Con dos libros breves escritos en pandemia, muy distintos uno de otro, Fabián Casas juega a ser antiliterario, retoma los hits de su obra (poesía, familia, libros) y reflexiona sobre el peronismo: Envíame tus poemas y te enviaré los míos son textos de WhatsApp que le mandaba a un grupo de amigos mientras con sus hermanos cuidaba a su padre moribundo, y la obra de teatro Los Teresos se hila en movimientos que protagonizan, entre otros, John William Look.
Publicados por Caleta Olivia los poemas y por Blatt & Ríos el drama, poemas y drama parecieran tener en común el tablero donde Casas trabajó en la cuarentena del COVID. Si el primero se siente como la entrada en zugzwang, esa retirada y rendición que describe Boy Fracassa, un poeta citado por el autor, en términos de ajedrez; el otro, una alusión a El jardín de los cerezos de Anton Chejov, pareciera tratarse de la partida siguiente: los Teresos anunciaron su zugzwang antes de que Casas comenzara a contar la historia de cómo dejan la casa, y con ese game over sugieren otro comienzo.
“Se murió mi papá en la primera temporada de la pandemia, no me acuerdo la fecha exacta, pero fue en invierno. Los tres hermanos nos encargamos de cuidarlo todo el tiempo en su casa de Boedo. Tenía 90 años y estuvo bueno cuidarlo hasta el final los tres, pero nos costó mucho porque no lo podíamos internar porque no tenía COVID, la enfermedad estrella”, dice. De esos días es el libro que tomó el título de un verso de Robert Creeley, que Casas cita en español.
Los textos de Envíame... se fueron escribiendo en el momento en que iban saliendo del WhatsApp de Casas a un grupo que tenía con sus hermanos y a otro con unos amigos de La Plata. “En el día a día acompañábamos a papá: íbamos a la mañana, al mediodía, le cocinábamos, lo cambiábamos, lo bañábamos”, repasa. Puro presente, como las notitas en la heladera que William Carlos Williams le dejaba a su mujer antes de salir a trabajar.
“Tenía el grupo de WhatsApp y cada dos por tres mandaba cosas ahí, poemitas que iba escribiendo –cuenta–. Cuando pasó el tiempo le pedí al Gato, uno de mis amigos, que me mandara los textos, porque yo no los había guardado, y cuando los recibí me di cuenta de que tenía un librito. Los vi todos seguidos, inclusive los de Boy Fracassa, que parecían una traducción”.
—Dijiste que armar de esa forma el libro, por WhatsApp, te liberaba de la estructura.
—Sí, me parecía antiliterario. Estaba bueno sacarte la literatura de encima. En el WhatsApp escribís tac tac tac, rápido, a veces te corrige y por ahí lo dejás. Escribía y lo mandaba directo, medio precario, con la barrita que ponés para que se entienda donde corta el verso, y el libro conservó eso. Además me gustó cómo mis amigos me hacían la devolución de los poemas, era un poco ese el juego.
—Fracassa, el poeta yanqui que muere en el Amazonas y que citás en Envíame... es una invención, ¿cierto?
—Mis amigos me decían que los poemas que les mandaba eran malísimos, entonces les dije que descubrí a un poeta norteamericano muy bueno que escribió en portugués y que se llamaba Boy Fracassa. Les empecé a mandar esos poemas y me dijeron que eran geniales. El nombre salió de una vez comiendo con otro amigo, que me contó que había leído un libro de un tipo que se llamaba Capitán Fracassa, y pensé “qué buen apellido, mirá si hubiera un poeta que se llamara así”, y me quedó en la mente. Inventar ese personaje y darle una biografía me sirvió para encontrar el tono de voz, después, todos los poemas, aunque no tuvieran su imaginario, hablaban de esa manera.
—En el libro decís que el alma es un invento.
—El hospital es realismo extremo, el cuerpo no puede más y ahí terminan todas las cosas, todas las preguntas terminan ahí. Mejor morir en tu casa que en un hospital, pero en el caso de mi papá no se pudo. Es una decisión decir “se queda acá”. Estaba todo entubado, y con mis hermanos nos teníamos que hisopar una vez por semana para verlo, porque estaba en una zona donde no había COVID. La sensación que tuve cuando escribía el poema es que el alma no existe. Para mí, toda nuestra vida está construida a través del terror, eso es lo que nos hace movernos y es contra lo que hay que trabajar. Siempre tenés miedo, parece algo atávico: a la otra tribu, a que te caiga el depredador, a qué pasa con el cielo y a partir del miedo te construís. Van pasando los años, bajás del árbol y tenés parejas, matrimonios, todo por miedo, y en la cadena fordista, cuando te mandan para la tierra, o cuando te empiezan a producir, te ponen el cerebro, que es una glándula de producir terror básicamente, donde está trabajando el pensamiento, que es una máquina de producir dolor. Entonces, si no lográs limpiar tu cabeza como si fuera el Álbum blanco y producir momentos de quietud, sos esclavo del miedo.
