Con un registro diverso de ventas (algunos mucho y otros no tanto), vitales adquisiciones institucionales, buena afluencia de público y varias pruebas piloto como la inédita Tienda de Objetos fuera de Arteba (bajo la autopista) y la nave insignia de esas propuestas colaterales que significa PROA, a pocas cuadras del Arena Studio de La Boca, la feria de arte más emblemática de la región recobró la presencialidad celebrando sus 30 años y cediendo a galeristas locales el espacio negado por la pandemia a las tiendas extranjeras.
Recorrer la feria tras el impasse sanitario de 2020, habilitada desde este viernes al público general, se tornó una experiencia espaciosa. Las tres grandes naves de ladrillo rojo que en el puerto porteño contenían las 59 galerías participantes, los viejos silos areneros que expusieron obra de 300 artistas con la expectativa de movilizar un mercado ralentizado por la Covid-19, aún en tiempos de apertura mantuvieron un aforo atento a protocolos.
Acompasada por los sets de las/los DJ’s de turno (bajo los pies adoquines, a la altura de los techos de chapa el loop perenne del transporte de carga de la vía rápida Buenos Aires La Plata), las flores de cerámica que Nicola Costantino hizo a la japonesa, barros de colores tratados con la técnica milenaria del nerikomi, marcaron el camino. Fuera del predio, en un puestito de hierro, ella misma las vendía o atendía el puesto, como en Rosario sus predecesores italianos frente al cementerio.
Bajo la autopista estaban el auditorio de PROA; la galería Belleza y Felicidad de Villa Fiorito, con su oferta de remeras estampadas, fanzines, horóscopos-arte y fotos de producción propia que vendieron entre los 250 y 500 pesos (lo recaudado irá a sus talleres y comedores).
Estaban “el autogestivo y pandemial” Fondo Fluido, explicó Cecilia Gravaglia, que recibe el 10% de la venta de sus artistas y galerías aliadas y lo redistribuye entre colegas en situación de emergencia (una única ayuda de 50 mil pesos) y la red de Coleccionables de Emergencia, que vendía a 15.000 pesos obra donada por grandes artistas como Jorge Macchi o Adrián Villar Rojas y distribuye las ganancias entre ocho organizaciones solidarias que forman parte de esa economía también creada en pandemia: Varones trans, de La Rioja; Yo no fui, de la cárcel de Ezeiza; Cocina Móvil, de Río Negro, y Merendero Barrio Mugica, de Villa 31, entre otros.
Estaba también la Tienda de objetos. En el corredor arteBA, el tramo de avenida Pedro de Mendoza que conduce hacia los galpones centrales, “cualquiera que quiera puede comprar arte”, esa es la idea que movilizó a las curadoras de la tienda, Irana Douer y Luciana Berneri. “Apuntamos al coleccionista que ya nos conocía (existen hace casi los mismos años que la pandemia) y al público que le gusta llevarse algo”, dijo Douer, desde un sticker de 350 pesos hasta una alfombra artesanal de 50 mil.
Es la primera vez que se hizo: curaron obras de 160 artistas que participaban de la feria, desde Ushuaia a Tucumán, “objetos hechos a mano de producción local, independiente, que reivindiquen el oficio del artista. La joyería es un ejemplo -explicaba- Quisimos mostrar el Lado B del artista, vender cosas que el mercado del arte no completa, como el Arts&Crafts de William Morris, embellecer lo utilitario con el foco puesto en lo artesanal”.
Adentro de los silos, la isla de ediciones de Fundación PROA funcionaba de distribuidor. Ladeando el puesto del sello platense Arquitectura y Fantasía, cuidadísimas publicaciones gráficas que parecen de otro mundo pero son de acá, se accede a Factor Studio, territorio que recupera la sustancia del ex Barrio Joven después de Utopía.
Ahí se aglomeraban emergentes locales a quienes “la pandemia les ha hecho bien”, diría la tucumana Pamela González, de la galería Fulana, de Tafí Viejo, porque la redistribución de fronteras y territorios (digitales) que significó el Covid, ante la dificultad de intercambio con el exterior y la imposibilidad de presencialidad, “abrió redes sociales, market places que nos dejaron comparar precios y convocatorias que nos permitieron estar acá por primera vez, por ejemplo, vendiendo obra que va de los 30 mil pesos a los 400 dólares”.
