Anticipo de “Antijudaísmo, antisemitismo y judeofobia”

Infobae Cultura presenta un fragmento de “Ideología revolucionaria y representaciones colectivas antisemitas: los socialistas rusos frente a los pogroms de 1881-1883″, artículo traducido por primera vez al español, incluido en este libro que repasa los distintos ánimos frente al pueblo judío desde la Antigüedad Clásica hasta el atentado a la AMIA

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“Antijudaísmo, antisemitismo y judeofobia: de la Antigüedad Clásica hasta el atentado a la AMIA", editado por Elisa Caselli y Rodrigo Laham Cohen (Miño y Dávila editores)
“Antijudaísmo, antisemitismo y judeofobia: de la Antigüedad Clásica hasta el atentado a la AMIA", editado por Elisa Caselli y Rodrigo Laham Cohen (Miño y Dávila editores)

El 1 de marzo 1881, los obstinados esfuerzos de la Voluntad del Pueblo (Narodnaia Volia), principal organización revolucionaria, logran uno de sus primordiales objetivos tácticos: matar a Alejandro II. El éxito de la operación coloca a la Voluntad del Pueblo en la cima de su popularidad. La mayoría de los dignatarios más altos del régimen, empezando por el nuevo Zar, están desorientados. Fuera de los monárquicos y de los conservadores, los sentimientos del conjunto de la intelligentsia y de los sectores que gravitan en torno de ella oscilan entre el entusiasmo y la admiración. El misterioso “Comité ejecutivo de la Voluntad del pueblo”, parece ser omnipotente. Los testimonios son unánimes: es una conmoción generalizada. Según la opinión de los contemporáneos, el 1 de marzo es, si no el detonante de los pogroms, al menos el evento catalizador de la emoción popular. La prensa zarista comienza, desde el día siguiente al atentado, a denunciar insinuadamente la participación de judíos en la operación. Inmediatamente, los diarios del Sur –región de gran concentración de población judía– comienzan a expandir rumores alarmistas y anuncian ataques contra los judíos. La campaña antisemita se desarrolla con furor a lo largo de todo el verano de 1881 y se extiende por una parte importante del Imperio. Los “desórdenes judíos” según la terminología de la época, solo cesan en 1883-1884. Los participantes, decenas de miles, son, en su pasmosa mayoría, obreros, artesanos, campesinos, pequeños comerciantes y funcionarios. Los barrios saqueados son innumerables. Los pogroms y la “cuestión judía” se transforman en un problema mayor en Rusia. En Europa y los Estados Unidos, las reuniones de protesta y de solidaridad se alternan con los debates parlamentarios (Gran Bretaña) o las ofertas de hospitalidad (del gobierno español).

El objetivo de este capítulo es examinar cómo los círculos revolucionarios reaccionaron frente a los pogroms. Estas reacciones, diversas, fueron evolucionando y revelaron el conflicto entre el deseo de las organizaciones socialistas de ver al pueblo actuar contra las autoridades y la ideología de las mismas. Presentaré primero la actitud del gobierno; luego analizaré el discurso y las reacciones de los revolucionarios. Veremos también que en algunas ocasiones los militantes judíos se pronunciaron y actuaron en forma autónoma.

La actitud del poder frente a los pogroms

En un comienzo, tomado desprevenido, el poder se inquieta pronto por el cariz tomado por este movimiento de masas y del partido y de su posible utilización por parte de los revolucionarios.

El poder acusa, sin embargo, a los revolucionarios de ser la causa de los “desórdenes judíos” (Kantor, 1923: 153). El Zar Alejandro III declara en una audiencia que “los pogroms son hechos de los anarquistas”, lo que le permite deslindar su responsabilidad frente a la opinión, tanto interior como del extranjero. En la práctica, a veces deja que el desorden se extienda y hasta lo atiza; a veces, lo reprime, según su nivel de importancia y los objetivos de este último. La propiedad privada no judía y las autoridades locales son un límite a no traspasar: cuando los manifestantes lo cruzan, o las autoridades perciben que pueden cruzarlo, las tropas intervienen enérgicamente. Cuando, al contrario, el furor popular ataca sólo a los judíos, la represión es débil, facilitando así los actos de violencia y de saqueo.

