Primera en Sudamérica y la única que data de la época imperial, hoy monumento nacional, la Catedral Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad, ubicada en el 315 de la avenida Brasil, frente al Parque Lezama, en la ciudad de Buenos Aires, es una verdadera joya arquitectónica que, al cumplir 120 años, se encuentra en pleno proceso de restauración. En el interior del templo, se distingue un lateral ya restaurado de otro que sigue en obra. Eso no fue obstáculo para que la colectividad celebrara sus doce décadas de existencia en la Argentina con una ceremonia, un concierto y una exposición.
A fines del siglo XIX, la colectividad rusa era muy pequeña. En 1904, había 3208 rusos en la ciudad de Buenos Aires (28.846 en 1914), y no todos eran cristianos ortodoxos. Sin embargo, había ciudadanos de otras nacionalidades -montenegrinos, serbios, griegos, etc.- que practicaban ese rito.
“Esos ortodoxos, así de escasos y cuyo arraigo no era tan antiguo entre nosotros, consiguieron, en muy pocos años, igualar el logro de otras minorías religiosas establecidas en el país desde la época de la Independencia”, escribe el historiador y especialista en patrimonio Oscar De Masi, autor de la “biografía” de esta singular catedral: La Iglesia ortodoxa rusa de Buenos Aires. Historia de su templo y memoria identitaria de su comunidad (Ágape, 2021).
“Y así como los británicos anglicanos y presbiterianos, los alemanes luteranos y los norteamericanos metodistas habían cumplido el anhelo de disponer de un templo propio en la Capital, en tiempos de Rosas -sigue diciendo De Masi-, también los ortodoxos multinacionales tenían desde ahora un santuario en el cual celebrar sus oficios de acuerdo al rito cristiano de mayor antigüedad, más antiguo, incluso, que la liturgia católica romana”.
Desde 1887 habían empezado las peticiones al zar, por parte de quienes se presentaban como “hijos huérfanos de la madre iglesia”, para la creación de una iglesia ortodoxa en Buenos Aires. Estos pedidos se canalizaban a través del cónsul general del Imperio, Pedro Christophersen, de origen noruego. Entre tanto, las primeras misas y bautismos de rito ortodoxo se celebraban en casas particulares.
En septiembre de 1891, en respuesta a los ruegos de los emigrados ortodoxos, llega a Buenos Aires el padre Constantino Izrastzoff. Con solo 26 años, pero muy formado y culto, cambiará la historia de la pequeña colectividad y su obra tendrá un alcance continental.
Fue el zar Alejandro III el que dispuso la creación de la Iglesia Ortodoxa en Buenos Aires y luego su hijo, Nicolás II, el que la concretó. De hecho, Izrastzoff acudió al propio Emperador para reunir los fondos necesarios, ya que los recursos locales eran insuficientes. En 1897 viaja a Rusia donde es recibido en la corte imperial en la cual desde 1894 reinaba ya Nicolás II.
Allí se organizarán colectas y donaciones para el futuro templo que se construiría a partir de un croquis del arquitecto Alejandro Christophersen -sobrino del cónsul y director de la obra-, pero con diseño del arquitecto oficial del Santo Sínodo, Mijail Timoveiecih Preobrazhenski.
“Con respecto al estilo del edificio, podría caracterizarse como una muestra de la arquitectura ‘religiosa-historicista’ rusa, de marcados rasgos ‘moscovitas’ del siglo XVI, tributarios de las estéticas bizantinas”, escribe De Masi. Una gran cúpula rodeada de “cuatro torrecillas angulares” que “terminan en cupulines con forma bulbosa, popularmente llamadas ‘cebollas’, construidos con planchuelas de zinc escamadas, pintadas de azul y tachonadas con estrellas doradas”, describe De Masi.
Lamentablemente, el encierro entre dos medianeras resta ángulo de visión al edificio, pero la hermosa fachada puede apreciarse bien desde el Parque hacia el cual mira.
El templo se inauguró el 6 de octubre de 1901, tras 3 años de trabajo. A la inauguración asistió el presidente de la República, Julio A Roca.
La mayor parte de los objetos -íconos, vasos sagrados, ornamentos, candelabros- y pinturas que decoran el interior fueron traídos de Rusia; en su mayoría eran las donaciones de fieles gestionadas por Izrastzoff.
Este, además de líder comunitario, se fue convirtiendo en una figura de proyección regional, con un rol también diplomático, que se potenció después de la Revolución Rusa, ya que la colectividad ortodoxa local permaneció fiel al Zar.
Desde 1926, Izrastzoff era director de parroquias rusas en Sudamérica; muchas de ellas creadas bajo su impulso. El gobierno argentino lo había reconocido como representante legal de la Iglesia ortodoxa rusa en Buenos Aires.
Por su gestión, en 1946 Perón autoriza la llegada de refugiados rusos, a los que Constantino Izrastzoff, que estuvo siempre enfrentado al régimen soviético, salvó del gulag. Fue un verdadero apóstol de la ortodoxia en la región.
