Entre los posibles hacedores, facilitadores, constructores de la mediación lectora están, tal vez, los que desde una biblioteca escolar, una institución, una biblioteca popular, e incluso investigando las particularidades que entraña ese acto propician que eso suceda. Así pasa con Lola Rubio, que es editora, bibliotecaria y especialista en LIJ. Se formó como profesora nacional de pintura –egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón–, como editora –graduada de la UBA–. Siguió estudiando y especializó en LIJ –CePA-GCBA– y se diplomó en Narrativas de la Infancia y Juventud –Flacso–.
Trabaja desde hace más de cinco años en ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina, que pertenece a la sección nacional de IBBY desde 2008), de la que es su actual presidenta. Tuvo la oportunidad de ser jurado del Premio Internacional Hans Christian Andersen (IBBY) de las ediciones 2016 y 2018, y del Premio Barco de Vapor SM 2019. Es bibliotecaria escolar desde hace 25 años, se dedicó a la docencia universitaria y es la responsable del área de libros para niños y jóvenes de Fondo de Cultura Económica de Argentina. Además, diseñó la estrategia cultural del Centro Cultural Arnaldo Orfila Reynal de la Librería del Fondo, en Buenos Aires, y armó y dirigió la colección Huellas, en Ríos de tinta, de la editorial Tinta Fresca. Fue promotora de LIJ del Banco del Libro de Venezuela en el año 2007.
Lola Rubio compartió con Infobae Cultura lo que bautizó como “Cv juguetón”: “Cayó un día a trabajar en una biblioteca, por casualidad y desesperación, y comprendió que siempre debió haber estado ahí. Y surgió la pregunta inevitable: ¿estos son libros infantiles? Todavía piensa en esa pregunta y las respuestas que se da varían constantemente. Estudiar Edición fue una epifanía. Es muy feliz entre libros. Intentó un montón de otras cosas: pintura, cello, running pero en esas sigue siendo una desorientada eterna. Cuando lee y las cosas le suenan mal se pregunta muchas veces cómo habrá sido el original antes de su traducción, y maldice su dificultad con los idiomas. Está entre libros todo el día, como bibliotecaria, como editora y como mediadora. Y lo disfruta mucho”.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—La identidad lectora se construye como otras identidades, se construye a lo largo del tiempo, con avances y retrocesos. En mi opinión es una identidad comunitaria: yo aspiro a que los lectores se construyan como electores que forman parte de una comunidad lectora, ahí me parece que se refuerzan los lazos entre lectores, entre lecturas. Conversan los lectores, conversan los libros entre sí. Y eso hace una identidad cultural sólida.
—¿Creés que un libro podría despertar el interés por leer?
—Sí, creo completamente en que un libro puede despertar el interés por leer, porque los lectores no son entes estáticos: vamos cambiando; cambiamos a lo largo del día, cambiamos a lo largo de la vida. A lo mejor hoy no es el momento para ese libro, pero sí lo es mañana o el año que viene. Entonces, sí creo muchísimo en el factor azar y lo fortuito del encuentro inesperado entre un libro y un lector futuro. Lo que nos proponemos los mediadores es que el azar intervenga lo menos posible, trabajamos favoreciendo ese encuentro: en eso consiste la tarea de la mediación, en no dejar tanto en manos del azar.
Favorecemos que ese lector conozca cosas distintas, textos de distintas procedencias, de distintas envergaduras, de diferentes géneros y temas. Sin dudas, esa exposición a distintas estéticas, temáticas autores, incluso a objetos (pensando en lo material del libro), ese lector en contacto con toda esa variación va a encontrar algo que llame la atención y que lo seduzca. Pero, insisto, hay que hacer que el azar intervenga en lo que es el arte en sí, en su rol lúdico, pero no en la mediación ni como puente hacia el lector. En lo que se refiere al encuentro entre lectores, lecturas y libros, que el azar intervenga lo menos posible. Dejemos para el azar lo artístico, lo lúdico. Para el encuentro lector prefiero que establezcamos puentes confiables.
