Silvio Waisbord: “Más que el materialismo o la religiosidad, la esencia estadounidense es el culto a la vida privada”

El sociólogo argentino ha vivido más años en EEUU que en su país natal. Desde esa perspectiva escribió “El imperio de la utopía”, un análisis de ocho temas centrales de la sociedad estadounidense de hoy

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Silvio Waisbord, autor de "El imperio de la utopía".

La relación de amor y odio que América Latina tiene con los Estados Unidos hace que El imperio de la utopía, escrito por un argentino residente en Washington, tenga una perspectiva particularmente fértil: no podría ser un panegírico pero tampoco una diatriba. A eso se suma otra ventaja: el autor, Silvio Waisbord, es un sociólogo. Las demandas de su disciplina protegen al lector contra los lugares comunes ideológicos, la generalización de unos pocos datos y el impresionismo silvestre.

El asombro persistente que se siente al vivir en otro país —”pasan los años, pero la realidad sigue siendo extraña y conocida”, resumió este autor de 14 libros sobre comunicación, política y cultura que ha pasado más años en Estados Unidos, donde nacieron sus dos hijas, que en su lugar de nacimiento— funcionó como una herramienta para la selección de temas. El resultado parece aquello que un emigrado a Miami, Nueva York o Los Angeles le diría al oído a alguien que está a punto de emprender el mismo camino:

—Ya sabes sobre la libertad, ya sabes sobre la estabilidad, ya sabes sobre la abundancia de bienes de consumo, ya sabes sobre la tecnología. Pero hay otras cuestiones que también también te esperan, todos los días, apenas abras los ojos, y también tendrás que vivir con ellas.

“Hice un brainstorming personal y armé una lista de nudos de esta sociedad para ver cuáles eran los que me llegaban más de cerca, para escribir no sólo con más conocimiento sino con más pasión, más involucramiento”, contó Waisbord a Infobae. “Y que no fueran los más obvios, como el materialismo o el nacionalismo. En un sentido salió un poco más crítico de lo que me imaginaba, porque las cosas positivas de este país son las más fáciles de entender, encajan más con la construcción externa que se tiene de él”.

A lo largo de ocho temas que evitan los más conocidos, como el dinero, la religión o el nacionalismo, el libro recorre las complejidades reales de la vida actual en los EEUU.
A lo largo de ocho temas que evitan los más conocidos, como el dinero, la religión o el nacionalismo, el libro recorre las complejidades reales de la vida actual en los EEUU.

Los ocho temas que quedaron definen la experiencia cotidiana de la vida en los Estados Unidos de hoy: el optimismo, el individualismo, la soledad, la peculiar relación con las armas, la tensión entre la razón científica y las creencias de todo tipo, la inmigración, la desigualdad y la identidad.

Además de contener contradicciones históricas, como todos los pueblos reunidos en naciones en este mundo, Estados Unidos vive en un momento de transiciones múltiples: “De ser la máxima potencia mundial a competir por el poder en un mundo multipolar; de estar a la vanguardia en el desarrollo de manufacturas y tecnología a ser el centro de consumo global”, citó Waisbord algunas en el libro. Pero la utopía del título persiste, desde los colonos que llegaron por su salvación personal hasta la fábrica de sueños de Hollywood.

Sonrío, luego existo

Acaso eso se deba a la primera cuestión que analizó el director de la Escuela de Medios y Asuntos Públicos de la Universidad George Washington: “El optimismo es la utopía maestra”, escribió.

No es casualidad que el smiley haya sido una creación estadounidense. La carita feliz fue la solución que el publicista Harvey Ball llevó al problema que le planteó la firma de seguros State Mutual: los empleados estaban ansiosos por la incertidumbre que les causaba la fusión con otra empresa. Joy Young, encargado de marketing, pensó en la sonrisa como concepto central de una campaña de ánimo y encargó a Ball algo pequeño, que sirviera tanto para afiches como para broches.

“El optimismo es la utopía maestra” de los EEUU, planteó "El imperio de la utopía". (REUTERS/Sergio Perez)
“El optimismo es la utopía maestra” de los EEUU, planteó "El imperio de la utopía". (REUTERS/Sergio Perez)

El smiley fue “una inyección de ‘norteamericanidad’ al personal”, escribió Waisbord, autor también de Vox Populista y Media Movements. “Nunca quedó claro si la imagen cumplió su objetivo, pero se convirtió en un símbolo global de la inconfundible actitud positiva frente a la vida típica de Estados Unidos”. Ese optimismo está en la amabilidad cotidiana de la gente, en el “Sí, podemos” de Barack Obama, en “la industria de la automejora, que maneja alrededor de USD 10.000 millones anuales”.

