Nación de Salón
Este primer capítulo combina tres planos de análisis histórico: el económico, el geopolítico y el ideológico. La yuxtaposición de estos ámbitos permite enmarcar el escenario en el cual se produjeron la Revolución de Mayo, la posterior Declaración de la Independencia en el Congreso de Tucumán y las primeras décadas de vida de la Argentina emancipada. La mirada económica busca las raíces profundas del desmantelamiento del imperio español; en particular, se refiere a la transición del modelo económico mercantilista español a la apertura comercial posterior a la revolución (con todas las contradicciones, tensiones y dificultades que este movimiento causó). La perspectiva geopolítica echa luz sobre la disputa de poder territorial por parte del imperio español y el emergente dominio británico en nuestra región. Finalmente, el estudio ideológico se nutre de la teoría política para entender el concepto de soberanía de los pueblos, que por un lado dio sustento a la independencia pero que a la vez generó conflictos internos de larga duración en nuestro país, en particular entre Buenos Aires y el interior, que desde los inicios obstruyeron los intentos por consensuar un modo de organización política ecuánime. Este fracaso tuvo su correlato político en el enfrentamiento entre unitarios y federales. En la década de 1830 se consolida en el poder Juan Manuel de Rosas y cambia radicalmente el escenario del país. En simultáneo, hacia 1837 surgió un grupo político-ideológico que buscó superar la división partidaria y estableció relaciones ambiguas, dinámicas y tensas con el rosismo. La Generación del 37 creía que para terminar con las guerras civiles y organizar el país definitivamente era necesario pensar a la Argentina como una nación, esto significaba crear un lazo colectivo más fuerte que lo racional o lo utilitario, un vínculo que lograra llegar a los afectos más profundos. La tarea era, entonces, crear una identidad nacional apuntalada por un pasado y, sobre todo, por un futuro en común.
El libro comienza indagando sobre la historia del nacimiento de la nación como principio de unidad. A la vez, planteamos un recorrido por la vida de Juan Bautista Alberdi, que se desarrolló en paralelo con la de la nación, de la cual fue un protagonista clave. Ese recorrido comienza a continuación, empezando por el marco histórico que fue caldo de cultivo de la revolución y la independencia. Un clima histórico idéntico al que ambientó el nacimiento de Juan Bautista Alberdi en Tucumán el mismo año de la Revolución de Mayo.
Monopoly: el juego de la economía y el comercio
La estructura económica del imperio español fue diseñada según una rigurosa concepción monopólica y mercantilista. La corona aplicó con fuerza diferentes formas de control e intervención sobre las actividades productivas y comerciales en las colonias. El intervencionismo estatal absoluto fue el pilar de la política económica española.
La economía monopólica colonial se asentó sobre una doble base: por un lado, el transporte de bienes manufacturados y de artículos de lujo desde España al mercado colonial fue regulado puntillosamente por las autoridades imperiales (más específicamente por la Casa de Contratación de Sevilla), que permitían solo dos entregas al año; por otro, se habilitó un número muy limitado de puertos con derecho a participar en el circuito comercial entre España y América.
En la concepción mercantilista de la economía, la producción y el suministro de metales preciosos eran la función principal de las colonias. La relación comercial entre el mercado colonial y la economía metropolitana se estableció sobre la base de una división geográfica del trabajo. Las colonias producían metales preciosos y la metrópolis proporcionaba productos industriales y artículos de lujo.
Las políticas del imperio eran visiblemente restrictivas con respecto a la expansión económica de los mercados coloniales. Solo permitieron un comercio a escala interregional bastante precario e impidieron un desarrollo industrial sostenido, protegiendo la estructura corporativa de los círculos comerciales de cualquier competencia ligeramente amenazadora.
El objetivo de una política monopólica de este tipo era doble. Por un lado, pretendía excluir del mercado colonial a las naciones europeas rivales, y por otro, a partir de un complejo sistema de privilegios concretos y una estructura corporativista, los comerciantes españoles autorizados se beneficiaban con la no competencia. Así se crearon las condiciones para la aparición de una poderosa élite comercial que unía las casas productoras españolas con los consignatarios comerciales coloniales. Por su estratégica ubicación geopolítica en las rutas del mercado colonial, los agentes comerciales de la ciudad de Lima se convirtieron en los principales beneficiarios de esta estructura jerárquica.
Con respecto a la exclusión de las potencias económicas rivales, los resultados no fueron eficaces. Se produjo un aumento sostenido del contrabando a través de puertos no autorizados, como Montevideo o Buenos Aires. El flujo de importaciones ilegales a las colonias tuvo una influencia fundamental en el surgimiento de nuevos centros de poder económico.