Los inspiradores y líderes de los pogroms acusan a las autoridades directas de la represión en connivencia con los zhidy que asesinaron al Zar anterior. Balance ampliamente positivo para la autocracia: descubre y experimenta una práctica política nueva y eficaz. A partir de ahora, el antisemitismo será, en la historia rusa, uno de los lugares favoritos de encuentros entre el poder y amplios sectores populares.

Claudio Ingerflom, autor del capítulo (Adrián Escandar)
Claudio Ingerflom, autor del capítulo (Adrián Escandar)

Las reacciones del movimiento revolucionario

En 1879, la escisión de Tierra y Libertad (Zemlia y Volia) había dado nacimiento a la Voluntad del Pueblo y a la Redistribución Negra (Chernyi Peredel). Si la primera pone el acento en el combate político, la segunda continúa bajo una fuerte influencia bakuninista. Otros grupos locales, como la Unión Obrera de Rusia del Sur (UORS) comienzan a hacer su aparición. Pero la reacción a los pogroms no sigue la línea de clivaje entre las organizaciones, sino que las atraviesa.

En verdad, aunque parezca omnipresente, el Comité ejecutivo de la Voluntad del Pueblo está compuesto por pocos miembros. Tenía por principio no delegar en los militantes de base las tareas que podían provocar la muerte, lo que expuso en reiteradas ocasiones a los miembros de su Comité Ejecutivo al peligro. La represión que sigue al 1 de marzo le asesta un golpe mortal; ese fracaso implica una derrota de la cual el populismo revolucionario sólo se recuperará al calor de la Revolución de 1905.

Nos equivocaríamos si representásemos a esos grupos, en 1881-1883, como organizaciones con una línea política rigurosamente definida. Además, a partir julio-agosto de 1881, la dirigencia se renueva y la orientación política cambia. Según nuestros cálculos, durante esos meses, sólo quedan dos de los diez miembros fundadores de la Voluntad del Pueblo: de los 30 miembros del Comité Ejecutivo designados en un principio, en 1879, no quedan más que 9 o 10 militantes. Luego de la represión que quiebra al partido en la primavera de 1881, se logra agregar a 8 o 9 militantes nuevos: entre ellos se encuentran tres de los cuatro autores de los textos antisemitas que la prensa de la Voluntad del Pueblo iba a publicar. El período de los pogroms coincide con aquel en el que la línea política de la organización desaparece junto con los militantes que la habían definido. Antes del 1 de marzo, el terrorismo estaba destinado a convocar a una Asamblea constituyente que pondría fin al zarismo. Pero en febrero de 1882, en el número 8-9 de Narodnaia Volia, la tarea del partido es definida como “la conquista del poder”.

El zar Alejandro II, asesinado en un atentado a manos de Naródnaya Volia («Voluntad del Pueblo»)
El zar Alejandro II, asesinado en un atentado a manos de Naródnaya Volia («Voluntad del Pueblo»)

Este cambio se debe a la ausencia de la reacción popular esperada, así como a las pérdidas experimentadas. Narodnaia Volia cambió y Lavrov, uno de los dirigentes populistas más respetados, que percibe la importancia de dicho cambio, lo dice en una carta –premonitoria si pensamos en lo que siguió a la Revolución de Octubre de 1917– del 3 de marzo de 1882 al Comité Ejecutivo:

Uds. no pueden saber, con las terribles pérdidas que casi inevitablemente experimentan, y con la consecuente llegada de nuevas fuerzas al centro mismo del movimiento, cuáles serán las influencias decisivas en dicho centro a la hora de que alcancen finalmente la victoria y, por lo tanto, se arriesgan a ver que los objetivos socialistas, los únicos que darían una significación profunda a toda su actividad, no sean más dominantes entre sus herederos, precisamente en el momento en que será necesario poner por delante el contenido de la revolución, y no solamente sus objetivos inmediatos. (Revoliutsionnoenarodnichestvo, Moscú, 1965. T. II, p. 327, subrayado en el original).

Uno de los fundadores de la Voluntad del Pueblo, N. Morozov, en un artículo escrito luego de la Revolución de Octubre, afirmó que no se podía “considerar homogénea la ideología” de todos los miembros importantes de la organización, o de juzgar dicha homogeneidad a partir del Programa del partido.

