El nuevo libro de Steven Pinker, el psicólogo cognitivo y lingüista canadiense, autor de los best sellers internacionales Los ángeles que llevamos dentro y En defensa de la Ilustración, parece una continuación de esas dos obras, más generales, entre filosóficas y sociológicas, que de sus otros trabajos como El instinto del lenguaje. Con el mismo optimismo con que pregonó —y enfrentó críticas por eso— el declive de la violencia y las ideas asociadas al progreso, abordó ahora la racionalidad.
Rationality: What It Is, Why It Seems Scarce, Why It Matters (Racionalidad: qué es, por qué parece escasa, por qué es importante), publicado por ahora en inglés, llegó en un momento de particular sensibilidad ante el tema: “En 2020 sonaron dos alarmas”, escribió Pinker. “La desinformación sobre la pandemia de COVID-19 y las amenazas a la integridad de las elecciones presidenciales estadounidenses”. El entorno no podría ser más paradojal:
En una época bendecida con recursos sin precedentes para el razonamiento, la esfera pública está plagada de noticias falsas, curas de charlatanes, teorías conspirativas y una retórica de la “posverdad”. Enfrentamos amenazas letales para nuestra salud, nuestra democracia y la habitabilidad de nuestro planeta. Aunque los problemas son abrumadores, existen soluciones para ellos y nuestra especie tiene los recursos intelectuales para hallarlas. Sin embargo, uno de nuestros problemas más difíciles hoy es convencer a la gente de aceptar las soluciones cuando las hallamos.
Pocos ejemplos tan ilustrativos como la reciente batalla por los cubrebocas o la duda ante la vacuna contra el COVID-19 en plena pandemia.
Tres cuartas partes de los estadounidenses creen en al menos un fenómeno que desafía las leyes de la ciencia, precisó Pinker; conviene agregar que no se trata de un rasgo exclusivo de su país de adopción y que las redes sociales facilitan la circulación de esos contenidos. Entre estos fenómenos se destacan la cura mediante poderes psíquicos (55%), la posesión demoníaca (42%), la percepción extrasensorial (41%), las casas encantadas (37%), los fantasmas (32%), la comunicación con los muertos (29%); la energía espiritual de montañas, árboles y cristales (26%), la astrología (25%), la reencarnación (24%), las brujas (21%); el mal de ojo, las maldiciones y los encantamientos (16%), la consulta a videntes (15%).
“Y entre un cuarto y un tercio de los estadounidenses creen que han sido visitados por extraterrestres”, añadió, “o bien los contemporáneos que mutilan el ganado y fecundan mujeres para crear híbridos alienígenas-humanos o los antiguos que construyeron las pirámides y las estatuas de la isla de Pascua”.
Por un lado hay cumbres de la racionalidad, como el logro científico de una vacuna contra un virus mortal desarrollada en un año. Por el otro, proliferan teorías conspirativas como la red de pedófilos que dirigía Hillary Clinton y operaba en la pizzería Comet Ping Pong de Washington DC, donde Edgar Maddison Welch entró con un rifle en diciembre de 2016 para liberar a los niños que creía detenidos en el sótano. Esos contrastes llevaron a Pinker a estudiar los dos grandes modos en que opera la mente humana: “la mentalidad de la realidad y la mentalidad de la mitología”.
Así encontró explicaciones a por qué si la energía nuclear es la más segura que ha usado la humanidad, continúa estancada en los países desarrollados: “Los accidentes mineros, la rotura de presas hidroeléctricas, las explosiones de gas natural y los accidentes de transporte petrolífero matan gente, a veces en gran cantidad, y el humo de la combustión del carbón las mata en enormes cantidades, más de medio millón de personas al año”. Sin embargo, la mentalidad de la mitología asocia la energía nuclear con Fukushima o con Chernóbil, donde el total de muertos equivale a “la misma cantidad que muere por emisiones de carbón cada día”.
¿Qué le pasa a la gente?