La expansión del contrabando estuvo inexorablemente ligada a las restricciones al crecimiento que el modelo generaba en las colonias y a la incapacidad de la economía española para satisfacer sus demandas. Esta capacidad se vio amenazada de manera constante por el desigual desarrollo industrial de España frente a otras potencias coloniales —en particular, Gran Bretaña— . De hecho, el escaso desarrollo industrial de la economía llevó a España a ocupar una posición intermedia en el circuito entre producción de artículos manufacturados y la acumulación de riqueza a través del atesoramiento de metales preciosos. El insuficiente desarrollo de las estructuras económicas capitalistas en España y en el imperio hispanoamericano tendría importantes consecuencias para la aparición de un imaginario nacional en las colonias. Como señala Benedict Anderson en relación con el desarrollo del capitalismo:
El fracaso de la experiencia hispanoamericana para generar un nacionalismo permanente en toda la América Latina refleja tanto el nivel general de desarrollo del capitalismo y de la tecnología a finales del siglo XVIII, como el atraso “local” del capitalismo y la tecnología española en relación con el tramo administrativo del imperio.
La incapacidad de la economía imperial para satisfacer la demanda en las colonias de productos manufacturados (con la consecuente profundización de su naturaleza restrictiva) y la falta de cintura para hacer frente a las necesidades económicas de las colonias se convirtieron en factores determinantes para el colapso del imperio español. Como dijo Miron Burgin: " El mercantilismo como principio básico de la política colonial se transformó en una cáscara vacía”.
El imperio contraataca: geopolítica del poder
Algunas de las decisiones más importantes de la administración imperial en materia de política exterior y estrategia geopolítica en el continente americano reflejaron la constante preocupación por la rápida expansión del comercio ilegal. Esta se vinculaba con la competencia de otras potencias europeas para entrar en los mercados coloniales americanos, sobre todo porque aprovechar esos circuitos comerciales se convirtió en un requisito estructural para su propio proceso de industrialización.
A lo largo del siglo XVIII, el gobierno imperial español se vio forzado a embarcarse en una costosa política exterior. En cuanto a sus colonias americanas, logró con bastante éxito resistir la expansión británica en el área norte del continente. En lo que se refiere a los territorios meridionales, la principal preocupación era la presencia siempre amenazante de las fuerzas portuguesas en el área que rodeaba al Río de la Plata. El objetivo estratégico fue lograr algún tipo de equilibrio en la lucha continua por las zonas litorales. El conflicto entre la corona española y la corona portuguesa por la dominación política de las riberas del Río de la Plata fue endémico. La piedra angular de la disputa fue la llamada Banda Oriental, en particular la ciudad de Colonia del Sacramento. La posesión de la Colonia tenía una importancia enorme en términos económicos debido a sus conexiones marítimas y al papel crucial que estas desempeñaban en el contrabando de productos manufacturados.
De manera paulatina, las ciudades de ambos márgenes del Río de la Plata adquirieron un papel importante en el área litoral. Buenos Aires comenzó como un puerto clandestino para que la plata producida en Potosí fuera intercambiada por mercancías de contrabando. Era parte de un circuito ilegal centrado en la Colonia del Sacramento. Así, ambas ciudades se convirtieron en importantes centros de comercio ilícito, y la presencia imperial en esta zona fue considerada cada vez más como un requisito indispensable para la estabilidad, la expansión y la supervivencia misma del imperio; poco a poco, la Colonia del Sacramento sería eclipsada económica y políticamente por la ciudad de Montevideo.
Tanto el carácter obsoleto del sistema económico mercantilista como la inestabilidad recurrente generada por la presión militar y económica ejercida por las potencias rivales se convirtieron en motivo de preocupación cuando la dinastía borbónica llegó al poder en España. En consecuencia, la corona impulsó una serie de reformas que, a largo plazo, transformarían de modo radical la estructura geopolítica del imperio y, al fin y al cabo, contribuirían de modo involuntario a su desmembramiento.
Las reformas borbónicas fueron inspiradas por los principios de la monarquía ilustrada. En el ámbito económico buscaron la liberación de las relaciones comerciales con las colonias para estimular su crecimiento y transformarlas en complementos confiables de la economía peninsular. En España, el círculo privilegiado, constituido por las casas comerciales de Sevilla, fue socavado por el traslado de la institución comercial por excelencia —la Casa de Contratación— de Sevilla a Cádiz. Además, la autorización para establecer conexiones comerciales en las colonias se extendió a nueve puertos en lugar de los dos anteriores. Con respecto a la franquicia comercial, cuatro nuevas localidades tuvieron derecho a participar en el circuito de importación-exportación: Buenos Aires, Montevideo, Valparaíso y Guayaquil. La inclusión de Buenos Aires y Montevideo en este renovado esquema fue un claro esfuerzo para legalizar un problema endémico. Las reformas estuvieron asociadas a una reformulación de la relación entre la corona española y sus colonias. La categoría de reinos subalternos, atribuida a las posesiones americanas, fue reemplazada por la de colonias funcionales a la administración metropolitana. En otras palabras, una relación visiblemente más vertical reemplazaba la ligera horizontalidad de la estructura anterior. El impacto de las reformas en la expansión de las economías coloniales sobre la base de un aumento del volumen del comercio fue, sin embargo, insignificante en el corto plazo.