—Hace poco moderé una conversación de exalumnas, que ya trabajan, con estudiantes de grado de hoy. Hablando sobre las entrevistas de trabajo las tres dijeron lo mismo: uno tiene que mostrar energía, pasión, ganas de hacer cosas.

—¿Y el conocimiento o la experiencia?

—No lo mencionaron. Sólo esa actitud de cheerleader. Eso pone la vara muy alta para la satisfacción personal. En la escuela secundaria de mi hija menor hay chicos con problemas de salud mental porque, ante tal exigencia, alguien de 13 años se puede sentir inadecuado.

La actitud se remonta al origen de la nación, recordó: “En La democracia en América, su carta de amor a Estados Unidos escrita a principios de la década de 1830, Alexis de Tocqueville observó la enorme fe que existe sobre ‘la perfectibilidad del hombre’ y el hecho de que la sociedad está en un ‘estado de mejora’ constante”.

Silvio Waisbord en 1987, cuando llegó a los EEUU para doctorarse en sociología en UCSD.
Silvio Waisbord en 1987, cuando llegó a los EEUU para doctorarse en sociología en UCSD.

Así el optimismo y la autonomía individual se unen en el “sueño americano”, una expresión que se atribuye a James Truslow Adams, autor de The Epic of America, un libro esperanzador publicado tras el crack de 1929. “Es una idea que cobró popularidad durante el siglo XX hasta convertirse en marca inconfundible del país”, agregó Waisbord.

El individuo, la comunidad y la soledad

Tanto el genio científico como el héroe del cine representan una admiración por los logros individuales. Pero al mismo tiempo “el discurso de comunidad está por todos lados: aparece a izquierda y a derecha, es religioso y es secular”, contó el sociólogo. Dice El imperio de la utopía: “El individualismo y el comunitarismo conviven en una permanente relación y tensión, entre constantes arengas tanto a ejercer la libertad individual como a cultivar el espíritu comunitario”.

Esa comunidad no es como la que se entiende como tal en América latina: comunidad de apoyo, de contención o de pertenencia. Como la unidad básica de la sociedad es el individuo —la vida privada, la vida sin injerencias—, la comunidad aparece como un accesorio y depende de un interés común: los grupos de trabajo, la gente con la que se juega tenis.

El sociólogo analizó lo que sucede en un barrio: “Si uno pone en la página comunitaria, en el barrio “Se me quemó la casa”, es más que factible que aparezca un GoFundMe y te den plata. Pero en la vida cotidiana casi es inexistente la preocupación por el otro en lo habitual, como miembro del barrio”. No se hacen amigos. Más aun: para alguien que proviene de Argentina, donde la amistad es un vínculo importante, la versión estadounidense es extraña: “La palabra friend en el uso cotidiano es como la usa Facebook. Un friend en Facebook no es muy diferente al friend en la vida real en este país”.

En EEUU, comunidad y amistad se conciben de manera muy diferente a América Latina.

En los últimos años, entre las redes y el aumento de la injerencia social de los millennials, se generó un fenómeno nuevo, el individualismo expresivo, que subraya “el carácter único de cada persona, sus emociones, sus pensamientos y su inteligencia” y, básicamente, pone el acento en lo que hace distinto a cada quien. “Lo expresivo sitúa la satisfacción personal como prioridad, ya sea en términos de placer, sensualidad, belleza o inteligencia”.

El individualismo expresivo es hijo de las redes sociales y nieto de los talk-shows de los 80 y los 90, cuando comenzó “lo que se podría llamar la cultura terapéutica pública”, arriesgó Waisbord. “Antes era una sociedad mucho más puritana en el sentido tradicional de no mostrar las emociones; entonces comenzó a estar bien hablar de estas cosas privadas en público y la gente iba a declarar sus miserias personales frente a una audiencia de millones. Pero eso no quiere decir que en el plano interpersonal funcione en espejo”.

Allí el respeto de la individualidad del otro y del espacio del otro termina por cristalizar como la soledad de todos. “Uno siente la soledad. Siente el silencio”, sintetizó. “La soledad es la ausencia de otros a los que les interesaría saber cómo estás”.

