Europa y “la patria”: el regreso
La patria, Argentina, es un tema que fascina a Xul y a Borges a su regreso, al principio de la década de 1920.
Xul vuelve a Buenos Aires en 1924. Como vimos, partió a Europa como un hombre de veintidós años, o sea que él ha sido un adulto en Europa, mientras que Borges fue un niño allí, porque tenía nueve años cuando se instaló.
La Argentina ha cambiado mucho desde que partieron. Durante su ausencia arribaron al país casi seis millones de inmigrantes, y continuaba esa marea creciente.
Entonces la Argentina se pregunta sobre su propia identidad. La pregunta “¿quiénes somos?” invade casi todas las actividades: la política, por supuesto, pero también la literatura y el arte. El país se siente desorientado, mareado frente a esta oleada de diversidad cultural: italianos de todos los rincones y dialectos, españoles, franceses, irlandeses, judíos, alemanes, ingleses, rusos, polacos, croatas, armenios, sirios y libaneses y tantos otros. ¿Quién no vino a la Argentina, la Tierra Prometida de aquel entonces?
En este mar de confusión, las clases dirigentes y los intelectuales reivindican entonces a un gaucho mitológico, Martín Fierro, para que él sea el retrato de la identidad nacional. Es curioso porque esta figura encarna todos los dolores, todas las enfermedades previas a la construcción de la Argentina moderna; es todo lo contrario a aquella Argentina de Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, cuyo éxito y virtud es lo que produce la grandeza de esta nueva Argentina, de la que gozan los que paradójicamente erigen a Martín Fierro como símbolo.
En efecto, el mítico gaucho Martín Fierro es analfabeto, por oposición al ideal sarmientino de la educación; es un sanguinario criminal, que mata a mansalva a un hombre indefenso después de provocarlo; es un desertor que huye del deber con su patria, representa la trampa y la viveza criolla, desprecia a los inmigrantes, a los “gringos”. Y, no obstante todo esto, es el paradigma elegido por los intelectuales y los políticos para representar la “argentinidad”, una palabra triste cargada de nacionalismo sectario.
Los intelectuales y artistas argentinos de entonces se reúnen en un grupo ya legendario, Martín Fierro, fundado en 1924, al que pertenecieron Borges y Xul. Es el año en el que Leopoldo Lugones, uno de los más celebrados intelectuales argentinos, proclama en Lima que ha llegado “la hora de la espada”, un anuncio temprano de la idea que anima a la destrucción de la democracia argentina.
En 1926 llega a Buenos Aires por primera vez Filippo Tommaso Marinetti, fundador del futurismo, y sobre todo señero intelectual del fascismo.
Hay una foto trágica que representa al grupo Martín Fierro en pleno homenajeando a Marinetti en ese viaje a Buenos Aires. Es trágica porque anuncia la caída de la democracia argentina que, asediada por políticos, militares e intelectuales, ocurrirá con el golpe militar de 1930, inmediatamente después de la crisis de Wall Street. La democracia recién renacerá, tan precaria como antes, en 1983.
Borges y Xul, igual que todos los intelectuales argentinos, navegan en ese barco de la “argentinidad” y de la república pérdida, o más bien, arrojada por la borda al identificarse con los valores de un nacionalismo cerril que devendrá, hacia mediados del siglo XX, en un populismo exacerbado.
La revista Proa
En 1922 el grupo Martín Fierro empieza a editar la revista Proa y se le pide a Xul que haga la ilustración de tapa del número inicial. La ilustración que realiza representa la patria; por lo pronto, está la bandera argentina No nos olvidemos de que estamos en la década de 1920: la Argentina es toda ilusión, tiene el séptimo PBI del mundo, equivalente al de toda América Latina reunida. Cree que va a ser una gran nación, que tiene un destino señalado en la historia. Sin embargo, como vimos, los fantasmas fascistas merodean en la política y en los intelectuales.
Veamos ahora la enorme riqueza de los símbolos de la ilustración de Xul que representa esa ilusión de Tierra Prometida. El sol preside la imagen.
¿Es Ra, el sol con ojos de los egipcios, creador de la luz, de los cielos, la tierra y los mares, igual que Yahvé? ¿Ra, el desahuciado por Isis que ya anciano pierde el poder?
