La historia y los paisajes de la Patagonia y la reivindicación de los pueblos originarios que la habitaron son los ejes sobre los que se estructura la trama de Los hombres más altos”, la obra más reciente del escritor santacruceño Fabián Martínez Siccardi, que con recursos de la novela de iniciación pero también del thriller histórico rinde homenaje a Julio Verne, una de sus lecturas de infancia.
El texto que acaba de publicar Penguin Random House narra las aventuras de un estudiante y luego seminarista que usa sus conocimientos y sus viajes por Europa y el sur argentino para probar que los tehuelches, un pueblo del que él mismo desciende ya que es mestizo, son una nación elegida. “Fabián Martínez Siccardi ha escrito una apasionada y emocionante novela en forma de súplica por la reparación de los derechos de un pueblo pisoteado y vencido”, señala el Premio Nobel sudafricano John Maxwell Coetzee en la contratapa.
“Debemos encontrar una lengua tan abstracta como el dolor más abstracto y tan precisa como la pena más concreta, una lengua capaz de conectar dolores parecidos, porque las fuerzas del mal que avasallaron al indígena continuaron luego con las mujeres blancas que trajeron como prostitutas, con los peones blancos a los que también explotaron y luego fusilaron cuando les hicieron huelga, continuaron con los niños abusados, con los bosques arrasados y los campos consumidos”, reflexiona Manuel, el narrador, en busca de una figura mítica capaz de dotar de sentido y significado a esos hombres altos.
Martínez Siccardi nació en Río Gallegos. En 2012 publicó la novela juvenil Patagonia iluminada. En 2013 ganó el Premio Clarín de Novela por Bestias afuera. Acaba de motorizar Somos sobrevivientes, un libro que relata el testimonio de ocho personas que padecieron abusos desde la mirada de ocho escritores entre los que están Gabriela Cabezón Cámara, Sergio Olguín, Claudia Piñeiro y el mismo autor.
A continuación los tramos principales de la entrevista en la que el autor contó cuantos de sus recuerdos de infancia y adolescencia están en la historia de Manuel y cómo convirtió el relato en una búsqueda de reivindicación de aquellos peones indígenas, descendientes de los primeros pobladores, que conoció durante sus días en el sur.
—Alguna vez contaste que cuando chico eras fanático de Julio Verne y que en la actualidad lo sos de Roberto Bolaño. ¿Qué tiene la novela de ambos autores?
—Los libros de Verne eran como las puertas del armario de Narnia, el pasaje a un mundo muy diferente al mío que Verne creaba magistralmente proyectando una imagen tras otra, eligiendo los detalles justos y necesarios para que mi mente pudiera visualizar lugares donde jamás había estado. En cambio Bolaño es el estilo, es la prosa que te sostiene en un estado de gracia y no te deja caer nunca, uno de los escritores con más recursos estilísticos que he leído en mi vida. Me conformaría con que Los hombres más altos tuviera al menos una pizca de “viaje con estilo”.
—La Iglesia o más concretamente la congregación salesiana tiene un papel importante en la historia, y, quizás por tu biografía y tu paso por una escuela están vistas desde una óptica benévola. Los misioneros son colaboradores del protagonista, le dan consuelo, lo ayudan...
—El brazo “evangelizador” del ejército tuvo un rol nefasto en la invasión argentina a la Patagonia, no solo fueron cómplices ideológicos sino también responsables directos de muertes, como en el caso de los selk´nam recluidos en la isla Dawson, una especie de campo de concentración armado en una isla en el estrecho de Magallanes donde llevaron (a morir) a centenas de hombres, mujeres y niños. Manuel, el protagonista de la novela, es muy consciente de eso y busca todo resquicio posible en la congregación para llevar adelante su defensa de los tehuelches, concretar su plan de demostrarle al mundo que los tehuelches son un pueblo elegido por Dios. Uno de esos resquicios son los dos misioneros, Jiménez y Murch, que están más alejados de la burocracia por pasar la mayor parte del tiempo visitando estancias y también las reservas tehuelches, y por eso han desarrollado una sensibilidad distinta, una empatía diferente, y son los únicos dispuestos a ayudarlo.
—Viviste en una estancia en el sur, este canto de amor a los tehuelches surge de los recuerdos de tu infancia.