A diferencia de algunos países de América Latina, donde la soledad está vista como un síntoma de que algo no funciona bien, en los Estados Unidos es algo normal. Más allá de que para la salud pública sea una epidemia, como definió en 2017 Vivek Murthy, funcionario de Obama, porque causa problemas como la depresión, “en la vida cotidiana la gente parece bastante contenta con la soledad”, contrastó. “La vida acá está hecha para que la soledad sea normal, no una excepción. En el último siglo aumentó el porcentaje de personas que viven solas”.

Cada día, 3 millones de civiles salen armados

El problema del acceso a armas (y a cierto tipo de armas de grado militar) causa masacres en EEUU, como la de la escuela primaria de Sandy Hook.
El problema del acceso a armas (y a cierto tipo de armas de grado militar) causa masacres en EEUU, como la de la escuela primaria de Sandy Hook.

“Estados Unidos aparece como una interminable serie de episodios violentos y crímenes que absorben frecuentemente la atención pública y mediática alrededor del mundo”, analizó El imperio de la utopía la perspectiva que desde fuera se puede tener del país. Y eso que no se cuentan todos sino sólo los que superan ciertas cifras de muertos o cierto umbral de espectacularidad: “Hubo 323 matanzas en el año 2018, casi un promedio de una por día”, ilustró la diferencia.

—El país está inoculado a la violencia. Hay una matanza, brota la indignación, al día siguiente no pasa nada. La Asociación Nacional del Rifle (NRA) lo sabe: las crisis de relaciones públicas duran una semana y luego todo vuelve a ser lo que era.

—¿A qué se debe ese acostumbramiento?

—La violencia vertebra la fundación y la expansión territorial del país. También tiene que ver con el individualismo y la soledad: las armas son una forma de protección. Todos estos temas están entrelazados. Las armas son síntoma de muchas cosas, incluido el uso legítimo de la violencia personal para la protección. Y también de la desconfianza de las instituciones oficiales y de una historia de violencia, que incluye desde luego la esclavitud desde 1619.

—¿Qué implica la vigencia de la segunda enmienda de la Constitución, que garantiza “el derecho del pueblo a poseer y portar armas”?

"Las armas son síntoma de muchas cosas: el uso legítimo de la violencia personal para la protección, la desconfianza de las instituciones oficiales, una historia de violencia".

—Los dueños de esclavos no confiaban en el gobierno federal para defenderlos en los levantamientos de esclavos y necesitaban tener sus propias milicias para su protección. Ese era su temor a fines del siglo XVII, dados los frecuentes levantamientos de esclavos y sobre todo después del caso de Haití. La segunda enmienda fue una forma de protección no sólo económica sino también de la seguridad de las familias de los dueños de esclavos. Esa fue la realidad inmediata de la aprobación; después, evidentemente, fue politizada con una retórica muy diferente.

Hoy los 330 millones de estadounidenses tienen casi 400 millones de armas, en su mayoría rifles y pistolas. “Se estiman 120 armas por cada cien personas, más que el doble que en otros países que encabezan las estadísticas como Yemen, Serbia, Montenegro y Canadá, y tres veces más que cualquier otro país desarrollado”, destacó el libro. El 42% de los hogares posee armas y cada día 3 millones de civiles salen armados a la calle.

La politización de la segunda enmienda a la que se refería el sociólogo data de los setenta. “Antes la NRA era fundamentalmente una asociación de sportsmen a los que les gustaba ir a cazar. Cuando ve el negocio se transforma en un lobby político, no de recreación”, explicó. “El negocio radica justamente en incrementar el mercado de consumidores y diversificar los productos. Es una lógica comercial revestida de un derecho constitucional. El problema es que, una vez que se hace fácil el acceso a armas, y a armas militares, se dan las matanzas que se asocian con este país”.

Libertarios y anticientíficos

El movimiento antivacunas es parte de una larga tradición de irracionalismo en EEUU, que convive con la primacía científica. (REUTERS/Jeenah Moon)
El movimiento antivacunas es parte de una larga tradición de irracionalismo en EEUU, que convive con la primacía científica. (REUTERS/Jeenah Moon)

En el mundo todavía afectado por la pandemia de COVID-19 está fresca la importancia científica de los Estados Unidos, donde se realizó la investigación de la mayoría de las vacunas que hoy se aplican. Los datos que reúne El imperio de la utopía en un solo párrafo son reveladores:

Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos es líder mundial en la cantidad de fondos dedicados a la ciencia y a la investigación, con una inversión estimada de 553.000 millones de dólares en 2018, casi el 3 por ciento de su producto interior bruto. Desde que se empezaron a entregar los premios Nobel en 1901, 269 científicos de universidades de Estados Unidos fueron reconocidos con la máxima distinción en medicina, química y física, más que cualquier otro país. Treinta y ocho de las cincuenta universidades más prestigiosas del mundo están en Estados Unidos.