Las posiciones expresadas por la prensa revolucionaria y la actividad llevada a cabo por los militantes a lo largo de esos años 1881-1884, y sobre todo en torno a la cuestión judía, aparecen menos como el resultado de debates formales que como la expresión espontánea y auténtica, aunque individual, de la mentalidad y de la ideología de los dirigentes y militantes de base.

Presupuestos teóricos

El análisis que hacen los socialistas rusos de “los desórdenes judíos” y de sus lemas antisemitas se explica, en última instancia, por una doble articulación. En la medida en que esas consignas implican el cuestionamiento de un grupo “racial” y en la medida en que quienes las ostentan son las masas populares, lo que está en juego es la concepción de la cuestión nacional –por un lado– y el lugar que el “pueblo” y la “vanguardia” ocupan en la ideología revolucionaria –por el otro–. Convencidos que el único futuro correcto es el socialista, estos militantes les prometen a todos los pueblos el mismo porvenir y, por lo tanto, no otorgan valor al problema nacional. Hombres tan diferentes, como Lavrov y Tkachev, voceros de dos tendencias opuestas en el movimiento revolucionario, están sin embargo de acuerdo en negar la existencia misma de la cuestión nacional.

La lógica de los militantes que, como los de la UORS en Kiev, se pronuncian y actúan contra los pogroms se encuentra en el hilo del pensamiento de Chernysevkij: el pueblo se construye en un largo proceso civilizatorio y de insurgencia consciente contra la opresión, pero también se deconstruye y puede llegar a ser la base social del despotismo. La justificación de los pogroms participa de otra lógica. Independientemente de su ideología, las masas solo son buenas para la revolución si son dirigidas por una vanguardia “consciente”.

Para estos militantes, el criterio decisivo es la participación popular en los acontecimientos. El movimiento revolucionario, cansado de sus esfuerzos infructuosos para sublevar al campesinado, era en ese momento receptivo a un discurso que se pretendía de vanguardia, pero no era sino una retaguardia que adhería a los prejuicios populares.

Sistema de representaciones

Entre los revolucionarios, encontramos dos percepciones diferentes. Para unos, los judíos son un conjunto homogéneo de explotadores. Judío es equivalente a zhid. Esta visión, dominante en el seno del pueblo ruso, penetra profundamente el entorno socialista, a expensas de una ideología que se quiere de clase. El examen de la prensa revolucionaria lo demuestra. El diario de los bakuninistas rusos, Rabotnik, en su N° 5 (mayo 1875) define así a un empleado que había entregado a la policía un obrero revolucionario: “Era un zhid, por su raza, y en la fábrica prestaba dinero a empeño. ¡Ya conocemos al alma del zhid!” (citado en Sapir, 1938: 35). El judío, el señor, el no-cristiano e incluso el Zar constituyen una mezcla equivoca, y los cuatro elementos se reúnen en la figura del zhid, contraria al pueblo trabajador: tal es la idea central de la proclama publicada el 1 de septiembre de 1881 por la imprenta clandestina de la Narodnaia Volia, “El Comité Ejecutivo al pueblo ucraniano”:

¡Gente valiente, honesto pueblo de Ucrania! Se ha hecho difícil para el pueblo vivir en Ucrania, y la situación empeora día a día. No se encuentra justicia por ningún lugar. Los funcionarios rabiosos los golpean, los señores los devoran, los zhidy los expolian. ¡Judíos inútiles! Los zhidy son los primeros responsables del sufrimiento del pueblo ucraniano. ¿Quién acapara las tierras, los bosques, las tabernas? Los zhidy. ¿A quién el muzhik [campesino] angustiado le pide acceso a su parcela, a su campo? A los zhidy. A donde sea que mires, a dondequiera que vayas, los zhidy insultan a los hombres, los engañan, chupan su sangre. Ya no se puede vivir más en los pueblos por culpa de los zhidy. El hombre se ve forzado a abandonar su poblado natal, su casa materna, y comienza a errar por el mundo para buscar su destino. En todos lados encontrará la desdicha, porque todo ha sido arrasado por la hierba mala. En las ciudades es aún peor que en los pueblos. Allí todas las fábricas, los mercados, las autoridades son compradas con su dinero. El pobre muzhik gime, a veces maldice la hora o el instante en el que su madre lo trajo al mundo, mientras que a los señores, con los zhidy, al Zar y a las autoridades les importa un bledo. El muzhik va con sus pies descalzos, vestido con harapos. A veces el desdichado muere de hambre, es desgarrado por el hambre, mientras que ellos viven en grandes palacios, comen en vajilla de plata y toman vinos importados. Y ¿por qué? Porque, gente valiente, todo el trabajo del muzhik, todo lo que adquirió, cae en sus bolsillos. El muzhik está obligado a trabajar, y ellos se alimentan de su trabajo duro. En la época de nuestros abuelos y bisabuelos era diferente. Toda la tierra pertenecía a los campesinos. No había ni señores ni zhidy. Las personas eran cosacos libres. Recibían órdenes solamente de sus superiores elegidos y de sus atamanes. Así era en Ucrania antes de la llegada del Zar ruso. Y desde que llegaron, nuestro país feliz fue presa de la aflicción. Despojaron al pueblo de sus tierras, algunas fueron repartidas entre pequeños señores, otras vendidas a los zhidy y las personas libres se transformaron en siervos. Y eso no es todo. Para tener más dinero para la Corte, para sus banquetes suntuosos, sus castillos y palacios, el Zar arrebata los impuestos del muzhik. Y si no tienes dinero, ve con el zhid, un alma generosa. El te dará un kopek y te reclamará luego un rublo. Allí donde no puedan arrebatarte directamente el rublo, se dirigirán a las autoridades, que han dictado todas las leyes en su beneficio, para ayudar a los señores y los zhidy. Y si el muzhik se rebela y expulsa a sus terribles enemigos, como fue el caso este año en Elisavetgrado, Kiev y Smela, el Zar irá inmediatamente a salvar a los zhidy, llamará al ejército y correrá la sangre del muzhik, ¡sangre cristiana! Los zhidy y los señores son protegidos y al muzhik se lo expolia. Esto es lo que hace el Zar con sus señores y sus zhidy. Contemplen, pueblo valiente, de dónde viene cada desdicha y cada miseria. Vean quién es el primer enemigo del muzhik. Era necesario terminar de una buena vez con esta indigencia... (Valk, 1928)

De la imagen del parásito explotador a una teoría racista hay solo un paso, que oportunamente se dio en uno de los últimos panfletos:

Los judíos, como lo explicó brillantemente Marx, siendo un pueblo desdichado e históricamente perseguido, se transformaron en un pueblo extremadamente brillante y receptivo: reproducen, como en un espejo (y ello, por una imagen que no es normal, sino que está estirada) todos los vicios del medio que los rodea, todas las heridas de un régimen social determinado (Prilozenie k Listku, No.1, Agosto 1883).

Es el pueblo judío en su totalidad que se ve así condenado. Su propia naturaleza lo sitúa, a priori, en la posición de enemigo del socialismo, y dado que ocupa el mismo lugar que la burguesía, la lógica de la lucha de clases le promete la misma suerte: desaparecer. Por haber rechazado la publicación de una traducción en ucraniano de un relato populista ruso destinado al gran público, porque la palabra “zar” era traducida por zhid, la redacción de la revista Vprered, dirigida en París por Lavrov, recibe una carta de Podolinkskii, dirigente socialista ucraniano, en donde se puede leer que:

Sobre la zhidofilia de los artículos de la redacción, me atrevería a decir, para no hacer investigaciones y no aferrarme a nimiedades, que la sola ausencia de la zhidofobia ya es una forma de zhidofilia, ya que –en mi opinión–, la zhidofobia es indispensable para todo socialista ruso, como la fobia a la burguesía. Salvo contadas excepciones, sobre las que no vale la pena detenerse, yo pongo en duda la existencia y mismo la posibilidad de existencia en Rusia (y no solo en Ucrania) de socialistas zhidy totalmente sinceros en su forma de ser, como debe ser necesariamente un socialista. (Citado en Sapir, 1938: 41)

Fue la intelligentsia la que produjo estos textos. Sobre el comportamiento de los obreros revolucionarios, Koval ́skaia, fundadora de la UORS, cuenta que a pesar de que sus círculos eran internacionalistas, “En un momento en el que entre los obreros de Kiev reinaba una viva judeofobia, el ingreso del primer judío en nuestra organización provocó entre los obreros que la componían una cierta perplejidad y una fría hostilidad”. Los obreros se calmaron cuando el pope de la iglesia les confirmó aquello que ya les había dicho Koval ́skaia: “Cristo era también Judío” (Maksakov y Nevskii, 1924: 208 y ss.).

