Me enamoré de M Street, la Calle M, la primera vez que estuve en Georgetown, ¿hace cuánto?, ¿20 o 25 años? Desde entonces, cuando regreso a Washington (DC), me dejo caer por allí.
Con el tiempo entendí que M Street es uno de esos lugares que cambian solo para permanecer iguales. Tiendas, restaurantes y oficinas aparecen y desaparecen, pero algo en ella, un meta relato silencioso conserva el aura clásico y bien puesto que define Georgetown, un hermoso vecindario erigido en 1751, junto a los márgenes del río Potomac.
Existe otro algo que imprime a esta calle su permanencia y cierto sentido de continuidad: Bridge Street Books, la librería situada justo en el delta que une a la imponente Avenida Pensilvania y M Street.
Visité la librería con alguna regularidad durante mis años de estudios en DC, mucho después de aquel primer deslumbramiento. Desde entonces, caminar entre las estanterías de madera del apretado local a dos niveles es la confirmación de que me encuentro en Georgetown, en la M Street de siempre.
Llegué a apreciar el buen rollo del señor Levy, su propietario. Toleraba amablemente a los estudiantes que íbamos casi siempre de “window shopping”. Era uno de esos libreros que dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo al ver entrar a un cliente. Fanático del Liverpool y de la literatura inglesa, labró la reputación de estar siempre dispuesto a debatir sobre literatura o la actualidad, y de mantener a sus clientes al día con las novedades.
Preguntado un día sobre cómo escogía sus lecturas, Elvis Costello (And I’m giving you a longing look / Everyday, everyday, everyday I write the book) mecionó a Bridge Street Book como una librería que tiene “ese ojo para ofrecer libros que podrían haber pasado desapercibidos, y eso te lleva por un camino”.
George Will, columnista de The Washington Post, describió en 1989 a la librería como “una pequeña isla de individualidad donde los gustos y corazonadas de Levy se ofrecen a los caprichos eclécticos de los navegantes de las librerías “.
Originario de Georgetown, Levy fundó Bridge Street Brooks en 1980, tras un viaje familiar a Londres en el que pasó la mayor parte del tiempo merodeando entre librerías. Desde entonces, ganó para el local una clientela fiel y creciente que se mantiene (Bridge Street era el nombre con el que se conocía M Street antes de 1895, cuando la ciudad estableció la nomenclatura actual). Murió de un infarto hace cuatro años, pero trabajó lo suficiente para dejar bien parado su sueño de juventud.
Hoy, es el segundo bookstore independiente con más años en activo de Washington, DC, solo por detrás de Kramer Books, fundado en 1976. Junto a ellas, otro puñado de librerías independientes (Politics & Prose; Capitoll Hill Books; The Potter´s House; Second Story Books, entre otras) sobrevivieron a la pandemia y están plantando buena cara al paso del tiempo. Según la centenaria Asociación Americana de Libreros (ABA), su membresía en todo el país la componen alrededor de 1,700 librerías independientes.
Volver, volver
Hace unos días regresé a DC con el tiempo suficiente para acercarme a M Street, y pasar un par de horas en Bridge Street Books. Además, me habían estado dando vuelvas en la cabeza varios poemas de Elizabeth Bishop. Los conocí el año pasado, en alguno de los talleres de poesía que tomé durante la pandemia.
No se muy bien a cuento de qué venía pensándolos, pero lo usé de motivo para tomar el metro hasta la estación de Foggy Bottom, y desde allí caminar a la librería, un kilómetro largo en el frío dorado de otoño.
Tal como lo recordaba, frente a la ventana del town house de ladrillo, bajo el letrero neón, seguía la mesa repleta con libros en descuento. Emily, la chica del front desk -con apenas cinco meses en la librería-, me invitó a pasar. Estuve tentado a contarle mi relación con el lugar: “Mejor no”, pensé. “¿Qué más da?”.
Sabía que en los muebles del primer nivel encontraría las novedades de ficción y no ficción. No recordaba allí los estudios sobre África, ni los tomos de cinematografía que había ahora.
Bridge Book Books es considerada por la comunidad como una librería curada, con una impresionante sección de filosofía, estudios culturales y sociales, política y poesía de escaso perfil comercial o promocional.
Según la necrológica de The Post cuando Levy murió, entre los bestsellers de la Librería se encuentran Berlin Noir (1994) de Philip Kerr; Orígenes del totalitarismo (1951), de Hannah Arendt; y Air Guitar: Ensayos sobre arte y democracia (1997), del crítico de arte y académico Dave Hickey.
Pensé que aún era posible percibir la mano balanceada del señor Levy, visible en la selección de ficción: por un lado, autores actuales muy populares (Sally Rooney; Amor Towles; Colson Whitehead), por el otro escritores (digamos) más literarios (Colm Toibín; Joan Didion). Traducciones de franceses, rusos o latinoamericanos (Mario Levrero, Fernanda Melchor, Lispector, Borges).
Subí la escalera angosta hacia donde estaban mis libros favoritos, bajo las señaladores de Literatura, y Poesía. Estuve manoseando la biografía de Pessoa, por Richard Zenith. Sus mil páginas me llamaron a la prudencia. “Ahora no”, me dije. Middelmarch, de George Eliot, estaba en dos ediciones muy simpáticas. “Interesante”.
De la parte alta del mueble, a mi derecha, bajé The Best American Short Stories 2021, la legendaria colección de cuentos que cada año recoge relatos publicados en Estados Unidos. Me senté en el piso y leí Love letter, de George Saunders. “Me lo llevo”.
Me acerqué al fondo, hasta alcanzar la sección de poesía, posiblemente la más completa de DC. Encontré reediciones de Maya Angelou; Frank O ‘hara; John Ashbery; W.H. Auden, Mary Oliver, Sylvia Platt, Audre Lorde...
Otra vez me acomodé en el suelo. Ojeé libro por libro. Dejé señalado para una próxima visita los poemas completos de O’Hara. Estuve tentado con Yates y Pound.
El iceberg y el bote
En la parte baja del mueble ubiqué un ejemplar azul: Poems, de Elizabeth Bishop. Lo abrí al azar, apareció el poema Iceberg imaginario:
We’ d rather have the iceberg than the ship,
although it meant the end of travel.
Although it stood stock-still like cloudy rock
and all the sea were moving marble.
Preferimos tener el iceberg que el barco, aunque significó el final del viaje. Aunque permaneció inmóvil como una roca nublada y todo el mar se movía mármol.
“Esto es. Esto es lo que busco. Lo llevo”.
Estuve un rato más allí, hasta que mi reloj apuntó poco más del mediodía. Bajé a pagar.
Además de los poemas de Bishop y la colección de cuentos, compré Suite Francesa, de Irene Némirovsky, un viejo pendiente. Intercambié algunas frases con Emily, guardé los libros en la mochila y salí de vuelta a la calle con el abrigo abotonado, en dirección a Café Milano.
Una cuadra más allá, me encontré ante una nueva tienda sobre M Street: Amazon books. Me quedé allí unos minutos, en medio, hipnotizado frente a la enorme vidriera temática, su diseño perfecto.
-¡Hola! ¿Me permites? -se dirigió a mí una chica en muletas. Señaló la acera con el mentón triangular. Vestía ajustado abrigo gris, leggins negros y sombrero tejido, marrón.
-Perdona, perdona -alcancé a balbucear. Me estrujé de espaldas lo que pude contra el vidrio grueso y gélido.
-¡Perdón por interrumpir!, gritó ella. Giró la cara y me sonrió mientras avanzaba, como remando, sobre M Street.
SEGUIR LEYENDO