Sin embargo, los Estados Unidos albergan un fuerte movimiento antivacunas, que desde la pandemia ha creado numerosas teorías conspirativas —la vacuna como chip de rastreo, o como reescritura del ADN, o como magnetización de la gente— que se unieron de maravilla con otras, igualmente delirantes, sobre el origen del coronavirus.

—¿Cómo es posible esa dualidad?

Silvio Waisbord es director de la Escuela de Medios y Asuntos Públicos de la Universidad George Washington y autor de 14 libros.
Silvio Waisbord es director de la Escuela de Medios y Asuntos Públicos de la Universidad George Washington y autor de 14 libros.

—Las universidades, Silicon Valley, la tecnología de punta en medicina: todo eso aparece en el paquete de lo que es este país. Pero también nos encontramos a diario con el país premoderno, ese país que es anticonocimiento, antiuniversidad, anticiencia. Un tercio sólido de la población descree de la evolución, descree de cosas indiscutibles para la ciencia y hasta para el conocimiento popular. Esto explica la facilidad para convencer a la gente de que hay un complot y Anthony Fauci es el diablo. O Charles Darwin personificado: porque, si leemos historia, veremos que la posverdad no es algo nuevo.

—¿Como encaja el libertarismo, que tuvo fuertes manifestaciones durante el gobierno de Donald Trump?

—El libertarismo desconfía del gobierno y las instituciones en general, incluso de la iglesia: la cultura libertaria tiene mucho de secular y se mezcla con el individualismo exacerbado y con el irracionalismo. La pandemia provocó una reacción que no es conservadora en el sentido tradicional sino libertaria, profundamente anticientífica. Y, obviamente, movilizada: no es natural. Por eso los índices de vacunación en este país son difíciles de mover arriba del 65% entre adultos: hay una reserva político-cultural muy fuerte frente a eso.

Así, mientras que el ascenso de la ciencia daba liderazgo global al país, las sectas y las creencias inverosímiles persistían con similar fuerza. En el caso del libertarismo conservador se trata de una rama del individualismo que sospecha de la intervención gubernamental y rechaza la legitimidad de cualquier organización, ya sea la de la policía para brindar protección o la del Gobierno para dar educación.

Jacob Chansley en el atuendo que llevaría en el asalto al Capitolio, pocos meses antes, hablando sobre QAnon en Arizona. (REUTERS/Cheney Orr)
Jacob Chansley en el atuendo que llevaría en el asalto al Capitolio, pocos meses antes, hablando sobre QAnon en Arizona. (REUTERS/Cheney Orr)

“Teorías conspirativas en este país siempre hubo, desde antes de la independencia”, siguió Waisbord, “pero internet facilita la comunicación, la organización y la validación. Creo que la comunicación digital permite que se encuentre gente que de otra forma sería más difícil que se encontrase. Esto se da en la base y tiene legitimación de ciertas élites políticas, organizaciones económicas que financian el libertarismo en este país”.

Recordó el caso QAnon: “Hace 10 años no existía. Y en cinco, seis años apareció como un incendio descontrolado. Con internet como el gran facilitador de estas ideas, durante el gobierno de Trump QAnon se transformó casi en una religión. Esto sí es nuevo: no la teoría conspirativa sino la dinámica política”.

Desigualdad, inmigración y americanidad

En los Estados Unidos de hoy viven más de 44 millones de personas que nacieron en otros países: casi el 14% de la población, precisó el libro, y una cifra muy similar al pico de inmigración de 1911. América Latina y Asia son las regiones desde donde llegan principalmente; California, Nueva York y la Florida son los tres primeros estados que los reciben.

El motor sigue siendo aquel sueño americano: un lugar de oportunidades económicas, que provee a cada quien según sus méritos. Sin embargo, actualmente en las últimas décadas hubo procesos económicos que dejaron un paisaje muy diferente.

Franklin Kirimi en su ceremonia de nacionalización: es uno de los 44 millones de personas que viven en EEUU y nacieron en el extranjero. (REUTERS/Lucy Nicholson)
Franklin Kirimi en su ceremonia de nacionalización: es uno de los 44 millones de personas que viven en EEUU y nacieron en el extranjero. (REUTERS/Lucy Nicholson)

“La inequidad de ingresos es la más alta desde el período anterior a la Gran Depresión de 1929″, presentó El imperio de la utopía. ”El abismo entre el aumento de ingresos del 1 por ciento y los ingresos del 99 por ciento restante es sideral. El salario promedio de los chief executive officers (CEO) de las empresas líderes es casi trescientas veces mayor que el del trabajador promedio. Los salarios del 90 por ciento de la población son aproximadamente iguales que hace cuatro décadas”.

