Muchas veces las cosas importantes, aquellas que pueden cambiar una vida, no se manifiestan de manera espectacular sino con letra pequeña. En este caso, el descubrimiento llegó en una nota al pie, mientras Cristina Pérez, nacida en Tucumán, periodista, escritora, un nombre clave de la televisión y la radio argentinas, amante de la obra de William Shakespeare y también del período histórico en el que vivió y creó el dramaturgo y poeta inglés, leía un estudio de literatura isabelina. Allí, debajo de la imagen de Lord Chamberlain, se consignaba que una mujer llamada Aemilia Bassano había sido la amante de ese hombre, el más poderoso de Inglaterra, pero se sugería también que el suyo podría ser el nombre detrás de la célebre aunque desconocida “dama oscura” de los sonetos de Shakespeare.
“Para mí fue un llamado casi instintivo, de profunda curiosidad. Porque cuando uno habla de Shakespeare, habla también de este hombre que escribió sobre el amor de alguna manera para inventarlo, ¿no? Pero de él, biográficamente, solo sabemos que estuvo casado con una mujer con la que tuvo tres hijos pero de quien estaba alejado. ¿A quién amó? ¿Cuál fue su fuente para escribir sobre el amor de formas tan variadas? Tan variadas y con una intensidad que tiene que ver con la época, en un tiempo donde la gente vivía hasta los 25 años y la vida era urgente. El amor tenía esa intensidad volcánica que también estaba encendida por las restricciones y el control en todos los órdenes de la vida, en una cultura imbuida por la Reforma religiosa”, cuenta Cristina desde su casa a través del zoom, un mediodía de sábado luminoso, a propósito de su nueva novela, La dama oscura, donde reconstruye una versión de la vida de Shakespeare en la que esta mujer, Aemilia, la de la nota al pie, la amante del noble poderoso, tiene un lugar central en la vida del bardo pero también en la producción de su obra monumental.
“Cuando uno se pregunta cómo podemos acercarnos a Shakespeare como el hombre que amó, llegamos a sus sonetos, que se consideran dentro del registro biográfico. Pero lo que pasa es que estos sonetos no se publican por su voluntad sino que todo indica que se los robaron para perjudicarlo no a él sino a alguien más poderoso, que podría ser uno de sus mecenas y revelaban lo que hoy sería equivalente a revelar un video con relaciones íntimas, con relaciones totalmente prohibidas, un triángulo amoroso y la bisexualidad de Shakespeare o al menos su relación homoerótica con otro hombre pero también una relación de intenso amor con una mujer. Allí -sin pensar que va a ser leído- descarga sus pasiones, también las más oscuras, como los celos”, sigue la autora de La dama oscura, quien cuenta su sorpresa al descubrir que esta amante de Shakespeare fue además la primera mujer que publicó un libro en la literatura inglesa en 1611, en tiempos en que las mujeres no solo vivían sometidas a las decisiones de los hombres sino que la mayoría no sabía leer y escribir. Por las condiciones excepcionales en las que se había criado, la cultura de Aemilia podía ser semejante a la de la propia reina, aún sin pertenecer ella a la nobleza.
“La relación entre ellos era imposible, el divorcio era un trámite casi prohibido”, explica Pérez la situación dramática de los amantes, que está muy desarrollada en su libro. “Me había propuesto llegar al amor que inventó el amor y llegué a una mujer que fue capaz de transitar una vida siendo ella misma a pesar de situaciones dramáticas y anticipándose a nuestra época con una obra que consideran los críticos como protofeminista.”
A lo largo de esta nota, en itálicas, el lector podrá acceder a algunos fragmentos de la novela que llega este lunes a las librerías.
Basada en datos históricos pero construida como ficción, la historia principal que narra la novela de Pérez se desarrolla en el marco de las intrigas de la corte isabelina, un tiempo que albergaba el asombro por los descubrimientos del Renacimiento inglés, el surgimiento del teatro en una época de divisiones religiosas y plagas y la monarquía absoluta como sistema de gobierno, en ese entonces a cargo de Isabel I. Aemilia Bassano, hija de una familia de músicos de origen judío italiano -de ahí el color de su cabello y de su piel, algo más oscura que la del resto de las mujeres del lugar-, llegada a la corte escapando de la Inquisición, es la amante de Henry Carey, Barón Hunsdon de Hunsdon y Lord Chamberlain, es decir, miembro oficial de la Casa Real, 43 años mayor que ella. Aunque no es noble, como cortesana su vida transcurre en el corazón de la nobleza. Dueña de una cultura extraordinaria para su tiempo, sobre todo en una mujer, Aemilia busca darse libertades en un mundo que no contempla la libertad por fuera de las restricciones religiosas y sociales, mucho menos en el caso de las mujeres.