De Masi cita las palabras de Perón sobre este destacado líder comunitario: “Monseñor Izrastzoff fue la encarnación viva de la Iglesia Ortodoxa, desconocida hasta ese momento tanto para la población nativa como para el gobierno de la Argentina donde gozó de un estatus especial”.
Y así explica el autor del libro ese estatus especial al que aludía Perón: “Aun cuando la Iglesia Ortodoxa no tuviera el rango de privilegio constitucional de la Iglesia Católica Romana, su representante quedó asimilado, más o menos, al tratamiento que el gobierno dispensaba a los obispos o a los nuncios. Su firma, incluso, había sido legalizada ante la Cancillería, a la par de las rúbricas de embajadores y cónsules extranjeros”.
De Masi recalca el rasgo “de singular convivencia entre las diversas colectividades y credos en la Capital” en la que “debía desempeñar su oficio Izrastzoff” -que falleció en 1953- y cita la edición de 1892 del Mulhall’s Handbook of the River Plate que decía: “No hay ciudad en el mundo donde la gente de diferentes religiones conviva en mejor armonía. Sólo un 4% de la población son Protestantes, el resto son Católicos Romanos, excepto un reducido número de Griegos y Judíos”.
La construcción de este templo dice por lo tanto mucho acerca de la tolerancia religiosa que caracterizó desde los primeros tiempos a la Argentina.
El arcipreste Alejandro Iwaszewicz, superior de la Catedral Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad, recibió a Infobae en la iglesia de Parque Lezama.
El tempo está en la planta alta del edificio y se accede a él por una escalera. Al llegar se aprecia el impactante iconostasio, la pared ricamente ornamentada que lo atraviesa de lado a lado y separa el santuario, donde se encuentra el altar -al que sólo acceden los oficiantes-, de la nave. En el iconostasio hay tres puertas, que sólo se abren durante la misa.
El padre Alejandro se detiene un momento para explicar el porqué de los tres travesaños de la cruz ortodoxa. El superior corresponde a la inscripción que los mismos romanos pusieron en la cruz: “Rey de los Judíos”. El segundo, más largo, es sobre el cual clavaron los brazos de Jesús. El tercero es el de los pies, que en el crucifijo ortodoxo tiene dos clavos. Está inclinado hacia un lado: el superior indica el paraíso, el otro apunta al infierno. Recordemos que, según los Evangelios, Jesús fue crucificado junto a dos delincuentes. Uno de ellos se muestra arrepentido y el Hijo de Dios le promete que antes de que termine el día se reencontrarán en el cielo. Es lo que simboliza el travesaño inclinado: un reo será salvado, el otro irá al infierno.
Alejandro Iwaszewicz, segunda generación nacido en Argentina, lleva 26 años como párroco de la Iglesia y es además hijo del párroco anterior. Se formó en un seminario en Nueva York.
Las iglesias ortodoxas surgen del llamado gran cisma de 1054 que dio origen a una Iglesia Católica en Occidente, con sede en Roma, y una Ortodoxa en Oriente, conformada por varios Patriarcados autárquicos. La ruptura obedeció a motivos jurisdiccionales -esencialmente el no reconocimiento de la autoridad papal por sobre toda la cristiandad de entonces- y en menor medida teológicos y rituales. Las iglesias ortodoxas son nacionales, aunque se reconoce una primacía honoraria al Patriarcado de Constantinopla.
“Son autónomas en lo administrativo pero en materia de fe y dogma ésta sigue siendo una Iglesia universal que se reúne en concilios”, aclara Iwaszewicz.
En materia de celibato, también hay diferencias. “La persona que quiere dedicar su vida a la Iglesia tiene dos caminos: ser monje o sacerdote. En el segundo caso puede casarse pero debe hacerlo antes de la ordenación. Si enviuda, puede volver a contraer matrimonio pero pierde la condición sacerdotal”. El monje en cambio hace votos de castidad. Y es entre los monjes que se elige a los obispos, de modo que éstos también son célibes.
La misa dura dos horas y la feligresía permanece de pie durante el servicio; una práctica más acorde al estoicismo eslavo que al carácter latino, sin duda.
La liturgia es muy tradicional y se hace parte en español y en eslavo. “Y simbólicamente, para recordar a las etnias que participaron en el comienzo de la vida de la iglesia ortodoxa en Argentina, dos letanías menores se hacen en eslavo y en árabe”, dice Iwaszewicz.
“Cuanto más antigua una ley o un rito, más valor tiene”, afirma el padre Alejandro; una declaración contra la corriente deconstructivista actual.
En la comunión, usan pan con levadura y los fieles también comparten un vino rojo y dulce, sin aditivos químicos, lo más natural posible, explica el arcipreste.
Los ortodoxos veneran a los mismos santos que los católicos y también entre ellos la Virgen María ocupa un lugar muy relevante, pero no comparten el dogma de la Inmaculada Concepción, que por otra parte es relativamente reciente en la Iglesia de Roma. Data de mediados del siglo XIX y establece que también la madre de Cristo nació sin pecado original.
Obviamente, tampoco comparten el dogma de la infalibilidad papal. También hay una diferencia teológica en la concepción de la Trinidad. Los ortodoxos se atienen a una traducción más antigua de la fórmula: el Espíritu Santo procede del Padre, es decir de Dios, y no “del Padre y del Hijo”, como en la versión del catolicismo romano.
