Suena el bolero de Ravel mientras el sol se oculta detrás de las vías elevadas del Sarmiento, que se desprenden desde Constitución con dirección sur. Algunos vecinos de la calle Lanín, en Barracas, sacan sus sillas a la puerta mientras los chicos de la Escuela de Música N°5, de entre 6 y 15 años, tocan los acordes de una melodía que parece darles el aviso.
Serán en total 500 mil en toda la ciudad, entre las 19 y las 2 am, dicen a Infobae Cultura desde el Ministerio de Cultura porteño, los que oyeron su propia sinfonía, su propio llamado, hacia un encuentro que se postergó demasiado tiempo y que desbordó los alrededor de 100 espacios culturales, entre museos, instituciones y edificios emblemáticos, que participaron de la propuesta.
En la calle Lanín, Linda vende chipá. Cuenta que hace 35 años llegó a ese pasaje que el artista Marino Santa María convirtió en una pequeña joya, que parece brillar cuando el reflejo de los reflectores comienzan a resaltar las fachadas repletas de coloridas venecitas y murales.
Había, en este rincón de la Ciudad, una electricidad de carnaval, un deseo de reencuentro, como el de Lina y Ema, quien, cuenta Santa María, “solo saca su silla al frente de la casa en la Noche de los Museos”. Y de diferente manera, en expresiones según las generaciones o intereses, el deseo estaba allí, latente, a la espera, y los participantes salieron a disfrutar como si nada hubiera pasado en los últimos años porque, justamente, pasó demasiado.
Ya por La Boca, la avenida Pedro de Mendoza se revela como una muestra de la necesidad de compartir y participar. “Hay cola desde las 12 del mediodía”, cuentan de Colón Fábrica, y la fila -si se la mira en perspectiva- parece eterna, tras cuatro cuadras se une con la de la Fundación Andreani, que a su vez se hace una con la de la Fundación Proa y más allá, con la del Museo Quinquela Martín.
Por supuesto, a lo largo de toda la noche, Halloween estuvo presente, con niños y jóvenes que disfrutaron de las actividades ya disfrazados para asustar a los desprevenidos.
Lo de Colón Fábrica es un espectáculo grandilocuente, no solo por los tamaños de algunas de las piezas de escenografía, sino por lo que genera en los visitantes: el primer coliseo se hace gigante a los sentidos, y las personas no solo se asombran por la factura de los vestuarios, por lo magnánimo de las puestas que allí se presentan, se convierten ellos mismo en actores de sus propias y pequeñas obras, posando de manera “temática” frente a las maravillas egipcias de Aida o los gigantes de terracota de Turandot.
Colón Fábrica es una verdadera factoría de sueños, tan cercana e irreal a la vez, que resulta imposible no querer ser parte, aunque sea para una selfie, de las historias que nos presenta.
En el Camino de la Ribera el repiqueteo de los tambores de una murga, un poco más allá por momentos se cruza con los acordes de una banda de rock que toca un lento en Caminito. Son otros llamados, para los que quieran oírlos, y el constante devenir de autos, de colectivos como antes de todo, demuestra que hay oídos abiertos.
Esta edición de La Noche no solo se trató del arte, como era su idea primigenia, o del patrimonio, sino sobre la experiencia, que fue tan diversa en sensaciones, sonidos y, claro, miradas artísticas, que bien hicieron los museos -más allá de la pandemia- en extender sus puertas al espacio público, en romper con las cadenas de los mandatos de otros siglos y aggiornarse a una sociedad que en tiempo de fraccionamiento virtual necesita y busca conectarse con su humanidad.
“La gente necesitaba esto y nosotros también”, dice Guillermo Anaya, que se proclama como “el fileteador de La Boca” y que se presenta la feria de Caminito desde el ‘79: “Necesitábamos otra vez mirarnos a los ojos e interesarnos por el otro, o por lo que hace el otro, aunque después no compren nada. Somos muchas cosas, buenas y malas, pero siempre somos esto”.