¿Es Helios, el Titán animista que pierde a su torpe hijo Faetón, que incendia la Tierra?
¿O es Apolo, el sol de la luz de la razón, de la armonía, el jefe de las Musas, y patrono de la música y la poesía?
¿Es el carro de fuego con el que Elías asciende a los cielos o es el sol incaico, Inti, o es el Sol Invictus de los romanos?
En cualquier caso es el símbolo de la luz que alumbra el día, que cierne el temor de la noche y que promete la vida.
Asimismo, brillan las espadas, que son el símbolo de la de la paz, de la justicia que nace siempre después de la guerra santa, de la guerra justa. Recordemos a Excalibur, la espada del rey Arturo que solamente él puede extraer de la roca porque Arturo tiene su alma sana, su espíritu intacto. Excalibur es símbolo del espíritu que está aprisionado en la roca, en lo material, en el deseo exaltado, y Arturo, el héroe que libera el espíritu-espada de la materia-roca. También evoquemos la Tizona del Cid Campeador, otra espada santa, que tiene tanto poder que ella decide si su portador ganará o perderá el combate según la pureza de su alma.
Para los templarios la espada es también el símbolo del eje, axis mundi, en torno al cual todo gira, incluidas, por supuesto nuestras vidas.
Siempre la espada es el eje de las fuerzas espirituales en el mundo. Hasta en el Apocalipsis, en la fuerza creadora del Verbo, está presente la espada. “Y de su boca salió una espada aguda de dos filos y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Apocalipsis 1, 16).
En la ilustración, Xul también incluye la estrella de cinco puntas, el pentagrama. Mientras que esté hacia arriba el ángulo, es el hombre que domina la naturaleza. Es el espíritu que domina al deseo. También representa al espíritu que controla a los cuatro elementos que forman la naturaleza que son el fuego, el aire, el agua y la tierra.
El barco es otro símbolo muy poderoso; es el barco de los egipcios, de los gnósticos y de la tradición esotérica. Es el barco de Ra que va desde la noche hacia la luz, hacia la luz del espíritu. Sale desde la noche, igual que Dante, que parte de una selva oscura y va hacia la luz del espíritu. Contrariamente, la barca de Osiris va hacia el Hades, al mundo del olvido de los griegos, al que conducía la barca de Caronte.
En la Biblia, en cambio, los barcos son esperanza de vida: el Arca de Noé, que salva a todas las especies de la humanidad del diluvio universal, o la barca de Pedro desde la cual el Señor predica.
La proa, nombre de la revista, nos recuerda al Argo, el buque blanco de Jasón y los Argonautas, símbolo del espíritu y de la pureza, que tiene esa proa mágica que habla, que ve el destino y va fijando el rumbo.
Pero en la obra también están las serpientes. La serpiente es un símbolo universal, riquísimo, con muchos significados. En Oriente representa la vida perdurable, la vida eterna, la eterna resurrección. Así, doce serpientes están enroscadas alrededor del caduceo y también son eje del ying y el yang, el principio positivo y negativo, y el principio femenino y el masculino.
Pero en Occidente, en la mitología de los hebreos y de los griegos, las serpientes representan algo muy negativo: la vanidad que nos hace creernos iguales a Dios, el engaño del fruto prohibido. Por eso en el mito de Adán y Eva la serpiente representa la soberbia que engaña a Eva, y Eva es a su vez la serpiente que engaña a Adán excitando su vanidad. La serpiente es la causa eficiente de la Caída. En la Biblia está también el Leviatán, la terrible serpiente del mar a la cual tiene que exterminar Yahvé.
Entre los griegos la serpiente está en los cabellos de la Medusa, símbolo de la soberbia y la vanidad del poder. Cuando Perseo la enfrenta al espejo y ella ve su propia soberbia, su propia vanidad, queda petrificada (la roca es la materia, la negación del espíritu, el deseo exaltado). También en la mitología de los griegos encontramos la lucha entre Apolo y Pitón: Apolo, el símbolo de la luz, mata a Pitón, la serpiente que representa las fuerzas de la tierra, de lo material y de la oscuridad. Y Zeus que mata a Tifón, un monstruo con miles de piernas de serpiente, un monstruo que se apoya en la vanidad, en la oscuridad.