En paralelo a su búsqueda de crecimiento personal, hay un joven actor, un artista deslumbrante llegado a Londres desde el campo. Su nombre, William Shakespeare. Algunos estudiosos señalan que hubo entre ellos una relación amorosa y que ese vínculo sería algo así como “el amor que inventó el amor”. Según estos expertos, Aemilia Bassano habría sido coautora de algunas de las obras de Shakespeare, fundamentalmente aquellas que transcurren en Italia, como Romeo y Julieta, por ejemplo.
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Sentada en su escritorio de la casa paterna a la que había regresado, a casi dos años de dejar Cookham, un 20 de junio de 1607 Aemilia comenzó las notas preliminares de su libro.
“Seré irónica. Diré que me excusen por la falta de erudición que corresponde a mi sexo. Pero desplegaré mi erudición. Hablaré de lo divino, pero de la divinidad de las mujeres también. Hablaré de la injusticia implícita en la sucesión de títulos aristocráticos entre hombres y no por méritos y virtud.”, planeó. Y comenzó a escribir.
“¿Qué diferencia había cuando el mundo comenzó?
¿No era la Virtud la que lo distinguía todo?
Todo había nacido de una mujer y un hombre.
¿Entonces quién es el que puede arrogarse el derecho de decir qué nacimiento se distingue y cuál no, antes de que el valor haya ganado el honor? ¿Acaso nuestro señor Jesucristo no nos honró a las mujeres al elegir ser procreado por una mujer sin asistencia de un hombre? Nacer de una mujer, ser alimentado por una mujer, ser obediente a una mujer ¿Acaso él mismo no curaba mujeres, perdonaba mujeres, confortaba mujeres? ¿Acaso no se apareció primero ante una mujer luego de su resurrección y envió a una mujer a declarar su más gloriosa redención al resto de sus discípulos?”
“A los hombres les hablaré”, decidió.
“Déjennos recuperar nuestra Libertad, y desafíense a sí mismos a no tener soberanía sobre nosotros. Ustedes no vinieron a este mundo sin nuestro dolor, hagan de eso una barrera contra su propia crueldad. Siendo más grande su culpa, por qué deberían desdeñarnos como sus iguales y negarnos ser libres de su tiranía?”
La última luz de la tarde apenas la asistía. Se levantó del escritorio y fue por una vela. Su mente estaba inquieta pero clara a la vez. En menos de una hora regresarían Alfonse y el pequeño Henry de tocar en el palacio. Aprovecharía para agregar unas líneas más.
“Quizás mi señora la Condesa de Cumberland le de apoyo a mis escritos. Claro que lo hará. La buscaré con mi manuscrito. Quizás se lo comente ella misma a la reina y quizás la reina me tenga en cuenta. Lo sé. Lo siento. No importa cómo.” Con el candelabro en su mano volvió al cuarto y en la última línea de esa primera página anotó:
“Mi poesía permanecerá en el mundo muchos años más que mi Honor o yo misma pueda vivir, y será una luz para los que vengan después”.
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Shakespeare no había tenido estudios superiores ni era sumamente ilustrado y tampoco había viajado. Así como era un gran conocedor de la lengua y los intereses populares, pudo ver de primera mano el discurso de la nobleza cuando ya había escrito gran parte de su obra y lo que sabía del mundo era a través del relato de los otros. La relación íntima entre Bassano y Shakespeare explicaría muchas dudas surgidas a lo largo de los siglos de la lectura de los textos del dramaturgo: no solo las abundantes fuentes de cultura italiana -aunque conocido en idioma original por algunos autores como Chaucer, el Dante tuvo su primera traducción al inglés recién en el siglo XVIII- sino también lo relacionado con la música -Shakespeare no tenía estudios ni práctica musical y, sin embargo, en sus obras hay al menos 300 términos musicales y referencias a 26 instrumentos- así como también algunas expresiones, diálogos y conceptos vinculados a la cultura judía. Cuenta Cristina que la familia de Aemilia había llegado a Inglaterra trayendo en su equipaje las llamadas novelas italianas, lo que podría explicar el conocimiento de Shakespeare de estos temas (tanto como la posible coautoría de sus obras).
