Las protagonistas de los tres cuentos de Mónica Müller en Nada es para siempre se dejan abordar por el azar para modificar sus rumbos de manera imprevista: comenzando a cuidar a un pichón escuálido y convirtiéndolo en compañero de rutinas, recorriendo consultorios médicos para intentar curar una rodilla que se transformó en un dolor repentino o acompañando a una amiga en un proceso de separación abrupto después de décadas de convivencia.
Médica, publicista, escritora y artista plástica, Müller escribió estos textos sin pensar en reunirlos, pero al hacerlo las distintas formas de despedidas fueron conformando una secuencia de ciclos. Al pájaro que la protagonista de “Una madre pájara” adopta para cuidar y llama Chipi debe, en un momento, impulsarlo a volar; la mujer que un día amanece con dolor extremo, en “La rodilla que habló”, encuentra una cura cuando alguien sabe leer el instante del desacomodo; y la amiga de la mujer que se separa a partir de una breve confesión de infidelidad de su marido, en “Dice mi amiga mientras fuma”, se desencuentra con su deseo pero emprende ese redescubrimiento. En los tres relatos hay un ciclo atravesado por el desamparo pero sin caer en el regodeo de la pérdida, lo que permite el alivio a través de la perspicacia.
Después de la reciente publicación de este libro editado por Planeta, Müller sigue trabajando en la escritura de una novela que ya lleva diez años: “No la puedo terminar, estoy enredada, me encanta. Tiene que ver con la medicina, pero no es un ensayo, es una novela. Me gusta que me pongan una fecha. Por ahora hace 10 años que divago con esta historia”, cuenta en esta entrevista.
—Hay una primera persona en los tres cuentos. ¿Cómo te interesa pensar lo autobiográfico en relación a la ficción?
—Suelo escribir en primera porque me interesa dirigirme coloquialmente a las personas, también lo hago en mis libros de divulgación médica. He escrito en tercera persona, pero al leer esos textos siento que hay una distancia que rompo al escribir en primera. Escribo como escribo, no lo teorizo antes ni después. Mi libro Mi papá alemán es absolutamente autobiográfico, traté de ajustarme a la realidad y a los hechos. Es un pensamiento sobre la autoficción y la imposibilidad de que la autobiografía sea puramente autobiográfica porque la memoria va modificando los recuerdos. Adoro los libros de Primo Levi, es un modelo de escritor que amo. Siento esa distancia cuando es ficción pura y me gusta la cercanía cuando el texto es más autobiográfico.
—El título es Nada es para siempre y de ahí puede comenzar a construirse un hilo que une a las tres historias en las que hay distintos tiempos: los del cuidado en la primera, los del propio cuerpo con sus derivaciones médicas en la segunda y los del deseo en el tercero. ¿Cómo pensaste el “nada es para siempre” que atraviesa las historias?
—Cuando empecé a escribir estos textos no pensaba en relacionarlos, unirlos y hacer un libro. El de Chipi lo escribí porque quería recordarme a mí misma cómo había sido esa historia y no olvidarme la secuencia, la escribí cuando Chipi se fue. El de la rodilla lo escribí hará unos tres años, uno después de terminada la historia real con mi rodilla destrozada que me tuvo renga dos años y medio. Y el tercero lo escribí hará dos. Recién cuando estuvieron las tres historias terminadas empecé a ver que tenían algo en común. Entre todos los textos que escribí en estos años, solamente esos tres tenían una identidad en común. Se lo pasé a mi editora Paula Pérez Alonso que es una persona muy sensible, perspicaz y respetuosa de los textos ajenos. Los leyó y me dijo que lo que tenían en común eran las despedidas, los finales de las relaciones. Yo le dije que los había relatado como si fuesen un folletín porque estaba obsesionada con la idea del folletín y me dijo “no, pensá qué tienen en común”, corté y me quedé pensando y sí, eran los finales, tres finales de relaciones. Las había escrito, seleccionado, enhebrado como tres piezas de un collar, se las mandé y no me había dado cuenta hasta que ella no me lo dijo. Fue muy impresionante. Son despedidas como las de este último año y medio, sin abrazos, sin duelos, sin velorios, despedidas secas que van a contrapelo de nuestra cultura. Esas despedidas donde la relación se va deshilachando y no se sabe bien cómo terminó.
—Hay una narradora muy perspicaz en los tres relatos que logra una combinación entre humor y emoción. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
—No sabría decir cómo fue. Escribo todo el tiempo. No diría que me gusta escribir, a veces sufro horriblemente escribiendo, escribo desde que soy muy chica, a los 8 años escribí una obra de teatro que se llamaba Los inundados. Tengo ese estilo entre irónico y dulce, es lo que me dicen. Lo siento como algo agridulce. No pierdo nunca al escribir, ni en la vida real, el humor, la ironía. Le veo siempre el lado gracioso a las situaciones más horribles. Mis amigos, mi novio, me dicen que estoy escaneando todo todo el tiempo y descubriendo situaciones absurdas. Hasta en las historias más tremendas las personas te relatan el momento absurdo, irónico.
