El gótico pampeano de Vicky García: entre el terror y la gauchesca

En los doce cuentos de “Las Bestias” la joven autora cordobesa, premiada en la Bienal de Arte Joven en 2019, mezcla la tradición del campo con el horror fantástico. El resultado es un original trabajo del lenguaje local para contar la vida de pueblo como pesadilla

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Vicky García nació en Laborde, Córdoba, en 1986.
Vicky García nació en Laborde, Córdoba, en 1986.

Así como Víctor Frankenstein juntó partes de cadáveres para crear a su moderno Prometeo, la cordobesa Vicky García cosió distintas tradiciones para alumbrar su propio monstruito. Entre las partes que usó se destacan los relatos orales de una infancia en un pueblo chico de la pampa, sus lecturas de Elsa Bornemann en la escuela y las de Mariana Enríquez en la juventud, su crítica a la violencia machista del feminismo reciente. Su criatura, Las bestias, combinó la gauchesca con el terror y lo fantástico en un experimento mucho más afortunado que aquel del pobre aspirante a médico de Mary Shelley.

Salieron 12 cuentos que se interrelacionan para crear un clima ominoso que sucede en el pasado y en el presente, en el campo y en el pueblo a los que apenas separa una laguna que sirve para arrojar cadáveres, ahorcarse de un árbol o tener una visión de la Santita Morena. Los personajes van a jugar a la taba y a tomar unas copas al boliche del Tarta, que cuando hace falta funciona también como sala velatoria o como escenario para las estrellas folklóricas locales, los Hermanos Cervera.

“Mi papá trabajaba en el campo, venía a verme muy cada tanto”, recordó García, ganadora del premio de la Bienal de Arte Joven en 2019 con el cuento policial “Rastros”, que se publicó en la antología Divino tesoro. “Y además quería juntar sus actividades: verme a mí y también a sus amigos. Así que me llevaba a los boliches del pueblo. Yo era la única pibita. Me daban una coca y papas fritas, lo cual era un lujo en los noventa; mi papá tomaba un trago criollo y hablaba con los que venían de la cosecha. Así que yo escuchaba a esos chabones, o los miraba jugar al truco con porotos”.

Los 12 cuentos del primer libro de García crean climas ominosos a partir de la oralidad de un pueblo chico de la pampa.
Los 12 cuentos del primer libro de García crean climas ominosos a partir de la oralidad de un pueblo chico de la pampa.

En Las Bestias todo es normal —es decir, violento— entre la peonada y los patrones, democráticamente atendidos por la travesti La Cigarrera, y se comentan los eventos del pueblo, como la sequía que complica el pago de los préstamos. Hasta que de pronto alguien da a luz a un animal, o participa en una fiesta caníbal, o sufre un ataque letal de gallinas. O levita:

De sus párpados caían gotas de agua negra. Era la primera vez que se dormía parada. Cuando la sangre del Tarta le rozó los deditos, sus pies se despegaron del piso enchastrado. Sema aleteó suavemente hasta que un remolino la arrastró hacia el techo de chapa. Con sus manos aferradas a los tirantes se puso a roncar.

Juan Diego Incardona lo bautizó gótico pampeano: si en el norte de América la literatura gótica europea tuvo como brote el gótico sureño, de Henry Clay Lewis a William Faulkner, de Harper Lee a Michael McDowell, en el sur del continente el escenario es la pampa.

“En casa no tenía acceso a libros de calidad”, recordó García. “Había novelas rosas, algunas ediciones de algo mejor que venían en los diarios. Lo que más conocía era el realismo. Y entonces leí a Elsa Bornemann en la escuela. Medio que me enojé: ¿cómo que a la chica se la traga el lavarropas? Me acuerdo que me puse a discutir con la profesora sobre el cuento ‘La loca del 11J’, y así aprendí que que había otros géneros”. Después leyó a Enríquez, a Julio Cortázar. Y a los autores cuyas citas abren los cuentos, que arman un universo muy particular: Hilario Ascasubi y Osvaldo Lamborghini, Jorge Luis Borges y Sara Gallardo, Horacio Quiroga y Roberto Arlt, Esteban Echeverría y Néstor Perlongher, entre ellos.

García ganó el premio de la Bienal de Arte Joven en 2019, la última debido a la pandemia, con el cuento policial “Rastros”.
García ganó el premio de la Bienal de Arte Joven en 2019, la última debido a la pandemia, con el cuento policial “Rastros”.

“En la tradición de la gauchesca, esta serie amplía el género”, detalló Incardona. “Están presentes los tres niveles de la danza macabra que propusiera Stephen King: terror, horror y repulsión. Los cuentos son atrapantes, tanto por la sigilosa construcción de los personajes y sus relaciones, como por la creación de las atmósferas, que estallan inesperadamente con las acciones brutales que irrumpen en las tramas”.

