El origen del Manual del Economista Serio se remonta a septiembre de 2017, cuando empezamos a escribir a cuatro manos una serie de columnas de opinión para el suplemento económico de un diario nacional. Nos habíamos conocido un tiempo antes gracias a un amigo en común, Arnaldo Bocco, a quien la conjunción de un economista y un arquitecto le pareció auspiciosa. El objetivo de aquellas columnas era refutar algunas letanías conservadoras referidas a la política económica que, a fuerza de ser repetidas, se transforman en sentido común. Es que dichas ideas y diagnósticos no suelen ser presentados como parte de un modelo económico específico, sino como soluciones evidentes a los problemas crónicos del país, e incluso, como las únicas soluciones posibles. Nosotros buscábamos, por el contrario, debatirlas.
Al escribir, más allá del empleo de datos que sustentaran nuestra posición, buscamos usar un lenguaje llano, que nos permitiera llegar a un público más amplio que el de quienes manejan la lengua franca de los economistas, muchas veces demasiado críptica como para aquellos que no tomaron la precaución de estudiar Economía.
Pasado un año de esa primera aventura a dúo, envalentonados por la repercusión de varios de nuestros artículos, decidimos dar un paso más: nos propusimos escribir un libro que condensara nuestras pequeñas batallas cotidianas contra el sentido común económico ortodoxo. Casi en simultáneo, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner posteó un hilo en Twitter sobre una de nuestras notas. Destacaba un artículo titulado “Maestros del error”, que resumía la esencia de nuestros intentos de desnudar el rol político de lo que llamamos economistas serios. Su hilo cerraba con una cita que apunta directo al espíritu de lo que nos propusimos demostrar en el manual: “Ocurre que esos analistas funcionan, en la práctica, como falsos críticos teatrales que opinan desde la platea cuando, en realidad, son parte de la obra que miramos. Su objetivo no es analizar la realidad sino operar sobre ella”.
Buscábamos lograr un ensayo que abarcara lo central de ese corpus de ideas de los economistas del establishment. Desde el primer momento nos pareció que el sujeto del libro debía ser el economista ortodoxo –quien suele ser presentado como un profesional “serio” por contraposición a los economistas heterodoxos– y así surgió el nombre del libro. Repasamos el estado del arte, donde sobresalían las contribuciones de Arturo Jauretche, Marcelo Diamand, Ricardo Aronskind, Ana Castellani, Alfredo Zaiat, José Natanson y Claudio Scaletta, entre otros.
De a poco fuimos imaginando los diferentes capítulos que permitirían definir nuestro objeto de estudio: desde el hábitat en el cual se cría un economista serio, hasta su léxico (una componente esencial a la hora de comprender su cosmogonía), pasando por la cuna de su pensamiento y la red de apoyo global con la que cuenta, que incluye organizaciones, medios de comunicación y supersticiones varias.
Durante la redacción del Manual estalló la crisis de la pandemia, por lo que dedicamos un capítulo a analizar las respuestas de los países desarrollados –también llamados “países serios” en la jerga del Economista Serio– a este parate global. A contramano de lo que nuestro protagonista sostiene, los países desarrollados aumentaron de forma extraordinaria el gasto público, fenómeno al que elegimos llamar “la pandemia keynesiana”. Ese impulso que incrementó tanto la emisión como la presión fiscal sobre los sectores más ricos, también destinó recursos públicos pantagruélicos sobre las clases medias y bajas, las más afectadas por la crisis. Pero, a pesar de haberse decidido en esos países que nuestro Economista Serio tanto añora, la pandemia keynesiana no fue siquiera mencionada por nuestro sujeto de estudio, que sigue exigiendo para la Argentina reducir el gasto y la emisión en pleno colapso planetario.
Es que este fenómeno no le es extraño: el Economista Serio suele alabar las economías de países desarrollados como los de la Unión Europea, por ejemplo, al mismo tiempo que repudia para la Argentina las políticas que permitieron ese éxito y calla ante las políticas proteccionistas que aplican. A esta paradoja la bautizamos “El Plan Burundi”, por el cual el economista serio reclama llegar al desarrollo y la equidad de la Unión Europea, pero con los impuestos, el gasto público, la inversión en ciencia y tecnología, las regulaciones públicas y los salarios de África Oriental.
Así, con el Manual del Economista Serio buscamos debatir ideas y confrontar modelos contrapuestos, en base a medidas y resultados, descartando los ejemplos imaginarios. Pretendemos, en resumidas cuentas, ofrecer al lector un sistema simple para identificar qué intereses están en juego cuando ciertas letanías conservadoras son transformadas en sentido común.
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