—Tenías un blog –digo tenías porque veo que la última entrada es de 2019– y en algunas de esas entradas apareció “la amiga”, esa narradora que nos guía por la vida de otra mientras la va leyendo (a ella y a otras amigas) en el cuento “Dice mi amiga mientras fuma”. ¿Qué te aportó el ejercicio de escritura del blog? ¿Por qué lo dejaste?
—El blog fue importantísimo porque yo había dejado de escribir y publicar regularmente. En un momento fui al taller literario de Hebe Uhart, una persona maravillosa. Fui durante seis meses. Me gustaron las lecturas que nos proponía, había autores que no había leído pero jamás me comentó nada sobre lo que escribía, así que pasados los seis meses le dije “escribo horrible, ¿no?” y me dijo “basta, sentate y escribí”. Ahí publiqué Secuelas, seguí con el blog, fue muy leído, me sirvió para volver a escribir, para sentirme segura. Hebe y el blog me estimularon a escribir pero después dejó de interesarme y empecé a pasar más tiempo escribiendo otras cosas.
—En “La rodilla que habló” está tu oficio de médica pero desde tu itinerario como paciente. Escribiste sobre la industria de la enfermedad en el libro Sana sana y sobre los discursos alrededor de los virus en Pandemia. ¿Cómo analizás los discursos que circulan en este momento de la pandemia?
—Escribí esos libros de divulgación porque me interesa mucho la tarea de hacer divulgación de medicina. Es aberrante lo que está pasando con la profesión médica porque los medicamentos se han transformado en productos de consumo, hay hechos tremendos y contradictorios con la propia medicina, como las obras sociales y las prepagas que obligan a los médicos a atender a los pacientes en 5 minutos. En esas condiciones nadie puede curar a nadie. Por eso también escribí este relato de la rodilla como ejemplo de lo que suele ocurrir con los pacientes. Me parece una aberración también que haya publicidad de medicamentos, que los antibióticos sean de venta libre. Eso está creando un problema gravísimo de resistencia bacteriana en todo el mundo. Estoy absolutamente en contra del abuso de medicamentos y estoy a favor del buen uso de medicamentos. Aclaro esto porque todo todo parece ser binario, sí o no, y no es todo tan sencillo. La biología, la medicina requieren de una cierta sensibilidad del manejo de las situaciones y ocasiones que no se resuelven diciendo sólo sí o no.
—“Obligar a alguien a ser libre contradice el principio mismo de libertad”, le dice un amigo a la narradora de “Una madre pájara”. En un contexto en el que circula tanto la palabra libertad en la discusión pública, ¿qué creés que se modificó de la relación con el discurso científico a partir de esta pandemia?
—Se relativizó el concepto de libertad. Hay gente a la que le cuesta mucho registrar al otro. En esta pandemia se dio tanta explicación, se difundió tanto el lenguaje científico, que parece que todo el mundo sabe lo que es la fase tres. Me parece excelente que la gente tenga un poco de información sobre eso, pero me parece también que, como los científicos no supieron todo de una y fueron poco a poco sabiendo lo que ocurría, esa incertidumbre les quitó a muchas personas la confianza en la ciencia. Creo que la ciencia reemplazó a las religiones, esta confianza ciega infantil que la gente pone en las religiones de repente se trasladó a la ciencia que además se mostró como dudosa. Todos los humanos necesitamos confiar en algo. Se produjo una especie de terremoto en la confianza de las personas. Todos los humanos necesitamos confiar en algo, algunos más que otros, pero hay muchos que tenían un confianza ciega en los científicos, en la ciencia y en la medicina y la han perdido y están enojados, asustados y enojados. Me parece que va a cambiar mucho la relación de los humanos con el discurso científico.
—Fuiste publicista, sos médica, artista plástica. ¿Cómo dialogan esos oficios a la hora de sentarte a escribir?
—Fui publicitaria porque primero fui escritora. Fui compañera de Guille Saccomano en esa tarea, aprendimos el oficio publicitario trabajando en agencias, pero nuestro oficio era ser escritores. La medicina está siempre presente porque todos los días ocho horas escucho a las personas contar su vida. En la medicina que hago, que es homeopatía, no me limito a decir “dónde le duele, hágase una ecografía”. Me hablan una hora, hora y media de su vida. Eso va cargando la escena de historia, de sentimientos, de experiencias de una forma fantástica. De hecho, en mi escritura aparecen historias de cosas que me contaron mis pacientes, entremezcladas con mis propias historias. Eso forma parte de mi identidad como escritora.
Fuente: Télam
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