“Siempre siento algo italiano, algo judío en Shakespeare. Quizás los ingleses lo admiran por eso, porque es muy diferente de ellos”, le dijo Jorge Luis Borges a The Paris Review en 1966, según recordó hace unos años Elizabeth Winkler en un artículo sobre Bassano, en The Atlantic. Y fue por Borges, justamente, que Cristina Pérez llegó a Shakespeare, a la lengua inglesa, a los cursos sobre su obra y a la posibilidad de leerlo también en el inglés isabelino, algo que consiguió gracias a la insistencia de un profesor en Boston, quien le sugirió una suerte del técnica de la inmersión: leer los textos en voz alta una, dos veces, no dejarse vencer hasta conseguir maravillarse con las palabras que, de pronto, comienzan a tener sentido.
-¿Qué quisiste contar en La dama oscura?
-Todo comenzó cuando quise ir en búsqueda de la identidad de la mujer que Shakespeare amó en secreto y cuyo registro, críptico, dejó en sus sonetos. Y siguiendo una de las hipótesis más sólidas -que avalan más de diez expertos- llegué a la fascinante vida de Aemilia Bassano Lanyer, una mujer adelantada a su tiempo que fue la primera mujer que consiguió ser publicada como autora profesional en la literatura inglesa. Hay que tener en cuenta que esto ocurrió en 1611, un tiempo en el que más del 90 % de las mujeres no sabía leer ni escribir. En su libro, un poemario que se llama Salve Deus, Rex iudaeorum, Aemilia reclama que las mujeres sean valoradas en su virtud y mérito. Las limitaciones eran para todas: desde la reina hasta la última plebeya padecían duras restricciones en cuando a las decisiones sobre su vida, su desarrollo educativo, y tenían un estatus jurídico de dependencia del hombre. Aemilia padeció tragedias personales, mandatos crueles, y una intemperie por momentos total. Sin embargo, eso no le impidió sostenerse en su talento y sus artes: la música y las letras, a pesar de las adversidades.
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-No sé qué es el amo,r Aemilia. Quizás escribo para saberlo, para invocarlo, para entenderlo. O por envidia de los que lo entienden. O por generosidad para quienes puedan conocer el secreto que me es vedado. Sí sé, que pienso en usted desde aquella noche. Sé que admiro sus dones, su música, sus escritos, las palabras que elige, las lecturas que esconden, su inocencia y sus licencias, y que mi mente apenas se aparta de usted y que todo la involucra y que podrían cortar mi cabeza por estar aquí esta noche. Y que usted no es la encarnación de Venus, ni la majestuosa Gloriana, pero nada de eso hace falta, porque me rinde a sus pies que sólo sea usted, simplemente usted, una mujer parecida a la noche.
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Como gran conocedora de la obra de Shakespeare y también de quienes trabajan sobre la hipótesis de que no toda la obra que se le atribuye fue escrita por él, Cristina sostiene que efectivamente en esos tiempos había muchos textos escritos entre varios autores pero que las versiones que suponen que el verdadero autor de esa obra fue un noble, no tienen sustento. Lo explica así:
“Shakespeare no escribía para ser publicado en los libros sino para la escena, escribía en el barro de la escena. Hay en su obra un gran conocimiento de la naturaleza y de la vida popular que ni por asomo podría haber conocido un noble, sobre todo el registro de la jerga popular. Con respecto a su vínculo con el poder, y a la pregunta acerca de cómo entraba Shakespeare a las mentes del poder, no olvidemos que el teatro cumplía un fin para la corona y los nobles habían conseguido unos permisos especiales para las compañías teatrales para que pudieran entrar mientras presentaran la licencia de los nobles que los patrocinaban. Esto les daba cercanía permanente. Y Shakespeare era una esponja que absorbía todo y además tenía información por la gente con la que trataba y que volcaba de una manera específica”.
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William tenía la chispa de la creación, la ternura de algún dios emocionado, la pasión de un animal noble, y las palabras más extraordinarias que alguien hubiera osado combinar.