La segunda representación del judío entre los revolucionarios fue la de la “nación judía”, como colectividad diferenciada en la que se encuentran las mismas clases que entre los rusos: los explotadores y los explotados. Esta visión, en términos de clase, es evidente en una proclama de la UORS distribuida en Kiev, en pleno pogrom:

¡Hermanos obreros! Ustedes agreden a los zhidy, y lo hacen sin discernimiento. No hay que pegarle al zhid porque es zhid y le reza a su Dios –porque Dios es el mismo para todos–, se debe golpearlo porque saquea a la gente, chupa la sangre del trabajador. Francamente, peor que el zhid, son nuestros mercaderes y fabricantes que saquean y arruinan a los obreros, los despojan de sus últimas fuerzas a fin de amasar una fortuna y sus gordos vientres se engrosan aún más. ¿Podemos dejar a semejantes sanguijuelas en paz, mientras que el zhid, que gana su pan, tal vez tan difícilmente como nosotros por un trabajo desgastante en un taller, por trabajos pesados y miserables, será víctima del saqueo? Es tan pecado como ofender a un obrero, aunque sea tártaro. Si nos decidimos a golpear, golpeemos entonces a todos esos kulaks-saqueadores que amasan su fortuna sobre nuestra sangre y nuestro sudor, golpeemos a todos esos jefes que los protegen (Mishkinsky, 1973).

Este texto es, a nuestro conocimiento, la primera reacción pública del movimiento revolucionario frente a los pogroms. Emana de un grupo regional, muy debilitado por la represión –en un momento en la que la atención se concentra sobre la Voluntad del Pueblo– y que no tiene más que una audiencia limitada. Incluso si, como lo mostró Mishkinsky, este texto tuvo numerosos ecos, fue mucho menos conocido por los contemporáneos que las reacciones ulteriores del movimiento revolucionario. Sin embargo, presenta tres rasgos importantes, que le darán un lugar especial entre los textos socialistas que se publicaron entonces. Primeramente, a través de su referencia a los tártaros, lleva el problema del racismo más allá de la mera cuestión judía. Además, muestra que la UORS fue la única organización revolucionaria que se opuso a los pogroms desde el comienzo. Refleja, asimismo, la preocupación por canalizar el terror antisemita a través de la lucha de clases en la práctica. Mishkinsky señala la “ambivalencia” del texto: el criterio de clase no le impide apoyar la violencia contra los judíos explotadores, siempre y cuando ellos no sean el único blanco de la sublevación popular: diferenciación que, en la situación concreta, parece artificial. La ambivalencia que señala Mishkinsky refleja, en realidad, los límites que no podían cruzar los revolucionarios convencidos de que la comunidad judía estaba compuesta de varias clases sociales. Los militantes hacen entonces un llamamiento a la única posibilidad que les permite su ideología: intentar desplazar el objetivo de un movimiento que se ha apoderado de las calles. En su conjunto, la proclama, como lo escribe precisamente Mishkinsky, es una valiente toma de posición contra las ideas dominantes y el furor popular en plena acción.

El mismo llamado directo a cambiar la orientación de la violencia se encuentra en el N° 3 de Zerno (1 de junio de 1881), editada por la Chernyi Peredel:

Abandonen pues su animosidad contra aquellos que pertenecen a otros pueblos o profesan otra religión. Recuerden que todos los trabajadores, sea cual sea su nacionalidad o su religión, deben unirse para actuar en conjunto contra el enemigo común (...) No entren en conflicto con los obreros de los pueblos diferentes al suyo, aunque sean judíos.

Si el valor simbólico de esta toma de posición es evidente, su importancia práctica parece relativa. “Es difícil saber cuál fue exactamente su difusión”, escribe Franco Venturi sobre Zerno (Venturi, 1972: 1113).