Ese sector contó este año con un monto histórico de tres millones de pesos en premios: dos millones 400 mil para el Premio en Obra (cuatro artistas, cuatro galeristas, 400 mil para cada uno) y uno especial por el 30 aniversario de la feria, de 600 mil pesos.
Se lo llevó la galería de San Telmo (CABA) El mirador. Su director artístico, Joaquín Barrera, celebró que el premio “supera lo económico y alcanza la función pedagógica” de esa fundación escuela donde referentes grandes e iconoclastas como Marcia Schvartz o Diana Aisenberg comparten clases magistrales.
Soledad Sánchez Goldar ganó con sus telas una de las parcelas del Premio en Obra, exhibida en la galería salteña La Salta. “Sería hermoso que pudiéramos organizarnos en pandemia con cuestiones de gestión como el Tarifario de Artistas -dice su directora. Soledad Dahbar- a partir del cual ya no se animan a llamarte para exponer gratis por ejemplo”.
La isla de ediciones de PROA también funcionaba como remanso, o esa sensación contagian los libros y fanzines de artistas que publican los sellos Iván Rosado, de Rosario, Asunción Casa Editora, de Buenos Aires, y SED, de Córdoba.
El galerista Alberto Sendrós llegó a uno de los grandes depósitos, el Arenas 2, con dos propuestas: un escenario y un retablo donde montó una especie de muestra, “Las desoladas”, con obra de Andrés Piña, El Pelele y Jazmín Kullock que “se vendió casi por competo los dos primeros días de feria. Cerca de 10 piezas, las expectativas son buenas”, afirma Natalia Malamute en el espacio felizmente arrasado que exhibía, a fuerza de ventas, pinturas de Washington Cucurto.
Desde Hache la sensación era diferente. Para Silvina Pirraglia, “en los momentos de crisis económica los que venden son los segmentos más altos del mercado, obras consideradas reservas de valor, y también, pero menos, los más bajos, obras que no superan los 1.500 dólares” y en el local “muchos se acercaron a preguntar” pero “pocos a comprar”.
Aunque la presencialidad se agradece. “Nos gustaría llegar a nuevas audiencias y trabajar el sector de los compradores porque las galerías somos productoras de cultura todo el año”, expresó, y es que Hache está vinculada a dos muestras actuales: la antológica Santiago García Saénz de la Fundación Amalita y la Foto Estudio Luisita que acaba de inaugurar el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
La espiral de ese movimiento que es la feria da una vuelta más y en Ruth Benzacar los motivos son celebratorios. El miércoles, primerísimo día de arteba, Fundación Andreani compró una pieza de Jorge Macci. No dicen a cuánto pero es una compra institucional y suelen ser importantes. La galería maneja un abanico que va de los dos mil a los 93 mil dólares.
El Malba anunció ese mismo día la compra, por 40 mil dólares, de un tapiz de Yente, seudónimo de Eugenia Crenovich (Buenos Aires, 1905-1990), pionera de la abstracción en la Argentina. El Museo Nacional de Bellas Artes le compró a la galería Crudo, de Rosario, una obra de Eduardo Vigo, y Fundación Klemm compró en Nora Fisch una obra de Fernanda Laguna, creadora de Belleza y Felicidad.
Hubo más: el Museo de Arte Contemporáneo de Salta se llevó un acrílico de Carolina Antoniadis que compró en la rosarina Diego Obligado y el Museo Franklin Rawson vuelve a San Juan con obra de José Luis Landet que adquirió en Wallden Gallery.
“Después de un año en pandemia venimos con la necesidad de la adrenalina de feria, muy felices del encuentro -dice Florencia Rodríguez Giles, desde Ruth Benzacar- con gente interesante e interesada en el arte que está disipando los fantasmas del aislamiento. Vendimos a casi todos nuestros artistas”.
Lo mismo para Rolf Art, tradicional galería que presentó el rescate de un extravagante archivo del fotógrafo Marcos López y RES de 1991, “La conquista, 500 años, 40 artistas”, publicado sólo en parte en el catálogo de la gran muestra sobre Liliana Maresca que hizo el Moderno 2016. El resto, inédito, “adquirido por los museos de Medellín (Colombia) y Reina Sofía (España), este último para una muestra sobre la respuesta latinoamericana a la conquista”, señala Tania Vitale.
El Moderno hizo una compra también: un Eduardo Serón a la galería Alejandro Faggioni.
Fuente: Télam
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