La movilidad social que se dio de los treinta a los sesenta es historia, explicó el autor. “Pero eso choca con el discurso optimista y del sueño americano”. La frustración que de allí surge no ha generado, sin embargo, un discurso alternativo: “No lo hay. El discurso del sueño americano sigue inoxidable más allá de la desigualdad, de lo lejano que es para la gran mayoría de la gente”. El mundo, además, genera suficiente violencia, autoritarismo y desempleo como para seguir expulsando gente.

La tensión entre la democracia y la aristocracia de la que habló Tocqueville parece haber reflotado. “Él pensaba que la aristocracia era el sur, no consideraba al sur como democracia en parte por la esclavitud”, recordó el sociólogo. “Y encontró evidencia de que la democracia eventualmente le ganaría a la aristocracia. Pero esta tensión fue algo de siempre”.

Aunque la inequidad de ingresos es la más alta desde el periodo anterior a la Gran Depresión de 1929, las familias siguen cruzando la frontera en busca de un futuro mejor. (EFE/Luis Torres)
Aunque la inequidad de ingresos es la más alta desde el periodo anterior a la Gran Depresión de 1929, las familias siguen cruzando la frontera en busca de un futuro mejor. (EFE/Luis Torres)

Lo novedoso tal vez sea el modo en que este proceso afecta la identidad nacional: “Estados Unidos tiene el índice más alto de pobreza infantil en el mundo desarrollado”. Hay, como escribió Tocqueville, “más América que la propia América”. Si lo que desde fuera se ve como esencialidad estadounidense es una tierra del bienestar y del progreso, que le abre los brazos a los inmigrantes, adentro titila una infinidad de gamas.

“Las políticas migratorias y el racismo no fueron dos procesos separados, desconectados, sino que han estado íntimamente ligados”, contó el libro, por ejemplo. Si bien para los migrantes de hoy todo parece comenzar con la ley de 1965 que iniciaron una era más liberal, “el racismo sigue intacto”, observó Waisbord.

Se vio en el trumpismo: “Reflotó algo que no está lejos de la superficie, la antipatía o la oposición abierta frente a la inmigración, frente a los extranjeros. El muro es una reedición de una vieja idea”, señaló. “En este país no es difícil movilizar sentimientos que unen lo racista y lo antiinmigratorio. Hay una tradición muy fuerte e internet hace muy fácil esta movilización. Y si a eso se le agregan las otras cuestiones —el individualismo, la soledad, las armas— todo esto explica la violencia contra inmigrantes. La violencia verbal es algo habitual por el color de piel. La vivencia en el país tiene mucho que ver con el color de piel, seas producto de 10 generaciones que vivieron aquí o hayas llegado recién”.

“Las políticas migratorias y el racismo no fueron dos procesos separados, desconectados, sino que han estado íntimamente ligados”, explicó el libro. (REUTERS/Lindsey Wasson)
“Las políticas migratorias y el racismo no fueron dos procesos separados, desconectados, sino que han estado íntimamente ligados”, explicó el libro. (REUTERS/Lindsey Wasson)

Lo que impacta, desde luego, a los afroamericanos, como puso en la agenda pública reciente el movimiento #BlackLivesMatter. Waisbord recurrió a dos escritoras para sintetizar la experiencia:

Chimamanda Nzgozi Adicihie: “Estimado Negro No-Americano, cuando decides venir a América, te conviertes en negro. Basta de discusión. No digas que eres jamaicano o ghanés. A América no le importa”.

Y la premio Nobel Toni Morrison: “En este país, ser americano es ser blanco. Los demás tienen que usar un guion”.

Los afro-americanos. Los asiático-americanos. Los nativo-americanos. Los mexicano-americanos.

—Con tantas transformaciones y matices, ¿cuál el núcleo básico de la esencia estadounidense?

—Creo que la americanidad es que te dejen tranquilo, que nadie se entrometa —concluyó Waisbord—. Es el culto a la vida privada. Más que el materialismo o la religiosidad, es una vida ordenada a partir del hecho de que nada se inmiscuya en tu vida individual. El resto es accesorio a esta idea central.

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