Egon Leo Adolf Schiele (1890-1918) empezó a dibujar de niño los trenes que veía en Tulln, una pequeña ciudad sobre el Danubio, donde su padre era jefe de estación. Con 16 años ingresó en la Academia de Bellas Artes de Viena y desde entonces quedó ligado a esta ciudad.
La breve vida de Schiele transcurrió en un período en el que la capital del Imperio Austrohúngaro fue escenario del final y el inicio de muchas cosas. En la segunda mitad del siglo XIX la opulencia vienesa se envolvía del sonido de los valses de Strauss, al tiempo que, por orden del emperador, se levantaban los palacios de la Ringstrasse, avenida de circunvalación que rodea el centro de la ciudad.
Sin embargo, en los albores del siglo XX, contra el trasfondo de un imperio en decadencia se recortaba una floreciente vida intelectual y una creatividad artística en todos los campos. En arquitectura con Otto Wagner; las sinfonías de Gustav Mahler parecían expresar un espíritu distinto. Fue tiempo de escritores: Kraus, Schönberg; de la filosofía de Wittgenstein... Y en pintura, Gustav Klimt, el primer presidente de la Secesión que había empezado su carrera como pintor historicista, buscaba ahora un nuevo estilo. Oskar Kokoschka y Egon Schiele marcaron la segunda generación de esta renovación artística y fueron los exponentes del expresionismo austríaco.
La decadencia que se vivía en la Viena de 1900 estaba signada por dos obsesiones: el sexo y la muerte. La vieja Austria era el vacío, pero sobre todo era el disimulo de ese vacío. Sigmund Freud descubrió que este dolor originaba problemas específicos, escribió La interpretación de los sueños y Estudios sobre la histeria. Egon Schiele se obsesionó con todo aquello... Era lo único que le interesaba: la exploración del yo y la identidad sexual. Y empezó a volcarlo sobre el lienzo.
Se dedicó casi exclusivamente a representar la figura humana en numerosos retratos y autorretratos. A esto se unía su interés por la representación de las diversas caras de la sexualidad, lo que hizo que su arte fuese calificado en numerosas ocasiones como pornográfico. Muchas veces él era su propio modelo, gesticulaba o mostraba una mirada amenazadora, pintaba manos afiladas. Su enfoque era radicalmente plano, como el arte americano de los años 40. Escapa de todo naturalismo, tanto en la línea como en el color. Schiele utilizaba una línea cortante e incisiva para expresar su propia realidad y para mostrar la dramática destrucción física y moral del ser humano. Los fondos no existían y los cuerpos quedaban suspendidos en el vacío, solos. Esos cuerpos demacrados, retorcidos, satánicos, asustaban a la sociedad de su época.
Probablemente el retrato más conocido de su musa y amante, Retrato de Wally Neuzil (1912), Schiele lo pintara como contraparte de su Autorretrato con la planta de farolillos chinos, del mismo año. Esta imagen armoniosamente compuesta muestra a Wally Neuzil con su cabeza ligeramente caída, cabello castaño rojizo y ojos azules brillantes de gran tamaño mirando directamente al espectador. En este óleo de 32 por 40 centímetros, alojado en el Leopold Museum de Viena, sobresale el uso de formas geométricas y la armonía de colores: naranja y azul, blanco y negro, rojo y verde. El retrato irradia intimidad y ternura, revelando la cercanía entre modelo y artista.
Wally fue una de las jóvenes que Gustav Klimt, mentor de Schiele –y cuya influencia se advierte en algunas obras de este último, como en Standing Girl in a Plaid Garment, de 1909–, le presentó para que las retratara. En ese momento Egon tenía 21 años y Wally 17; ella ya había posado para Klimt y se sospecha que también fue su amante. Sin embargo, cuando conoce a Schielle entabla un vínculo con él y ambos se van a vivir juntos.
En 1912, los amantes se mudaron a la zona de Neulengback, donde Schiele fue arrestado por seducir y secuestrar a una muchacha. Más de un centenar de sus dibujos fueron considerados inapropiados y confiscados de su estudio, lo que le valió la acusación de exhibición de materiales pornográficos a menores. Tras pasar 21 días bajo custodia, finalmente fue declarado culpable del último de los cargos. Fue sentenciado a otros tres días de prisión y el juez hizo una demostración de la quema de uno de sus dibujos frente a él. Durante su encarcelamiento, Wally lo visitó y le llevó comida y material artístico. “Wally se comportó de una manera tan noble que me cautivó...”, escribe Schiele a Franz Hauer en 1914, recordando la actitud de la joven durante los días que duró su arresto.
Sin embargo, Egon decidió casarse con una mujer de mejor posición social. Al otro lado de la calle donde se encontraba su estudio en Viena, vivían las hermanas Harms, Edith y Adéle. Las hermanas provenían de una familia de clase media y, por lo tanto, mejor consideradas que Wally, que era de origen pobre y que quizás hubiera ejercido la prostitución en su juventud. Schiele cortejó a ambas hermanas, y finalmente se casó con Edith en junio de 1915. De todos modos, él esperaba mantener su relación con Wally y le propuso que se fueran ambos de vacaciones cada verano sin Edith. Al oír esto, Wally lo abandonó; se incorporó a la Cruz Roja cuando empezó la Primera Guerra Mundial y murió en 1917, sin que hubiera habido ningún otro encuentro con Schiele.
En el año de su casamiento, Schiele realizó la pintura La muchacha y la muerte (1915), en la que representó un abrazo desesperado entre una pareja, sobre un paño arrugado blanquecino, que sugiere un lecho mortuorio. Se reconoce al propio pintor en la figura masculina y a Wally en la femenina, ella abrazando con sus manos y los dedos casi separados al hombre, mientras parece que él la aparta con su mano derecha. Los gestos muestran la tensión de una aproximación y a la vez un distanciamiento insuperable. Fue la despedida de Schiele frente a la pérdida de Wally, causada por su matrimonio.
Apenas tres días después de su boda, con la Primera Guerra Mundial en marcha, Egon Schiele fue convocado a prestar servicio en el ejército. Fue destinado a Praga, donde Edith se unió a él para vivir en un hotel mientras él pasaba la noche con los otros llamados a filas. Su servicio militar no le impidió realizar exposiciones, con algunos éxitos en Zúrich, Praga y Dresde. Fue designado para custodiar y escoltar a prisioneros rusos, a quienes comenzó a retratar. Su comandante incluso le facilitó el acceso a un almacén en desuso para que lo utilizara como estudio.
En el otoño de 1918, Europa fue arrasada por la pandemia de gripe española, que se cobró más de 20 millones de vidas, incluidos Schiele y su esposa. Edith, embarazada de seis meses en aquel momento, murió primero y él la siguió tres días después. Tenía 28 años. Durante el breve lapso que separó sus muertes, Schiele realizó unos bocetos de Edith. Meses antes, en febrero de ese año y también debido a la pandemia, había acabado la vida de su amigo y maestro Gustav Klimt.
Egon Schiele fue prácticamente olvidado en los años 30 del siglo pasado y el régimen nazi llegó a incluirlo entre los autores del arte degenerado. Las principales obras de este artista se conservan en Viena, distribuidas entre la Galería Belvedere y el Leopold Museum.
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