Gustavo Ariel Rosemffet para todo el mundo es Gusti. Es ilustrador, estudió diseño publicitario en la escuela de arte Fernando Fader, y desde hace más de treinta años vive en Europa, primero en París y actualmente reside en Barcelona donde, además de su labor como ilustrador, imparte cursos de ilustración para escuelas, bibliotecas y centros culturales.
Es cofundador de la asociación sin ánimos de lucro WINDOWN-LA VENTANA para trabajar por una sociedad más inclusiva desde las artes plásticas, realizando talleres inclusivos con personas con diferentes capacidades. Ha impartido cursos de ilustración para niños, estudiantes y profesionales en Argentina, México, Bolivia, Ecuador, Chile, Nicaragua, Colombia, Italia y España. Se inició en el mundo de la animación en el estudio Catu Cineanimación, y trabajó para los estudios Hanna Barbera realizando series de animación. Colabora como ilustrador para magazines infantiles como Cosmik y Billiken.
En el año 1985 se traslada a París, ciudad en donde comienza a colaborar con editoriales como Hachette y Nathan.
Ha viajado por la Amazonia Ecuatoriana colaborando en proyectos de conservación en el proyecto Harpía y ha impartido clases en comunidades indígenas de Chiapas México y Conambo en Pastaza Ecuador.
Fue director artístico de la Casa de Carlota, un estudio de diseño que trabaja con personas con discapacidad intelectual y alumnos de diseño en formación.
Sus libros han sido publicados en más de 20 países y en editoriales tan prestigiosas como Gakken (Japón), Grimm Press (Taiwán), Nord Sud Verlag (Suiza), Hachette (Francia), Edelvives, SM (España) o Océano (México).
Ha recibido muchos premios entre los que destacan el Premio Nacional de Ilustración (1990), el Premio Lazarillo o la Pomme d’Oro de Bratislava. Ha sido premiado en varias ocasiones con el Premio Junceda, Premio Serra D’or y el premio Bologna Ragazzi Award en la categoría Disability por su libro Mallko y papá.
Este año Gusti protagoniza dos actividades en el FILBA 2021, una actividad para adultos en el Museo de Arte Moderno el viernes, y será parte del cierre el domingo en el Parque de la Estación, con una entrevista ilustrada y un show musical.
Acerca de la actividad para adultos cuenta que él desde hace años dicta talleres y cursos para todas las edades, e incluso para personas con capacidades diferentes. En este caso, ya había dado el taller en formato online y como gustó tanto le pidieron que lo replicara. Específicamente, al tratarse de la elaboración de un libro álbum en tres horas, reconoce que para los niños es una limitación el tiempo, pues reconoce que se cansarían.
“Yo trabajo con todo tipo de edades, y muchas veces doy los mismos conceptos, pero adaptados. Yo trabajo mucho con los niños con el tema de la inclusión, personas con discapacidad, invidentes, sordas, con problemas cognitivos, por eso voy adaptando todo, pero en el fondo es lo mismo. Puedes hablar de temas como la espiritualidad o la muerte, pero utilizar otros conceptos, para que los entiendan, hago pequeñas variaciones”, cuenta. “Trabajo mucho con profesores, educadores, el tema del arte, y busco fórmulas para que ellos puedan trabajar, también, lo visual. En este caso creo que es gente que sabe y le gusta dibujar”, se refiere al FILBITA.
Promueve la idea de lo lúdico para destrabar emociones y la limitaciones a la hora de crear: “Todos somos niños en la parte lúdica. El juego activa, que no es jugar, pero al hacerlo se desactivan varias cosas, y la gente se engancha. Lo importante es que lo pasen bien, hacerlo en tres horas es un reto”. Y reconoce y sabe que el público luego dirá “Se puede”. “Sí, claro que se puede, porque se va a acabar el mundo, que es un poco la premisa, y hay que dejar un legado. No tengo excusa para no hacerlo, no importa el resultado, es hacer. El resultado es lo de menos, y ahí vas trabajando conceptos. Es curioso, ¿no? En el juego se esconden un montón de cosas que te pueden servir, pero que si la planteas, las vas llevando de una manera más naif, de golpe lo van trabajando, y lo hicieron”.
