Desde hace años, Manuel Vilas explora las pasiones humanas con una mirada que alterna entre el optimismo y el pesar pero que, puestos a elegir, se derrama siempre hacia el primero. Es un optimismo profundo, consciente, sin artificios. Tal vez porque Vilas sabe que la melancolía espera a la vuelta de la esquina —a la vuelta de la página—.
Sus novelas tienen la búsqueda de la felicidad por encima de todo. Y para él, la felicidad es un hecho político. Eso se ve en libros tan fascinantes como Ordesa y Alegría (finalista del premio Planeta 2019), donde la memoria y la vulnerabilidad se convierten en fuerza y resistencia; eso también se ve en Los besos (2021), su nueva novela, donde el amor y la literatura son la esperanza con la que uno puede oponerse al abandono y la pandemia.
Doce o trece años atrás, Vilas cobró notoriedad por un largo poema, “McDonald’s”, que circuló por blogs y mails —no era tiempo de redes sociales—. El poema, reseñó en ese entonces Martín Pérez para Radar, “resume la visión de un Walt Whitman y un Allen Ginsberg que, entre combos y hamburguesas, descubre que el lugar de comidas rápidas es el templo de los pobres del mundo”. Poesía, narrativa y una incredulidad activa parecen vasos comunicantes en Vilas. De hecho, si uno toma Los besos y le quita la construcción de escena, las peripecias y los corcoveos laterales, el libro se convierte un hermoso poema de amor.
“Hay una intención poética en toda la novela, que es un asedio al amor desde el lenguaje y la poesía”, dice ahora Vilas en diálogo por videoconferencia con Infobae Cultura. “A veces, sólo a través de la poesía consigues encontrar el centro. La poesía siempre ha explicado mejor el amor que cualquier otro lenguaje. Y yo he utilizado poesía para hablar de amor en Los besos”.
Los besos es una novela de amor, pero con dos o tres particularidades que le dan una relevancia actual. Primero, Salvador, el protagonista, está jubilado. Frente a la idea del amor como terreno de la juventud, Vilas —que es del 62; tiene un año más que Fito— explora el amor adulto. Luego, el marco de la novela es la pandemia: el coronavirus aparece como un hecho sanitario, como un impedimento y como una barrera social. Otro elemento es la literatura clásica como vehículo de una explicación posible del mundo. De todos estos temas, habló Vilas en esta entrevista.
—¿Por qué abordó el amor entre dos adultos mayores?
—Quería trasladarle al lector la esperanza de que mientras uno es capaz de enamorarse, la vida va a tener sentido. Lo que dice la canción de Franco Battiato que abre la novela: “Los deseos no envejecen a pesar de la edad”. Yo creo que existe una discriminación por edad. Hemos luchado contra muchas discriminaciones: sexo, religión, política, raza. Pero la discriminación por edad está todavía allí. Hay gente de 50 años que se queda sin trabajo y ya no encuentra otro. Hace poco, las actrices de Hollywood se quejaban de que ya no las llaman porque los directores consideran que una actriz de 60 no va a tener interés. Es como si las personas de esa edad sólo pudieran vegetar en la vida, como si no pudieran tener una fuerza apasionada por vivir, algo que solo la da el amor. Me alegró ver en Cry Macho, la película de Clint Eastwood, que él, con 90 años, se enamora de mujer. Eso es un triunfo de la vida. Que una persona de 90 años pueda enamorarse quiere decir que la vida tiene más fuerza de lo que creíamos.
Hemos luchado contra muchas discriminaciones: sexo, religión, política, raza. Pero la discriminación por edad está todavía allí
—¿Se puede hablar de amor sin hablar de sexo?
—Es difícil, porque el sexo es fundamental. De hecho, Salvador está obsesionado con lo que llama “la oscilación del sexo”. Él piensa que cuando el sexo se acaba, ya no hay relación para seguir. Después del sexo está la complicidad, la vida en pareja y la estabilidad emocional que da una pareja. Todo eso son cosas muy importantes, pero falta el sexo. Salvador piensa que, si no hay sexo, no hay amor. En última instancia, es el enfrentamiento entre el amor romántico y el amor burgués. Ese es el problema. Llevamos 3.000 años con la dificultad de integrar el sexo y el amor. Son dos cosas relacionadas, pero de difícil fusión. El motivo del 95% de los divorcios, piensa Salvador, se basa en que hay una disfunción sexual en la pareja.
—Hoy es más frecuente hablar de sexo que de amor. ¿El amor se convirtió en un tabú?