—Mis bisabuelos asturianos llegaron a Patagonia en 1910 a trabajar como peones rurales. Mis abuelos también fueron trabajadores rurales, pero con mucho esfuerzo y un poco de suerte terminaron comprando en los años 1940 una estancia sobre el lago Cardiel, en una zona que no es buena para la cría de ovinos y la mayoría de los años terminaban con deudas. En esa estancia los peones eran como de la familia, vivían ahí y algunos trabajaron con mis abuelos durante décadas. Cuando iba a pasar los veranos en la estancia, pasaba mucho tiempo con estos hombres acompañándolos en las tareas del campo y también en los momentos del mate y las charlas. Muchos años más tarde descubrí que la mayoría de ellos eras indígenas, mapuche o tehuelche, que ocultaban su identidad por vergüenza, por miedo a la discriminación. Eso produjo un efecto profundo en mí, que en gran parte funcionó como motor al escribir la novela.
—¿Cuál es el papel que tiene la naturaleza en la historia, refugio, cobijo, fuente de alimentación y también fuente de esperanza ya que en ella habita el bisonte?
—La naturaleza es todo y nosotros somos parte de esa naturaleza. La mayoría de los pueblos originarios de lo que hoy llamamos Argentina (o América) tenían una relación de mucha más humildad y respeto ante la naturaleza. El capitalismo y el utilitarismo europeos son los que imponen la idea de que se puede arrasar con todo y con todes. Creo que en las cosmologías mapuche, andina, tehuelche y tantas otras más hay un reservorio de sabiduría al que deberíamos regresar para aprender, o mejor más aún “desaprender” lo que instaló el colonialismo europeo.
—Como lo hiciste vos mismo, tu protagonista debe viajar a Europa, más concretamente a Italia, para entender mejor la misión de su pueblo. ¿Desde lejos se ve mejor? ¿La distancia le otorga al Manuel la perspectiva para ver a su pueblo tal cual es?
—A veces cuanto más te alejás, más te acercás a tu origen. Eso le pasa a Manuel y también me pasó a mí. Yo viví muchos años en EEUU y España, tuve muchos años una pareja en la cual nuestro idioma era el inglés, sin embargo en mi escritura me he ido acercando cada vez más a mi origen, a esa estancia en el lago Cardiel donde, de alguna manera, me hice mestizo. Las razas no existen, son invenciones europeas para subyugar al otro. No tengo ancestros indígenas (desgraciadamente) y me crié con todos los privilegios que tienen los blancos en este país, pero siento que haber compartido tantas horas con estos hombres mapuches y tehuelches en una etapa formativa de mi vida de algún modo me hicieron mestizo. Y no lo digo como intento de apropiación cultural, sino desde una profunda humildad y respeto por su visión del mundo, por su historia y por sus tragedias silenciadas.
—¿Cuál es la importancia que tiene la lengua para crear realidades, que debe ser silenciada, estigmatizada y penalizada y los niños tehuelches que hablan su idioma autóctono son castigados?
—La conquista europea trae sus idioma y los impone. En el camino se perdieron muchas lenguas, pero algunas aún quedan y están muy vivas. El mapudungún es una de ellas, el guaraní es otra y hay muchas más. La lengua es poder, creo que los argentinos deberíamos estudiar lenguas de los pueblos originarios en las escuelas en vez de seguir aprendiendo idiomas europeos.
—En algún momento, el protagonista equipara la persecución y exterminio que sufren los indígenas con la de las mujeres traídas como prostitutas. ¿Quién es el opresor que los somete a todos?
—Es el patriarcado, el hombre blanco, europeo, moderno, cristiano y supuestamente heterosexual que decide, hace unos 500 años, que son superiores a todes y a todo, que los demás son otres a quienes hay que controlar y explotar, sean mujeres, niños, indígenas, negros, gitanos, homosexuales, la cuenta es infinita. En el camino también se llevaron por delante no solo a miles de seres humanos, sino también al medio ambiente. El planeta está al borde de la extinción. El patriarcado está por detrás de todo eso.
—J.M. Coetzee definió la novela como una súplica, ¿la concebiste de esa manera?
—No, pero sí como un canto de amor y admiración por el pueblo tehuelche. Pero volviendo a cómo la interpretó Coetzee (que tuvo la amabilidad de leer la novela entera en español), la palabra “súplica” significa: “Pedir a alguien una cosa con humildad, sumisión y vehemencia”. De todo eso, me quedo con la vehemencia, Los hombres más altos es una novela vehemente.
Fuente: Télam
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