—En la infancia eso es distinto...
—A veces no se teme en la infancia, a veces sos más libre, pero también tus papás te meten un montón de miedos. ¿Viste el estribillo de Sumo? “Oh mamá, papá y mamá”? Para mí es eso, un poco, la fábrica de producir terror, que aparte después, si no te relacionás bien, son los hijos. A tu hijo lo podés bañar en tu casa, pero en el Leteo no podés bañarlo, el río de la inmortalidad, entonces es un infierno. Aceptar la impermanencia es difícil.
—Boy Fracassa dice que las palabras pesan como sandías y que a veces son auténticos enemigos.
—Pensá que es un librito como muy de migajas, muy chiquitito, que está atravesado por un vacío donde es tan importante lo que escribí como lo que me callaba. Da la impresión de que lo que llega es una especie de residuo. Bueno, Fracassa dice eso, a veces a las palabras hay que saber sopesarlas y cómo se las va usar, y a veces tienen que permitir que pase el silencio. Es difícil hacer pasar el silencio en el poema, pero es muy potente cuando se genera una especie de espacio donde vos hacés circular aire. Uno se impacta con poetas recitando: Whitman, Ginsberg, Neruda, que parece que recitaba en la punta del Aconcagua. Pero a veces lo que hace potente a un poema no es la oratoria, sino las rendijas por donde puede pasar el silencio. Por ahí se transmite la experiencia. Es difícil, pero los poemas donde no podés poner la experiencia se convierten en propagandas o en consignas, estás de acuerdo o no.
—Los Teresos pareciera aparecer ese silencio, hay un acontecimiento sobre el que gira toda la obra que nunca se cuenta.
—Traté de no ser pedagógico, de hacer colisionar ideas que por ahí pueden ser paradójicas, de divertirme con esa música. Si hubieran sido muy explícitos vos no podría poner otra experiencia. Puedo decir que es un obra pensada en función de mi primo, que era como un hermano mayor, que fue a Ezeiza, que volvió recién dos días después, que todos estuvimos sin dormir porque él no volvía y que a partir de ahí me quedó un terror atávico cuando la gente no vuelve. Hablando cuento alguno de los vértices que me llevaron a escribir esa obrita de teatro, pero no son obras que intenten explicar.
—¿Y por qué este vértice?
—Porque vivo en Argentina, o sos peronista o no sos peronista, los indiferentes son muy pocos. Es una obra sobre la imposibilidad de pensar al peronismo como un movimiento de derecha, y entonces es una tragedia nuestra. El peronismo es claramente un movimiento popular extraordinario que otorgó un montón de derechos pero también es conservador y tiende hacia la derecha. El kirchnerismo es una especie de embalsamamiento de un momento hermoso de ese movimiento, con el que hay que ver qué va a pasar, porque el problema es que enfrente tenés al liberalismo y al macrismo que son horribles. Pensá que Martín Lousteau quiere hacer una ley para quitarle la indemnización a los trabajadores.
—¿Quiénes son esa familia?
—Un poco son esa generación que creyó que el peronismo podía ser de izquierda pero fue expulsada, gente que vive atrapada en el pasado. También son una muy humilde reversión de El jardín de los cerezos, que me encanta. Pero esta familia es escatológica, se convierte en un organismo medio retro que no tiene potencia ni puede vivir en el presente, por eso decide vender la casa e irse, aunque su historia es muy potente: tuvieron la convicción de cambiar el mundo. ¿Cuánta gente tiene eso? Cerca de la revolución es un disco de Charly para mí. Y además tiene que ver con la idea de que el esoterismo puede ser muy productivo siempre que entres y puedas salir, como la vanguardia, la familia, todos los lugares: entrar, tomar lo que sirve y salir, un movimiento de guerrilla.
—En los poemas volvés sobre la idea de que el amor en una fonola donde suenan dos o tres temas, lo mismo en la obra, donde tres o cuatro temas se repiten.
—Los libros, los poemas, la familia forman parte de mi obra. Tenemos tres, cuatro temas que repetimos constantemente, por ahí el trabajo espiritual es crear un nuevo surco, uno solo y eso ya es increíble. Por ahí te lleva toda la vida tener un nuevo track, una nueva canción. Creo que una forma de hacerlo es aquietar la mente, esa es la verdad de la milanesa: el pensamiento es dolor y es más sabio moverte con empatía con la vida y el cuerpo, sentir amor por tu destino, no me interesa la eficacia especulativa capitalista.
Fabián Casas nació en abril de 1965 en Boedo. Escribió poemas, cuentos y ensayos, novelas y guiones, como Los lemmings, Titanes del coco y Ocio. Fue distinguido con el prestigioso premio Anna Seghers.
Fuente: Télam.
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