Un viaje a la costa atlántica
La transformación de Buenos Aires y Montevideo en destinos comerciales autorizados estuvo acompañada por un reordenamiento político. Así, 1776 fue testigo de la creación del Virreinato del Río de la Plata. El nuevo miembro político del imperio comprendía la Argentina contemporánea, Uruguay, Bolivia y Paraguay. Su capital estaba en la hasta entonces marginal ciudad de Buenos Aires.
La creación del virreinato representó un hito en la evolución histórica del nacimiento de la nación argentina que, como veremos, se manifestaría años más tarde:
El corredor que entra en el sistema fluvial del Río de la Plata se convertirá, para los argentinos, que desde la segunda mitad del siglo XIX creían que la geografía determinaba la evolución histórica, en el núcleo “natural” de la territorialidad y la nacionalidad.
El ablandamiento de las restricciones comerciales y las reformas político-administrativas tuvieron una influencia crucial en los años siguientes. La continuidad del contrabando y la inevitable penetración económica y política del imperio británico a través del Río de la Plata desencadenaron una reorientación profunda, desigual y vertiginosa de la actividad económica. Fuimos “de costa a costa” y la puerta comercial se trasladó del Pacífico al Atlántico. Esto provocó un golpe brutal para las economías regionales del interior que culminaría con el fortalecimiento de la Argentina atlántica y la decadencia de la Argentina andina, que había ocupado durante dos siglos el centro económico del imperio español.
El nuevo escenario creó una fractura entre las precarias, aunque estables, economías del interior andino (predominantemente las regiones occidental y central del país, cuyos medios de subsistencia dependían sobre todo del circuito del Pacífico) y las áreas litorales, cada vez más involucradas en actividades comerciales con la costa atlántica y muy fortalecidas por la expansión del contrabando.
El predominio económico indiscutido del eje del Pacífico, representado por los círculos comerciales de Lima, soportó una creciente competencia de los núcleos del Atlántico, que crecieron con rapidez. En 1777, un año después de la creación del virreinato, el imperio legalizó la importación de bienes manufacturados, a través de Buenos Aires hacia el interior del país. Como resultado, hubo una notable disminución de los precios de los bienes importados disponibles para el mercado interior, lo que representaba una amenaza mortal tanto para las casas comerciales peruanas, como también para la endeble producción local. Simultáneamente, se produjo un incremento en el desarrollo de actividades productivas destinadas a satisfacer la demanda de bienes y productos de la industria ganadera.
En el largo plazo, tanto Buenos Aires como la Banda Oriental del Río de la Plata se beneficiaron mucho de estas transformaciones, en especial porque sus condiciones geográficas eran particularmente adecuadas para ese tipo de actividad productiva. Buenos Aires entró en un proceso de expansión económica que continuaría durante gran parte del siglo XIX. Así, se convirtió en el principal puerto para el comercio marítimo en el sur del imperio y en un intermediario obligatorio y costoso para la producción del interior del país. El crecimiento demográfico de la ciudad sirve para ilustrar este proceso: pasa de 25.000 habitantes en 1779 a 40.000 en 1801.
Lo que acontecía en Buenos Aires era un asunto de cuidado para la corona, obligada a mantenerse en un permanente y tenso vaivén. Por un lado, la ciudad sostenía la unidad del imperio bloqueando la expansión territorial portuguesa; por otro, socavaba esa misma unidad al crecer como centro neurálgico del contrabando británico. Una ciudad marcada por la paradoja desde su nacimiento.
La tensión fue en aumento a medida que el crecimiento de las economías litorales, con Buenos Aires a la cabeza, entró en un período de estancamiento hacia finales del siglo XVIII. Los problemas eran viejos y conocidos. La crisis tenía sus raíces en las endémicas dificultades de España para crear mercados y absorber la producción colonial, por un lado, y la falta de recursos para satisfacer la demanda de artículos manufacturados en las colonias, por otro. El estancamiento económico aumentó el nivel de impaciencia y agitación entre los comerciantes locales respecto de las restricciones legales impuestas por el sistema económico imperial.
Esa impaciencia fue condimentada con una creciente ambición por los probables beneficios que podía acarrear una relación comercial directa con las potencias industriales consolidadas, con Inglaterra por encima de todas. A medida que la crisis avanzaba, los aspectos sociales y políticos del libre comercio se volvían inseparables de los móviles económicos.
El orden tradicional parecía sitiado en todos los frentes, su as en la manga era el mantenimiento del pacto colonial; en la medida que este subsistiera la hegemonía mercantil —su expresión local— sobreviviría. La revolución representará el fin de ese pacto (…). En cuarenta años habrá un cambio de la hegemonía mercantil a la terrateniente.
Esta es la transformación que alimentará el anhelo de supremacía económica, social, cultural y política de Buenos Aires, al inicio como cabeza del virreinato y más adelante, durante el período independiente, a expensas de las provincias y sus economías regionales.
El miedo a la libertad (de comercio)
El crecimiento de la región litoral estuvo acompañado por una demanda de mayor liberalización del comercio. Las reivindicaciones por el libre comercio adquirieron el significa-do de una oposición al antiguo régimen en su totalidad; y el discurso sobre el libre comercio buscó así convertirse en sinónimo de libertad en general y su defensa, en sinónimo de independencia política.
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