El pensamiento y los aportes de la socióloga e investigadora Elizabeth Jelin se reactualizan por estos días con la reedición en simultáneo de Los trabajos de la memoria, una investigación que escribió hace 20 años sobre las memorias de la represión política en América Latina entre las décadas de 1960 y 1980, y Las tramas del tiempo, una antología que permite abordar su obra desde distintos núcleos temáticos que orbitan en torno a la memoria, el género, la familia y los movimientos sociales.
Jelin se define como desordenada, pero en su escritorio hay pilas de libros, algunos papeles sueltos y una computadora abierta en dirección a su balcón que no dan cuenta de desorden sino de movimiento, porque la socióloga e investigadora recurre a sus archivos para completar sus relatos: convoca a mirar su pantalla con ilustraciones, señala el título de unos de sus libros para explicar cómo piensa el trabajo de recordar o abre algunas de sus carpetas para reponer una idea sobre los feminismos publicada en un artículo periodístico en los inicios de la democracia.
En esa trama superpuesta de archivos materiales y documentos virtuales se alojan algunas de las líneas de búsqueda que dieron origen a Las tramas del tiempo: Familia, género, memorias, derechos y movimientos sociales, una antología recién reeditada por CLACSO que permite abordar su obra desde tres núcleos temáticos: memoria y derechos humanos; género, familia y trabajo; y movimientos sociales. El texto equipara las publicaciones de mujeres y varones en la colección Antología Esencial, y el dato tiene poco de casual, ya que la voz de Jelin se inscribe en las luchas de los feminismos desde hace décadas.
”En esta antología latinoamericana prácticamente no había mujeres, y Karina Batthyány, directora ejecutiva de CLACSO, llegó al cargo y decidió que era momento de reivindicar a varias figuras de mujeres, entonces salió un trabajo de Dora Barrancos, otro de Mercedes Olivera. Había suficientes mujeres viejas que habíamos hecho algo como para hacer un poquito de acción informativa”, dice la autora de Pan y afectos: La transformación de las familias, en su casa de Chacarita. En simultáneo con esa obra se reedita también Los trabajos de la memoria (Fondo de Cultura Económica), una investigación sobre las memorias de la represión política en América Latina entre las décadas de 1960 y 1980.
Directora del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) e integrante del Consejo asesor del Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad, Jelin (Buenos Aires, 1941) cuenta cómo fue el trabajo de recopilación, indagación y sistematización de los archivos que componen su antología esencial y también puede leerse de manera gratuita en la página de CLACSO. Pero también explica por qué decidió dejar de dar clases y de dirigir tesis.
—¿Interviniste en la selección de materiales para esta antología? ¿Cómo fue ese trabajo?
—Hicimos una primera reunión en marzo de 2020 con Ludmila Da Silva Catela, Marcela Cerrutti y Sebastián Pereyra, que fueron los responsables de la compilación. Después empezó la pandemia, así que todo el trabajo fue a la distancia. Con las bibliotecas cerradas, había materiales a los que no se podía acceder. Y yo tampoco tengo todo mi material porque antes de mudarme hice una donación de mi archivo, 40 años de investigación, a la Biblioteca Nacional, pero todavía no estaba para la consulta. Ahora ya está bastante avanzado y está listo para ser puesto en circulación. Es un momento especial de la vida, me mudé de una casa grande en la que viví más de 40 años, donde tenía cajas y más cajas. Nunca fui ordenada como para poner todo, puse cositas sueltas, de modo que cuando iba a hacer la donación, la gente de la Biblioteca quería un inventario de las publicaciones y fue un trabajo enorme. Una colega de apoyo técnico a la investigación estuvo trabajando en mi casa dos semanas. El gran trabajo de ver ese listado interminable de papeles implicó un balance. Es un momento de quiebre, de cerrar, no con llave, pero es, en algún sentido, un balance. Me gustó el trabajo de mis colegas, fueron muy independientes. Negociamos, consultábamos. Ludmila encontró en internet un texto sobre la memoria que yo ni me acordaba que lo había escrito y me decía “acá está lo que dijiste acá y se relaciona con lo de más allá”.
—Empezaste a estudiar sociología antes de los 20, ¿hay preguntas que te acompañaron desde ese comienzo?
—Hay varias porque son experiencias de vida, no profesionales. El acercamiento a una disciplina siempre es con base en experiencias. Creo que la experiencia inmigratoria de mis padres de Europa, haber estado en un círculo muy ligado a las muertes y las pérdidas por el nazismo influyó. El tema inmigratorio es un tema fuerte en la Argentina, como el tema de los contactos interculturales, la pregunta por qué hace una familia judía y centroeuropea en Buenos Aires, los lazos familiares. El tema familia estaba muy presente. Hay inquietudes que me acompañaron todo el tiempo. Por ejemplo, hay un trabajo que va a salir sobre cuestiones de mi más tierna infancia: he vuelto a Eldorado en Misiones, donde me crie, a investigar cosas que tienen que ver con el nazismo y el judaísmo y quedé en vinculación con ese lugar. Hace unos meses me escribió una persona con la que trabajé y me contó que había pintadas esvásticas frente a la municipalidad. Pienso en la llegada de mi mamá en el 38 y lo que pasó en 2021 y, en términos personales, hay continuidades.