Pero, a diferencia del cisma originado por Lutero en el siglo XVI, que dará origen a las iglesias protestantes, las diferencias con Roma son más de orden administrativo y ritual que de credo.
El bautismo se realiza dentro de los 40 días de nacida la persona y es por inmersión -en la Iglesia Católica romana, por aspersión-. También tienen comunión, confirmación y confesión. Este último sacramento no se cierra con la frase “Ego te absolvo”, sino con un “Que Dios te perdone”, es decir, que el sacerdote es solamente un intercesor, un intermediario, explica Iwaszewicz.
Y en el Padrenuestro, dicen “líbranos del maligno” y no “líbranos del mal”.
“No dependemos del Patriarcado ruso desde la triste revolución bolchevique”, explica el padre Alejandro, evocando la durísima represión contra la Iglesia cristiana desatada por el régimen soviético. Se trató de un verdadero exterminio de sacerdotes y obispos cuyo destino fue la muerte, la prisión o el exilio. La comunidad ortodoxa permanecerá fiel al Zar que, recordemos, fue ejecutado por los bolcheviques junto a su esposa y sus cinco hijos, en 1918. En 1982, la Iglesia rusa en el extranjero, surgida precisamente a causa de la Revolución bolchevique, canonizó al zar Nicolás y a su familia.
Pero en 1939, había que motivar a los soldados para pelear, dice Iwaszewcz, porque “muchos rusos recibían a los alemanes con flores, como libertadores”. Stalin apeló entonces a la iglesia para que lo ayudara a revivir el sentimiento patriótico. “Él había sido seminarista”, recuerda el padre Alejandro. De modo que “convocó a los pocos obispos que quedaban y les pidió que reorganizaran la iglesia”.
De 1925 a 1943 no hubo patriarcado en Rusia. “Se volvió a la iglesia de las catacumbas, como en Roma”, dice el arcipreste. La división administrativa respecto de Rusia duró hasta 2007, cuando se firmó un acta de unión o comunión con el Patriarcado de Moscú. “Pero nosotros no adherimos”, aclara Iwaszewicz. Es que la Iglesia que resurge en el 43 en la Unión Soviética por impulso de Stalin era una iglesia tutelada por el poder, al estilo de lo que sucede todavía en China con la Iglesia Católica.
Después del reconocimiento diplomático de la Unión Soviética por la Argentina, en junio de 1946, la Iglesia de Parque Lezama tuvo que enfrentar una demanda del Patriarcado de Moscú que reclamaba los bienes del templo con el argumento de que pertenecían “al pueblo ruso”. El proceso se extendió de 1956 hasta la década del 70 y fue ganado por la iglesia local.
La feligresía de la Iglesia de Parque Lezama es de unas 50 familias. Se trata de una colectividad pluriétnica. “El pedido de creación del templo en Buenos Aires lo hicieron ortodoxos montenegrinos”, ejemplifica el padre Alejandro. “Hay ucranianos, rumanos, griegos, serbios, y también argentinos, claro. El 90 por ciento de los casamientos que se celebran en la iglesia son mixtos”, dice.
Hubo varias oleadas de migración rusa hacia el país. Están los de vieja data, llamados “blancos”, es decir, los exiliados de la Revolución Bolchevique. Luego muchos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Y los “nuevos”, que son los que llegaron después de los 90.
Hay otras parroquias ortodoxas rusas en Palermo y Núñez, y también en el interior, en provincias como Misiones y Córdoba.
Cuando se le pregunta si participa de los encuentros ecuménicos e interreligiosos que tienen lugar en Buenos Aires, el padre Alejandro dice que sólo en algunos. Hay mucha política y figuración en algunas de esas iniciativas, sostiene. La Iglesia debe mantenerse apolítica para preservar su libertad. En cambio, asegura que él practica un ecumenismo concreto. “Me interesa más tener el WhatsApp del sacerdote de San Pedro Telmo o el del capellán de la cárcel de Ezeiza. Ese es mi ecumenismo”, dice. Como todas las iglesias cristianas, también ésta asiste con comida diaria a los necesitados. Durante la pandemia, a través de viandas. Muchas de las donaciones en medicamentos o ropa que reúne la comunidad va hacia el norte del país.
La restauración del templo se inició hace varios años y no está concluida. Se financia con donaciones y préstamos. Una de las fuente para el mantenimiento de que disponía la catedral rusa se ha cortado. La historia es así: en 1911, un gran benefactor de la comunidad, el empresario naviero Nicolás Mihanovich, de origen austrohúngaro, había financiado la construcción de una “casa de rentas” en un terreno propiedad de la iglesia, en Carlos Calvo al 500, de 17 metros de frente. Por mucho tiempo, al alquiler de esos departamentos sirvió para financiar a la pequeña colectividad ortodoxa. Pero hoy están usurpados, explica el padre Alejandro, y todos los intentos por recuperar el edificio hasta ahora han sido vanos...
[Fotos: Gustavo Gavotti]
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