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En su novela, asegura Pérez, “está el amor, están las traiciones, hay un espejo con la reina que es muy interesante porque ella también es una mujer de avanzada, que pese a las presiones para que se casara, para que tuviera hijos, no lo hizo nunca y sin embargo gobernó y sentó las bases del imperio británico y una joven que, pese a las cosas terribles que le pasan en su vida, se desarrolla intelectualmente y crece y transita un gran amor que, tal vez, puede ser la base del amor romántico que hoy conocemos”.
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Sólo había conocido el arte en las musas que imaginaba. Ninguna mujer de la tierra le había hecho sentir la materialidad de las palabras, la humanidad de la música, la pertenencia de una estirpe. Él, que no tenía estirpe, que siempre había sentido como el pájaro siente el vuelo la capacidad de ver el corazón de los hombres, de comprender sus secretos, de dilucidar sus intenciones, había llevado eso a la caudalosa imaginación que lo poseía, a la creación de historias que se contaban en su cabeza como si las atestiguara, al disfrute por hilarlas como una trama perfecta y sorprendente, parecida a la vida, plena en contradicciones, fiel a la naturaleza de las almas antes que a su juicio. Esa era su única estirpe. Y su torbellino solitario había cesado al sentir que ella podía entenderlo y que ese mundo, de alguna manera, los contenía. “¿Sólo unas pocas cartas pueden darme esta seguridad?”, se preguntaba. Se la daban. Se respondía.
-Entrás todos los días y desde hace muchos años a la casa de la gente desde la tele y también desde la radio y los artículos que escribís. Sos autora de un libro de cuentos, (Cuentos inesperados, de 2013) y esta es tu segunda novela (la primera fue El jardín de los delatores, de 2025). ¿Por qué escribir? ¿Qué hay de diferente en lo que tenés para contar?
-La literatura es mi felicidad. Mi casa es básicamente un lugar donde primero miro dónde voy a poner la biblioteca y recién ahí empiezo a hacer mi casa. Escribir para mí es inevitable, empecé a escribir desde muy niña todo tipo de producciones pero me costó llegar a la adultez y transcurrir el estudio de la literatura inglesa para soltarme. En esta novela, yo no quería escribir un panfleto feminista, quería tener la verdad de la vida de esta mujer, con sus claroscuros. Tampoco quería escribir una novela cursi y emprendí el desafío de comprender personajes que, en ese contexto tan opresivo, tuvieron un triángulo amoroso que incluye la bisexualidad e infidelidades varias.
-¿Qué clase de lectores imaginás para tu novela?
-Cuando leo, trato de abrir el corazón y recibir ese mundo que se me ofrece intacto. Y sé que un libro puede transformarme, curarme, darme felicidad. Y pienso en un lector que también abra su corazón al leer y disfrute con la felicidad de las palabras. Y le pediría que si la historia no le ofrece la fascinación de este gozo, la deje, con lo cual ese es mi contrato. Me gusta intentar ofrecer verdad; quiero llegar a los personajes desde la empatía, llegar a la verdad del otro para poder pintarlo como en una pintura, que si uno pinta bien un rostro, quienes lo ven lo van a reconocer. Ese despojarse del autor para llegar a la verdad de un personaje para mí es un trabajo de amor y de encontrar las palabras, que son también una forma del amor.
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Aemilia esperó que subiera la escalera y escondió entre sus ropas la carta que había encontrado bajo la tapa de las teclas. Era verdad que había bajado a tocar, pero no había podido ejecutar ni una nota al descubrir el recado. Supo inmediatamente que ese hombre había estado allí escuchándola esa noche. Habían estado tan cerca. Él existía. A veces sentía que sólo pertenecía a su más secreta imaginación. Recorrió con la memoria los rostros presentes en la velada. Volvió a hacerlo una y otra vez. Buscó en las manos que aplaudían, acaso unas manchas delatoras de tinta. El papel no tenía manchas entre las líneas, pero sí en los márgenes. Tenía que saber quién era ese hombre. Intentó pensar desde dónde la había mirado. Encontrarlo con el pensamiento. Cerró los ojos tratando de imaginar. Ella, que había dejado atrás las sutilezas del cortejo, que se sabía mirada como alguien que ha convertido sus favores en el bien de su sustento, que no tenía para ofrecer blasones, ni sangre azul, ni candidez virginal. Ella que había pagado todos los precios para hacer valer su música y para que se reconocieran de a poco sus letras, sentía de pronto aflojarse los engarces de su armadura por las ternuras de unas cartas. Cartas que llegaban a un lugar de su alma que no había manchado la adversidad. Cartas que eran mejor que un perdón. Quería imaginarlo. Pero ya le resultaba insoportable imaginarlo. Su insaciable anhelo le impedía esos gozos de la inmaterialidad. ¿Quién era el hombre que le leía el alma y la mente? ¿Quién era el hombre que entendía quién era ella? ¿Quién era...? Se sintió única en la mera existencia de esos versos. Se sintió elegida en los sustantivos y acariciada en los adjetivos. Se sintió aceptada y entendida. No podía perder más tiempo. Subió presurosa a sus aposentos, guardó la carta en un cofre secreto y se preparó para cumplir con sus deberes con Henry Carey.