—Hacés referencia a los emprendedores de la memoria para pensar en tiempos históricos. ¿Cómo se construyen esas figuras?
—Cuando hablamos de memoria no estamos hablando del pasado sino de qué hacemos hoy con ese pasado. Siempre se trata de cómo vamos a ver el pasado, cómo lo vamos a recordar, no de cómo fue. Cuáles serán los ejes temáticos, los puntos álgidos tienen que ver con los conflictos de hoy, qué del pasado voy a traer hoy depende de dónde esté parada hoy, no de lo que era. Eso quiere decir que para que haya un relato público del pasado, que vaya más allá del libro de historia y que haya gente que se apropie, tiene que haber alguien que lo toma como emprendimiento, como tarea. En la Argentina la legitimidad de las memorias de la dictadura ha estado en las manos de víctimas y familiares de víctimas. Las voces más autorizadas son las voces de familiares primero, mucho después de sobrevivientes, y hoy en día hay mucha gente que se pregunta qué va a pasar cuando se mueran. Siempre pongo como ejemplo que 500 años después de la llegada de Colón a América, los grupos originarios tuvieron unas campañas enormes sobre qué se celebra o conmemora el 12 de octubre, y todos los países de América Latina cambiaron los nombres de ese día. Acá no se llama más Día de la raza, es una interpretación del pasado que fue considerada incorrecta y se cambió.
—Sobre la dictadura, hubo en los últimos años nuevos actores sociales, como los hijos e hijas de genocidas, que se organizaron para intervenir en la escena pública.
—Sí, pero ahí hay otro de los temas que mi feminismo me impone, que es el familismo. Lo vengo escribiendo y muchos se enojan. La dictadura es un tema político de la ciudadanía en su conjunto, ¿por qué las voces legítimas son solo los parientes de sangre, y hasta qué grado de parentesco? Me enteré de que hay un movimiento de nietos de desaparecidos. Hubo un intento de hacer uno llamado Hermanos, otro Sobrinos. ¿Cuántas generaciones vamos a seguir no apropiándonos colectiva y socialmente como ciudadanía del pasado del país? El parentesco, la familia es una institución social, resulta que ahora se volvió genética.
—¿Cómo leés hoy a la familia en un contexto en el que los cuidados, a partir de la pandemia, fueron tema de la agenda pública?
—En términos de políticas me interesa que se pueda avanzar hacia una desfamiliarización progresiva del cuidado, que no sea solo una responsabilidad basada en la sangre. Creo que la familia es una institución muy conservadora que transmite desigualdad y que si buscamos una sociedad más igualitaria hay que encontrar los mecanismos para romper con esas transmisiones automatizadas de privilegios y de daños. Creo que hay mucha gente que está trabajando en ese sentido, por ejemplo con la iniciativa de la ley de cuidados, que todavía no llegó a Diputados.
—¿Creés que influyen las redes sociales a la hora del ejercicio de construir la memoria del pasado? Me refiero a esta posibilidad de recordatorio casi permanente que impulsan como “un día como hoy hace tantos años...”.
—Soy lo suficientemente vieja como para no tener contacto con las redes y ser muy feliz de no tenerlas. A Instagram entré algunas veces por mi sobrina escultora. No cambian las formas de recordar, es como escribir en la agenda. Los recordatorios que marcan las redes sociales son buenos para las reuniones por zoom pero no para el trabajo activo de la memoria, que es otra cosa.
—¿Cómo es tu agenda de trabajo en este momento? ¿Tenés una rutina?
—No, no tengo una rutina, depende del día. Hace años que no doy clases. Cumplí 80 años hace un mes, estoy muy feliz con todo lo que me queda por hacer, pero hace varios años que hay cosas que fui dejando. ¿Otra vez dar clases? ¿Otra vez corregir? Por ejemplo, dirigir una tesis de doctorado es un compromiso de al menos 5 años, porque ese es el tiempo de compromiso que lleva. ¿Puedo asegurarme de que hay buenas condiciones como para estar alerta y dirigir bien una tesis? Me tocó reemplazar en la dirección de tesis a colegas enfermos o muertos. Es una de las cosas más dolorosas para un tesista. Lo he conversado con colegas y amigos. Hubo un momento en el que dije “no dirijo más, si alguien quiere, codirijo”. Además hay un sistema de acreditación que exige dirigir tesis, y siento que le estoy ocupando el lugar a otra gente más joven, entonces tanto en docencia como en dirección de proyectos siento que hay que dar un paso al costado.
