Cómo se construye un lector: Roberto Szmulewicz

Escritores, editores, mediadores de lectura y expertos en literatura responden preguntas acerca de un tema clave para la formación y la felicidad de los más chicos

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Roberto Szmulewicz (Foto: Liliana Morales)
Roberto Szmulewicz (Foto: Liliana Morales)

¿Quién, siendo lectora o lector, no disfrutaba en la infancia de pasar tiempo en una librería devorando libros enteros con la impunidad de la inocencia? Ya siendo mayores, con algo de pudor y de timidez, la figura del librero se convierte en un aliado a la hora de poder elegir las lecturas.

Roberto Szmulewicz comanda la librería El Profe, de Dina Huapi, provincia de Río Negro, desde 2003, cuando, como consecuencia de la crisis que, a su juicio, cuenta, empieza a encarrilarse en 2003, con dinero que tenía por cobrar de su empleo de ese entonces y no viendo futuros posibles que le permitieran tener certezas, comienza a pensar otras posibilidades. Así surge la idea de alquilar un local, en el que aún se encuentra, para poner una librería escolar, en principio, pensando en la cercanía de las escuelas, y con él desembarcaron allí un puñado de libros de su propia biblioteca para vender como usados.

Luego algunos colegas de Bariloche le dieron una mano y paulatinamente fueron apareciendo amigos de otros tiempos, distribuidoras, editoriales a las que fue llegando por docentes amigos –“más de uno, inolvidables”, dice–, con quienes además luego fue compartiendo actividades, lo mismo que con autores a los que admiraba y otros a quienes conoció en el andar. “Andruetto, Silvina Rocha, María Wernicke, por mencionar algunos”, recuerda. “Y me permitieron enfocar la mirada en donde estamos a casi 19 años de vida librera”.

Y se cumple lo de que a veces un riesgo es una oportunidad. “En aquel tiempo, de alguna manera, fue como intentar algo que si no salía bien por lo menos no iba a poder decir que no lo había intentado”.

Desde ese momento, e incluso desde tiempo antes, ya oficiaba de mediador, con o sin intención, sabiéndose o no. Por mencionar algunas de las tareas que desempeñó, dictó talleres de lectores en la Biblioteca popular Dina Huapi entre el año 2000 hasta el 2004. Participó de ferias de libros en diversas instituciones educativas de la zona, y desde 2014, promueve actividades con docentes y público en general. Produjo durante 2004 y 2005 un micro radial en FM Del Lago – Bariloche 92.1, vinculado con la literatura en la que incluyó la participación de escritores locales.

Si bien desde el inicio se involucró en la venta de libros, fue a partir de 2007 que se inclinó hacia la LIJ, y comenzó a incluir entre sus actividades talleres de escritura para chicos. Decidido a acompañar el crecimiento de la lectura en las escuelas locales, propició jornadas de cuentacuentos y títeres en la terraza de la librería durante los períodos vacacionales de invierno y verano y participó de diversas jornadas vinculadas con la lectura.

Ha oficiado de promotor de proyectos originales, como la gira de la editorial cordobesa Ediciones de la Terraza en el marco la presentación de su catálogo y para dar las charlas acerca de alternativas de financiamiento colectivo para producciones editoriales; o el auspicio, en 2014, en coordinación con la Conea e Invap S.E. la presencia del colectivo El Gato y la Caja, de divulgación científica solamente, por aquel entonces, en el Centro Atómico Bariloche.

Y la lista de actividades, de promoción de autores locales y del resto del país, de editoriales y autores locales e internacionales mucho más extensa de lo que en esta nota se menciona lo condujeron a que en 2019 Roberto y su librería El Profe, de la estepa patagónica, se hicieran acreedores del Premio Pregonero, otorgado por la Fundación El Libro, en la Feria Infantil, lo que le permitió recibir aún más visibilidad de la que ya de por sí tenía.

—¿Cómo se construye la identidad lectora?

