En 1969 se produjo en el Greenwich Village de Nueva York una revuelta de tres noches de enfrentamientos con la policía con epicentro en un boliche gay. El boliche se llamaba Stonewall Inn y la vanguardia de los enfrentamientos estaba conformada por gays y travestis que la emprendieron, a piedrazo limpio, contra las razzias que habitualmente realizaba la policía.
Ya nunca nada fue igual. Tampoco en la literatura.
Y no es que no hayan existido anteriormente escritores gay, como Jean Genet o Federico García Lorca, por ejemplo, pero aquellas intervenciones no contaban con sus órganos de prensa, con expresiones militantes colectivas (inspirados en Stonewall y en la organización estadounidense, en la Argentina se conformó el Frente de Liberación Homosexual, que integraban -entre otros- Néstor Perlongher, Manuel Puig, Juan José Sebreli o Juan José Hernández).
Si bien el movimiento recorrió el mundo, las distintas posibilidades políticas permitieron o no su desarrollo. En la Argentina varios de sus miembros, como Perlongher, marcharon al exilio durante la dictadura. En cambio el movimiento se desarrolló de manera voluptuosa en Estados Unidos y en Francia, donde además los movimientos militantes planteaban los derechos (en Francia la homosexualidad estuvo prohibida de acuerdo a apartados de las leyes hasta 1981), lo cual permitía una elaboración intelectual más profunda.
Hasta que llegó el SIDA.
Antes, Larry Mitchell -con ilustraciones de Ned Asta- había publicado en 1977 -en la editorial Calamus Press, fundada para poder lanzar el libro- la fábula Maricas y sus amigas entre revoluciones (Consonni), una suerte de fundación mítica del imperio de Ramrod, donde conviven distintas tribus en las que “los maricas” tienen amigas, entre ellas las “reinas” o las hadas, también las mujeres y más aún si aman a otras mujeres, y gente de la que desconfiar (”los queer”, que en aquella época tenía un significado menos festivo y “los hombres”, que siempre las trataban de maltratar).
Por ejemplo: “A los hombres nunca les han caído bien los maricas. De ahí que durante mucho tiempo los maricas se escondieran de ellos. Sin ningún tipo de reconocimiento, los maricas servían a los hombres (...) La energía de los maricas era explotada por los hombres. La actividad de los maricas contribuyó a mantener en pie los imperios de los hombres”.
O: “Los maricas, como regla, viven siguiendo las rutinas de una comunidad y los ritmos de las calles: visitas, almuerzos en pequeños cafés, tés al final del día, paseos, encuentros accidentales, movilizaciones, redacción de manifiestos, actuaciones teatrales, cambio de amantes, alianzas y acuerdos vitales cambiantes y cotilleo, cotilleo sin fin”.
Mitchell vivía en Lavender Hill y también vivía allí la ilustradora Ned Asta cuando escribieron el libro. Marica en inglés es Faggot y fue la primera vez que esa palabra apareció en la tapa de un libro.
En Francia, Guy Hocquenghem había tenido una temprana juventud muy politizada, militando primero en el Partido Comunista y luego en el grupo trotskista La vanguardia joven y más adelante en ¡Viva la revolución! Hocquenghem señaló que padecía una “inconciliable esquizofrenia” entre su costado militante y su parte afectiva, como se refería a la gay. Comenzó a escribir en distintas publicaciones artículos provocativos. El libro Diario de un sueño (El cuenco de plata) recopila una gran cantidad de sus intervenciones periodísticas en las que se detiene en la política en general, en el deseo erótico homosexual o en temas controversiales como el asesinato de Pier Paolo Pasolini. Escribe: “Quisimos la política. La política nos escupió, vomitó, ensució y nosotros la extirpamos como a un cáncer demasiado invasivo”. También: “Jimi Hendrix, Janis Joplin, ¿se acuerda ? Me enteré de su muerte en una imprenta. El personaje que me lo contó, de cabellos largos y camisa floreada, no se habría sorprendido si la noticia hubiera aparecido en la primera página de los diarios. ¿Y cuál es el problema? Nasser, Mauriac o De Gaulle también ameritan aparecer. Los burgueses mueren porque están viejos. Nosotros morimos de asfixia”.
“Más que ‘moderación’ lo que nos hace falta es una verdadera estética erótica que nos permita superar la pornografía y la angustia de la mortalidad, entre la apología del todo sexual y el acumulamiento de cadáveres de SIDA”.
La provocación de Hocquenghem en sus textos se mantuvo hasta el final. Falleció en 1987 por complicaciones de SIDA.
Los setenta y los ochenta fueron testigos de cómo el movimiento se asentaba, reflexionaba sobre sí, a veces con una rabia imparable, otras con la construcción metafórica de una fábula. Estos son dos ejemplos. Hoy los tiempos cambiaron, pero siempre es bueno saber que hubo orígenes, principios.
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