“La pregunta es cómo va a decantar la efervescencia de los feminismos”
Para Elizabeth Jelin, la vida académica y la personal no son asunto separado, y eso se cristaliza en los homenajes que le hacen los investigadores más jóvenes integrantes de sus equipos de trabajo cuando le agradecen su impulso para defender un camino profesional o una agenda de temas, pero también en las decisiones que cuenta que fue tomando en su familia para equiparar tareas. Feminista y defensora de la idea de desfamiliarizar los cuidados, la socióloga es un nombre clave en la investigación sobre desigualdad social en América Latina, y sobre ese camino y la lucha de los feminismos se dispuso a hablar en esta conversación.
—¿Hay avances en materia de cuidados en los entramados familiares de los últimos años?
—En la investigación Revertir la mirada, estudié la legislación de familia en Suecia, que es igualitaria. El Código de 1972 que admiramos establece guarderías universales desde los 45 días y licencias de materpaternidad: hay un año de licencia y pueden elegir si toman 6 meses uno u otro. Sin embargo, en 2005, lo que encontré es que el 85% de los días de licencia los tomaron las mujeres. A su vez, el personal que trabaja en guarderías, más del 90%, son mujeres que trabajan part time con salarios bastante bajos, las distancias salariales en Suecia eran en ese momento muy grandes. Lo que han hecho es trasladar las tareas de cuidado en la casa al cuidado en guarderías. En Noruega y en Suecia tuvieron que instaurar el mes obligatorio de varones tomándose licencia por paternidad en función de la certeza de que los chicos necesitan más contacto con sus padres varones, entonces en este momento hay un mes por año que la licencia la tiene el varón y no la puede delegar. Esto demuestra que hay elementos muy cristalizados. Si el hombre toma la licencia por paternidad va a disminuir 1000 pesos por mes, si la mujer que gana 500 la toma, va a disminuir 50, entonces mejor que la tome la mujer. Rossana Rosanda, una feminista italiana, decía que las mujeres tienen el poder doméstico y que les cuesta mucho ceder ese poder, también. No todo viene del otro lado.
—¿Recordás un momento en el que te definiste como feminista?
—Diría que fue bastante paulatino. En los años 60 hice en Monterrey, México, mi investigación de tesis doctoral sobre hombres: en aquella época si eras mujer tenías que estar estudiando fecundidad. Si una se salía de eso ya no estudiaba mujeres. En los 70 ya fue diferente, vivía en Nueva York, donde ya el nuevo feminismo fue más una practica personal que una ideología, tenía un matrimonio en el que tratábamos de repartir tareas. Como le ofrecían siempre trabajo a él, si no había trabajo para los dos, no aceptábamos. Enseñaba en Nueva York, y mi hijo nació un 1 de junio, justo cuando terminaban las clases. El director del Departamento de la Universidad dio por supuesto que me tomaba licencia el cuatrimestre, y se equivocó. En los 70 teníamos una red de investigadoras feministas pero el activismo, más allá del mundo académico, fue en la transición democrática. Al día siguiente que murió Alfonsín publicamos con Marian Feijoo un artículo que se llamaba “Las mujeres piden más”, en el que hacíamos la cuenta de cuántas mujeres había en el gabinete. En el 87 organizamos un boicot a una conferencia de CLACSO donde había casi todos hombres.
—¿Cómo ves esta efervescencia de los feminismos?
—Es efervescencia, la pregunta es cómo va a decantar. Lo que más me llama la atención es la efervescencia de las más jóvenes, que están cambiando las reglas de la convivencia cotidiana intertransgénero. Hablo de quienes están en la vanguardia y están viviendo un mundo fluido distinto. Pero no todos, en algunos lugares hay una rigidez total. En términos de relaciones de género, hace 50 años el tema de la desigualdad y la tipificación de roles de hombres y mujeres en el mundo familiar ya lo estábamos denunciando: patriarcado, invisibilidad del trabajo doméstico. En trabajos más recientes, como el que hicimos con Valeria Esquivel y Eleonor Faur, investigamos sobre la lógica del cuidado infantil. Valeria trabaja el uso del tiempo y cuando mirás el uso de varones y mujeres en familias con chicos, las mujeres tienen toda la carga que te puedas imaginar, como hace 50 años. En la pandemia se profundizaron las cargas y las desigualdades en las mujeres. Aún en el mundo científico y en los países centrales los estudios están mostrando que, durante la pandemia y con la gente en sus casas, los hombres aumentaron los artículos que mandan para publicar, las mujeres los disminuyeron. Lo más grave es que en el pedido de subsidios de investigación, los de mujeres se estaban acercando a los de hombres, y durante la pandemia disminuyeron. Feminismo, luchas por la igualdad, demandas en todos lados sobre sistemas nacionales de cuidados, desfamiliarizar el cuidado, pero hasta ahora los resultados son muy precarios.
Fuente: Télam.
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