Uno de los capítulos finales de Rationality abre con una cita del comediante George Carlin: “Dile a la gente que en el cielo hay un hombre invisible que creó el universo, y la gran mayoría te creerá. Diles que la pintura está fresca, y tendrán que tocar para estar seguros”. Es, escribió Pinker, “el capítulo que la mayoría ha estado esperando”. Lo sabe por conversaciones, por emails: “Apenas menciono el tema de la racionalidad, la gente me pregunta por qué parece que la humanidad se está volviendo loca”.
El capítulo tiene el perfume de los años de Donald Trump en el poder, y queda claro que Pinker no lo votaría si llegara a presentarse en 2024: le contó “30.000 falsedades” durante su gobierno y recordó “su mentira y su trolling maníacos”.
Poco antes de que comenzaran a verse resultados positivos en los ensayos clínicos de la vacuna contra el COVID-19, un tercio de los estadounidenses dijo que no los creería. “El charlatanismo sobre el COVID-19 ha sido avalado por celebridades, políticos y, de manera inquietante, por la persona más poderosa sobre la tierra en el momento de la pandemia, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump”, escribió. A continuación hizo la lista completa de “los desafíos a nuestra capacidad colectiva de razonar” que presentó el ex mandatario.
En tanto experto en ciencias cognitivas, Pinker se negó a aceptar “la perspectiva cínica según la cual el cerebro humano es un contenedor de delirios”. Porque junto a la larga lista de estupideces humanas hay otra, también extensa, de logros: el ser humano ha sido “lo suficientemente inteligente para haber descubierto las leyes de la naturaleza, transformado el planeta, extendido y enriquecido nuestras vidas y, no menos importante, articulado las reglas de la racionalidad que tan a menudo desobedecemos”.
Así, a partir de un curso sobre el tema que enseñó en Harvard, donde es profesor de psicología (aunque este año está en sabático y se encuentra en la Universidad de California en Berkeley), armó el libro, que es una exploración sobre algo que no es un atributo que se tiene o no se tiene, como determinado color de ojos, sino “un conjunto de herramientas cognitivas que pueden lograr objetivos específicos en mundos específicos”.
Qué es la racionalidad
El libro, que Pinker dedicó a su madre, se centra en una palabra que, como muchas de uso cotidiano, se escapa a una definición estricta, observó. Una bastante fiel es “la capacidad de utilizar el conocimiento para lograr objetivos”, y la palabra clave en esa explicación, conocimiento, consiste en “una creencia verdadera justificada”.
Si bien la racionalidad perfecta es una aspiración que “ningún mortal puede pretender alcanzar”, razonar con reglas lógicas permite “acercarse a la verdad colectivamente de modos imposibles para cualquiera de nosotros como individuos”. Eso explica que la ciencia haya podido erradicar la viruela: era una verdad exterior, y se la estudió y atacó con procedimientos racionales.
Pinker está muy en contra del “reciente lugar común según el cual estamos viviendo en una época de posverdad”, y dedicó un juego lógico: “Si fuera verdad, entonces no lo sería, porque estaría afirmando algo cierto sobre esta era en la que estamos viviendo”.
Esas reglas apuntan a apartar los obstáculos que se interponen en el camino de la racionalidad: “las ilusiones cognitivas inherentes a la naturaleza humana, los prejuicios, las inclinaciones, las fobias y los -ismos que infectan a los miembros de una etnia, una clase, un género, una sexualidad o una civilización”. Incluyen —enumeró— “los principios del pensamiento crítico y los sistemas normativos de la lógica, las probabilidades y el razonamiento empírico”.
También detalló algunos de esos obstáculos, como las falacias ad hominem, la generalización apresurada, la apelación a las emociones; también analizó otros como el razonamiento motivado y la tendencia tribal a apoyar lo que se considera que está del lado propio, menos porque sea comprobable que para no perder el lugar en el grupo social.