—¿De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?
—¿Cuánto inciden los hogares? Bueno, me parece que tiene un poco que ver con la respuesta anterior, o sea, es altamente probable que de un hogar donde tienen una cultura gastronómica amplia y están educados para comer variado los hijos puedan disfrutar de comida variada y se animen a probar cosas diferentes y a valorizar lo que está bien hecho; pasa lo mismo con la lectura: en un hogar donde los libros circulan con fluidez (distintos libros, distintas estéticas, distintas temáticas, distintas procedencias culturales) es altamente probable que los hijos se vuelvan lectores y aun lectores ávidos. Pero no es una regla directa, hay muchos casos en los cuales esto no se comprueba y pasa la inversa: hogares donde no circula la lectura y que sea la suerte la que genere ese puente. Porque la lectura es ese espacio indómito, esa frontera indómita, como dice Graciela Montes, ese espacio de individualidad, de autonomía, de libertad, de rebeldía. De ese modo, la lectura puede operar como un espacio personalísimo de rebeldía.
—¿Cuál creés que es el rol cumple que el Estado, si lo hace, en la promoción de la lectura? ¿Por qué? ¿Hasta dónde llega, o debería, su injerencia?
—El Estado cumple un rol fundamental y lo vemos en los resultados luego de estos últimos 20 años: es impresionante lo mucho que leen niños y jóvenes. No sé si siempre se leen libros, se lee mucho en diversos soportes, plataformas. Hay una profusión de la oferta y además hay mucha demanda. El Estado tiene un rol importantísimo en la compra de libros, en la promoción, en favorecer la circulación de la conversación lectora. Lo hace cuando propicia encuentros con autores, capacitaciones, cuando organiza una feria, una muestra, una capacitación para los docentes y una firma de autores en escuelas. Todas esas políticas de promoción del libro, esa idea de vivir la lectura como una fiesta comunitaria, trabaja a favor de la generación de este espacio de conversación comunitario y de conversación sobre lecturas. ¡Es tan hermoso conversar sobre libros!
Sobre todo en un país al que le cuesta tanto ejercer ese federalismo, con una concentración de libros, de editoriales, de librerías, de ferias, de propuestas culturales en Buenos Aires y mucho menos hacia el interior de las provincias, el rol del Estado es enorme, porque tiene que asegurar la circulación, el acceso físico a los libros. Tiene un rol muy importante para la nivelación de oportunidades.
—¿Creés que es necesario que se amplíe a la escritura, también?
—Creo que para todos sigue siendo una tarea pendiente, pasar de poder apropiarnos de las lecturas y de los objetos culturales en general a producir manifestaciones culturales, textos, arte, música. Nos falta dar ese paso: volvernos productores.
—¿Cuál es tu primer recuerdo con libros?
—Mis primeros recuerdos con libros están muy atados a la escuela, a Mi amigo Gregorio, que era mi manual, que me tenía absolutamente fascinada, los poemas, las letras —la grafía de las letras—, las ilustraciones; los colores me parecían vivos no me parecían impresos. Mi amigo Gregorio me tenía completamente maravillada. Después me acuerdo de otras lecturas: Platero y yo... todo me fascinaba. En mi casa éramos fanáticos de coleccionar fascículos de todo, especialmente de divulgación: geografía, animales salvajes. Recuerdo también cuando íbamos al kiosco de diarios y revistas una vez por semana a retirar los fascículos y que me traía de yapa un Bolsillito, que me duraba poco, porque eran pequeños, pero bueno, era como una yapa divina que me encantaba.
Tengo un montón de recuerdos de libros y lectores en mi casa, aunque no tanto de lo que se considera LIJ hoy. Prácticamente nada de lo que se considera hoy día como literatura infantil y juvenil.
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