Apuesta a ello, y sabe que es un reto que funciona, por la presión del tiempo. “Les voy dando un montón de formas de trabajar, no es que los dejo dibujando tres horas, los voy llevando a situaciones que los sacan de su manera de trabajar, que no trabajen sentados, caminando. De modo dinámico. Estresantemente dinámico”.
Y a esta metodología la llama la teoría del Karate Kid, al igual que sucedía en la película, en la que Daniel aprendía haciendo sus tareas cotidianas y ayudando a su madre, sus alumnos aprenden sin darse cuenta de que están aprendiendo. “Ahí está el truco, porque si les digo ‘vamos a hacer esto, así', vienen las defensas, saltan las alarmas”, y luego se dan cuenta de que lo lograron, que pudieron hacerlo. Él no hace hincapié en el resultado, “y los resultados son fantásticos, porque la gente cree que tiene que estar un año para hacer un álbum, pensar y ponerse solemnes y muchas veces, esta manera de trabajar saca lo mejor de ti, te saca los miedos, porque no te da tiempo de tener miedo, de dudar, no te doy tiempo de que te pongas a pensar”, precisa.
A partir de estas ideas, de su metodología tan disruptiva se reconfiguró una entrevista honesta y conmovedora.
—¿Cómo fue que recaló en la docencia, el recorrido que hizo, teniendo en cuenta de que venía de otro circuito?
—Hace más de treinta años que vivo en España, y ahí hay una actividad que se llama Animación a la lectura: las editoriales te llaman para que vayas a los colegios, porque compraron el libro que tú ilustraste y quieren conocer el autor, y cómo haces para inventar la historia. De eso hace más de veinte años. A mí se me da bastante bien, hay ilustradores que son excelentes, pero que a la hora de meterse con los niños, de comunicar, se quedan bastante trabados. A mí no, a mí me sale así de forma bastante natural. Así empezó todo, con animación a la lectura, hace más de veinte años. Si te digo la verdad, mi don no es que dibujo bien o que soy un gran pintor, mi don es la improvisación, soy reconocido a mis cincuenta y ocho años por saber improvisar. Claro que para poder improvisar tenés que tener experiencia, y la tengo, me cuesta mucho cuando me piden que les explique lo que voy a hacer, porque a veces no sé lo que voy a hacer, quizá voy con una idea de que voy a hacer algo, llego y por circunstancias, por los niños, la energía, por el lugar, la acústica, porque no hay material, cambio e improviso.
Esa mirada me gusta mucho, y al final, muchas veces con mis talleres pasa eso, y para explicarles eso, que estén abiertos a que de golpe ibas con la idea de dibujar gusanitos y terminás dibujando elefantes, por lo que sea. Todo el tiempo les digo que estén abiertos, que salgan de la zona de confort. Me gusta desordenar, busco fórmulas para salir de las rutinas, de lo que están acostumbrados, sobre todo los ilustradores, que tienen unos tics, una manera de trabajar que los lleva siempre al mismo lugar, y los trato de sacar de ese lugar, haciendo el bocetitos, los llevo a terrenos experimentales, algunos se sentirán incómodos, pero experimentan algo diferente y ven otros resultados –que dibujen con la mano contraria...–. En Barcelona estaba dando unos talleres a partir de la música, y no es lo mismo dibujar un cuento escuchando Metallica que escuchando Bach, te lleva a otro lado, o el silencio, o trabajar de pie, o caminando, o salir a la calle. Siempre me gusta ver qué pasa, y aparecen cosas increíbles. Hay un mundo por experimentar, que te da buenos resultados.
Siempre les digo que aprovechen esta oportunidad. Porque lo demás, enseñar a dibujar, técnicas, buscan en internet un tutorial y van a encontrar un señor o una señora que les va a explicar cómo se pinta un árbol con acuarela, pero así en el directo, salir, buscar lugares diferentes. Eso es otra cosa.
Yo me centro bastante en la persona. En la mayoría de los cursos se dan técnicas de composición, yo no me meto tanto en esos terrenos, eso va más como añadido, y yo la verdad les propongo un desandar más que un andar, por mi propia experiencia.