Los capítulos son pequeños cursos en lógica deductiva, lógica inductiva, teoría de la acción racional, incertidumbre científica e inferencia bayesiana y otros básicos de la estadística. Los ejemplos de actualidad que da, de igual modo que la reproducción de tiras cómicas o anécdotas humorísticas los hacen muy amenos.
Por qué sobrevive la irracionalidad
Para explicar por qué la irracionalidad continúa con buena salud, Pinker advirtió que conviene no caer en explicaciones poco satisfactorias como la lista de falacias, “aunque sin dudas muchas supersticiones se originan en la interpretación excesiva de las coincidencias, la falla al evaluar la prueba a la luz de los antecedentes, la generalización a partir de anécdotas y el salto de la correlación a la causalidad”.
Tampoco lo atribuyó a las redes sociales. Si bien no les ahorró críticas —las llamó “experimentos pantagruélicos sobre la anarquía y la democracia”—, recordó que “las teorías conspirativas y las falsedades virales son probablemente tan viejas como el lenguaje”. Dio como ejemplo el relato de milagros en las escrituras, que calificó de “noticias falsas sobre fenómenos paranormales”.
Citó además un estudio sobre la cantidad de cartas de lectores entre 1890 y 2010, que no encontró cambios en la cantidad de teorías conspirativas que recibieron los periódicos principales de los Estados Unidos. “Las redes sociales pueden, evidentemente, acelerar su difusión, pero el apetito de fantasías floridas yace en lo profundo de la naturaleza humana”.
Por último, tampoco la irracionalidad es un bloque compacto. “Los teóricos de conspiraciones y los creyentes en milagros superan las pruebas exigentes de sus mundos”, señaló. “Tienen empleos, crian hijos, mantienen un techo sobre sus cabezas y ponen alimentos en la mesa”.
En su opinión, cuestiones como el razonamiento motivado —la apelación a recursos retóricos para llegar a una conclusión favorable— y la convicción tribal —el prejuicio “pro-mi lado”— son causas más importantes, al igual que la exposición selectiva, o la manera en que los seres humanos prefieren los argumentos que ratifican sus creencias.
El Homo sapiens parece haber evolucionado menos como matemático que como abogado: “Tanto de nuestro modo de razonar parece hecho a medida de ganar los argumentos que algunos científicos cognitivos creen que es la función adaptativa del razonamiento”. Paradójicamente, ese mal conlleva su cura: “Mientras que la gente trata de salirse con la suya con argumentos flojos sobre sus propias posiciones, también detecta con rapidez las falacias en los argumentos de los demás”.
Otra explicación que Pinker cree adecuada para la multiplicación reciente de la irracionalidad es que “los grupos políticos se han convertido en tribus socioculturales más que en ideologías coherentes”. A partir de frases como esa, Rationality se lanza a las guerras culturales, en las que Pinker ya ha participado antes.
La “sofocante cultura única de izquierda”
“El espectáculo de que los cubrebocas se convirtieran en un símbolo politico durante una pandemia respiratoria es apenas el síntoma más reciente de polarización”, apuntó Pinker.
El sectarismo político afecta a los dos lados del espectro, argumentó, y se sostiene en las redes sociales, los medios masivos, las distorsiones de la representación política, la importancia de los donantes ideológicamente comprometidos, la auto segregación de los liberales educados en determinados enclaves y el declive de organizaciones que atravesaban a todas las clases de la sociedad, enumeró.
“Los movimientos académicos de moda como el posmodernismo y la teoría crítica”, escribió en uno de los fragmentos más criticados, “sostienen que la razón, la verdad y la objetividad son construcciones sociales que justifican el privilegio de los grupos dominantes”. Eso le pareció una falacia —la racionalidad es patrimonio de la especie, sostuvo—, y el tipo de falacia que más denostó en este libro:
En grandes franjas del mundo académico y del periodístico las falacias se aplican con entusiasmo, y se atacan o se suprimen ideas en virtud de que quienes las proponen, en ocasiones nacidos hace cientos de años, arrastran aromas desagradables o manchas. Esto refleja un cambio en la concepción de la naturaleza de las creencias: de ideas que pueden ser verdaderas o falsas a manifestaciones de la identidad moral y cultural de una persona. Eso también refleja un cambio en cómo los académicos y los críticos conciben su misión: de buscar el conocimiento a promover causas morales y políticas como la justicia social.