—Sí, pero también diría que la conversación sobre sexo es muy superficial: existe, pero sobre amor no existe.
—¿Por qué leemos novelas de amor, pero no hablamos de amor?
—Por la intimidad. Cuando hablas de amor con alguien le estás revelando tu intimidad. El tema de la intimidad es inherente al tema del amor. Ahí estamos desnudos ante el otro o la otra. Con nuestra pareja estamos desnudos física y psicológicamente. Ese grado de intimidad lo tienes con una sola persona y excluyes a todos los demás. Por eso la conversación sobre el amor es dificultosa: una persona que su intimidad, es abatible y vulnerabilísima.
Un paseo por el lado salvaje
Hace unos años, Manuel Vilas escribió una heterogénea biografía de Lou Reed en la que, a la vez que contaba la vida del autor de Satellite of Love, hacía una cartografía de su propia historia. Libro extraño e inclasificable, el homenaje a Reed funcionaba también como una suerte de vida alternativa del escritor, que alguna vez soñó con formar su propia banda de rock. La música está presente en toda su obra y aquí, la figura es el italiano Franco Battiato: “Es un iluminado”, dice, “trae un mensaje de ilusión y épica. Sus canciones invitan a la vida, tienen algo de festividad. Hay una invitación a la vida”.
Como en un efecto de contagio, las letras de Battiato invitan al protagonista de Los besos a envolverse en ese sueño idealista. Una de las frases que dice Salvador es: Si no existiese el amor a primera vista, la vida no tendría sentido. “Salvador es un idealista”, dice Vilas, “y quiere que la vida sea hermosa, bella, elevada, espiritual, sofisticada, que no haya vulgaridad, que sea todo una maravilla. El amor a primera vista es una cosa maravillosa, ¡claro que lo es!”.
—Otra frase de Salvador: “La vida sin pasiones sólo es supervivencia”.
—También es verdad. Sin duda.
—¿Las pasiones a las que hace referencia pueden ser también las bajas?
—Él habla del amor. Cabría otras también, pero sin duda, el amor es la más poderosa que tenemos los seres humanos.
Todo paciente es político
—La novela tiene como marco a la pandemia: ¿qué representa el COVID en la historia?
—El COVID está visto desde su núcleo político. Nosotros recibimos el virus en su mensaje político: tuvo una conformación política, que es la que más le preocupa a Salvador. El mundo que ha dejado el COVID es moralmente más injusto y estéticamente más feo. El virus es algo horrible y la historia de amor que se construye en la novela está construida contra el virus. Vi Casablanca en el confinamiento. Pienso en esa escena en donde entran los nazis en París: Ingrid Bergman los oye entrar, se vuelve a Humphrey Bogart y le dice: “El mundo se está desmoronando, y tú y yo nos enamoramos”. Aquí llegó una tragedia al mundo y dos seres humanos deciden huir de esa tragedia a través de una historia de amor.
El virus es algo horrible y la historia de amor que se construye en la novela está construida contra el virus.
—El Quijote es una presencia fundamental en la novela. Tanto que Salvador apoda a Montserrat con el nombre de un personaje de la novela. ¿Por qué cuando uno quiere hablar de lo que lo rodea y la actualidad termina volviendo a los clásicos?
—El clásico es un acervo, es una especie de memoria colectiva a la que acudir para entender lo que nos pasa. Los clásicos son nuestra jurisprudencia. Salvador está fascinado por el Quijote porque ve allí el ideal de vida que le interesa. Ve Don Quijote el ejemplo perfecto de lo que está buscando: cómo transforma a la amada en un ente ideal, cómo elimina toda imperfección y construye un ser que no tiene asiento en la realidad, como es Dulcinea del Toboso. Es la huida de la imperfección de la vida lo que le fascina.
—Bueno, pero volviendo al comienzo de la entrevista, Quijote no se acuesta con Dulcinea. Salvador sí se acuesta con Montserrat.
—Por supuesto. De hecho, el nombre que elige Salvador para Montserrat es Altisidora y Altisidora es una chica de catorce años que perturba mucho a Don Quijote porque le dice que se ha enamorado de él. Kundera decía que la coquetería era la posibilidad, pero no la seguridad, de que fuera a existir sexo. Con Altisidora está la posibilidad de que haya sexo en la novela de Cervantes, cosa que evidentemente no podía ser por la preceptiva literaria de la época. Hasta Bovary no veremos a un Don Quijote —mujer— en una escena de sexo. Y casi hasta Freud no hemos sabido a qué nos enfrentábamos.
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