—Creo que tiene todo que ver con tener la oportunidad de estar cerca de los libros o que de alguna manera te los vayan acercando. Por supuesto que sería ideal contar con una biblioteca en casa que tenga material tan diverso como fuera posible pero si no fuera así, creo muchísimo en el rol que puede realizar cada docente en cada aula, cada biblioteca popular, cada miembro de la familia propiciando el encuentro con un libro, incluso nosotros, los libreros, que somos algo así como los penúltimos orejones del tarro de la cadena virtuosa de la lectura. Y otra cosa que creo que es fundamental, es la pasión: se percibe muy claramente quién lee (o te lee) un texto, cualquiera, con pasión y te contagia (o percibís) esa pasión. Esa actitud al momento de leer es definitiva. El resto es decisión de cada uno en tanto lector y en relación con los temas de su interés. Seguro, cada quien va tomando su camino lector cuantas mas oportunidades tenga disponibles, traducido como libros al alcance de la mano.

—¿Cree que un libro podría despertar el interés por leer?

—Definitivamente. Y como creo en el libro íntegramente, también creo que una buena tapa, una buena reseña en contratapa, la encuadernación (y un precio razonable) son, más de una vez, motivo de atención al momento de elegir. Luego, el contenido esperado (o no), o una traducción asequible y respetuosa van haciendo lo suyo con nosotros.

Roberto Szmulewicz, de la librería El Profe, de Dina Huapi (Foto: Liliana Morales)
Roberto Szmulewicz, de la librería El Profe, de Dina Huapi (Foto: Liliana Morales)

—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?

—Sí, claramente sí. Está ahí, como decía antes, el rol que pueden cumplir otros tantos actores del círculo mediato o inmediato y las oportunidades que estos generen. Y lo siguiente es que no conozco a nadie que diga que la lectura es una actividad para desalentar; de manera que, a lo sumo, irán acompañando con distinto grado de interés. Pero el lector “en estado de construcción”, digamos, no deja pasar las oportunidades.

—¿Cuál cree que es el rol cumple que el Estado, si lo hace, en la promoción de la lectura? ¿Por qué? ¿Hasta dónde llega, o debería, su injerencia? ¿Cree que es necesario que se amplíe a la escritura, también?

—Creo que la escuela en general, y la escuela pública en particular, sigue siendo la gran ocasión. La decisión de vaciar aquel Plan Nacional de Lectura del gobierno anterior creo que fue letal para un desarrollo importantísimo que se había logrado en las aulas y que obliga a empezar todo de nuevo. De manera que entiendo que hoy el Plan Nacional de Lecturas a partir de la colección “Leer abre mundos” que está llegando a las escuelas retoma aquel camino, pero debe volver a abrir la senda, a entrar en las aulas, en las casas, en las bibliotecas, a ser descargado en las computadoras escolares y familiares, y esa es, de manera muy concreta, el Estado haciendo.

Fueron cuatro años de absolutamente nada. Pero puede y debe hacer más: puede traer autores a las escuelas que están fuera de CABA –también–, porque verlos y escucharlos en persona corporiza la idea de que el libro acaso no termina de plasmar en algún alumno, puede articular con las editoriales presentaciones por streaming en horarios escolares y también hacerlos llegar a lugares donde normalmente no va nadie y sí hay una escuela. La injerencia estatal no puede ser total porque el límite siempre es el interés de los lectores, pero la disposición a acompañar debe ser absoluta.

Respecto de la escritura, creo que hasta la adolescencia funciona como una suerte de vínculo indisoluble si se cuenta con el entorno razonablemente favorable que comentaba antes cuando hablábamos de las oportunidades.

—¿Recuerda su primer encuentro con libros?

—Mi abuelo me llevaba a la biblioteca para hacer la tarea con libros “de veras”, y después le pedía a los bibliotecarios que me dieran un cuento; mi tío que me prestó su Platero y yo para que lo leyera cuando me lo pidieron en la primaria (y nunca se lo devolví), y mi mamá cuando me compró con muchísimo esfuerzo el Ruta gloriosa en quinto grado y luego en séptimo grado Mi amigo el pespir del enorme José Murillo, que sigo leyendo cada tanto… y el ejemplar “así de gordo” del Quijote que compré con mi primer dinero de hacer pequeños trabajos.

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