“La mujer más dotada de Europa” escribió Goethe sobre ella, Angelica Kauffmann, la pintora neoclásica más célebre de toda la Europa del siglo XVIII, la multitalentosa, la eximia música que tocaba el clavicordio como nadie y cantante como pocas, que en La decisión de Angélica retrata uno de los momentos más difíciles de su vida, la de elegir qué camino seguiría su destino.
Kauffmann (1741-1807) nació en Suiza, pero vivió desde su infancia en Austria, en una familia humilde en la que su padre, un pintor de poco talento, supo reconocer rápido el de su hija y la instruyó desde la infancia en las artes plásticas y su madre, la guió en el estudio de idiomas. Ya para su adelescencia, la joven Angélica era una políglota que leía sin parar, además de una música prometedora y una pintora reconocida.
Y es que ya a sus 12, su talento para el retrato la convirtió en la preferida de los nobles y los obispos, que querían ser inmortalizados por la pequeña genio del cantón de Lucerna. Su padre, a cargo de su futuro, dejó la verde Schwarzenberg y para los 14 era una sensación en Milán, el primero de sus tantos traslados a la península itálica. Seguirían Roma, Bolonia, Venecia, todas ciudades artísticamente importantes, con sus propias escuelas. Y en todas triunfó.
Su manejo del inglés le permitió conocer clientes de las islas británicas y así se hizo conocida allí aún cuando nunca había desembarcado. Fue la esposa del embajador inglés quien le pidió que la acompañe a Britannia, donde realizó un retrato de su esposo que le abrió las puertas de las grandes familias, incluso de la real.
Allí forjó una profunda amistad con otra leyenda de la pintura, sir Joshua Reynolds, a tal punto que se retrataron mutuamente e incluso, cuando se casó con un falso conde sueco, que la esposó para sacar partido de su talento, fue Reynolds quien facilitó las cosas para que no cumpliera con los “deberes conyugales” y pudiera seguir viviendo como una mujer soltera.
Fue Reynolds también, en una época donde las mujeres no eran aceptadas como artistas, quien ayudó para que la “más dotada de Europa” fuera una de las personas fundadoras de la Royal Academy, estando entre los firmantes de la famosa petición al rey para que estableciera una Academia Real de Pintura y Escultura.
Su cercanía con Reynolds fue criticada en 1775, por su colega académico Nathaniel Hone, quien generó controversia con su cuadro satírico El prestidigitador, en el que atacaba la moda del arte renacentista italiano y ridiculizaba a Reynolds, ya al frente de la Royal Academy, y donde incluía originalmente una caricatura desnuda de Kauffman en la esquina superior izquierda, aunque la retiró después de que ella se quejara ante la institución.
La combinación de una niña pequeña, que se apoya en un anciano, ha tenido otras interpretaciones más personales, o más bien se ha entendido como un símbolo bastante evidente que aquellla cercanía no era precisamente amistosa, y que la diferencia de edad no era una traba para un romance, que si bien nunca fue confirmado del todo, era entonces mucho más que un rumor. Pero bueno, la gente habla.
Si bien aquel matrimonio pérfido con el conde apócrifo arruinó en parte su reputación a pesar de los intentos del bueno de Reynolds, su control del pincel y el lienzo le permitieron seguir produciendo, realizando retratos y sobre todo pinturas históricas, su gran pasión, una categoría más lucrativa dentro del academicismo de la época.
En La decisión de Angélica, una pintura de 1794 que se encuentra en Nostell Priory -una residencia palladiana en West Yorkshire, Inglaterra-, Kauffmann plantea aquella elección que tuvo que realizar, entre sus dos talentos: la pintura y la música. La obra se destaca tanto por su dominio de la mitología clásica como del retrato, creando una alegoría en la que la artista se dibuja a sí misma como muchacha (tenía 53 años cuando realizó el cuadro) en el medio de dos figuras.
A la izquierda está la Música ataviada con un vestido rojo y una partitura sobre su regazo; mientras que del lado opuesto la Pintura con el pincel y la paleta preparados, señala el horizonte, en una dirección que marca cuál era la dirección para su provenir. La artista toma de la mano a Música, pero con su gesto parece explicarle que su decisión ha sido tomada.
Luego de la muerte de aquel marido infame, se casó con Antonio Zucchi (1728-1795), artista veneciano que residía en Inglaterra, para luego mudarse a Roma, donde vivió hasta el final de sus días en 1807.
Tras su fallecimiento fue despedida con honores, con un espléndido funeral organizado por el escultor y pintor Antonio Canova. Cuentan que la Accademia di San Luca completa siguió la comitiva fúnebre hasta donde sería inhumada, y que como en el sepelio de Rafael Sanzio, dos de sus mejores pinturas fueron exhibidas en la procesión. Se desconoce cuáles, pero La decisión de Angélica, ese autorreatro realizado en sus últimos años, podría haber sido tranquilamente una de ellas.
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