Los diálogos incluyen líneas como “nada, ni un solo degollado” o “¿Qué es esto? ¿La subversión?”. El cura párroco, en perpetuo estado de ebriedad, saca la botella de agua bendita que siempre lleva en la media y moja a quien le toque. Un vagabundo advierte: “Anda la ahorcadita por la laguna, tenga cuidado”. Parece que hay jirafas entre los animales, pero al final es una sombra, o una comadreja, o un dibujo. Las corrientes homoeróticas son tan constantes como la violación de las mujeres:

Los paisanos llevaban cuatro chamamés con las bombachas flojas. Habían perdido los sombreros jugando al truco. Ahora le metían mano a las chinitas que convidaron a sus mesas. Los más atrevidos les pellizcaban los pezones para mostrarles a las sirvientas de los húngaros que allí las hembras se dejaban hacer.

En este campo “muy gore, bizarro, sangriento también”, según describió Selva Almada, el lenguaje es un gran motor de la atmósfera. Como en Panza de burro, la novela de Andrea Abreu que se cuenta mediante el habla de dos niñas de las islas Canarias sin perder su universalidad, Las bestias desborda de oralidad, en este caso campera:

García creció en un pueblo pequeño, en el campo de Córdoba.
García creció en un pueblo pequeño, en el campo de Córdoba.

—¿Qué anda pasando con la orquesta, paisano?

—No me alborote a los comensales, Irusta, parece que la parentela está bailando el carnavalito en el patio de la chacra, la novia se mamó y anda meta pedir otra y otra, por eso se me demoraron los artistas.

—Ese boyero pelagatos de farra, cosa de no creer.

—Calma compadre, la mandé a la Tuerta a ensillar la yegua y le impartí la orden de que me los traiga a rebencazos.

“Tuve algunas limitaciones, porque en distintas regiones se habla de distinta manera”, contó García lo que sucedió en el proceso de edición. “La palabra garuar: para mí es garugar. En mi pueblo se decía así. Tengo amigas de esa zona de Córdoba, Santa Fe y la provincia de Buenos Aires con las que compartimos un habla especial: a las galletitas les decimos masitas y al churrasco, costeleta”.

En el cine del pueblo de Las bestias se come pururú y las camionetas son chatas; la gente hace espamento en lugar de aspaviento y también se esfuerza en una corrección excesiva por temor a parecer iletrada: “Desde el derrumbe del puente que los caminos andan abnegados”. El resultado, dijo Gabriela Cabezón Cámara, es una “literatura salvaje”, que no se sienta “a la mesa de la incorrección/corrección política a debatir qué se puede o se debe escribir”.

“En la tradición de la gauchesca, esta serie amplía el género”, dijo el escritor Juan Diego Incardona. “Están presentes los tres niveles de la danza macabra que propusiera Stephen King".
“En la tradición de la gauchesca, esta serie amplía el género”, dijo el escritor Juan Diego Incardona. “Están presentes los tres niveles de la danza macabra que propusiera Stephen King".

García nació en Laborde, Córdoba, en 1986, y su relación con la escritura comenzó en parte debido a sus problemas para expresarse. Su madre murió cuando ella tenía cinco años y, más que hablar del asunto, hacía representaciones con muñecas; cuando aprendió a escribir le detallaba su rutina cotidiana en cartas. A veces le contaba Cenicienta y otros relatos, con finales que ella se inventaba.

A la casa de su abuela, donde creció, llegaban las cartas de una tía que vivía en Buenos Aires: “Como mi abuela apenas sabía leer y escribir, me pedía que le respondiera. Y yo le contaba las cosas del pueblo, como si estuviera charlando. Y además tenía un cuaderno, mi tesorito, en el que anotaba cosas”.

Cuando terminó la escuela secundaria se mudó a Buenos Aires para estudiar teatro, y un gusto enorme por la dramaturgia la fue llevando sin que se diera cuenta a la narrativa. En la ciudad descubrió la cultura de los talleres literarios, que le mostró otra manera de escribir: “Se comparte lo que se lee, todo cruzado, todo colectivo”.

También vio de otra manera la cultura patriarcal en la que se había criado. “A las 7 de la tarde mi abuela cerraba la puerta con llave. Pero cuando venía mi papá, o un tío, o cualquier figura masculina, la puerta quedaba abierta. Mi tío Turbio se iba dos semanas a pescar al río pero yo no podía ir a ningún lado sola. Hasta que empecé a trabajar, el dinero que me mandaba mi familia ¡me lo administraba un primo varón!”. La crudeza del machismo rural recorre cada línea de Las bestias, pero también choca con la rebelión lenta de las mujeres a medida que el clima se enrarece, que la extrañeza avanza sobre el realismo.

—¿Eso también es el gótico pampeano?

—Todavía me pregunto qué quiso decir Juan [Incardona]. A veces creo que es un diálogo con la gauchesca, otras pienso que son historias de mujeres campesinas e indígenas que se rebelan contra el patriarcado. Y tal vez haya un poco de todo eso en ese valle que se tragó la tierra, que en vez de finales felices tiene pequeños actos de justicia.

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