Shakespeare es un creador fascinante. El crítico Harold Bloom decía que Shakespeare, con los cientos de personajes que había creado, había inventado a la humanidad. Carlos Gamerro suele recordar una frase de Oscar Wilde: “La vida imita a Shakespeare… tan bien como puede”.
Shakespeare es un escritor fascinante. Frente a él nadie permanece indiferente. Todos —los grandes especialistas, los que vieron algunas pocas representaciones e incluso quienes lo conocen de oídas—, todos tenemos un Shakespeare favorito: Romeo y Julieta, Hamlet, Sueño de una noche de verano, Macbeth.
Shakespeare es un hombre fascinante por todo lo que rodea su vida: el matrimonio tumultuoso con Anne Hathaway, la lucha por consolidarse como dramaturgo en el nacimiento del teatro moderno, el presente en un Londres acuciado por enfermedades, la muerte de su hijo Hamnet, el apasionado romance con “la dama oscura” a la que le dedicó tantos poemas.
Shakespeare es un personaje fascinante al que siempre se le está descubriendo algo nuevo. ¿Quién era aquella dama oscura de rizos de noche a cuyos pies se rinde el sol para cederle sus destellos? Durante años —siglos— el misterio se mantuvo irresuelto. Hasta que una investigación relativamente reciente le dio un nombre y una historia tan fascinante como la de Shakespeare: Aemilia Bassano era la hija menor de una familia de artistas judíos de Venecia que, escapando de la Inquisición, se recluyó en la Inglaterra de los Tudor y, por su arte y su belleza se convirtió obligadamente en la protegida —la amante— de Lord Chamberlain. Fue música, poeta y fue también la primera mujer en conseguir algo que parecía imposible: publicar un libro.
Justamente en la corte de Elizabeth I, Aemilia conoció a William Shakespeare y la relación que mantuvieron fue de un amor tórrido que quedó como una marca en la escritura. “Es muy posible que, Aemilia haya sido la influencia de Shakespeare en las historias italianas”, dice Cristina Pérez. “Para algunos académicos, de hecho, ella fue coautora con él”.
La periodista de Telefé y cara de uno de los noticieros más vistos de la Argentina tiene una pasión nada oculta por Shakespeare, a quien ha estudiado y leído durante años. Alterna el ritmo vertiginoso de la información y las noticias, con la lectura no menos intensa pero sí más calma. Hace poco, una mención bibliográfica de Aemilia Bassano en la obra de Shakespeare le abrió un mundo y Cristina Pérez, que ya había publicado Cuentos inesperados (2011) y El jardín de los delatores (2015), le dio al hallazgo una respuesta de escritor y recreó el amor de William y Aemilia en La dama oscura (Penguin).
Ahora, con una mirada íntima, como el sus Confesiones en Radio Mitre, Cristina habla con Infobae Cultura de su nueva novela. “Me emociona que estemos hablando de Aemilia”, dice. “Estamos recuperando su voz desde quinientos años atrás. Una voz que tiene consecuencias, que deja una marca, que abre una parte del camino”.
—Es muy lindo lo que le dice Shakespeare cuando hablan del libro. Él le hace ver lo importante que significa haber publicado.
—Ella publica en un contexto en el que las mujeres sólo podían escribir poesía religiosa. Y ella, dentro de lo permitido, se las arregla para dar un mensaje muy fuerte, muy potente, de valorar a las mujeres en la igualdad por su virtud, por su mérito. De ser liberadas, de decirles a los hombres que terminen con su tiranía. Son palabras que podrían haber sido dichas hoy, son muy actuales.
La intensidad de las relaciones amorosas, de la transgresión amorosa, es, en sí misma, un acto de libertad
—¿Por qué el amor entre ellos es un amor prohibido?
—Él no se podía divorciar y ella no podía dejar a la persona de la que era amante, porque era el hombre más poderoso de Inglaterra. Les podían cortar la cabeza. La intensidad de las relaciones amorosas, de la transgresión amorosa, es, en sí misma, un acto de libertad. En la novela hay triángulos de relaciones muy intensas, de amor, de odio, de oscuridad, de idas y venidas, de imposibilidades, de deseos, pero, en el fondo, tiene que ver con la prohibición y con una época donde la vida se te iba.
—Lord Chamberlain conoce a Aemilia cuando ella tiene 13, que, si no recuerdo mal, es la edad de Julieta. Y la historia de Shakespeare y Aemilia tiene conexiones con la de Romeo y Julieta. Hablamos de prohibición y casi que aparecen los Montesco y los Capuleto.
—Absolutamente. Además, la historia de Romeo y Julieta se estrena un poco después de la plaga en la que se habría desarrollado la parte más fuerte de la historia de amor entre ellos, de acuerdo a la hipótesis que yo seguí. Es muy posible que Aemilia haya sido la influencia de Shakespeare en las historias italianas y, como te decía, está la chance de que hayan construido juntos parte de esa historia. Lo que yo hago es que la trama de Romeo y Julieta, con sus luces y sombras, esté presente en la historia de amor de ellos. Hay un espejo entre Romeo y Julieta y William y Emilia.
