posibilidad de verlos alrededor y sin gente que lea, resulta difícil que te caiga un libro revelador en la cabeza –para seguir con el ejemplo de la manzana–.

"La poética de la infancia"
"La poética de la infancia" (Comunicarte)

—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación?

—Traté de definirlo como alguien que une los vértices de ese triángulo amoroso que conecta al libro con el lector y con quien le lee en la infancia. En un libro que se llama La poética de la infancia hablo de ese adulto que nos hace lectores y lo defino como “un cuerpo que canta, una voz que cuenta, una mano que inventa palacios y arquitecturas imposibles, que abre puertas prohibidas y que traza caminos entre el alma de los libros y el alma de los lectores”. A veces puede ser un maestro, pero también un padre, una madre, un abuelo… alguien que nos lee. Eso te puede dar una respuesta a la pregunta sobre si es algo (o alguien) ligado a la educación. Te diría que casi todo lo que se relaciona con el desarrollo humano está ligado a la educación. Pero educación no es lo mismo que institucionalización. Es el proceso de entrar en el mundo simbólico, que es el mundo de las construcciones humanas: el mundo de la cultura. La educación nos permite conversar con ese legado, que está en construcción y fluye y nos conecta a lo largo de toda la vida: ese legado que se recibe y se transforma para dejar a los que siguen. Y ahí entran la lectura y la escritura, que son las formas de conexión y de conversación entre los tiempos y las generaciones.

—¿Recuerda su primer encuentro con libros?

—He hablado mucho de eso. He hablado de la voz de mi abuela, de sus historias de nunca acabar, que fueron mis “libros sin páginas”. He hablado también de mi primer libro. Fue un regalo de mi madre, para celebrar que ya sabía leer. Ahí estaba El patito feo de Andersen. A veces pienso que todo lo que escribo está anclado en esa sensación, en esa historia.

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