La interpretación de la naturaleza de los pogroms varía según la apreciación de si esta fue positiva o negativa. En el primer caso, es el carácter racional y religioso de los hechos que se subraya. El movimiento antisemita es “pasivo”, afirma la redacción de Chernyi Peredel (No 5, diciembre 1881), “no manifiesta la intención de cambiar el régimen social y estatal”. En el segundo caso, el status de judíos no es más que un pretexto que explica por qué se “comenzó” por ellos, pero que enmascara la naturaleza real de los pogroms. Se trataría de un movimiento no espontáneo y más amplio, cuyo comienzo se explicaría por razones tácticas11. Una opinión que era compartida por V.A. Zebunec, miembro del Comité Ejecutivo. En esta interpretación, las causas profundas de los pogroms no serían de orden racial o religioso:

En vano los asustados verdugos y las sanguijuelas del pueblo intentan tranquilizarse, imaginando que el pueblo se habría sublevado contra los zhidy por estupidez, a causa de su ignorancia, de su intolerancia religiosa o incitado secretamente por las maquinaciones malignas de “sediciosos”, es decir, por nosotros, los revolucionarios. El pueblo tiene una actitud de completa indiferencia hacia la religión de los zhidy. (Tkachev, Nabat, N° 1).

El mismo motivo se halla en la “Carta desde el Sur”, publicada por Chernyi Peredel en su N° 4 (septiembre de 1881). El autor, que firma como Prokopenko, escribe que las conversaciones que tuvo con los campesinos lo convencieron de que toda connotación nacional o religiosa es extranjera al movimiento. Reconoce, sin embargo, que “el pueblo... pone a sus enemigos en una gradación determinada. En primer lugar pone al kulak que profesa una religión diferente a la suya, luego el kulak ortodoxo...”. Romanenko, autor de la proclama al pueblo ucraniano ya citada, afirma en la editorial del No 6 de Narodnaia Volia (octubre de 1881): “El ucraniano odia con todas su alma al judío. La causa no es evidentemente la religión, sino la explotación”. La explotación, he aquí el centro del problema. Porque las causas profundas del pogrom son, según la mayoría de los socialistas rusos, de orden económico. Ellos cuestionan todo el sistema social vigente. Las “anomalías económicas” generales, continúa Romanenko, dan lugar a fenómenos como “el Terror, la Revolución, la revuelta de esclavos en Roma, la insurrección dirigida por Pugachov y los pogroms antisemitas actuales”.

A diferencia de otros revolucionarios, que miran a los “desórdenes” con simpatía, Romanenko no cree que estos hayan comenzado por la violencia contra los judíos, debido a su situación especial en el Imperio zarista. Son las particularidades del sur del Imperio que explican el lugar del antisemitismo en la revuelta popular. El terrateniente seríapercibido por los campesinos como un “anacronismo”, “el pueblo no se lo toma en serio”, en una palabra, según Romanenko, no aparece como explotador. En la conciencia popular, pero también en la práctica cotidiana, “el judío es el explotador más visible en el sur”. Los pogroms expresan el deseo del pueblo de liberarse de la opresión. Más allá de los primeros enemigos a los que apunta –los judíos–, la cólera popular amenaza a todos los poseedores.

Dicho de otro modo, se afirma que el pogrom constituye la forma concreta que toma la lucha de clases en Rusia. Romanenko expresa su conformidad con un funcionario rural que “muestra que los desórdenes que se expresan bajo la forma de un movimiento antisemita, pueden tomar una amplitud mayor y transformarse en un peligro serio para toda la propiedad privada”. Convencido de que “los participantes en los desórdenes están listos para atacar a los terratenientes”, Romanenko concluye que los responsables del régimen autocrático pueden ahora “tener una idea aproximada” de lo que les espera.

Igual que la prensa de la Voluntad del Pueblo, las publicaciones de la Chernyi Peredel vinculan estrechamente los pogroms a las aspiraciones profundas de las masas populares: gracias a la violencia antisemita, “todas las conversaciones y rumores del pueblo tratan acerca del tema que más les interesa a los campesinos, la redistribución negra [igualitaria]”.

El autor de este artículo afirma que la emigración de los campesinos hacia otras regiones se detuvo con los pogroms, porque estos últimos despertaron la esperanza de una pronta liberación fiscal o de un incremento de las tierras campesinas, y agrega “la prensa popular pone a los pogroms en relación con su apasionada espera de la redistribución negra” (Chernyi Peredel, No 4). Para la Voluntad del Pueblo, como para Chernyi Peredel o Tkachev, el escenario imaginado es el mismo: los pogroms constituyen el preludio a la Revolución social.

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