De manera tal que vemos que en Occidente la serpiente tiene una simbología mucho más compleja, mucho más problemática que en Oriente.
Esta es la patria de Xul, una patria reflejada en esta pintura llena de símbolos de vida y de promesa. Y de inquietudes, amenazada por serpientes.
Veamos ahora la patria de Borges, aquella patria de Martín Fierro y de los años 20. En “Luna de enfrente” dice:
Mi patria es un latido de guitarra, unos
retratos y una vieja espada, la oración
evidente del sauzal en los alrededores.
En realidad es una patria desconocida para él, un recuerdo mítico de ciertos antepasados ilustres, una patria que se acerca desde arriba a la patria de Martín Fierro, pero que no difiere esencialmente de ella, porque no incorpora a la Argentina nacida como fruto de la inmigración.
En 1926, en el prólogo a El tamaño de mi esperanza, Borges dice que él no les habla a los inmigrantes, a quienes llama despectivamente “gringos” y les achaca el desconocimiento de la realidad argentina. Esta obra puede ser leída como un catálogo nacionalista en el que exalta a Rosas y a Lugones y se refiere peyorativamente a Sarmiento. En la obra escribe las palabras terminadas “-ad” sin la letra d final, reivindicando así el lenguaje criollo, rico en inflexiones originadas en el habla gaucha que el Martín Fierro testimonió.
No hay dudas de que estamos frente a un convencido nacionalista del grupo Martín Fierro, que encarna esa ilusión tan insólita como autocontradictoria de una patria estructurada sobre gauchos que ya no existen y que prescinde de los millones de inmigrantes que sí existen y que construyeron la Argentina de la nada.
Pero Borges cambiará de opinión. El fascismo oligárquico de los políticos e intelectuales quebrará nuestro precario sistema republicano en los años 30 y se convertirá en un populismo de extrema derecha, simpatizante del fascismo, promediando los 40. Borges, entonces, toma distancia, al punto de que reniega de El tamaño de mi esperanza y trata de impedir su reedición. Posteriormente, en “Oda escrita en 1966″ (en El otro, el mismo) dirá:
Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo.
Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.
Ahora nadie es la patria pero todos lo somos, los gringos inmigrantes también.
1976: sin saber que en la Argentina se avecina una nueva lucha salvaje, con evidente intuición anticipatoria, publica “Elegía para la patria”, donde dice: “Aquella historia desenfrenada, el todo por el todo […] Centenarios y sesquicentenarios, son la ceniza apenas, la soflama de los vestigios de esa antigua llama”.
¿Es que la patria ha muerto? Y, si no, ¿por qué una elegía?
Aquella patria que fue una “historia desenfrenada”, “el todo por el todo”, es en 1976 apenas “la soflama de los vestigios de esa antigua llama”.
Hacía tiempo ya que las serpientes del visionario Xul habían abordado el barco de la patria. La Argentina entraba en uno de los períodos más oscuros de su historia, la guerra entre el terrorismo civil y el terrorismo de Estado.
Hay en el cuadro de Xul –aquella ilustración de la tapa de Proa– algo de visionario. Es cierto que para Xul la patria de los años 20 es puro futuro, se dirige al sol, símbolo de la luz; con las espadas encarna la justicia y su proa mágica que fija el rumbo la conduce hacia un destino de plenitud. Pero Todo símbolo contiene su propia contradicción, y allí mismo, en el cuadro de Xul, están las serpientes acechando, esperando la debilidad para precipitar la caída. Como la Caída de Adán y Eva en el Génesis.
Xul nos advierte que esta es una patria frágil, que puede dejar de ser ese sueño de Alberdi y de Sarmiento, y dejarse invadir por la pesadilla vanidosa del turbio Martín Fierro, pesadilla que se vuelve realidad en 1930, año en que terminó la democracia argentina que solo renacería en 1983.
¿Estaba alerta Xul cuando puso las serpientes a acechar el barco de la patria?
*El libro se presenta el miércoles 17 de noviembre, a las 19.00, en el Auditorio de Amigos del Bellas Artes, (Av. Figueroa Alcorta 2280). En la presentación Marcela Gioffré, Gabriel Levinas y Matilde Sánchez dialogarán con el autor
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