Pinker acusó a la llamada cultura de la cancelación por la desconfianza en instituciones como la ciencia o las universidades: la “sofocante cultura única de izquierda”, según definió, que castiga a “estudiantes y profesores que cuestionen los dogmas del género, la raza, la cultura, la genética, el colonialismo y la identidad y la orientación sexual”, es responsable de que se hayan convertido “en un hazmerreír por sus ataques al sentido común”.
Entre otros comentaristas, Dan Falk criticó a Pinker en Undark por haber caído en esa misma actitud, aunque desde otro lugar ideológico, al asegurar que el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis “condujo a protestas masivas y a la súbita adopción de una doctrina académica radical, la teoría crítica de la raza, en las universidades, los periódicos y las corporaciones”. Pinker no ofreció ningún dato al respecto, apuntó, en una curiosa comprobación de las hipótesis que mueven al libro.
Además, continuó, “Pinker también argumenta que la respuesta a la muerte de Floyd fue excesiva, ‘impulsada por la impresión de que los afroamericanos corren peligro grave de ser asesinados por la policía”. La cuenta que saca Rationality ubica ese peligro en 0,75%; la cuenta que sacó Falk, siguiendo los procesos de Pinker sobre probabilidades y antecedentes, es del 35 por ciento.
Lectura, escritura, aritmética y racionalidad
“En una época cuando la racionalidad parece a la vez más amenazada y más esencial que nunca, Racionality es, sobre todo, una afirmación de la racionalidad”, sintetizó su mensaje. Para hacerlo, propuso al final del libro, es necesario integrarla a la educación, el gobierno, los medios de comunicación y las redes sociales.
“Someter todas nuestras creencias al juicio de la razón y la evidencia no es una habilidad natural: como la alfabetización y la aritmética, debe ser inculcada y cultivada”, escribió. Más aún, es una virtud moral, sostuvo en otro pasaje criticado:
La explicación final a la paradoja de cómo nuestra especie puede ser a la vez tan racional y tan irracional no es un problema en el software cognitivo. Radica en la dualidad entre el ego y los demás: nuestros motivos guían nuestros poderes de razonamiento y nuestros puntos de vista los limitan.
El núcleo de la moralidad es la imparcialidad: la reconciliación de nuestros intereses egoístas con los de los demás. Así, la imparcialidad es también el núcleo de la racionalidad: una reconciliación de nuestras nociones prejuiciosas e incompletas con una comprensión de la realidad que nos trasciende a todos. La racionalidad, entonces, no es sólo una virtud cognitiva sino una moral.
Mucha gente no ve con claridad la diferencia entre el establishment científico y la charlatanería. La experiencia más cercana que la mayoría tiene con la ciencia es la visita al médico; la escuela y los museos presentan la ciencia como otra forma de magia, con criaturas exóticas y reacciones químicas coloridas. El respeto a la sensibilidad de ciertas visiones religiosas o morales limita conocimientos básicos como que el universo no tiene objetivos vinculados a las preocupaciones humanas y que todas las interacciones físicas están gobernadas por un puñado de fuerzas fundamentales.
Pinker animó a las instituciones educativas —y luego de ellas, a los gobiernos, los medios y las redes— para que incorporen cuestiones como estadística y pensamiento crítico en los planes de estudios obligatorios. “Del mismo modo que la alfabetización y la aritmética tienen un lugar privilegiado en la educación porque son un requisito previo para todo lo demás, las herramientas de la lógica, las probabilidades y la inferencia causal atraviesan todo tipo de conocimiento humano”. Concluyó:
La racionalidad debería ocupar el cuarto lugar junto con la lectura, la escritura y la matemática.
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