—En Historias de amor, Julia Kristeva lee Romeo y Julieta y dice que, con la muerte, Shakespeare los preserva. De haber seguido juntos tal vez habrían terminado como Macbeth y Lady Macbeth. Vos tomás a Shakespeare y Aemilia como Romeo y Julieta, pero los llevás hacia Otelo
—En Otelo hay una Aemilia y a lo largo de toda la obra de Shakespeare hay como trece Aemilias y Aemilios. ¡Es rarísimo poner tantas veces un mismo nombre! La Aemilia de Otelo dice una frase tremenda: los hombres nos devoran y luego nos eructan. La relación entre Shakespeare y Aemilia es de amor y odio todo el tiempo. Y están también los sonetos, donde se ve el triángulo amoroso, que es digno de cualquier saga de las que hoy nos ocupan largas horas de la televisión y las redes.
—Wanda y la China no inventaron nada.
—¡Ya lo hizo Shakespeare! Pero, además, él no publicó los sonetos: eran privadísimos. Alguien se los roba y los publica sin su autorización. Eso implicaba revelar relaciones prohibidas, por eso es que él nunca les pone nombre. Si habla hasta de la sífilis en los sonetos.
—¿Cómo se entiende a Shylock, de El mercader de Venecia, siendo Aemilia judía?
—Es interesante la pregunta, porque hay quienes consideraron que Shakespeare era antisemita o misógino, por obras como Otelo o La fierecilla domada. Sin embargo, yo siento que nos muestra una época con toda su verdad. Podés tomar El mercader de Venecia como una obra de características antisemitas. Hay tremendos apelativos racistas. Pero también es uno de los grandes manifiestos de humanidad cuando Shylock dice: ¿no tiene un judío ojos?, ¿no le duele si lo hieren? Shakespeare nos muestra la época en forma descarnada. No se considera un juez ni el que debe cambiar la realidad, sino que la revela. De la misma manera, alguien podría decir que era anti monárquico porque expone a tal rey y a tal otro. Yo creo que Shakespeare es fiel a la verdad. Y por eso persiste hasta hoy: porque te abre la puerta de un alma con sus oscuridades.
—Hay pocas escenas de sexo en el libro. Hay una violación y sexo consentido. ¿Qué dificultad representa escribir hoy sobre sexo, sobre todo en un momento en el que casi dejó de ser tabú?
—Más que una dificultad lo que me importa, lo que busco, es plasmar con palabras la verdad de ese momento. No me da pudor hablar de sexo, pero no me gusta caer en lugares comunes para lo explícito, que ya en sí mismo tiene la fuerza que tiene que tener. Hay una violación en la novela y fue difícil escribirla, pero no tanto como la primera relación sexual que ella tiene con el amante, que es un hombre que le lleva 40 años. Intenté transitar por la náusea de tener que aceptar eso. Era una relación que ella no podía rechazar porque le valía que le quitaran la licencia de música a toda su familia judía italiana en un tiempo donde se estaba incrementando el racismo contra el extranjero. Fue físicamente movilizante para mí porque intenté transitar físicamente lo que le podría pasar a cualquier mujer en ese momento. Tuve una charla con alguien que había investigado sobre mujeres violadas y me decía que aparecía esta necesidad de disociarse del cuerpo para superar los dolores carnales que impone un abuso, que es un abuso también el espíritu.
—¿Y el sexo con Shakespeare?
—Después hay dos tipos de amores en la vida de Aemilia. Yo los llamo amores porque la relación con su amante también es un amor a la larga. El amor puro es William, pero está el otro amor, que está más encarnado en una transacción de deseo y necesidad. Son dos sentires distintos, diferentes. En uno, el sexo está más conectado a saciar un apetito que mezcla la lujuria de la existencia. También está ligado al pragmatismo. Aemilia es pragmática. En William, el amor está en un estado más puro, es una experiencia trascendente. Me pareció todo un viaje hacia la búsqueda de la vivencia de estas personas, en un tiempo que, notoriamente, era un tiempo de mucha sensualidad. La corte es un espacio sensual, es un espacio erótico, de deseo, de poder. El viaje de las relaciones sexuales de Aemilia fue transformador para mí porque ninguna está encarada de una manera moldeada.
—¿Cómo influyó en vos como periodista el que te hayas puesto en el cuerpo de Aemilia? ¿Qué va a cambiar cuando cuentes un caso de un femicidio o una violación?