Lo que me preguntabas de todo el desarrollo, y hace más de diez, doce años, no recuerdo. Un día me dije, aprendí muchas cosas me empezaron a llamar mucho para dar talleres por todas partes, en Latinoamérica, viajé mucho, mucho. Y de golpe me dije “aprendí mucho y la vida me está diciendo que lo tengo que compartir”, y entonces ahí empezaron a salir un montón de cursos, de talleres. Y te diría que vivo casi más de los talleres que de hacer libros. Se convirtió, también, en una salida económica. La ilustración muchas veces no está bien paga. casi nunca. Es una alternativa, por eso los ilustradores terminamos agarrando cursos, como una manera también de vivir, y la verdad es que a mí me gusta. Siempre estoy probando cosas nuevas, porque si me empiezo a aburrir, después ya tampoco voy a a disfrutar. Por eso voy buscando, todo el tiempo, cada vez, hacer talleres con carga espiritual, muy fuertes, intentado explicar que el dibujo no es solo ilustrar algo, sino que el dibujo es una manera de vivir, que el dibujo es una herramienta poderosísima para transformar el mundo pero empezando por uno mismo. Va por ahí, si hay que aprender técnica conmigo el taller no le va a servir, porque no le doy mucha importancia a eso, sino a la parte creativa, es la que más me interesa trabajar, Busco fórmulas alternativas, tener una mirada de las cosas. Y a veces de cosas muy simples, porque las personas muchas veces creen que para crear hay que hacer un viaje exótico, y a veces podés crear algo mientras te preparás un mate, si estás atento te vienen un montón de cosas. Si salís a la calle, con tres o cuatros cositas tenés una historia, un cuento.
—A veces aparecen las ideas en el momento más inesperado, pero cuando podés, no surge nada...
—Es que hay que tener la antena conectada, nada más. Como cuando decís “quiero que me crezcan las flores del jardín”. Pero ¿pusiste la semillita para que te crezcan las flores? Si querés que te crezcan flores hay que sembrar una semillita. Todo el tiempo, en el cotidiano. Yo siempre recomiendo ir con libretas. Yo hablo mucho del espíritu del dibujante, que no es solo dibujar, es una manera de vivir. Los dibujantes que tenemos ese espíritu sabemos de lo que estamos hablando. Qué sé yo, estás en un bar, y tenés 10 minutos y podes leer el periódico o podés dibujar. Estuve años yendo a dibujar a un café, y la gente solo tomando café y yo dibujando, de ahí ya podés ver la cantidad de gestos que haces cuando tomás un café y ves si esa persona está angustiada, si está preocupada, si esta nerviosa, si esta enamorada, solamente por mirarla, por eso lo de la libreta es ideal, tener una libreta a mano, por eso siempre digo que si a aparecen los marcianos no sé si les daré una foto, pero un dibujo, seguro. Adonde voy, voy con una libreta y un lápiz, un boli, una cera de colores y cualquier cosa que veo, que me llamó la atención la voy dibujando, y las voy guardando. ¿Por qué libretas? porque las libretas las vas guardando, las vas ordenando y no son papeles sueltos que se pierden, se llenan de polvo. Y un día las mirás y tenés un montón de cosas.
Yo estoy haciendo taller de sketching, y les digo que dibujen, que se les van a acercar. La gente curiosa. se acerca, mira. Y estableces contacto. Por eso yo digo que dibujar es comunicación. El dibujo sirve para hacer amigos, y así vas conociendo gente..
Pero no hay, tampoco, atajos en el dibujo. Lo que hay que hacer es pasarse dibujando cuanto más tiempo estás dibujando, te van saliendo cada vez con más facilidad, pero a medida que vas mejorando también, a medida que todo se va pareciendo a lo que tú quieres, tu exigencia también crece, entonces nunca se acaba, entonces siempre parece que te falta un montón. Es interminable.
—¿Siempre fue así?
—Siempre fui un poco raro. Dejémoslo en raro.
De entrar, salir, me gusta ir por distintos caminos cuando llevo a mi hijo al colegio, caminos diferentes. Si no, me canso, me gusta buscar algo que me motive. Pero ahora estoy con la onda de ser muy honesto y tener la valentía de decir así como esta está bien, aunque sea una porquería.
Esto empezó cuando nació mi segundo hijo, que nació con síndrome de Down, todo me cambió, me hizo un reset interno, de lo que es la belleza, el código de belleza, cómo tendría que ser la belleza. Yo antes dibujaba a los niños con los cachetitos rosaditos, y ahora dibujo a los niños como si fueran de la galería de los espejos, que te los deforman todo, y yo encuentro la belleza en eso, en que tienen una pata más larga que otra, no puedo hacer nada, porque me cambiaron el motor por dentro. Entonces la mirada cambió. Lo que antes era así, ahora no me interesa. Es así, no puedo ir contra la naturaleza en mí mismo. Y está bueno, también. Es inclusivo, por eso te digo que trabajo para la inclusión.