En San Telmo, Moderno también mantuvo un pulso de participación vibrante, tanto en sus salas como en el interior. Escenario de la movida joven en el sur de la ciudad presentó una “vereda digital”, con proyecciones de videos, visuales y música en vivo de artistas, que reunieron a cientos de jóvenes, y a su vez los foodtrucks sobre la avenida San Juan terminaron de darle el toque gastronómico que invitaba a quedarse; mientras que en el patio se presentó la revista social Hecho en Buenos Aires que, en el marco de su unión con el museo y la exposición actual El ojo interminable, entre otras actividades.
El Buenos Aires Museo abrió sus puertas por primera vez. No tuvo inauguración oficial aún, pero sí un bautismo de fuego. Miles, muchas miles, se acercaron a este edificio que ocupa cuatro edificios de valor patrimonial: la Casa de los Altos de Elorriaga (1807), la Casa de Ezcurra (1744 - 1768), la Casa de los Altos de la Estrella (1834) y la Casa de los Querubines (1894).
Música en vivo, DJs, y calles abarrotadas de jóvenes que bailaron y festejaron como si fuese una especie de nuevo milenio. Allí también la atmósfera contagiaba algarabía; adentro, la propuesta recorre la historia de la ciudad desde sus cimientos hasta la postmodernidad, no sólo desde la perspectiva histórica clásica, sino también ingresando en los personajes que le dieron su identidad mucho más allá del tango: rock, deportes, arte y un sin fin de objetos que para cualquiera que no haya nacido digital le darán nostalgia.
Por ejemplo, en una pared llena de objetos musicales, Ricardo García le explicaba a su hijo Pablo, de 8, qué era un discman y que cuando se usaba no existían las Batallas de Gallos. “¡Qué aburridos eran los viejos tiempos!”, replicó el menor.
A la vuelta, sobre Diagonal Sur, la fiesta también copó las calles y se extendió hasta el Museo del Cabildo, donde los Patricios que cuidaban el ingreso recuperaron la atención de los chicos que idolatran a los valientes de la resistencia durante las invasiones inglesas.
Y ya que hablamos de historia, nos dirigimos a La Gran Logia de Argentina, sede que aúna la masonería argentina, donde revelaron recibir más de 20 mil visitantes en las primeras cuatro horas. “La gente se acerca porque les produce mucha curiosidad de qué se trata y si la integran mujeres. Así que les contamos cómo nos relacionamos con temas como la ciencia, el cambio climático o la tecnología y que, por supuesta, hay mujeres que formar parte, cada vez más”, explica Pablo Lázaro, el Gran Maestre, en una pausa luego de recibir al público en las instalaciones del edificio de Almagro.
“También quieren conocer si somos una sociedad secreta o de élite, y le decimos que en realidad somos una sociedad discreta y cualquiera puede acercarse”, suma Ramiro Dall’Aglio, Pro Gran Mestre. Allí, sobre Perón al 1200, también se desarrollaron un sin fin de actividades musicales y se presentaron videos sobre el trabajo de la sociedad, como adentro se revelaron por primera vez documentos relacionados a San Martín y Sarmiento.
“Vivimos una jornada increíble. La Noche de los Museos fue una gran oportunidad para volver a encontrarnos a través de la cultura. Y también para acercar nuevos públicos a los más de 100 museos que participan tanto públicos como privados”, dijo Enrique Avogradro, ministro cultural porteño.
En el Centro Cultural Recoleta hubo actividades de todo tipo. Desde talleres para niños, conciertos para la familia a una zona de baile muda, donde los jóvenes disfrutaban con auriculares de una experiencia inmersiva en convivencia con el resto.
En Plaza Francia, la noche se extendía entre risas de grupos de amigos, como también estaban aquellos que armaron su propia peña folclórica y en diagonal al Museo Nacional de Bellas Artes bailaban una chacarera, con la misma pasión que los vecinos de Lanín sacaban sus sillas para escuchar a la pequeña orquesta de la escuela del barrio, los jóvenes que bailaban sobre el adoquinado frente al BAM o los adolescentes que se besaban en el Recoleta, en esa noche que pareció, por unas 7 horas, eterna. La Noche de los Museos, la noche de los reencuentros, la gran noche de la cultura de la Ciudad.
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