—Es la primera vez que cuento la historia de una mujer de manera tan profunda. Traté de ejercer la empatía que permite la literatura atravesando el tiempo y tomando con honestidad los elementos del contexto histórico para esa empresa. No sería justo mirar a Aemilia con nuestros ojos; no es justo mirar la historia con los ojos del presente. Dicho esto, hay una universalidad del sentir de la mujer que tiene una especie de línea conductora en el tiempo. Lo que Aemilia me enseña, habiendo pasado por todo lo que le pasó y sobrevivido a sus tragedias, a sus dolores, a los ultrajes, es la imagen de una mujer no como víctima de sus circunstancias sino como alguien que se sobrepone a ellas. Hay muchas mujeres que pasan cosas terribles y se reconvierten en seres superiores en bondad, en entrega y en contundencia de vida. Eso es lo que Aemilia me deja. La idea de la mujer que decide no ser víctima. No podemos elegir ser víctimas. Nos puede ocurrir que lo seamos, pero no podemos elegir ser víctimas porque en ese acto ganan los victimarios. La voz de Aemilia me dice eso.
Yo no le tengo terror al amor, yo me juego por amor
—En la novela, Shakespeare y Aemilia se preguntan qué es el amor, pero no consiguen dar una respuesta completa. Entonces, yo le voy a preguntar a la autora qué es el amor.
—A la hora de intentar definirla, la naturaleza del amor es elusiva, ¿no? Hay una obra, Troilo y Crésida, donde ellos se plantean con desesperación tener la voluntad infinita y la libertad confinada. El amor a veces nos hace sentir la voluntad infinita, y a veces tiene las libertades confinadas porque no depende de nosotros. Sin embargo, es la fuerza más poderosa en el corazón humano, capaz de transformarnos como personas y de ofrecernos al mundo para dar lo mejor, de hacernos trascender hacia la dimensión de lo divino. No tengo dudas. La pregunta sobre la naturaleza del amor se multiplica tantas veces como almas, y es algo tan grandioso que nos resulta inabarcable, pero deja la huella más profunda y la experiencia más honda en nuestro paso por la vida. De eso tampoco tengo dudas. El amor expande nuestra existencia como no la expande nada. Pero para eso tenemos que ser capaces de sentirlo. Ser capaces de albergarlo en el alma y de despojarlo de las cadenas que tienen que ver con nuestros miedos, con nuestra construcción del amor, con nuestro deber ser de lo que es el amor de acuerdo a nuestra época o a nuestros círculos. Encontrar esa voz del corazón es un camino de toda la vida que uno no tiene que privarse de transitar en mi opinión, justamente porque estamos hablando de la fuerza más poderosa en nuestra propia existencia y vivencias.
—¿Es Romeo y Julieta la gran tragedia del amor?
—En Romeo y Julieta me encanta hacer otra mirada. Porque aparenta ser una tragedia, pero yo creo que es un triunfo del amor. Romeo y Julieta está cruzada por una plaga. El paso trágico es que el antídoto no llega a tiempo porque al fraile que lo lleva lo paran por una cuarentena. Yo creo que Shakespeare hace una hermosa metáfora entre la plaga y el odio. Y con las muertes de Romeo y Julieta, el odio termina derrotado porque se potencia la idea de hasta qué punto el odio puede destruir y ser una plaga. En cambio, el amor de Romeo y Julieta es como la esencia del perfume del amor. Además te hace volver a la pureza del amor. Todos tenemos la posibilidad de sentir el amor en tanto no nos volvamos cínicos. Esta época nos vuelve cínicos, que es, ante todo, una reacción al miedo pavoroso del dolor. Yo elijo afrontar el dolor del amor y no el terror de no sentirlo.
—En tu caso, me imagino, está también la exposición. Recuerdo que alguna vez que dijiste: “Soy una persona pública y es natural que hablen de mí”.
—Yo no le tengo terror al amor, yo me juego por amor. Me juego por amor y agradezco la posibilidad de amar. Es la fuerza más transformadora. Y creo que estoy viviendo mi gran historia de amor. A veces es necesario transitar la vida para encontrarse y encontrar al otro desde lo profundo del corazón. Mirarse a los ojos y reconocerse y completarse. Y yo siento eso en este momento. Me emociona decirlo porque soy una mujer que le dedico mucho a mi trabajo; amo mi trabajo y mi vocación me apasiona. Pero necesito amar y ser amada. En este momento siento eso y me da alas. Me pasan muchas cosas buenas, que son mejores porque las puedo compartir con el hombre que amo. Y también puedo compartir sus expectativas, esperanzas y sueños de la vida, y todo lo que él aporta a mi existencia. Creo que hasta tengo una serenidad. Esta relación no llega como un huracán o con preguntas, sino con muchas certezas. ¿Sabés lo que me pasa? Que yo, para hacer una vida normal, si no informo que estoy con alguien, lo más probable es que me encuentren y eso explote. Entonces, cuando me encuentran y explota, no me queda otra que explicarme, porque también me debo a la gente que me sigue. A veces no soy dueña de mantenerlo guardado. Trato de manejar eso con honestidad. Pero, obviamente, defiendo mi derecho a elegir y a transitar mi historia y lo que pasa en mi vida.
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