—¿Esto se da por el nacimiento de su hijo?
—Yo no tenía experiencia con personas con discapacidad, era un mundo desconocido para m. A partir de mi hijo, empecé a trabajar en centros, más que nada porque yo mismo quería saber cómo era esto, y me atrapó, y ahora estoy superactivista con todo esto. Intento aplicarlo a la ilustración a las historias, escribo, todo tiene que ver con eso, las diferencias, cómo incluir. Y el dibujo y el arte son herramientas fabulosas para eso, porque te da una oportunidad de relacionarte con todo eso, y ahí estoy aprendiendo, trabajo con personas que me enseñan mucho, a priori son personas que no saben, son genios. Dar clase, trabajar con ellos es como trabajar con Basquiat todo el tiempo. Son terribles artistas, que tal vez no puedan comunicar de la manera que estamos acostumbrados, pero ante el lienzo están mostrando muchas cosas, cómo ven las cosas, el mundo. Tienen una identidad que me encanta. Tienen mucha identidad. Es muy difícil tener identidad en el arte; que veas algo y digas “es de Fulanito”. Eso es un valor impresionante. Me acostumbré a trabajar como trabajan ellos, no hacen bocetos, les importa un pepino si el dibujo es para un premio, simplemente dibujan, la pasan bien, es su momento.
Porque son personas que la mayoría del tiempo tienen a alguien que les dice qué hacer, y en ese espacio libre hacen lo que les da la gana. Y eso me gusta, la oportunidad que genera eso. Me cuesta volver a hacer las cosas como las hacía antes. Voy por ese lado. Más imperfecto en algún punto, pero a la vez más auténtico. Hay muchas formas de hacer, que no están ni bien ni mal, son como son. Y eso es la inclusión, es como es. Que todos tengamos cabida. Y con los dibujos pasa lo mismo, que tengan su cabida. Puede haber gente a la que no le gusta, que prefiera otra cosa, pero a mí me parece un camino bien noble, bien lindo, muy auténtico, y te sacás un montón de tonterías de la cabeza, disfrutás mucho más.
—Empezó o se sumergió en ese mundo por su hijo, pero lo extendió a todos.
—Sí. No es algo que haya programado. Te vas metiendo en todo esto. Cuando fundamos Windown, evidentemente, primero trabajamos con un colectivo de personas de estas características, pero al final nos dimos cuenta de que era abierto a todo el mundo. Vienen muchos ilustradores, pintores, gente de otros ámbitos, y trabajamos todos juntos, y lo que nos interesa es la relación que se genera entre personas que son tan diferentes, y cómo ahí nos unimos al pintar y pasamos un rato agradable y vemos que el otro, a pesar de ser diferente, también tiene sus necesidades, también le gusta la música, le gusta preparar una tortilla de patatas, lo que sea. Y ahí desaparecen todos los miedos, las discriminaciones, las cosas que se puedan poner. Pero todavía hay mucho trabajo por hacer con todo esto. Todavía hay mucho prejuicio, mucha infantilización de las personas. No todos los niños con síndrome de Down son angelitos, dan besos, ni las personas ciegas no pueden hacer el amor. En el fondo somos todos iguales, querer, que nos quieran, ser cariñosos. Se quejan mucho menos que las personas que, en teoría, no tienen ningún problema, al contrario. Son personas que no dicen “la vida me trató mal”.
—Es muy enriquecedora la experiencia...
—Es genial. No te voy a mentir, estoy muy agradecido. Entonces todo eso después lo aplico, cuando voy a dar un taller y me viene alguno con quejas, les cuento que trabajo con estas personas que no pueden ni agarrar el pincel. Y eso me sirve también para mostrarles la finalidad de esto, que es crecer como personas, estar bien con la vida, con el Universo, a pesar de las dificultades, que las tienen. Todos en algún lado tenemos una discapacidad: para la música, una discapacidad para subir una montaña, no poder correr ni dos metros, no poder decirle te quiero a su mamá. Todos tenemos algo.