-Por último, Cristina, ¿qué pensás que tiene para decirnos hoy un personaje como el de la protagonista de tu novela?
-Aemilia Bassano es una mujer que, habiendo sufrido situaciones durísimas como tener que aceptar ser la amante de un noble para asegurar la licencia para su familia en la corte, haber pasado por uno o más abortos por situaciones de violencia sexual; haber tenido que aceptar un matrimonio con un joven de la corte (N. de la R.: Alfonso Lanier o Lanyer) que le fue impuesto para cubrir un embarazo; por haber sido prácticamente la madre sola que lleva adelante la vida de su hijo, por haber perdido luego una criatura, por haber escrito ese primer libro expresando lo que pensaba y no solo temas religiosos y haberlo firmado con el riesgo que implicaba, por haber fundado una escuela en aquella época, muestra que aún en medio de las cadenas más pesadas, una mujer con determinación puede ser quien quiere ser. En ese momento estaba en juego la vida, el sustento, el no poder amar libremente porque para vivir este gran amor -o cualquier otro- una mujer tenía que salirse de los márgenes de maneras críticas. Una mujer noble, por ejemplo, podía ver arreglado su matrimonio cuando tenía 7 años y concretado a los 12 con alguien 30 años mayor, a quien nunca había visto. La vida era muy difícil, ni hablar para una mujer que tuviera un desarrollo intelectual y no estuviera contenida por los blasones de una estirpe de nobleza, como le pasaba a Emilia. Y ése es entonces el mensaje que resuena hoy: que podemos ser quienes somos y tenemos derecho a serlo y que tenemos que cultivar la determinación mirando menos en los obstáculos y convertirlos en anécdota. Porque ese poder también lo tenemos las mujeres. Yo siempre digo que ser víctimas es una tragedia pero nunca puede ser una elección y como mujer me paro ahí. Yo no me recuesto para hablar del poder de las mujeres en la victimización sino en el poder, a pesar de todo lo que nos rodea y nos ha rodeado y creo que ahí y está nuestra fuerza. Una mujer no tiene que salir a pedir permiso ni licencia para ser y la gran lección de Aemilia es que uno a veces tiene que ser uno en un entorno de incomprensión y que le tenemos que dar menos importancia a la comprensión de los otros.
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“No sé quién es usted señor. No sé quién soy yo. O tal vez lo había olvidado. Quizás nos convertimos en lo que tememos ser en las miradas de otros. Vivimos para no vernos hasta que dejamos de ser nosotros. Y un día ya no estamos ni en los espejos. Porque no importa quienes somos. O quienes podemos ser. Usted me ha encontrado señor. O me he encontrado en usted, y he sabido que estaba desesperada por volver a ese lugar que sólo en mi música y en mis letras respira y sobrevive. Quizás nunca lo conozca, quizás nunca sepa más de usted que sus versos. Esos versos suyos que explican su generosidad o su comprensión. O algún arrebato inexplicable que por azar le ha permitido salvar por un momento mi primera inocencia, la olvidada esperanza, la ilusión sin urgencia, el sentir sin obligación, el valer sin cambiar, el deseo sin perfección. Ojalá en estas humildes líneas, pobres y ciegas al lado de sus versos, sienta que alguien que no lo conoce llega a ese lugar de su alma donde usted ha sido capaz de hacer brillar a la oscuridad.”
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