La belleza del día: “El jardín de las delicias X”, de Raqib Shaw

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

“El jardín de las delicias X” (2004) de Raqib Shaw

I

“Cuando un crítico de arte occidental mira mi trabajo no tiene ni idea de la cultura en la que crecí, el sentido estético, el sentido espiritual, la mentalidad. No tiene acceso a ninguna de esas cosas, por lo que lo más fácil es llamarlo decorativo, llamarlo kitsch, llamarlo exagerado. ¡He dedicado mi maldita vida a esto!”. Así hablaba Raqib Shaw sobre la interpretación lineal que Occidente hace de su obra en una entrevista de 2016 con Studio Internacional.

Nació en Calcuta en 1974. Pasó su adolescencia en Cachemira, donde su familia trabajaba como comerciantes, pero por el crecimiento de los disturbios políticos se mudó a Nueva Delhi en 1992. Tenía 18 años. Hasta 1998 trabajó para su tío haciendo desde diseño de interiores y arquitectura hasta vendiendo joyas, antigüedades y tejidos. En ese lapso conoció a fondo el arte sentimental de la India, el oficio y la impronta de los que construyen el mundo artístico.

Un viaje relámpago a Londres, en 1993, por el negocio familiar, lo puso cara a cara con las majestuosas pinturas de la National Gallery. Esa sensación fue la que lo llevó a mudarse a Inglaterra en 1998, cuando inició su licenciatura y maestría en la Escuela de Arte Central Saint Martins de Londres. Una vez a la semana iba a un local de Leyland, compraba distintos tipos de pintura y experimentaba en su departamento: usaba esmaltes y pintaba con una pluma de puercoespín.

II

Iniciado el siglo XXI, Raqib Shaw ya tenía más o menos claro qué es lo que quiere pintar. Digo más o menos porque toda carrera inicia con un proyecto que se va modificando con el tiempo. Lo cierto es que para esa época, año 2004, pinta El jardín de las delicias X, una obra hecha de polímero sintético, purpurina, piedras, cristales, pedrería y gemas. Mide 243,8 centímetros de alto y 457,2 de ancho y provoca en los espectadores una extraña fascinación.

Esta obra fue comprada por Adam Sender y George Lindemann Jr. para luego, años después, ser donada al MoMA de Nueva York. De lejos tiene la fuerza de una pintura abstracta de juegos ópticos ya que los colores se intensifican y parecen coordinar un vaivén rítmico. Pero de cerca cada figura tiene sus detalles y ocupa un rol específico en esta composición de grandes dimensiones que puede pensarse también como una escultura debido a las incrustaciones.

“Realmente me importa un carajo el llamado mundo del arte contemporáneo. Incluso en Saint Martins se suponía que la pintura estaba pasada de moda. Se trataba de arte conceptual y cine. Y luego está la habilidad, de la que se suponía que debías evitar, porque la habilidad es horrible. ¡No se supone que seas hábil!”, dice en la entrevista de 2016, en su casa reconvertida en estudio en el sur de Londres, rodeado de perros, asistentes y una colección de bonsáis.

III

Cuando se lanzó como artista la fama no tardó en llegar. Sus obras son ventanas a mundos fantásticos lleno de colores, texturas, criaturas mitad humanas y mitad animales, plantas exóticas, todo envuelto en un clima de erotismo violento y a la vez sanador que revela un libertinaje explosivo. Una vez dijo que esos mundos están cargados de sátira e ironía, y que pueden leerse “como un comentario sobre mi propia experiencia de vivir en esta sociedad y de estar vivo”.

El extravagante mundo de Raqib Shaw tiene diversas fuentes, desde la mitología y la religión hasta la poesía, la literatura, la historia del arte, los textiles y las artes decorativas de las tradiciones orientales y occidentales. El trabajo es progresivo: el artista empieza con pequeños dibujos en papel, luego los proyecta en el panel para llenarlos poco a poco de color usando una pluma de puercoespín hasta que finalmente agrega la purpurina y los cristales.

“No necesitamos reproducirnos. Lo digo en serio. Si una cuarta parte de la población humana decide suicidarse, yo seré el primero en hacerlo. ¡Estamos matando al planeta!”, sostiene. Para Shaw la subjetividad es una construcción pasajera, un pequeño entretenimiento, una vitalidad frágil. Lo verdadero es el cosmos colectivo que todos formamos con el universo. ”Esto es un sueño dentro de un sueño. Lo mejor que se puede hacer es mirar lo positivo y tratar de hacer tu mejor esfuerzo”.

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