Y también ponerse en el lugar del otro. A veces les hago cómo trabajar el espacio. Eso no se enseña. En las líneas del dibujo podés ir apreciando las cosas de la vida, en dónde estamos, los colores que usás. Trabajo mucho como si fueran cosas que existen. Hablo con los colores. Los niños se enganchan enseguida. Los grandes se quedan “¿Cómo que habla con los colores?”. Sí. Entablá un diálogo, agradecé al papel que tenés para dibujar. Porque cuando vas a un país en el que no tenés papel para dibujar, no tenés colores. Somos afortunados por tener la oportunidad, las herramientas.
Es un trabajo más de trabajar a las personas más que al dibujo. El dibujo es la consecuencia de esa persona. Si la persona se abre, abre el corazón, trabaja con más libertad, el dibujo luego te lo muestra. Yo trabajo más eso. Dónde están tus trabas, que se te manifiestan en el dibujo por algo, vamos por ahí. En el dibujo podemos hacer muchos trucos y muchas trampas, yo recomiendo hacer trucos Cuando hacés trampa algún día te pillan. Hacer truco es cuando tenés que hacer doscientos mil soldados, no tenés que dibujar doscientos mil soldados, hacés tres manchitas, y parece que es un ejército. Eso es un truco. Si tú te ves La coronación de Napoleón, te acercás y cuando te acercás ves que ese brillo dorado en la espada es simplemente una mancha de témpera blanca en el lugar preciso, y eso genera el efecto de que es dorado y de que es una espada de verdad. Eso es un truco, pero no es trampa.
—Habiendo ilustrado a otros y habiendo sido autor integral. ¿Hay algo que le guste más? ¿Cómo es el trabajo cuando ilustra a otros? ¿Y cómo le gusta más definirse, como autor o como ilustrador?
—Va todo ligado. Le tengo mucho respeto a la escritura, a los textos. Ideas no me faltan para hacer libros, me sobran ideas. El tema es escribirlas bien, ya ahí flaqueo bastante por ese lado, por eso no van a ningún lado, las dejo ahí guardadas en un cajón.
He tenido la suerte de trabajar con autores increíbles, y me gusta, pero me gusta también eso, inventarme mis historias y poder ilustrarlas, pero bueno, voy lento hasta que tomo la confianza de decir “esto está bien”.
Con la ilustración no tengo problema, pero con la escritura sí, soy muy respetuoso aunque sean solo esas cuatro liñitas que diga el texto.
Si vamos a ser sinceros, económicamente hablando me rinde mucho más ser autor de los libros que solo ilustrador, es una realidad. No me guio, no es mi baremo, ahora estoy así con estas cosas en mi vida, las temáticas que me gustan más son las cosas que estoy viviendo, experimentado, me gusta sacar historias de ahí, pero si me ofrecen una linda historia, estoy con ganas, con entusiasmo y tengo tiempo, las hago con mucho cariño. Si la historia está muy buena me da gana de ilustrarla.
Cuando el libro es tuyo, vas pudiendo jugar con lo que dice, con lo que no dice, los silencios, los espacios, las palabras, sin palabras. La mayoría de las veces me gusta hacer mis propias historias, ilustrarlas, no son textos muy largos
Estoy trabajando en cosas más personales mías. Para el año que viene va a salir un libro que se llama Un viaje en lápiz, bastante interesante, que es una especie de novela gráfica de lo que es ser dibujante. Y como hace quince años que trabajo con libretas, lo que te comentaba antes, es una especie de recopilatorio de esas libretas, desde que nací hasta la muerte, porque también incluyo personas que se han ido.
Me gusta todo, el tema es llevar a buen puerto mis historias, buscar editor. Es más fácil cuando te vienen a buscar. No tengo un patrón, voy variando. Tampoco hago muchos libros, hago más cursos, talleres, doy clases, más que libros.
—Ilustrar, ilustra siempre, pero no necesariamente libros.
—Estoy pintando, quiero hacer unas camisetas. Y si sale un proyecto que no es un libro y también me interesa, voy. Siempre estoy atento a ver qué sale.
—Pero se permite decir que no.
—Eso por supuesto, después apechugo con la consecuencias. Hay una consecuencia económica, pero también cómo estoy yo en ese momento, si me apetece o no me apetece, Siempre hay propuestas tentadoras, pero soy bastante radical en cuanto a lo que me apetece hacer. A veces acierto, a veces no.
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